“Una Mano Extendida Para Rescatar”
“Que cada uno de nosotros … tome la resolución de buscar a aquellos que necesiten ayuda, que estén en circunstancias desesperantes o difíciles y que los levanten, con el espíritu de amor, hasta ser recibidos en los brazos de la Iglesia.”
Quisiera agregar unas pocas palabras para dar fin a esta hermosa conferencia general de la Iglesia.
Esta es una magnifica ocasión; el tiempo nos ha favorecido aquí, en Salt Lake City; esta es una bella estación del año, con las flores del otoño en toda su lozanía. Casi toda la cosecha ha sido recolectada y, en general, ha sido buena. Estamos agradecidos por las misericordias del Señor para con nosotros.
Nos hemos reunido en paz, con comodidad y a salvo en estos recintos sagrados de la Manzana del Templo que nuestros antepasados edificaron tan bien, a fin de que estuviéramos cómodos.
Hemos tenido una transmisión de la conferencia sin precedentes con la cual hemos llegado mas allá de los océanos y los continentes a gente que vive a lo largo y a lo ancho de este mundo.
Aunque nos hallamos a gran distancia de algunos de ustedes, sentimos su afecto fraternal y les expresamos nuestra mas alta estima.
Lo mas importante es que hemos disfrutado de una notable y extraordinaria abundancia del Espíritu del Señor Las Autoridades Generales y las hermanas nos han dirigido la palabra y hemos sido bendecidos por sus mensajes.
Espero que recordemos durante mucho tiempo lo que hemos escuchado. Espero que dediquemos tiempo para leer los discursos que se imprimirán en la revista Liahona. Espero que cada uno de nosotros se haya conmovido personalmente con algo de lo que se haya dicho y, como resultado, que haga un cambio en algún aspecto impropio de su conducta o actitud.
Como nos lo ha hecho recordar el elder Ballard, este es un año en el que celebramos un aniversario’, y el año que viene celebraremos otro aniversario especial: la llegada de los pioneros mormones al Valle del Lago Salado en 1847. Habrá entonces una gran celebración; habrá mucho para conmemorar y será beneficioso el hacerlo. A todos nos hace bien que se nos recuerde el pasado. La historia nos otorga el conocimiento que evita que repitamos errores y nos da una base en la que se puede edificar el futuro.
Estos son días para recordar y para celebrar el pasado. Son días de aniversario.
Me viene a la memoria lo que sucedió en el Tabernáculo, hace hoy ciento cuarenta años, también un día domingo. Hace unos años lo relate desde este púlpito, pero quiero mencionarlo de nuevo a la conclusión de esta conferencia.
Remontémonos en el tiempo y lleguemos hasta la Conferencia General de octubre de 1856. Franklin D. Richards y un grupo de colegas llegaron al valle el sábado de dicha conferencia; habían viajado desde Winter Quarters llevando carretas livianas y yuntas fuertes, y habían podido hacer el recorrido rápidamente. Apenas llego, el hermano Richards fue a hablar con el presidente Young para informarle que había cientos de hombres, mujeres y niños dispersados en la larga ruta que iba desde Scotts Bluff hasta este valle, la mayoría de ellos se encontraba tirando carros de mano; iban acompañados de dos caravanas de carromatos, los que tenían la asignación de ayudarles; habían llegado a la región del ultimo paso del río North Platte. Por delante les que. daba una parte en que la ruta iba en subida en todo su recorrido hasta la División Continental, y después de eso faltaban muchos kilómetros mas. Se hallaban en una situación desesperante. En ese año, el invierno había empezado mas temprano y las ventiscas de nieve azotaban las tierras altas del Oeste de los estados de Nebraska y Wyoming. Nuestra gente estaba hambrienta, los carros y los carromatos se les rompían continuamente y los bueyes se les morían; la gente misma se estaba muriendo y, a menos que los rescataran, todos ellos iban a perecer.
Pienso que el presidente Young no debe de haber dormido durante esa noche; creo que le habrán venido a la mente visiones de aquellas desgraciadas personas que estaban congelándose y muriendo.
A la mañana siguiente vino al Tabernáculo, se puso de pie y dijo:
“Ahora daré a este pueblo el tema y el texto al que se referirán los élderes cuando hablen … y es este … muchos de nuestros hermanos y hermanas están en las planicies con carros de mano, muchos quizás a mas de 1.100 kilómetros de este lugar, y es preciso traerlos aquí; tenemos que enviarles socorro. El tema es ‘Hay que traerlos aquí’ …
“Esta es mi religión; esto es lo que dicta el Espíritu Santo que esta conmigo: que salvemos a esa gente …
“En este día. les pido a los obispos, y no voy a esperar hasta mañana ni hasta el día siguiente, que consigan sesenta yuntas de buenas mulas y doce o quince carromatos … No quiero mandar bueyes, sino buenos caballos y mulas; se pueden encontrar en este territorio y es imprescindible conseguirlos. Además, doce toneladas de harina y cuarenta carreteros buenos, aparte de los que llevarán las yuntas de animales …
“Os diré que toda vuestra fe, vuestra religión, vuestras declaraciones religiosas no salvaran ni una sola de vuestras almas en el Reino Celestial de nuestro Dios, a menos que pongáis en practica estos principios que os enseño; Id y traed a esa gente que se encuentra en las planicies” (LeRoy R. Hafen y Ann W. Hafen, Handcarts to Zion [1960], págs. 120121).
Esa misma tarde las mujeres reunieron alimentos, frazadas y ropa en grandes cantidades.
A la mañana siguiente, se herraron los caballos; además, se repararon las carretas y se colocó la carga en ellas.
Al día siguiente, martes por la mañana, dieciséis yuntas de mulas salieron con dirección al Este; hacia fines de octubre doscientas cincuenta yuntas se dirigían a prestar socorro.
Mis hermanos y hermanas, desde este púlpito se han predicado hermosos discursos, pero ninguno tan elocuente como el que pronunció el presidente Young en esas circunstancias.
El año que viene se repetirán una y otra vez los relatos de aquellos afligidos miembros, de las penurias y la muerte que muchos sufrieron. También deben repetirse una y otra vez los relatos de sus rescates, pues hablan de la esencia misma del Evangelio de Jesucristo.
Me siento agradecido porque aquellos días de pioneros son parte del pasado; agradezco el hecho de que no tengamos hermanos atascados en la nieve, congelándose y muriendo mientras se esfuerzan por llegar hasta esta, su Sión en las montañas. Pero hay personas, y no son pocas, cuyas circunstancias son desesperantes, que claman por ayuda y alivio.
En el mundo hay tantas personas hambrientas y desvalidas que necesitan ayuda.
Agradezco la oportunidad de decir que estamos ayudando a muchos que no son de nuestra fe cuyas carencias son severas y a quienes podemos ayudar debido a que tenemos los recursos para hacerlo. Sin embargo, no tenemos por que ir muy lejos; tenemos algunos de los nuestros que claman de dolor y de sufrimiento, de soledad y de temor. Tenemos la solemne y gran obligación de extenderles la mano y ayudarles, de levantarles, de alimentarles si tienen hambre, de nutrir su espíritu si tienen sed de la verdad y de la rectitud.
Existen tantos jóvenes que andan sin rumbo y recorren el trágico camino de las drogas, las pandillas, la inmoralidad y todos los demás problemas que estos traen aparejados. Hay viudas que ansían escuchar una voz amiga y ser recipientes de esa actitud de interés real que habla del amor. Además, están aquellos que una vez fueron fervientes en la fe, una fe que ahora se ha enfriado; muchos de ellos querrían volver pero no saben cómo y necesitan manos amigas que se extiendan hacia ellos. Con un poco de esfuerzo seria posible traer a muchos para que se deleitaran otra vez en la mesa del Señor.
Mis hermanos y hermanas, ruego que cada uno de nosotros, después de haber participado en esta grandiosa conferencia, tome la resolución de buscar a aquellos que necesiten ayuda, que estén en circunstancias desesperantes o difíciles y que los levanten, con el espíritu de amor, hasta ser recibidos en los brazos de la Iglesia, donde habrá manos fuertes y corazones tiernos que los reanimen, los consuelen, los sostengan y los encaminen hacia una vida feliz y productiva.
Dejo con ustedes, mis amados amigos, mis compañeros en esta gran labor, mi testimonio de la veracidad de esta obra, la obra del Todopoderoso, la obra del Redentor de la humanidad. Les dejo mi amor y mi bendición, en el nombre de Jesucristo . Amén.