Confirmadas En La Fe
“Tenemos un conocimiento del que muchas carecen; en consecuencia, nos recordamos a nosotros mismas que nuestra obra no la dedicamos a lo trivial o a la diversión … mantenemos la resolución y la valentía de actuar de acuerdo con la convicción que hemos logrado a través de nuestro arduo trabajo.”
Ya regocijemos, porque como dice el himno, “ya no somos extranjeros”. Lo cantamos como una expresión de fe en Dios y (en especial esta noche Sus hijas son quienes lo cantan) por el conocimiento de que Cristo y Su pueblo siempre estarán unidos.
“… y justicia enviaré desde los cielos; y la verdad haré brotar de la tierra para testificar de mi Unigénito … y haré que la justicia y la verdad inunden la tierra … a fin de recoger a mis escogidos de las cuatro partes de la tierra a un lugar que yo prepararé… y se llamara Sión … (Moisés 7:62)
Aun cuando la Sión en la que todos caminan con Dios no esta ante nosotros todavía, el camino hacia Sión que se encuentra por medio de la fe en Jesucristo se halla delante de nosotras. Vivimos ante la evidencia de la promesa en las Escrituras de que la rectitud y la verdad están en la tierra y de que Cristo ha venido a hacer por nosotros lo que nosotros no podemos hacer por nosotros mismos.
Las mujeres de la Sociedad de Socorro reunidas aquí esta noche, y organizadas en muchos lugares de los cuatro cabos de la tierra, son parte de la evidencia de que la rectitud y la verdad están avanzando en el mundo debido a su fe en Jesucristo. Nuestro Salvador va ante nosotros y nos invita a tener una relación de convenio con El para ayudarnos a encontrar el camino. En Juan 15, versículo 10 leemos:”Si guardaréis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; así como yo he guardado los mandamientos de mi Padre, y permanezco en su amor”.
La naturaleza recíproca de nuestra relación con Dios es una verdad básica de esa relación. Cristo no retiene Su parte, y nosotros estamos aquí para aprender mejor la manera de ofrecer nuestra parte. Al entender y corresponder al amor de Su Padre, el Salvador obtuvo la fortaleza para hacer todo lo que se le mando. Luego vino esa promesa que puede ser nuestra cuando permanecemos en Cristo y dejamos que Sus palabras permanezcan en nosotras.
“Estas cosas os he hablado, para que mi gozo este en vosotros, y vuestro gozo sea cumplido.
“Este es mi mandamiento: Que os améis unos a otros, como yo os he amado” (Juan 15:11-12; cursiva agregada) .
Nuestro Padre Celestial y Su Hijo esperan que confiemos las unas en las otras y que nos relacionemos con amor y confianza siguiendo el ejemplo que Ellos nos han dado. Con tal motivo se han tomado todas las medidas para ayudarnos a encontrar la fortaleza que necesitamos.
“A algunos el Espíritu Santo da a saber que Jesucristo es el Hijo de Dios, y que fue crucificado por los pecados del mundo;
“a otros les es dado creer en las palabras de aquellos, para que también tengan vida eterna, si continúan fieles” (D. y C. 46:13-14).
Entonces, se nos promete que creceremos en forma espiritual al creer las palabras de aquellos que saben, aquellos cuya fe les ha dado la capacidad de perseverar y de avanzar. La fe es un poder en nosotras y nos da la habilidad de actuar. Muchas de nosotras hemos visto ejemplos de tal fe en nuestra vida, pero a menudo pasan inadvertidos. En 1839, Mary Fielding Smith, esposa de Hyrum Smith, le escribió una carta a su hermano, Joseph Fielding, la que tenemos en nuestros registros. Dicha carta muestra con claridad la naturaleza recíproca de nuestra relación con nuestros semejantes y con Dios, de la forma en que se enseña en las Escrituras:
“Querido hermano:
“Supongo que estarás enterado del encarcelamiento de mi querido esposo, quien fuera encarcelado con su hermano José, el elder Rigdon y otros; hace ya casi seis meses que nos los quitaron y supongo que nadie ha sentido mas que yo los dolorosos efectos de su confinamiento. Yo quede en un estado en el que se hizo necesario ejercer todas las fuerzas y la valentía que poseo. Un grupo armado me quito a mi esposo en un momento en que necesitaba, de manera especial, el bondadoso cariño y la atención de ese amigo. En cambio, inesperadamente, se me vino encima la responsabilidad del cuidado de una gran familia, y pocos días después se unió a ese numero mi pequeño Joseph F. Luego que naciera contraje una fuerte gripe que me dio escalofríos y fiebre y esto, además de la angustia que tuve que enfrentar, amenazo con llevarme hasta las puertas de la muerto. Estuve por lo menos cuatro meses imposibilitada para cuidarme a mi misma o a mi hijo, pero el Señor tuvo misericordia e hizo que mi querida hermana permaneciera conmigo. El hijo de ella tenía cinco meses cuando nació el mío, y tuvo la fortaleza para amamantar a ambos.
“También te habrás enterado de que se nos expulso, como pueblo, del estado [de Misuri] y de nuestros hogares, lo que sucedió mientras yo estaba enferma, así que me tuvieron que trasladar por mas de 300 kilómetros, la mayor parte del tiempo, en cama. En ese viaje sufrí mucho, pero tres o cuatro semanas después de nuestro arribo a Illinois empecé a mejorar. Hoy mi salud es tan buena como siempre … Ahora vivimos en Commerce, a orillas del gran río Misisipí. La situación es bastante cómoda y estoy segura de que te agradaría. Cuanto tiempo se nos permitirá disfrutar de ella, no lo se, pero el Señor sabe lo que es mejor para nosotros. No me preocupa mucho el lugar donde me encuentre si es que consigo mantener mi mente fija en Dios porque, como sabes, allí esta la paz perfecta. Creo que el Señor esta dirigiendo todas las cosas para nuestro beneficio. Supongo que nuestros enemigos nos miran con asombro y con desilusión” (Carol Cornwall Madsen, In Their Own Words, Women and the Story of Nauvoo, [1994], págs. 98-99).
Mary Fielding Smith reunió todos los recursos que estaban a su alcance para enfrentar los intensos eventos de su vida cotidiana. Aun cuando su conmovedora y explícita carta pueda ser rara, su experiencia con Dios no lo fue. Hoy día. a dondequiera que vaya, veo casos similares de dignidad de mujeres y de hombres en la Iglesia cuyas pruebas difieren en circunstancias pero que son similares en lo que hace a la valentía y en el esfuerzo que requieren.
El cuidado que Dios nos da ha hecho que, por revelación, El nos proporcionara no solo los medios para nuestra salvación, sino que también nos brindara los medios para que nos ayudemos las unas a las otras a cumplir con los requisitos que se necesitan para lograr esa salvación. La organización del Señor para las mujeres esta aquí para socorrer a los que nos necesitan. Esa obra tan importante requiere que entendamos que para Dios todas las cosas son espirituales (D. y C. 29:34). Como mujeres de la Iglesia, tenemos un conocimiento del que muchas carecen; en consecuencia, nos recordamos a nosotras mismas que nuestra obra no la dedicamos a lo trivial o a la diversión. Todas hemos sido bendecidas con las verdades que sentimos al entonar “Soy un hijo de Dios” (Himnos, 196) pero es preciso que recordemos en nuestro corazón que nuestras experiencias aquí en la tierra requieren también que seamos adultos de Dios. Nuevamente, las Escrituras ratifican la madurez que se requiere de nosotras: “Cuando yo era niño, hablaba como niño, pensaba como niño, juzgaba como niño; mas cuando ya fui [adulto] deje lo que era de niño” (1 Corintios 13:11). No deseamos que se pierda la docilidad infantil que nos permite ser enseñables; sino que mantenemos la resolución y la valentía de actuar de acuerdo con la convicción que hemos logrado a través de nuestro arduo trabajo.
Tenemos la oportunidad de servir en una época en la que muchos de nosotros están solos, o son adictos, son victimas del abuso o del abandono, buscan con sinceridad o llenos de fe. Las formas en que la Sociedad de Socorro puede enseñar y elevar se han establecido desde hace mucho tiempo, pero carecen de ímpetu sin los dones y las ofrendas individuales de cada mujer día tras día. Nuestros perseguidores externos tal vez sean muy diferentes a los de Mary Fielding Smith, pero son reales. Muchas piensan que están tratando de sobrevivir una avalancha de responsabilidades imperantes, a menudo solas; algunas lamentan la perdida de los lazos de la amistad con otras personas o de su sentido de orientación hacia el futuro. Tales sentimientos, y de hecho, todas las tribulaciones, son comunes a nuestra vida mortal; pero nos damos cuenta de que hay antídotos que surgen a medida que desarrollamos nuestra fe personal y la compartimos, y demostramos nuestra fe mediante las acciones.
A principios de este año me sentí sumamente emocionada al participar en una reunión en Lagos, Nigeria, en un edificio de cemento de paredes desnudas y un techo pesado y plano de metal. Las lideres de la Sociedad de Socorro y los asesores del sacerdocio habían estado reunidos en consejo por mas de dos horas. Habíamos estado trabajando juntos para encontrar las mejores formas de fortalecerlas en sus importantes llamamientos, para edificarlas en su fe y para ayudarlas a conquistar las tribulaciones que les rodeaban en esa gran ciudad.
Al terminar el himno final y decir amen a una sincera oración, un rugido de truenos llenó la habitación: había comenzado a llover. El aguacero sobre el tejado de metal hacia imposible que conversáramos. El agua había empezado a correr por las calles y salpicaba las puertas. Nuestras reuniones se habían programado para la tarde a fin de que la mayoría llegara a su hogar antes de que obscureciera. Ahora, mientras esperábamos sentados sin poder hacer nada debido al estruendo, era obvio que no sólo enfrentaban los peligros que se acrecentaban con la obscuridad, sino que estarían totalmente empapadas cuando llegaran a sus hogares. Pensé en Alma, agobiado por las tribulaciones (Alma 8:14–15) y luego recordé la bendición que recibió. Me sentí impresionada por un momento ante las condiciones similares que Alma tuvo en Ammoníah y los santos en Lagos, Nigeria. Un ángel le dijo en esa oportunidad a Alma: “Levanta la cabeza y regocíjate … pues has sido fiel en guardar los mandamientos de Dios, desde la ocasión en que recibiste de el tu primer mensaje”.
En aquella ruidosa habitación estaban aquellos que, tal como lo hizo Alma, irían con fe para enseñar y salvar a otros por el poder de su fe. Siendo que no dejaba de llover, se levantaron una por una, nos abrazamos, estrechamos nuestras manos con solemnidad y se marcharon. Habían sido afirmadas en su nuevo conocimiento de que el poder incomparable de Dios, Su misericordia y longanimidad evitarían que fuesen separadas y consignadas a un estado de interminable miseria y angustia (Véase Helamán 5:12). Tenían nuevo valor para enfrentar, con esperanza, su trayecto inmediato y su futuro eterno. Ellas también me infundieron valor.
Testifico que pertenecemos a Dios porque El es nuestro creador. La Expiación de Su Hijo nos garantiza la vida eterna a un gran costo debido a Su gran amor. Se que estas cosas son verdaderas. En el nombre de Jesucristo. Amén.