De amigo a amigo
El ascensor del arrepentimiento
Cuando tenía once años, mi familia vivía en un edificio de doce pisos en Hong Kong. Cada día, después de la escuela, corría al edificio y subía en ascensor [elevador] a nuestro apartamento.
Un día entré en el ascensor y pulsé todos los botones para que se iluminaran. Así el ascensor pararía en cada piso. Las puertas comenzaron a cerrarse pero, de pronto, una mano se interpuso y abrió las puertas. Era una de mis vecinas de arriba. No dijo nada en cuanto a los botones, pero yo estaba nervioso. ¡Me pareció que tardé siglos en llegar a casa!
En efecto, el ascensor se detuvo en el siguiente piso, hubo una pausa y siguió subiendo. Tan pronto como las puertas se abrieron en mi piso, salí corriendo. ¡Llegué a casa sudando por haber corrido tan rápido!
Poco después de llegar a casa, sonó el teléfono. Era la vecina del ascensor. Me puse muy nervioso mientras esperaba que mi mamá acabara de hablar por teléfono.
Cuando colgó, mi mamá preguntó: “¿Pulsaste todos los botones del ascensor?”.
No podía mentir a mi madre. “Sí”, respondí.
Mi madre sonrió. “Está bien, vamos arriba a hablar con nuestra vecina”.
Subimos juntos al piso de arriba. Toqué el timbre y mi vecina salió a la puerta. Con la cabeza gacha, me disculpé por haber pulsado todos los botones y prometí que no volvería a hacerlo.
Nuestra vecina fue amable. Ella dijo: “Siempre y cuando nunca vuelvas a hacerlo, a mí me parece bien”.
Después de disculparme con ella me sentí bien, y nunca volví a pulsar todos los botones del ascensor.
Esa experiencia me ayudó a aprender acerca del arrepentimiento. Sabía que había hecho algo malo, sentí pesar y pedí perdón, y nunca volví a hacerlo. ¡Luego estaba feliz! El arrepentimiento también puede brindarles felicidad.