Utilizar el nombre completo de la Iglesia fue incómodo, pero valió la pena
Seguir la instrucción del profeta parecía sencillo, pero resultó requerir más esfuerzo de lo que esperaba.
Cuando el presidente Nelson habló de utilizar el nombre correcto de la Iglesia en la Conferencia General de octubre de 2018, su mensaje fue muy claro para mí: “Es el mandamiento del Señor […].
“Quitar el nombre del Señor de la Iglesia del Señor es una gran victoria de Satanás” (“El nombre correcto de la Iglesia”, Liahona, noviembre de 2018, págs. 87, 88).
Me di cuenta de que era necesario reconsiderar cómo plantearía las conversaciones con los que me rodeaban, incluso ciertos clientes en mi trabajo que se habían acostumbrado a llamarme “mormón” y miembro de la “Iglesia mormona”.
Comprometido a utilizar el nombre completo de la Iglesia, esperé la siguiente oportunidad para declarar mi condición de miembro de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. Efectivamente, la oportunidad llegó, nuevamente en el contexto de los negocios. “Ustedes los mormones son personas muy amables”, me dijo un posible cliente. “Gracias”, le respondí. “Como miembros de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, creemos que todos somos hermanos y hermanas”. La conversación entonces continuó con él y todos los demás hablando de la amabilidad de los “mormones”.
Aun cuando había cumplido con mi parte de decir el nombre completo de la Iglesia, seguía sintiendo que algo no estaba bien. Mis amigos y colegas me seguían considerando como parte de la “Iglesia mormona” y no necesariamente como un seguidor de Cristo, y mucho menos como miembro de la Iglesia restaurada de Cristo.
¿Valía la pena la molestia?
Durante las siguientes interacciones sobre mi religión, perdí el ánimo a causa de la incomodidad de decir el nombre largo y completo de la Iglesia varias veces en la misma conversación. Todas las personas con las que hablaba parecían tener expresiones extrañas, y la conversión seguía centrada en los “mormones”.
Traté de hacer que mis interacciones fueran un poco más naturales, pero eso resultó ser mucho más difícil de lo que esperaba, particularmente con personas a las que no deseaba ofender. No quería ser tímido ni autocomplaciente en cuanto a vivir mi religión, pero tampoco quería dar la impresión de ser exigente, ya que muchas de esas personas anteriormente me habían llamado “mormón” y yo lo había aceptado. También escuché a muchos miembros de la Iglesia seguir refiriéndose a sí mismos y a otros miembros de la Iglesia como “mormones” en diversas reuniones y otras situaciones.
Empecé a preguntarme si, desde una perspectiva más amplia, utilizar el nombre completo de la Iglesia realmente fuese tan importante. La etiqueta de “mormón”, después de todo, es bastante positiva en la mente de muchas personas; ser “mormón” a menudo había sido una ventaja para mí. Sin embargo, al volver a repasar el discurso del presidente Nelson, tuve la impresión de que efectivamente es así de importante, aun cuando causara algo de incomodidad en las conversaciones. De modo que volví a hacer el compromiso.
La oportunidad de testificar de Cristo
La próxima vez que tuve que utilizar el nombre completo de la Iglesia, estaba visitando a un amigo en una iglesia de otra religión. Alguien se me acercó y con una gran sonrisa me preguntó si era mormón. “Sí, soy miembro de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días”, le dije. Comenzó a hacerme varias preguntas, cada una de las cuales comenzaba con: “La Iglesia mormona cree en…?”, y cada vez comencé mi respuesta con la frase: “En la Iglesia restaurada de Cristo, creemos…”.
La conversación continuó de esa manera cuatro o cinco veces. Cuando observó que yo no aceptaba el título de “mormón”, me hizo la pregunta directa: “¿Qué no eres mormón?”.
Le pregunté si sabía quién era Mormón. No lo sabía. Le dije que Mormón había sido un profeta, historiador, general militar y figura política en la antigua América. Me siento honrado de que se me relacione con un hombre que fue tan dedicado al servicio a Dios y a los demás.
“Pero”, continué, “Mormón no murió por mis pecados. Mormón no derramó su sangre por mí ni sufrió en Getsemaní ni murió en la cruz. Mormón no es mi Dios; Jesucristo es mi Dios y mi Salvador; es mi Redentor, y es por Su nombre que quiero que se me conozca en el postrer día, y es por Su nombre que me gustaría que se me conociera el día de hoy”.
Sentí la convicción del Espíritu que me apoyaba en ese breve testimonio a mi nuevo conocido. Después de algunos segundos de silencio, dijo: “Entonces, ¿eres cristiano?”.
“Sí, soy cristiano”, le respondí, “y miembro de la Iglesia restaurada de Cristo”.
Tratar de seguir la instrucción del profeta parecía sencillo, pero resultó requerir más esfuerzo de lo que esperaba. Todavía no soy perfecto en seguir todo lo que se me pide, pero ahora cada vez me aseguro de usar el nombre completo de la Iglesia.
Estoy agradecido por el Espíritu que siento cuando tengo la oportunidad de testificar a los demás en cuanto a mi Salvador y mi condición de miembro en Su Iglesia, y ahora tengo una gran manera de testificar de forma natural de Él y de Su Iglesia restaurada cuando se me pregunta si soy “mormón”.