“Las Cosas Apacibles Del Reino”
“La paz y las alegres nuevas … se encuentran entre las mas grandes bendiciones que el Evangelio de Jesucristo brinda a un mundo atribulado.”
Nos acercamos al final de otra maravillosa conferencia general de la Iglesia. Hemos sido bendecidos con oraciones sinceras, música magnifica y enseñanzas verdaderamente inspiradas.
En unos minutos, como conclusión, escucharemos el consejo de nuestro Profeta viviente y Presidente de la Iglesia, Gordon B. Hinckley. La conferencia general de esta Iglesia es una ocasión extraordinaria: es una declaración institucional de que los cielos están abiertos; de que la guía divina es tan real en la actualidad como lo fue para la antigua casa de Israel; de que Dios, nuestro Padre Celestial, nos ama y nos comunica Su voluntad por medio de un Profeta viviente.
El gran profeta Isaías vio tales momentos y predijo esta misma situación en la que nos encontramos:
“Acontecerá en lo postrero de los tiempos, que será confirmado el monte de la casa de Jehová como cabeza de los montes, y será exaltado sobre los collados, y correrán a el todas las naciones.
“Y vendrán muchos pueblos, y dirán: Venid, y subamos al monte de Jehová, a la casa del Dios de Jacob; y nos enseñará sus caminos, y caminaremos por sus sendas. Porque de Sión saldrá la ley, y de Jerusalén la palabra de Jehová …”1
De esa consoladora dirección en los Últimos Días, e incluso de su divina fuente, Isaías continua diciendo: “¡Cuan hermosos son sobre los montes los pies del que trae alegres nuevas, del que anuncia la paz!”2
La paz y las alegres nuevas; las alegres nuevas y la paz. Esas se encuentran entre las mas grandes bendiciones que el Evangelio de Jesucristo brinda a un mundo atribulado y a las personas con inquietudes que viven en el; son soluciones a los desafíos personales y a los pecados humanos; son una fuente de fortaleza para los días de agotamiento y para las horas de genuina desesperación. Todo lo que se ha expresado en esta conferencia general así como lo que expresa La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días que la convoca proclaman que es el mismo Hijo Unigénito de Dios quien nos da esa ayuda y esperanza. Esa seguridad es “constante cual firmes montañas”3. El profeta Abinadí, del Libro de Mormón, lo aclaró al variar un poco la exclamación de Isaías:
“¡Cuan hermosos son sobre las montañas los pies de aquel que trae buenas nuevas, que es el fundador de la paz, si, el Señor, que ha redimido a su pueblo; si, aquel que ha concedido la salvación a su pueblo!4”
Por último, es Cristo el que es hermoso sobre las montañas, y son Su misericordiosa promesa de paz en el mundo, así como Sus alegres nuevas de “vida eterna en el mundo venidero”5, las que nos hacen caer a Sus pies, llamar su nombre bendito y darle gracias por la restauración de Su Iglesia verdadera y viviente.
La búsqueda de la paz es una de las búsquedas mas fundamentales del alma humana.
Todos tenemos altibajos, pero esos momentos vienen y por lo general se van. Nuestros amables vecinos nos ayudan, y con el hermoso sol llega el animo. Generalmente una buena noche de descanso hace maravillas, pero en la vida de todo ser humano hay ocasiones en que un profundo pesar, o sufrimiento, o temor o soledad nos hacen suplicar la paz que sólo Dios puede dar. Estos son momentos de intensa hambre espiritual cuando ni los amigos mas íntimos nos pueden dar toda la ayuda que necesitemos.
Entre la vasta congregación de esta conferencia, o en su barrio, en su estaca o en su propio hogar, quizás conozcan a personas valerosas que llevan cargas sumamente pesadas o que sienten un dolor privado, que caminan por los obscuros valles de tribulación de este mundo. Algunos quizás estén desesperadamente preocupados por el esposo, la esposa o el hijo, por su salud o por su felicidad, o su fidelidad en guardar los mandamientos. Algunos quizás vivan con dolor físico o emocional, o con impedimentos físicos que acompañan la edad avanzada. A algunos les preocupa cómo pagar las cuentas, y algunos sienten el dolor de la soledad que hay en una casa vacía, en un cuarto vacío, o simplemente la soledad que significa el tener los brazos vacíos.
Estas personas amadas buscan al Señor y Su palabra con particular urgencia, a menudo revelando sus verdaderas emociones sólo cuando abren su libro de las Escrituras, cuando cantan himnos o cuando se ofrece una oración. A veces son esas las únicas ocasiones en que nosotros nos damos cuenta de que les faltan fuerzas para seguir adelante; están cansados mental, física y emocionalmente, y se preguntan si podrán aguantar otra semana, otro día o quizás otra hora. Necesitan desesperadamente la ayuda del Señor y saben que en esos momentos de extrema necesidad no hay otra cosa que les pueda ayudar.
Así es que por lo menos uno de los propósitos de la conferencia general y de las enseñanzas de los Profetas a través del tiempo es la de decirles a esas personas que el Señor también desea darles esa ayuda; que cuando hay problemas, las esperanzas y el esfuerzo de El superan en gran manera los nuestros y nunca cesan.
Se nos ha prometido: “Ni se dormirá el que [nos] guarda … no se adormecerá”6.
Cristo, Sus ángulos y Sus Profetas se esfuerzan siempre por elevar nuestro espíritu, calmar nuestros nervios y nuestro corazón, para que vayamos hacia adelante con renovada fortaleza y firmes esperanzas. Ellos desean que todos sepan que “Si Dios es por nosotros, ¿quien contra nosotros?7” En el mundo tendremos tribulación, pero debemos ser de buen animo.8 Cristo ha vencido al mundo, y mediante Su sufrimiento y obediencia, ha ganado el derecho de portar la corona del “Príncipe de Paz”.
En ese espíritu declaramos a todo el mundo que, a fin de recibir la paz verdadera y perdurable, debemos esforzarnos por ser mas semejantes al Hijo de Dios, nuestro ejemplo. Muchos de ustedes tratan de hacerlo, y les felicitamos por su obediencia, su paciencia, por depender fielmente del Señor para recibir la fortaleza que buscan y que seguramente recibirán. Algunos, por otra parte, tenemos la necesidad de hacer algunos cambios y de esforzarnos mas por vivir el Evangelio. Y si que podemos cambiar. Lo hermoso de la palabra arrepentimiento es la promesa de que se puede escapar de los viejos problemas, de los viejos hábitos, de los pesares y de los pecados. Es una de las palabras mas llenas de esperanza, animo y, si, de paz, de todo el vocabulario del Evangelio. Al buscar la verdadera paz, algunos necesitamos mejorar en lo que sea preciso mejorar, confesar lo que haya que confesar, perdonar lo que haya que perdonar y olvidar lo que se tenga que olvidar, a fin de que recibamos serenidad. Si el no cumplir con un mandamiento trae como resultado nuestro propio sufrimiento, así como el dolor a aquellas personas que nos aman, invoquemos el poder del Señor Jesucristo para ayudarnos, para liberarnos, y para guiarnos a través del arrepentimiento hasta alcanzar aquella paz “que sobrepasa todo entendimiento”9.
Y cuando Dios nos haya perdonado, lo cual esta eternamente ansioso por hacer, ruego que tengamos el sentido certero de alejarnos de esos problemas, de dejarlos en paz, de dejar que lo pasado quede en el pasado. Si alguno de ustedes ha cometido un error, aunque sea grave, pero ha hecho todo lo posible de acuerdo con las enseñanzas del Señor y con los procedimientos establecidos de la Iglesia por confesarlo, por sentir pesar y por enmendarlo hasta donde sea posible hacerlo, entonces confíe en Dios, camine en Su luz y deje atrás esas cenizas. Alguien dijo una vez que al acercarnos al seno de Dios, lo primero que sentimos que debemos hacer es arrepentirnos. Para tener la paz verdadera, sugiero que nos acerquemos de inmediato hacia el seno de Dios, dejando atrás todo lo que infunda pesar en nuestra alma, o tristeza en la de aquellas personas que nos aman. “Apártate del mal”, dicen las Escrituras, “y haz el bien”10.
Íntimamente ligada a nuestra obligación de arrepentirnos esta la generosidad de permitir que otros hagan lo mismo: debemos perdonar así como somos perdonados; al hacerlo, participamos de la esencia misma de la expiación de Jesucristo. Seguramente el momento mas majestuoso de ese viernes fatal, cuando la naturaleza se convulsionó y el velo del templo se rasgó, fue aquel momento indeciblemente misericordioso en el que Cristo dijo: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”11. Como nuestro abogado ante el Padre, Cristo sigue haciendo hoy esa misma suplica al Padre en beneficio de ustedes y mío.
En esa ocasión, como en todas las cosas, Jesús nos dio el ejemplo a seguir. La vida es demasiado corta para malgastarla abrigando rencores o llevando un registro de las ofensas en nuestra contra pero no de las bondades a nuestro favor. No queremos que Dios recuerde nuestros pecados, por lo que esta fundamentalmente mal tratar de recordar implacablemente los errores de los demás.
Cuando alguien nos ha ofendido, Dios indudablemente toma en cuenta los males cometidos en nuestra contra y los motivos que hay para nuestro resentimiento, pero es obvio que cuanto mas razones haya y cuantos mas pretextos tengamos para sentirnos ofendidos, tantos mas motivos hay para perdonar y ser liberados del infierno destructivo de ese veneno y enojo tan ponzoñosos 12. Una de las ironías del proceso para llegar a ser dioses es que para encontrar la paz, tanto el ofendido como el ofensor deben valerse del principio del perdón.
Sí, la paz es algo de gran valor, una profunda necesidad, y son muchas las cosas que podemos hacer para obtenerla, pero, por los motivos que sean, en la vida hay momentos en que la paz ininterrumpida parece eludirnos por una temporada. Podemos preguntarnos por que tenemos tales momentos, particularmente cuando tal vez estemos esforzándonos mas que nunca por ser merecedores de las bendiciones de Dios y por recibir Su ayuda. Cuando nos acosan problemas, penas y tristezas, y no parecen ser culpa nuestra, ( cómo debemos interpretar su inoportuna apariencia?
Con el tiempo y la perspectiva, reconocemos que esos problemas en la vida vienen por un propósito, aunque sólo sea el de permitir que el que enfrenta tal desesperación se convenza de que realmente necesita una fuerza mayor que la suya, y que realmente necesita la ayuda que se nos ofrece del cielo. Los que no sienten necesidad de la misericordia usualmente no la procuran y casi nunca la otorgan. Los que nunca han padecido tristeza, debilidad, soledad o abandono tampoco han tenido que invocar al cielo el alivio de ese dolor tan personal. Por cierto, es mejor encontrar la bondad de Dios y la gracia de Cristo, aun a costa de la desesperación, que arriesgar el vivir nuestra vida con una satisfacción moral y material tal que nunca hayamos sentido la necesidad de la fe, ni del perdón, ni de la redención o del alivio.
Una vida sin problemas o limitaciones o desafíosvida sin “oposición en todas las cosas”13, como dijo Lehiaunque parezca ilógico, menos gratificadora y menos ennoblecedora que una en la que hay que enfrentar, inclusive enfrentar con frecuencia, la dificultad, la desilusión y el pesar. Como lo dijo la amada Eva, si no fuera por las dificultades que se enfrentan en un mundo caído, ni ella ni Adán ni ninguno de nosotros habríamos conocido “el gozo de nuestra redención, ni la vida eterna que Dios concede a todos los que son obedientes”14.
Así que la vida tiene su oposición y sus conflictos y en el Evangelio de Jesucristo se encuentran las respuestas y la certidumbre. En una época de terrible guerra civil, uno de los lideres mas dotados que intentara mantener unida a su nación dijo algo que podría aplicarse a los matrimonios, las familias y las amistades. Mientras oraba y suplicaba por la paz y la buscaba de cualquier manera que no destruyera la unión de su país, Abraham Lincoln dijo lo siguiente en su discurso inaugural, en esos oscuros momentos por los que pasaba el país: “Aunque el furor haya extremado nuestro afecto mutuo, no debe quebrantarlo. Los recuerdos de nuestra asociación anterior restauraran el afecto que sentíamos el uno por el otro cuando nuevamente procedamos con lo mas noble y santo de nuestra naturaleza”15.
Lo mas noble y santo de nuestra naturaleza. De eso, en gran parte, tratan la Iglesia, la conferencia general y el Evangelio de Jesucristo. La suplica de hoy, de mañana y de siempre, es que seamos mejores, mas limpios, mas bondadosos y santos; que busquemos la paz y que siempre seamos creyentes.
En el curso de mi vida he visto personalmente la realización de la promesa de que “el Dios eterno … el cual creó los confines de la tierra … No desfallece, ni se fatiga con cansancio …” Soy un testigo de que “El da esfuerzo al cansado, y multiplica las fuerzas …”16
Yo se que en tiempos de temor y de fatiga, “los que esperan a Jehová tendrá nuevas fuerzas; levantaran alas como las águilas; correrán, y no se cansaran; caminaran, y no se fatigarán” 17.
Recibimos el don de tan majestuoso poder y santificación renovadora mediante la gracia redentora del Señor Jesucristo. El ha vencido al mundo, y si tomamos sobre nosotros Su nombre, caminamos en Su sendero y guardamos nuestros convenios con El, pronto tendremos la paz. Dicha recompensa no sólo es posible; es una recompensa segura.
“Porque los montes desaparecerán, y los collados serán quitados, pero mi bondad no se apartara de ti, ni será quitado el convenio de mi paz, dice el Señor que tiene misericordia de ti”18.
De El y de Sus alegres nuevas, de la publicación de Su paz en esta conferencia y en esta, Su Iglesia verdadera, y de Su Profeta viviente que ahora nos dirigirá la palabra, doy testimonio con gratitud y con gozo, en el misericordioso nombre del Señor Jesucristo. Amen.