Miguel y la lombriz
A Miguel le gustaba ayudar a mamá en el huerto. Cubrió las pequeñas semillas con tierra y las regó con un poco de agua, pero no demasiada.
“Estás haciendo un buen trabajo”, dijo la mamá. “Pronto tendremos muchas cosas buenas para comer”.
Miguel sonrió; le gustaba ayudar.
Después de unos días, salieron brotes pequeños de la tierra. Miguel los regó y quitó las malas hierbas que crecían alrededor. Cada día, las plantas de vegetales crecían un poco más.
Un día, vio una lombriz; no sabía qué hacer. No quería dañarla, pero ¿iba la lombriz a dañar las plantas? Su familia obtenía la mayoría de sus alimentos del huerto.
“¡Mamá, mira!”, señaló la lombriz, que se movía en la tierra. “¿Dañará las plantas de vegetales?”.
Ella dijo que no y sonrió. “Las lombrices son buenas para el huerto”.
Miguel observó cómo la lombriz cavaba en el suelo. “¡Está haciendo agujeros en la tierra!”, dijo.
“Eso es lo que se supone que debe hacer; está rompiendo la tierra para que las raíces puedan fortalecerse. Es una de las criaturas del Padre Celestial y tiene su propio propósito especial”. Mamá besó a Miguel en la cabeza. “Igual que tú”.
Miguel se puso a cavar alrededor de las plantas con cuidado de no herir a la lombriz. Había otras lombrices y sonrió al verlas cavar sus túneles.
A Miguel le gustaban las lombrices. Quería tratar con respeto a todas las criaturas del Padre Celestial.