Liahona
Levántate, te llama
Mayo de 2024


11:22

Levántate, te llama

El Evangelio no es una forma de evitar desafíos y problemas, sino una solución para incrementar nuestra fe y aprender a lidiar con ellos.

Hace algún tiempo le pregunté a mi esposa: “¿Puedes decirme por qué, que yo recuerde, nunca hemos tenido grandes problemas en nuestra vida?”.

Ella me miró, sonrió y dijo: “¡Por supuesto! Te diré por qué nunca hemos tenido grandes problemas: ¡Porque no tienes buena memoria!”.

Su rápida y astuta respuesta hizo que me diera cuenta una vez más de que vivir el Evangelio de Jesucristo no elimina ni el dolor ni las pruebas, que son necesarios para crecer.

El Evangelio no es una forma de evitar desafíos y problemas, sino una solución para incrementar nuestra fe y aprender a lidiar con ellos.

Tuve conciencia de esta verdad hace unos meses cuando un día iba caminando y, de repente, mi visión se volvió borrosa, oscura y ondulada. Me asusté. Luego, los médicos me dijeron: “Si no comienza el tratamiento de inmediato, puede perder la vista, incluso en cuestión de semanas”. Me asusté aún más.

Y luego, añadieron: “Necesita inyecciones intravítreas, inyecciones en el ojo, con el ojo completamente abierto, cada cuatro semanas durante el resto de su vida”.

Esa fue una incómoda llamada de alerta.

Después surgió una reflexión en forma de pregunta. Me pregunté: “Bueno, mi vista física no es buena, pero ¿qué ocurre con mi visión espiritual? ¿Necesito algún tratamiento ahí? ¿Qué significa tener una visión espiritual clara?”.

Reflexioné sobre la historia de un ciego, llamado Bartimeo, que se describe en el Evangelio de Marcos. El pasaje de las Escrituras dice: “Y al oír que era Jesús, el de Nazaret, comenzó a dar voces y a decir: ¡Jesús, Hijo de David, ten misericordia de mí!”.

Técnicamente, a los ojos de muchos, Jesús era tan solo el hijo de José, entonces ¿por qué Bartimeo lo llamó “Hijo de David”? Simplemente porque reconoció que Jesús era realmente el Mesías, de quien se había profetizado que nacería como descendiente de David.

Es interesante que este hombre ciego, que carecía de vista física, reconociera a Jesús. Vio espiritualmente lo que no podía ver físicamente, mientras que muchos otros podían ver a Jesús físicamente, pero estaban totalmente ciegos espiritualmente.

De esta historia aprendemos más sobre la visión espiritual clara.

Leemos: “Y muchos le reprendían para que callase, pero él daba mayores voces: ¡Hijo de David, ten misericordia de mí!”.

Muchos a su alrededor le decían que guardara silencio, pero él daba mayores voces porque sabía quién era Jesús en realidad. Ignoró esas voces y gritó aún más fuerte.

Actuó en lugar de que actuaran sobre él. A pesar de sus circunstancias limitadas, utilizó su fe para ir más allá de sus limitaciones.

Así pues, el primer principio que aprendemos es: Mantenemos una visión espiritual clara cuando nos centramos en Jesucristo y permanecemos fieles a lo que sabemos que es verdad.

Hermanos y hermanas, para mantener nuestra visión espiritual intacta, necesitamos decidir no escuchar las voces del mundo que nos rodea. En este mundo confuso y confundido, debemos permanecer fieles a lo que sabemos, fieles a nuestros convenios, fieles en guardar los mandamientos y reafirmar nuestras creencias con más fuerza, como lo hizo este hombre. Debemos proclamar al mundo con más fuerza nuestro testimonio del Señor. Este hombre conocía a Jesús, se mantuvo fiel a lo que creía y no se dejó distraer por las voces a su alrededor.

Hoy en día hay muchas voces que tratan de que bajemos la voz como discípulos de Jesucristo. Las voces del mundo intentan silenciarnos, pero precisamente por eso debemos declarar nuestro testimonio del Salvador más alto y con más fuerza. Entre todas las voces del mundo, el Señor cuenta conmigo y con ustedes para que declaremos nuestro testimonio, levantemos nuestra voz y nos convirtamos en Su voz. Si no lo hacemos nosotros, ¿quién testificará de Jesucristo? ¿Quién pronunciará Su nombre y declarará Su misión divina?

Tenemos un mandato espiritual que surge de nuestro conocimiento de Jesucristo.

Pero ¿qué hizo Bartimeo después de eso?

A la orden del Señor de levantarse, actuó nuevamente con fe.

El pasaje dice: “Él entonces, arrojando su capa, se levantó y fue a Jesús”.

Este hombre humilde y fiel entendió que con el mandato de Jesús podía levantarse a una vida mejor. Sabía que él era mejor que sus circunstancias y lo primero que hizo, cuando oyó que Jesús lo llamaba, fue arrojar su capa de mendigo.

Una vez más, actuó en lugar de que se actuara sobre él.

Puede que pensara: “Ya no necesito esto, ahora que Jesús ha llegado a mi vida. Este es un nuevo día. Se acabó esta vida de miseria. Con Jesús puedo empezar una nueva vida de felicidad y gozo en Él, con Él y por medio de Él; y no me importa lo que el mundo piense de mí. Jesús me está llamando y Él me ayudará a vivir una nueva vida”.

¡Qué cambio tan notable!

Al arrojar su capa de mendigo, se deshizo de todas las excusas.

Y este es el segundo principio: Mantenemos una visión espiritual clara cuando dejamos atrás al hombre natural, nos arrepentimos y comenzamos una nueva vida en Cristo.

La manera de conseguirlo es haciendo y guardando convenios para elevarnos a una vida mejor por medio de Jesucristo.

Mientras sigamos buscando excusas para sentir lástima por nosotros mismos, lamentarnos por nuestras circunstancias y problemas, y lamentarnos por todas las cosas malas que suceden en nuestra vida, e incluso por todas las personas malas que creemos que nos hacen infelices, seguiremos llevando la capa de mendigo sobre los hombros. Es cierto que, a veces, las personas, consciente o inconscientemente, nos lastiman; pero necesitamos decidir actuar con fe en Cristo, despojándonos de la capa mental y emocional que todavía podríamos llevar puesta para esconder excusas o pecados, y arrojarla, sabiendo que Él puede sanarnos y que lo hará.

Nunca es una buena excusa decir: “Soy como soy debido a algunas circunstancias desafortunadas y desagradables. No puedo cambiar y estoy justificado”.

Cuando pensamos de esa manera, decidimos que se actúe sobre nosotros.

Nos quedamos con la capa de mendigo.

Actuar con fe significa confiar en nuestro Salvador, creyendo que mediante Su Expiación podemos elevarnos por encima de todo a Su mandato.

El tercer principio está en las últimas tres palabras: “Fue a Jesús”.

¿Cómo podía ir a Jesús si estaba ciego? La única manera era caminar hacia Jesús escuchando Su voz.

Y este es el tercer principio: Mantenemos una visión espiritual clara cuando escuchamos la voz del Señor y permitimos que Él nos guíe.

Del mismo modo como este hombre elevó la voz por encima de las voces a su alrededor, él fue capaz de escuchar la voz del Señor en medio de todas las otras voces.

Esta es la misma fe que permitió a Pedro caminar sobre el agua siempre que mantuviera su enfoque espiritual en el Señor y no se dejara distraer por los vientos a su alrededor.

Luego, la historia de este hombre ciego termina con las palabras: “Recobró la vista y seguía a Jesús por el camino”.

Una de las lecciones más importantes de esta historia es que este hombre ejerció una verdadera fe en Jesucristo y recibió un milagro porque pidió con verdadera intención; la verdadera intención de seguirlo.

Y esta es la razón principal de las bendiciones que recibimos en nuestra vida, lo cual es seguir a Jesucristo. Se trata de reconocerlo a Él, de hacer y guardar convenios con Dios gracias a Él, de cambiar nuestra naturaleza misma por medio de Él y de perseverar hasta el fin siguiéndolo a Él.

Para mí, mantener una visión espiritual clara consiste en enfocarme en Jesucristo.

Entonces, ¿está clara mi visión espiritual conforme me ponen las inyecciones en los ojos? Pues, ¿quién soy yo para decirlo?; pero estoy agradecido por lo que veo.

Veo claramente la mano del Señor en esta sagrada obra y en mi vida.

Veo la fe de muchas personas dondequiera que voy, quienes fortalecen mi propia fe.

Veo ángeles a mi alrededor.

Veo la fe de muchos que no ven al Señor físicamente, pero que lo reconocen espiritualmente, porque lo conocen íntimamente.

Testifico que este Evangelio es la respuesta para todo, porque Jesucristo es la respuesta para todos. Estoy agradecido por lo que puedo ver conforme sigo a mi Salvador.

Les prometo que conforme escuchamos la voz del Señor y le permitimos guiarnos por la senda de los convenios del Salvador, seremos bendecidos con una visión clara, con comprensión espiritual, y con paz en el corazón y en la mente a lo largo de nuestra vida.

Ruego que proclamemos nuestro testimonio de Él, más alto que las voces que nos rodean, en un mundo que necesita oír más de Jesucristo y no menos. Que nos quitemos la capa de mendigo que aún podríamos llevar puesta, y nos elevemos por encima del mundo, a una vida mejor en Cristo y por medio de Él. Que podamos desechar todas las excusas para no seguir a Jesucristo y encontrar todas las buenas razones para seguirlo, al escuchar Su voz. Este es mi ruego, en el nombre de Jesucristo. Amén.