Mensaje de Área
Los dones y los convenios de Dios
En medio de un mundo tan confuso y peligroso, el pueblo de Dios se levanta con las armas de la rectitud, quitándole todo poder al adversario y abriendo camino al cumplimiento de las profecías escritas por los antiguos profetas en las Escrituras.
Este pueblo de Dios está conformado por personas comunes que tienen en común su deseo de acercarse a Dios el Padre por medio de Su Hijo Jesucristo y, al hacerlo, luego comprometerse a seguir Sus mandamientos, obtienen un poder especial, sí, tal y como enseñó el presidente Russell M. Nelson en la Conferencia General de octubre de 2022: “la recompensa por guardar los convenios con Dios es poder celestial, un poder que nos fortalece para soportar mejor nuestras pruebas, tentaciones y pesares. Ese poder nos facilita el camino”; y luego agregó: “quienes viven las leyes mayores de Jesucristo tienen acceso a Su poder mayor”1.
A lo largo de mi vida, incluso antes de unirme a La Iglesia de Jesucristo de Los Santos de los Últimos Días, he podido sentir que soy un hijo amado de Dios y que todo lo que ha sucedido en mi vida ha sido porque un Dios amoroso lo ha permitido para mi propio bienestar y progreso; por esta razón he visto cómo todo lo que me ha pasado ha sido un grande y bondadoso regalo celestial para mí, que me ha abierto las ventanas de los cielos para ver y comprender cada día más y más maravillas a mi alrededor.
Desde que era niño, he podido tener conversaciones conmigo mismo, que me han permitido evaluar mis decisiones, incluso reprenderme a mí mismo cuando he cometido errores, con la advertencia de que vendrán consecuencias por ello, y de hecho llegaban; pero también en estas conversaciones he podido aprender sobre el propósito de Dios en mi vida, a tal punto que, por ejemplo, pude comprender cuando llegó el momento de empezar a hacer seriamente cambios en mi vida, para luego ver que me sirvió como preparación para conocer a los misioneros y recibir las buenas nuevas del evangelio restaurado del Señor Jesucristo, y luego ir tomando decisiones de carácter eterno con mucha certeza y claridad.
Todas estas experiencias, más las que Dios tiene guardadas para más adelante, se aprovechan mejor al poner nuestros dones recibidos al servicio de nuestros semejantes que, por ser hijos de Dios, tienen un alto valor ante Su vista. Estos dones bendicen la vida de los demás al usarlos para dedicarles tiempo y, en el transcurso, a nosotros mismos también; la ruta está trazada y se camina a través de la senda de los convenios que hacemos con Dios.
El presidente Nelson también nos enseñó que “en los días venideros veremos las mayores manifestaciones del poder del Salvador que el mundo jamás haya visto”2; y gracias a la ruta que nos traza el Señor Jesucristo podemos establecer con Él una relación por convenio, una maravillosa y estrecha relación que incluso en los momentos más difíciles de nuestra vida nos hacen sentir Su amor y la certeza que todo saldrá bien y será para nuestro provecho; ahí es cuando empezamos a cambiar y nuestro carácter se torna cada vez más amoldado a la voluntad de Dios, aun a pesar de que, de cuando en cuando, si damos uno que otro paso atrás, sabremos que si permanecemos, podremos continuar con paso firme.
Esta senda se puede comprender más cuando participamos en las ordenanzas del templo y recordamos una y otra vez los convenios que hemos recibido por medio de estas ordenanzas, en este maravilloso lugar erigido como si fuera un portal que nos conecta con el reino celestial y nos ayuda a sentirnos familiares con aquella mansión que ha sido preparada para morar allí algún día con nuestro Padre Celestial, con el Señor Jesucristo y con nuestra familia, de eternidad en eternidad, de tal manera que al llegar allí nos podamos sentir como en casa, conociendo cada rincón, porque ya estuvimos allí desde la vida mortal, cuando asistíamos al templo frecuentemente.
Por esta razón los templos son tan importantes para mi familia y para mí, porque las mejores experiencias que hemos tenido han sido allí: respuestas, consuelo, esperanza y una felicidad que no se puede explicar fácilmente, pero que al llegar la hora de regresar a casa, nos embargan sentimientos de profunda nostalgia, como si no quisiéramos salir de allí nunca; más aún cuando vemos a nuestros hijos crecer y prepararse con anhelo para recibir ellos mismos sus propias ordenanzas mediante convenios con Dios.
Aunque no ha sido fácil, mediante los convenios del templo he podido sentir alivio de las presiones y la incertidumbre que acompañan nuestro estado de probación, haciéndole saber a Dios que verdaderamente me importa vencer mis propias debilidades, para convertirlas en fortalezas, que no son más que dones, concedidos por convenio para ponerlos al servicio de aquellos hijos e hijas de Dios que Él desea bendecir y fortalecer.
Me uno a la invitación de nuestro profeta, el presidente Nelson: “pasen más tiempo en el templo y busquen entender el modo en que el templo les enseña a elevarse por encima de este mundo caído”3; la he podido aplicar y sigo buscando entender cada vez más la voluntad de Dios en mi vida y en la de mi familia, porque soñamos tener la capacidad, preparación y dignidad para recibir al Señor Jesucristo cuando regrese en las nubes.
Jesucristo descendió hasta lo más profundo para saber cómo socorrernos, convirtiéndose así en nuestro Salvador y Redentor. Sé con todo mi corazón que, a pesar de mis debilidades, si pongo mi confianza en Dios, podré acceder a Sus tiernas misericordias y entender el propósito de las experiencias que debo vivir, para poner a prueba mi fidelidad a Sus mandamientos, recordando los convenios que hice con Él hace más de veinte años en un santo templo. Se que, si soy valiente y permanezco fiel hasta el fin, me podré beneficiar de las bendiciones de la expiación infinita del Señor Jesucristo, elevándome cada vez más hasta cumplir las altas expectativas de Dios, sí, llegando a ser lo que Él espera, demostrándole que Su gran sacrificio sí valió la pena en mi vida.