Liahona
Conectar los dos grandes mandamientos
Mayo de 2024


14:14

Conectar los dos grandes mandamientos

Nuestra capacidad para seguir a Jesucristo depende de la fortaleza y el poder que tengamos para vivir el primer y el segundo mandamiento con equilibrio e idéntica devoción.

Introducción

Cuando mi esposa, Lesa, y yo viajamos por el mundo para cumplir con alguna asignación, disfrutamos mucho del privilegio de reunirnos con ustedes en congregaciones grandes y pequeñas. Su devoción a la obra del Señor nos alienta y es para nosotros un testimonio del Evangelio de Jesucristo. Después de cada viaje regresamos a casa preguntándonos si acaso dimos tanto como recibimos.

Puente Rainbow.
Puente Tsing.
Puente de la Torre.

Cuando se viaja, tenemos poco tiempo de hacer turismo. Sin embargo, cuando me es posible, dedico algunos momentos a una de mis pasiones. Me interesan la arquitectura y el diseño, y siento una fascinación especial por los puentes. Me maravillan los puentes colgantes. Tanto si se trata del puente Rainbow de Tokio, del puente Tsing Ma de Hong Kong, del puente de la Torre de Londres o de otros que he visto, me maravillo de la genialidad de la obra de ingeniería con que se construyen estas complicadas estructuras. Los puentes nos llevan a lugares a los que no podríamos ir de otro modo. (Antes de continuar, deseo mencionar que desde que preparé este mensaje, ocurrió un trágico accidente en un puente de Baltimore. Lamentamos los fallecimientos y ofrecemos nuestras condolencias a las familias afectadas).

Un magnífico puente colgante

Hace poco, una asignación de conferencia me llevó hasta California, donde una vez más crucé el icónico puente Golden Gate, considerado una maravilla mundial de la ingeniería. Esta estructura monumental combina una forma bella con un propósito funcional y una ingeniería magistral. Es un puente colgante clásico, con torres en ambos extremos que descansan sobre unos pilares inmensos. Las colosales y majestuosas torres idénticas que soportan el peso de la estructura y que se alzan sobre el océano fueron los primeros elementos que se construyeron. Ambas se reparten la carga de los extensos cables de suspensión y los tirantes verticales que sostienen la calzada inferior. Su extraordinaria capacidad estabilizadora —el poder de la torre— es la magia que se esconde tras esta obra de ingeniería.

Puente Golden Gate en construcción.

Distrito del puente Golden Gate

Las imágenes de la primera fase de construcción del puente dan testimonio de este principio de ingeniería. Cada uno de sus elementos traslada su carga a estas torres simétricas, que están conectadas entre sí de un modo interdependiente.

Puente Golden Gate en construcción.

Archivos de Getty Images/Underwood

Cuando se completa el puente, con sus dos poderosas torres firmemente asentadas y los pilares anclados a los cimientos del lecho rocoso, constituye una imagen de fuerza y belleza.

Puente Golden Gate.

Hoy los invito a contemplar este puente impresionante —con sus torres ascendentes e idénticas construidas sobre un cimiento firme— desde la perspectiva del Evangelio.

En el ocaso del ministerio de Jesucristo, durante lo que ahora llamamos la Semana Santa, un fariseo que era intérprete de la ley le hizo al Salvador una pregunta que él sabía era casi imposible de responder: “Maestro, ¿cuál es el gran mandamiento de la ley?”. El intérprete de la ley le preguntó “para tentarle”, buscando una respuesta legalista con una aparente intención engañosa, mas recibió una respuesta genuina, sagrada y divina.

“Jesús le dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma y con toda tu mente.

“Este es el primero y grande mandamiento”. Volviendo a la analogía del puente, ¡esta es la primera torre!

“Y el segundo es semejante a este: Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. ¡He aquí la segunda torre!

“De estos dos mandamientos dependen toda la ley y los profetas”. ¡Estos son los elementos restantes del puente!

Examinemos cada uno de los dos grandes mandamientos, revelados y enumerados en la respuesta de Jesucristo. Mientras lo hacemos, dejen que la imagen del magnífico puente colgante resuene en su mente.

Amar al Señor

El primero es amar al Señor con todo su corazón, alma y mente.

En esta respuesta, Jesucristo condensa la esencia de la ley, comprendida en las sagradas enseñanzas del Antiguo Testamento. Amar al Señor se centra primero en el corazón, en nuestra verdadera naturaleza. El Señor pide que amemos con toda nuestra alma —todo nuestro ser consagrado— y, por último, que amemos con toda nuestra mente, nuestra inteligencia e intelecto. Amar a Dios no es algo limitado y finito; es infinito y eterno.

Personalmente, la aplicación del primer gran mandamiento a veces me resulta algo abstracta y hasta abrumadora. Afortunadamente, al considerar más palabras de Jesús, este mandamiento se hace mucho más comprensible: “Si me amáis, guardad mis mandamientos”. Eso sí puedo hacerlo. Puedo amar al Padre Celestial y a Jesucristo, lo cual conduce a la oración, al estudio de las Escrituras y a la adoración en el templo. Amamos al Padre y al Hijo cuando pagamos el diezmo, santificamos el día de reposo, llevamos una vida virtuosa y casta, y somos obedientes.

Amar al Señor suele cuantificarse mediante los pequeños actos cotidianos, los pasos que damos en la senda de los convenios: en el caso de los jóvenes esto incluiría valerse de las redes sociales para edificar en vez de destruir; irse de la fiesta, del cine o de la actividad que suponga una amenaza para nuestras normas; mostrar reverencia por las cosas sagradas.

Fíjense en este tierno ejemplo. Era un domingo de ayuno cuando Vance y yo tocamos la puerta de una casa pequeña y humilde. Otros diáconos del cuórum y nosotros estábamos acostumbrados a escuchar a través de la puerta: “Por favor, pasen” en voz alta, en un tono amable y con un fuerte acento alemán. La hermana Muellar era una de las varias viudas inmigrantes del barrio. Ella no podía abrir la puerta con facilidad ya que era legalmente ciega. Al entrar en la casa poco iluminada, ella nos saludaba amablemente y preguntaba: ¿Cómo se llaman? ¿Cómo están? ¿Aman al Señor? Le contestábamos y decíamos que habíamos ido a recibir la ofrenda de ayuno. Incluso a nuestra corta edad, de inmediato sus circunstancias precarias eran aparentes y su respuesta llena de fe era muy conmovedora: “Temprano esta mañana puse una moneda de diez centavos en el mostrador. Agradezco el ofrecer mi ofrenda de ayuno. ¿Serían tan amables de colocarla en el sobre y llenar el recibo de la ofrenda de ayuno?”. Su amor por el Señor elevaba nuestra fe cada vez que salíamos de su casa.

El rey Benjamín prometió poder extraordinario a quienes cumplan el primer gran mandamiento: “Quisiera que consideraseis el bendito y feliz estado de aquellos que guardan los mandamientos […]. Son bendecidos en todas las cosas, […] y si continúan fieles hasta el fin, son recibidos en el cielo […], en un estado de interminable felicidad”.

¡Amar al Señor conduce a la felicidad eterna!

Amar al prójimo

Entonces Jesús dijo: “Y el segundo es semejante a este: Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Esta es la segunda torre del puente.

Así es como Jesús conecta nuestra mira celestial de amar al Señor con la mira terrenal de amar a nuestros semejantes. Ambas son interdependientes. Amar al Señor no estaría completo si descuidamos a nuestro prójimo. Este amor por los demás abarca a todos los hijos de Dios sin importar su género, clase social, raza, sexualidad, ingresos, edad o etnia. Buscamos a los heridos y los quebrantados, a los marginados, pues “todos son iguales ante Dios”; “socorre[mos] a los débiles, levanta[mos] las manos caídas y fortalece[mos] las rodillas debilitadas”.

Consideren este ejemplo: El hermano Evans se sorprendió al recibir la impresión de detener el vehículo y llamar a una puerta desconocida de una familia a la que no conocía. Cuando una madre viuda y con más de diez hijos abrió la puerta, él advirtió de inmediato las circunstancias difíciles y las enormes necesidades por las que estaban pasando. La primera fue fácil de atender, pintura para la vivienda, a la que siguieron muchos años de ministración temporal y espiritual a esta familia.

Aquella madre agradecida escribió luego a su amigo enviado del cielo: “Usted ha dedicado su vida a tender una mano a los desfavorecidos. Cuánto me gustaría oír lo que el Señor tenga que decirle cuando le exprese Su aprecio por el bienestar económico y espiritual que ha brindado a personas de las que solo usted y Él tienen conocimiento. Gracias por bendecirnos de tantas maneras […], por los misioneros a los que ha ayudado […]. A veces me pregunto si el Señor lo llamó solo a usted o si usted fue el único que le hizo caso de todos a los que Él llamó”.

Amar al prójimo incluye actos de bondad y servicio semejantes a los de Cristo. ¿Pueden hacer a un lado los enojos, perdonar a sus enemigos, dar la bienvenida y ministrar a sus vecinos y atender a los ancianos? Cada uno de ustedes recibirá inspiración para edificar su torre de amor por el prójimo.

El presidente Russell M. Nelson enseñó: “Nuestro gozo es brindar ayuda a otras personas; hacer un esfuerzo concienzudo por preocuparnos por los demás tanto o más que por nosotros mismos; en especial […] cuando no resulta oportuno y nos aleja de nuestra comodidad. Vivir el segundo gran mandamiento es la clave para llegar a ser un verdadero discípulo de Jesucristo”.

Una interdependencia

Jesús prosiguió con Su enseñanza: “De estos dos mandamientos dependen toda la ley y los profetas”. Esto es muy instructivo. Existe una interdependencia importante entre amar al Señor y amarnos unos a otros. Para que el puente Golden Gate realice la función para la que se diseñó, ambas torres deben ser igualmente fuertes y con el mismo poder soportar a partes iguales el peso de los cables tensores, la calzada y el tránsito que cruza el puente. Sin esta simetría de la ingeniería, el puente estaría en peligro y hasta podría derrumbarse. Para que todo puente colgante cumpla con su propósito, sus torres deben funcionar juntas en completa armonía. Del mismo modo, nuestra capacidad para seguir a Jesucristo depende de la fortaleza y el poder que tengamos para vivir el primer y el segundo mandamiento con equilibrio e idéntica devoción por ambos.

Puente Golden Gate.

Sin embargo, el auge de la contención en el mundo es indicador de que, en ocasiones obviamos u olvidamos esto. Algunas personas están tan centradas en guardar los mandamientos que tienen poca tolerancia con aquellos a quienes consideran menos justos. A otras les cuesta amar a quienes eligen vivir fuera del convenio, o incluso alejados de cualquier participación religiosa.

Por el contrario, hay quienes hacen hincapié en la importancia de amar al prójimo sin reconocer que todos somos responsables ante Dios. Algunos niegan por completo la idea de que exista la verdad absoluta o el bien y el mal y creen que lo único que se necesita es tolerar y aceptar incondicionalmente las decisiones de los demás. Cualquiera de estos desequilibrios podría provocar el derrumbe del puente espiritual de ustedes.

El presidente Dallin H. Oaks describió esto cuando dijo: “Esto significa que se nos manda amar a todos, ya que la parábola de Jesús sobre el buen samaritano nos enseña que cada persona es nuestro prójimo. Pero nuestro esmero por guardar el segundo mandamiento no debe hacernos olvidar el primero, el de amar a Dios con todo nuestro corazón, alma y mente”.

Conclusión

Así que la pregunta que debemos hacernos es: ¿Cómo construyo mi propio puente de fe y devoción erigiendo las altas torres del amor por Dios y por el prójimo que tiene el puente? Pues, poniendo manos a la obra. Tal vez nuestros primeros intentos se parezcan más a un plan hecho en el reverso de una servilleta o a unos planos muy primerizos del puente que tenemos la esperanza de construir. Podría consistir en unas cuantas metas realistas para entender más el Evangelio del Señor o comprometerse a juzgar menos a los demás. Nadie es demasiado joven ni demasiado viejo para empezar.

Bosquejo de un puente

Con el tiempo, y planificando con oración y reflexión, las ideas toscas se refinan, las nuevas acciones se convierten en hábitos y los primeros borradores se convierten en planos meticulosos. Construimos nuestro propio puente espiritual con el corazón y la mente entregados al Padre Celestial y a Su Hijo Unigénito, y también a los hermanos y a las hermanas con quienes trabajamos, jugamos y vivimos.

En los próximos días, cuando pasen por un majestuoso puente colgante, o cuando lo vean en una fotografía, con sus torres prominentes, los invito a recordar los dos grandes mandamientos que Jesucristo describió en el Nuevo Testamento. Ruego que las instrucciones del Señor nos inspiren, que nuestro corazón y nuestra mente se eleven para amar al Señor y se extiendan para amar al prójimo.

Ruego que esto fortalezca nuestra fe en Jesucristo y Su Expiación, de la cual testifico en el nombre de Jesucristo. Amén.

Notas

  1. “En el Nuevo Testamento, [el término intérprete de la ley] equivalía a un escriba, alguien cuya profesión consistía en ser alumno y maestro de la ley, lo cual incluía la ley escrita del Pentateuco y también ‘la tradición de los ancianos’ (Mateo 22:35; Marcos 12:28; Lucas 10:25)” (Bible Dictionary, “Lawyer”).

  2. En la antigüedad, los eruditos judíos habían recopilado 613 mandamientos en la Torá y debatían apasionadamente la importancia relativa de uno frente al otro. Tal vez el escriba quería utilizar la respuesta de Jesús en Su contra. Si Él decía que un mandamiento era más importante que los otros, podría darle pie para acusarlo de ignorar otro aspecto de la ley. Sin embargo, la respuesta del Salvador acalló a los que habían venido a tenderle una trampa con una afirmación tan fundamental que hoy en día es la base de todo lo que hacemos en la Iglesia.

  3. Mateo 22:36–40.

  4. Véase Doctrina y Convenios 88:15.

  5. Juan 14:15.

  6. Se ha cambiado los nombres en esta historia para proteger la privacidad.

  7. Mosíah 2:41.

  8. Mateo 22:39.

  9. 2 Nefi 26:33.

  10. Doctrina y Convenios 81:5.

  11. Se ha cambiado el nombre para proteger la privacidad.

  12. Russell M. Nelson, “El segundo gran mandamiento”, Liahona, noviembre de 2019, págs. 99–100.

  13. Mateo 22:40.

  14. Dallin H. Oaks, “Los dos grandes mandamientos”, Liahona, noviembre de 2019, pág. 74.