¿Te impide progresar tu pasado?
El Salvador ya pagó el precio. Toma Su mano y sigue avanzando.
Hace un tiempo, el obispo invitó a nuestro barrio a pensar en alguna debilidad o pecado que pudiéramos dejar, en sentido figurado, ante la mesa sacramental, a fin de que Jesucristo lo tomara. Hay pecados que he cargado durante mi vida de joven adulto que he tratado de superar pero que no he podido vencer mediante la oración ni mi propia fuerza de voluntad. Pese a mi progreso en el transcurso de los años, sabía que necesitaba superarlos para seguir progresando.
El domingo después del desafío del obispo, decidí que dejaría solo uno de mis pecados ante la mesa sacramental, que es una representación física del Salvador y de Su sacrificio expiatorio. Al prepararme para tomar la Santa Cena, recordé que el lienzo que la cubría representaba Su sudario, y que el pan y el agua representaban Su cuerpo y Su sangre.
Con sinceridad y con íntegro propósito de corazón, renové mis convenios bautismales e hice una oración en mi corazón, suplicando la ayuda del Padre Celestial y haciendo un compromiso de dejar ese pecado atrás. Entonces sucedió algo que nunca esperé: el deseo que tenía de pecar me abandonó por completo. Lo intenté algunas veces más, y lo mismo sucedió con otros pecados. ¿Era esto demasiado bueno para ser verdad?
Alinear mi voluntad con la de Él
La siguiente semana, sabía cuál pecado deseaba dejar ante la mesa sacramental, pero no me sentía listo para abandonarlo. En retrospectiva, me doy cuenta de que mi corazón no estaba donde debía. No estaba siendo lo suficientemente sincero como para comprometerme a cambiar, pero me di cuenta de lo mucho que ese pecado lastimaba al Padre Celestial. Sabía que necesitaba alinear mi voluntad con la de Él y centrar mi vida a Su alrededor para llegar a ser liberado, así que hice mi mejor esfuerzo por hacerlo realidad.
Evité toda tentación que pudiera llevar a ese pecado. Cambié la forma en que leía las Escrituras todos los días y realmente las medité y las puse en práctica en mi vida. Me concentré en ser sincero en mi compromiso de cambiar, y todos los días procuré buscar la voluntad del Señor en vez de la mía. Lo puse a Él en primer plano porque sabía que no podría dejar ese pecado atrás sin el poder de la expiación del Salvador. Al seguir poniéndolo a Él en primer lugar, pude dejar ese pecado ante la mesa sacramental. Finalmente me libré de algo que me había impedido progresar por tantos años.
Mediante ese proceso, me acerqué más a mi Padre Celestial y a mi Salvador. Los imaginé viéndome todos esos años con paciencia y amor, sabiendo que, con el tiempo, abandonaría los pecados que impedían mi progreso espiritual. Cuando estuviera listo para abandonarlos, Jesucristo estaría allí para levantarme, para tomarme de la mano y concederme perdón y fuerza. Él ya proporcionó la forma para que yo me libere de mis pecados por medio de Su expiación; Él pagó el precio por mis debilidades, errores y pecados. Solo necesitaba confiar en Él.
Puedes avanzar
Durante ese tiempo, leí unas palabras del élder Richard G. Scott (1928–2015), del Cuórum de los Doce Apóstoles, que me dieron el pequeño empujón que necesitaba: “Si su vida no está en orden y se sienten incómodos e indignos […], no se preocupen; Él ya lo sabe, y está esperando a que se arrodillen humildemente y den los primeros pasos. Pidan fortaleza en oración […]; pidan que el amor del Salvador se derrame en su corazón”1.
Cuando la semana siguiente cantamos “Asombro me da” (mi himno favorito), cada palabra sonó cierta; realmente me asombró que las cosas con las que había luchado por más de una década me fueron quitadas. Me asombró que mediante el poder de la expiación del Salvador pudiera seguir adelante; que Él puede sanar todos los pecados y las heridas y no dejar rastro de ellos; que no era necesario que mi pasado me impidiera progresar.
Todavía tengo mucho que aprender y superar, pero mi vida lleva un curso ascendente. Siento más gozo y paz; expreso más agradecimiento; me estoy acercando más al Padre Celestial y al Salvador, y estoy fortaleciendo mi testimonio de Ellos. Cada día que decido intentarlo de nuevo, doy un paso que me acerca más a Ellos y a la persona que saben que puedo ser.