“¿Cómo puedo sentir paz cuando la Navidad parece abrumadora?”, Liahona, diciembre de 2023.
Jóvenes adultos
¿Cómo puedo sentir paz cuando la Navidad parece abrumadora?
La temporada navideña podría ser abrumadora, pero hallar pequeñas maneras de centrarse en Cristo trae paz y gozo.
La Navidad debería ser un tiempo de gozo, amor y paz, pero nuestras circunstancias no siempre hacen que sea fácil. Pasé dos Navidades en la misión en Brasil, lejos de mi familia y en una cultura que me era poco familiar. Esas épocas navideñas tuvieron sus buenos momentos, pero fueron las primeras veces que sentí algunas emociones negativas durante dicha temporada, más específicamente, desánimo y nostalgia.
Después de regresar de la misión, la temporada navideña aún no se sentía tan agradable como antes, cuando era más joven. Conforme pasaba el tiempo y tenía más responsabilidades, a menudo me sentía demasiado abrumada por el ajetreo de la temporada como para celebrar la Navidad de la manera que esperaba. Aunque quería relajarme en casa, dedicar tiempo a servir a los demás o disfrutar de las festividades con mis seres queridos, tenía que pasar la mayor parte del mes de diciembre trabajando, tratando de cumplir con compromisos sociales, comprando regalos y estudiando para los exámenes finales de la universidad.
También sé de muchas otras personas que pasan la temporada navideña sintiendo pesar por la pérdida de un ser querido, por vivir lejos de casa, por afrontar relaciones personales difíciles, o por sentirse particularmente solas en esta época del año.
Sin embargo, al considerar las prisas y el ajetreo de la temporada, me he preguntado: ¿Querría Cristo que una festividad que se centra en Él nos ocasione estrés, desesperanza y agotamiento?
Creo que, si Jesucristo estuviera aquí, Él nos haría sentir paz y esperanza durante la época navideña. Después de todo, Él nació para ayudarnos a sentir precisamente esas cosas. Vino a la tierra para ayudarnos a afrontar y a superar nuestros desafíos.
Como enseñó el élder Neil L. Andersen, del Cuórum de los Doce Apóstoles: “Doy testimonio de que, mientras seamos justos, todas nuestras lágrimas de pesar, dificultades e incertidumbre serán compensadas y satisfechas en Él, el Hijo Amado de Dios”1.
A pesar de nuestros desafíos, las listas de cosas por hacer y el estrés que se intensifican en esta época del año, nuestra vida puede simplificarse y nuestras angustias pueden sanar si nos centramos en el motivo de la Navidad: nuestro Salvador, Jesucristo.
El sencillo mensaje de luz y amor
Cada año, desde que era niña, mi familia ha leído el relato del Nuevo Testamento del nacimiento de Cristo a la luz de las velas en Nochebuena.
Cada uno de nosotros recibe varios versículos de las Escrituras en tiras de papel y sostiene una vela larga, pero solo la primera persona que lee en voz alta enciende su vela. Esa pequeña llama es la única luz que hay en el cuarto cuando la persona comienza a leer en el primer capítulo de Lucas:
“Y al sexto mes, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret,
“a una virgen desposada con un varón que se llamaba José, de la casa de David; y el nombre de la virgen era María.
“Y entrando el ángel a donde ella estaba, dijo: ¡Salve, muy favorecida! El Señor es contigo; bendita tú entre las mujeres” (Lucas 1:26–28).
Después de que la primera persona lee esos versículos, utiliza su vela para encender la vela de la siguiente persona. Quien leyó primero sopla la llama de su vela para apagarla y el relato continúa:
“Y he aquí, concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y llamarás su nombre JESÚS” (Lucas 1:31).
“Y dio a luz a su hijo primogénito, y lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no había lugar para ellos en el mesón” (Lucas 2:7).
El relato del nacimiento de Cristo prosigue de ese modo y de manera reverente, persona por persona y vela por vela. Al final de la lectura de esos pasajes de las Escrituras, el Espíritu y los destellos de luz llenan el cuarto oscuro.
Incluso cuando era niña y apenas entendía el lenguaje del Nuevo Testamento, siempre me encantó la tradición de mi familia de leer sobre el nacimiento de Cristo a la luz de las velas. Esa sencilla tradición continúa mostrándome que no necesitamos eventos extravagantes en esta época del año para crear entrañables recuerdos de Navidad ni para fortalecer nuestro testimonio del Salvador.
Cuando mantenemos a Jesucristo y a Sus sencillos mensajes de luz y amor en el centro de nuestra vida, todas las demás preocupaciones y responsabilidades se acomodan en su debido lugar.
¿Me estoy centrando en Cristo?
Me encanta la Navidad y todas las festividades relacionadas con ella: las tradiciones, las decoraciones, la comida y la música. En particular, me encanta que la Navidad se centre en el Salvador. Sin embargo, casi todos los años, al recordar la festividad pasada, siento un poco de desilusión. La vida es demasiado ajetreada como para vivir mi sueño de dedicar todo un mes únicamente a las celebraciones de Navidad.
En mis esfuerzos por lograr una gozosa festividad, a menudo me sobrecargo y me centro más en los detalles sin importancia que en mi relación con el Salvador, pero he aprendido que lo más importante es dedicar tiempo a pequeños hábitos centrados en Cristo. En lugar de sentirnos presionados a decir sí a cada evento social o a buscar los regalos perfectos, podemos centrarnos en hacer el bien y en dedicarle tiempo a Él cada día. También podemos reconocer nuestros esfuerzos por compartir e invitar Su luz, aun cuando parezcan pequeños.
El élder Dieter F. Uchtdorf, del Cuórum de los Doce Apóstoles, ha hablado acerca de simplificar nuestra vida para centrarnos en el Salvador. Él dijo: “A medida que procuramos purificar nuestra vida y miramos hacia Cristo en todo pensamiento [véase Doctrina y Convenios 6:36], todo lo demás comienza a alinearse, y la vida ya no parece ser una lista larga de esfuerzos aislados que se mantienen en un equilibrio tenue […].
“Cuando contemplamos nuestra vida y vemos cien cosas para hacer, nos sentimos abrumados. Cuando vemos una sola cosa —amar y servir a Dios y a Sus hijos, de cien maneras diferentes—, entonces podemos trabajar en esas cosas con gozo”2.
Siempre que siento las abrumadoras emociones que a veces acompañan a la época navideña, me recuerdo a mí misma que si me centro en Cristo, entonces lo que hago es suficiente.
Los judíos del Nuevo Testamento tal vez esperaban que su Salvador viniera a la tierra de alguna manera imponente, pero en vez de ello, vino al mundo a merced de la intemperie y entre animales. No descansó en un trono, sino en un pesebre. El nacimiento y la vida de Jesucristo son excelentes ejemplos de la sencillez y la humildad que podemos invitar a nuestra vida, en particular, en esta época del año.
Mi familia continúa la tradición de leer sobre el nacimiento de Cristo a la luz de las velas cada año. Un diciembre en el que me sentía estresada por los exámenes finales de la escuela, pensé que había perdido la oportunidad de disfrutar de la época navideña. Sin embargo, fue esa sencilla tradición lo que me hizo sentir edificada, satisfecha y agradecida. Recordar el nacimiento de Cristo me brindó más satisfacción que cualquier regalo que haya recibido o cualquier decoración que haya colocado ese año.
Nuestro mayor don
Cuando la vida se sienta agobiante u oscura, en especial en la ajetreada época navideña, recordemos que Cristo es la única fuente de luz que perdura. Tal como Él dijo: “Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida” (Juan 8:12).
Recientemente, he pasado los días de diciembre estresándome por acontecimientos sociales, preocupándome por mi situación económica y observando cómo mis familiares extrañan a los seres queridos que han fallecido. No obstante, también he dedicado tiempo a orar con gratitud por mis muchas bendiciones. Me he esforzado más por servir como Cristo lo hizo. He pasado muchos momentos recordando la forma en que Dios me ha cuidado en el pasado y sé que puedo confiar en Él sin importar las circunstancias en que me encuentre. Una vez más, mi familia leyó sobre el nacimiento de Cristo a la luz de las velas, y recordé Su amor y paz.
Si lo buscamos a Él por encima de todo en esta época del año —en los símbolos de la Navidad, en las festividades en las que participemos, en los regalos que compremos y en el servicio que prestemos—, lo encontraremos (véase Mateo 7:8). Su influencia y Espíritu están a nuestro alcance no solo durante la época navideña, sino siempre.
En palabras del élder José A. Teixeira, de los Setenta: “Gracias a que Él vino, nuestra existencia tiene sentido. Gracias a que Él vino, hay esperanza. Él es el Salvador del mundo y Él es nuestro mayor don”3.
Independientemente de lo que afrontemos, todos podemos invitar a nuestra vida la esperanza, la paz, el consuelo y el gozo que promete el Salvador.