Pioneros en toda tierra
Augusto Lim
Primera Autoridad General de Filipinas
Augusto seguía pensando en la pregunta de su hija.
Era una hermosa mañana de domingo. Augusto se había sentado en el porche para disfrutar del sol. Su hija, Mylene, se subió a su regazo.
“Tatay (papi)”, dijo, “¿por qué no vamos a la iglesia como mis amigos?”.
Augusto no estaba seguro de qué decir.
“Bueno”, dijo finalmente, “tu mamá y yo fuimos a diferentes iglesias antes de casarnos, pero luego dejamos de hacerlo. Sin embargo, todavía creemos en Dios y estudiamos la Biblia”.
Mylene asintió. Pero Augusto seguía pensando en su pregunta. Tal vez necesitaba llevar a su familia a la iglesia.
Augusto decidió orar. “Si quieres que sirva en una iglesia o haga algo por Ti, házmelo saber”, le dijo al Padre Celestial.
Unos días después, alguien llamó a la puerta. Eran dos jóvenes con camisas blancas y placas de identificación negras. Dijeron que eran de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días.
Augusto tenía muchas preguntas para ellos. Durante nueve meses, los escuchó enseñar. Al final, decidió bautizarse. Le prometió a Dios que siempre haría todo lo posible por obedecer y por ayudar a los demás. Su esposa, Myrna, se bautizó un mes después. ¡Y la pequeña Mylene estaba feliz de ir a la Iglesia!
Augusto y su familia ayudaron a la Iglesia a crecer. Ayudaron a construir la primera capilla de la Iglesia en Filipinas. Augusto también sirvió como presidente de rama varias veces. A pesar de que fue difícil, Augusto recordó la promesa que hizo en su bautismo de dar lo mejor de sí.
Pasaron los años. La familia de Augusto creció, y la Iglesia también. Cuando se organizó la primera estaca en Filipinas, Augusto fue el presidente de estaca. Mylene creció y se casó en el templo, así como los otros hijos de Augusto. Algunos también sirvieron en misiones.
Con el tiempo, Augusto fue llamado a ser presidente de misión en Filipinas. Ayudó a los misioneros a tener fe y a compartir el Evangelio, igual que los misioneros que le enseñaron a él.
Un día, Augusto recibió una llamada telefónica del profeta. Le pidió a Augusto que sirviera como Autoridad General. Eso significaba que Augusto enseñaría a otros líderes de la Iglesia. ¡También significaba que daría un discurso en la conferencia general!
Cuando le llegó su turno, Augusto subió al púlpito; respiró profundamente. Habló de los miembros fieles de Filipinas; habló de los misioneros que se esforzaban tanto, y compartió su testimonio del amor de Dios.
Al volver a sentarse, Augusto se sintió feliz. Sabía que nuestro Padre Celestial lo había ayudado a cumplir la promesa que hizo al bautizarse. Y no importaba lo que sucediera, Augusto sabía que mantendría esa promesa por el resto de su vida.