“¿Qué es la expiación de Jesucristo y de qué manera me ayuda?”, Atracción hacia personas del mismo sexo: Personas, 2020
“¿Qué es la expiación de Jesucristo y de qué manera me ayuda?”, Atracción hacia personas del mismo sexo: Personas
¿Qué es la expiación de Jesucristo y de qué manera me ayuda?
¿Por qué necesitamos la expiación de Jesucristo?
Por ser descendientes de Adán y Eva, todas las personas heredan las consecuencias de la Caída. En nuestro estado caído estamos sujetos a la oposición y la tentación. Cuando cedemos a la tentación, nos distanciamos de Dios y, si continuamos en el pecado, perdemos la compañía y la influencia de Su Espíritu, el Espíritu Santo, en nuestra vida.
La única manera de salvarnos es que alguien nos rescate. Necesitamos a alguien que satisfaga las demandas de la justicia, tomando nuestro lugar para asumir la carga de la Caída y pagar el precio de nuestros pecados. Jesucristo siempre ha sido el único capaz de hacer tal sacrificio.
Desde antes de la Creación de la tierra, el Salvador ha sido nuestra única esperanza de recibir “la paz en este mundo, y la vida eterna en el mundo venidero” (Doctrina y Convenios 59:23).
El poder sanador y fortalecedor de Jesucristo
“La expiación del Salvador hace más que garantizarnos la inmortalidad mediante una resurrección universal y brindarnos la oportunidad de ser limpios del pecado por medio del arrepentimiento y del bautismo. Su expiación también nos brinda la oportunidad de acudir a Él, quien ha sufrido todas las dolencias de la vida terrenal, para darnos la fuerza a fin de sobrellevar las cargas de esta vida. Él conoce nuestra angustia y desea ayudarnos. Así como el buen samaritano, cada vez que nos encuentre lastimados a la orilla del camino, Él vendará nuestras heridas y nos cuidará (véase Lucas 10:34). El poder sanador y fortalecedor de Jesucristo y de Su expiación es para todos los que lo pidamos” (véase Dallin H. Oaks, “Fortalecidos por la expiación de Jesucristo”, Liahona, noviembre de 2015, pág. 64).
Esta vida es una oportunidad para llegar a ser más semejantes a nuestro Padre Celestial. Al aceptar nuestro destino eterno como hijos de Dios, entramos en un proceso de desarrollo y progreso continuos. Como enseñó el élder David A. Bednar:
“El trayecto de la vida terrenal es pasar de malos a buenos y a mejores, y cambiar nuestra naturaleza misma. El Libro de Mormón está repleto de ejemplos de discípulos y profetas que conocieron, comprendieron y fueron transformados por el poder habilitador de la Expiación al realizar ese trayecto. A medida que lleguemos a entender mejor ese sagrado poder, nuestra perspectiva del Evangelio se ensanchará y enriquecerá considerablemente; y esa perspectiva nos cambiará de maneras extraordinarias […].
“A medida que ustedes y yo lleguemos a comprender y a emplear el poder habilitador de la Expiación en nuestra vida, oraremos para tener fuerza y la buscaremos a fin de cambiar nuestras circunstancias en lugar de pedir que nuestras circunstancias cambien. Llegaremos a convertirnos en agentes que actúan, en vez de ser objetos sobre los que se actúe (véase 2 Nefi 2:14)” (“La Expiación y el trayecto de la vida terrenal,” Liahona, abril de 2012, págs. 15–16).
Corazones que cambian
A medida que recurrimos al poder de nuestro Salvador Jesucristo para fortalecernos y sanarnos, Él puede cambiar nuestro corazón.
El élder Jeffrey R. Holland compartió el siguiente relato:
“[Hablo] de un joven que entró digno en el campo misional pero por su propia elección volvió antes de tiempo debido a su atracción hacia personas del mismo sexo y a un trauma que había tenido a causa de ello. Aún era digno, pero cuestionaba seriamente su fe, su carga emocional aumentó y su dolor espiritual se hacía más y más profundo. Sus sentimientos variaban entre lastimado, confundido, enojado y desconsolado.
“Su presidente de misión, su presidente de estaca y su obispo pasaron incontables horas averiguando, llorando y dándole bendiciones para ayudarle; pero gran parte de su herida era tan personal que al menos una parte de ella no se la reveló. El amado padre de esta historia hizo su mayor esfuerzo por ayudar a su hijo, pero, debido a las exigencias de su trabajo, a menudo esas largas noches las afrontaban solamente el muchacho y su madre. Día y noche, primero por semanas, luego por meses que se convirtieron en años, procuraron sanar juntos. A través de períodos de amargura (mayormente de él, pero a veces de ella) y de temor interminable (mayormente de ella, pero a veces de él), ella sostuvo —nuevamente esa hermosa y onerosa palabra— a su hijo testificándole del poder de Dios, de Su evangelio, de Su Iglesia, pero especialmente de Su amor por él. Al mismo tiempo, le testificó del amor incondicional, inflexible e imperecedero que ella sentía por él. Para unir esos dos absolutamente cruciales y esenciales pilares de su vida —el evangelio de Jesucristo y su familia— ella derramaba incesantemente su alma en oración. Ayunaba y lloraba, lloraba y ayunaba, y luego escuchaba y escuchaba mientras su hijo le decía reiteradamente del dolor que él sentía. Así, ella lo sostuvo —nuevamente— pero esta vez no por nueve meses; esta vez ella pensó que la labor para sobrellevar la severa tribulación espiritual de él se extendería para siempre.
“No obstante, con la gracia de Dios, la tenacidad de ella y la ayuda de varios líderes de la Iglesia, amigos, familiares y profesionales, esta insistente madre ha visto a su hijo regresar a la tierra prometida. Con tristeza reconocemos que esa bendición no la reciben, o al menos no la han recibido todavía, todos los padres que sufren debido a una gran variedad de circunstancias de sus hijos, pero en esta historia hubo esperanza. Debo añadir que la orientación sexual de este joven no cambió de forma milagrosa, nadie supuso que sería así. Pero poco a poco, su corazón cambió” (véase “He ahí tu madre”, Liahona, noviembre de 2015, pág. 49).