“Mujer, ¿Por Que Lloras?”
“La profundidad de nuestra creencia tanto en la Resurrección como en la Expiación del Salvador determinara, creo yo, la medida del valor y de la firmeza con que hagamos frente a las vicisitudes de la vida.”
Mis queridos hermanos, hermanas y amigos, la responsabilidad de dirigirles hoy la palabra me impele a pedirles su fe y sus oraciones. Hoy les hablo a los que tienen problemas que los acongojan; les hablo a los que sufren, a los que lloran y a los que tienen pesares. Les hablo a los que padecen dolor físico, mental o emocional. Les hablo a los que han nacido lisiados y a los que han quedado lisiados. Les hablo a los que han nacido ciegos y a los que ya no pueden ver las puestas del sol. Les hablo a los que nunca han oído y a los que ya no pueden oír el canto de los pájaros. Les hablo a los que tienen la privilegiada responsabilidad de ayudar a los que padecen impedimentos mentales o físicos. También les hablo a los que se encuentran en seria transgresión.
Empleo como texto las palabras de nuestro Salvador a la desconsolada María Magdalena que “estaba fuera llorando junto al sepulcro”1. Cuando se volvió, “vio a Jesús que estaba allí; mas no sabía que era Jesús.
“Jesús le dijo: Mujer, que lloras?”2 Al pronunciar el Salvador esas palabras, no le hablaba tan sólo a la acongojada María, sino también a todos nosotros: hombres, mujeres, niños y a todos los seres humanos que han nacido y que han de nacer, puesto que las lágrimas de pesar, de dolor y de remordimiento son comunes a todo el genero humano.
Las complejidades de esta vida tienden a veces a deshumanizar a la gente y a aplastarla.
Algunas personas tienen mucho, mientras que otras se abren paso a duras penas con muy poco.
Es una alegría reunirnos con los fieles miembros de esta Iglesia en todo el mundo. Aunque algunos de ellos tienen dificultades y carecen de bienes materiales, aun así hallan abundante felicidad y pueden andar con fe por el escabroso camino de la vida. Su fe profunda fortalece la nuestra al reunirnos con ellos.
Muchas personas que consideran que la vida es injusta no extienden la visión que tienen de lo que es la vida para incluir lo que el Salvador hizo por nosotros mediante la Expiación y la Resurrección. Todos, en una u otra ocasión, experimentamos momentos de aflicción, grandes penas y desesperación en los que tenemos, al igual que Job, que valernos del fundamento de nuestra fe. La profundidad de nuestra creencia tanto en la Resurrección como en la Expiación del Salvador determinara, creo yo, la medida del valor y de la firmeza con que hagamos frente a las vicisitudes de la vida.
Las primeras palabras del Señor resucitado a Sus discípulos fueron: “Paz a vosotros”3. El también prometió “la paz en este mundo y la vida eterna en el mundo venidero”4. La Expiación y la Resurrección se llevaron a cabo. Nuestro Señor y Salvador padeció ese dolor indescriptible en Getsemaní, y efectuó el sacrifico final al morir en la cruz para, poco después, romper las ligaduras de la muerte.6
Todos nos beneficiamos con las trascendentales bendiciones de la Expiación y de la Resurrección, por medio de las que el divino proceso sanador puede efectuarse en nosotros. El dolor se puede reemplazar con el regocijo que nuestro Salvador prometió. Al vacilante Tomas, Jesús le dijo: “No seas incrédulo, sino creyente”5. Mediante la fe y la rectitud, todas las injusticias, todos los agravios y los dolores de esta vida serán íntegramente reparados y rectificados. Las bendiciones que no se reciban en esta vida se recibirán en su totalidad en la eternidad. Por medio del arrepentimiento completo de nuestros pecados, podremos recibir perdón y tener la vida eterna. Por eso, los sufrimientos de esta vida pueden ser como el fuego purificador que nos refinará para un fin mas elevado. Las congojas pueden ser sanadas y podemos llegar a conocer un regocijo y una felicidad inefables que excederán a nuestros sueños y esperanzas .
La reconstitución que prometen la Expiación y la Resurrección continua en la eternidad. Las limitaciones físicas serán reparadas. Escuchemos las consoladoras palabras de Alma: “El alma será restaurada al cuerpo, y el cuerpo al alma; si, y todo miembro y coyuntura serán establecidos a su cuerpo; si, ni un cabello de la cabeza se perderá, sino que todo será restablecido a su propia y perfecta forma..6
La reconstitución se efectúa por medio de la intercesión de nuestro Salvador. Como El lo dijo en la grandiosa oración intercesora que se encuentra en el capitulo diecisiete de Juan: “Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado”7. En seguida, el Salvador oró por Sus Apóstoles y por todos los santos, diciendo: “… no ruego por el mundo, sino por los que me diste; porque tuyos son, “y todo lo mío es tuyo, y lo tuyo mío; y he sido glorificado en ellos”8.
Todos hemos cometido faltas a lo largo de la vida. Creo que nuestro misericordioso y benévolo Dios, cuyos hijos somos todos nosotros, nos juzgara con toda la benevolencia que se permita por lo malo que hayamos hecho y nos dará la máxima bendición por lo bueno que hayamos hecho. Las majestuosas palabras de Alma me parecen una confirmación de eso. Dijo Alma: “y de aquí a pocos días el Hijo de Dios vendrá en su gloria; y su gloria será la gloria del Unigénito del Padre, lleno de gracia, equidad y verdad; lleno de paciencia, misericordia y longanimidad, pronto para oír los clamores de su pueblo y contestar sus oraciones”9.
Lo fundamentalmente importante es resolver la transgresión, experimentar la curación que se produce por medio del arrepentimiento. Como lo indicó el presidente Kimball: “El principio del arrepentimiento, el levantarnos tras cada caída, sacudirnos el polvo que se nos haya quedado encima y emprender de nuevo el camino hacia lo altola base de nuestra esperanza. Es por medio del arrepentimiento que el Señor Jesucristo puede efectuar Su milagro sanador, suministrándonos fortaleza cuando nos sintamos débiles, salud cuando estemos enfermos, esperanza cuando estemos desanimados, amor cuando nos sintamos vacíos y entendimiento cuando busquemos la verdad”10.
Uno de los relatos mas llenos de ternura del Libro de Mormón es el de Alma cuando le habla a su hijo Coriantón, que había caído en transgresión mientras se hallaba en la misión entre los zoramitas. Al aconsejar al joven que abandone su pecado y se vuelva al Señor, percibe que Coriantón se inquieta por lo que le ocurrirá a el en la Resurrección. Sigue una detallada descripción del estado de probación que es esta vida, de la justicia y de la misericordia, del plan de Dios para nuestra felicidad en la vida venidera y culmina con el siguiente versículo:
“… y la misericordia reclama al que se arrepiente; y la misericordia viene a causa de la expiación; y la expiación lleva a efecto la resurrección de los muertos; y la resurrección de los muertos lleva a los hombres de regreso a la presencia de Dios; y así son restaurados a su presencia, para ser juzgados según SUS obras, de acuerdo con la ley y la justicia” 11.
El Salvador nos proporciona una clave importante con la cual podemos hacer frente a las debilitantes influencias del mundo e incluso vencerlas. El Salvador dijo: “No ruego que los quites del mundo, sino que los guardes del mal”12. Esta imponente clave, entonces, consiste: en que, pese al grado de iniquidad que nos rodea, debemos permanecer libres de la maldad del mundo. La oración de nuestro Salvador nos manda eludir el mal y a la vez nos ofrece ayuda divina para lograrlo. Al esforzarnos por cumplir esto, llegamos a ser uno con nuestro Señor. La oración del Salvador en Getsemaní fue: “para que todos sean uno; como tu, oh Padre, en mi, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tu me enviaste” 13.
Para permanecer leales y fieles en esta triste vida mortal, tenemos que amar a Dios con todo nuestro corazón, alma, mente y fuerza, y amar a nuestros semejantes como a nosotros mismos.
También debemos mantenernos unidos como familias; como miembros de barrios y de ramas, de estacas y de distritos, y como pueblo. Para nuestros semejantes que no sean de nuestra fe, debemos ser como el buen samaritano que cuidó del hombre que había caído en manos de ladrones14 Es preciso que saquemos fortaleza los unos de los otros. También debemos “socorre [r] a los débiles, levanta[r] las manos caídas y fortalece[r] las rodillas desfallecidas”15.
Pablo enseñó bien sobre este tema. Dijo a los Corintios, hablando del cuerpo, o sea, de la Iglesia de Cristo: “para que no haya desavenencia en el cuerpo, sino que los miembros todos se preocupen los unos por los otros.
“De manera que si un miembro padece, todos los miembros se duelen con el, y si un miembro recibe honra, todos los miembros con el se gozan.
“Vosotros, pues, sois el cuerpo de Cristo, y miembros cada uno en particular”16. De ese modo, como miembros en particular y como pueblo, podemos guardarnos del mal. Al pasar por los afanes y las dificultades, podremos sentir lastima por nosotros mismos y llegar a la desesperación, pero con el amor de Dios y de los santos, en unión, llevando las cargas los unos de los otros, podemos ser felices y vencer el mal.
A algunas mujeres fieles se les ha negado aquello en lo que han cifrado sus mas caras esperanzas. En el plan eterno, ninguna promesa quedara sin cumplirse para los fieles. Ninguna mujer debiera poner en tela de juicio lo mucho que el Salvador valora a la mujer La acongojada María Magdalena fue la primera que fue a ver el sepulcro después de la Crucifixión, y, al ve r removida la piedra de la entrada y que el sepulcro estaba vacío, corrió a darles la noticia a Pedro y a Juan. Los dos Apóstoles acudieron a ver el lugar, y se fueron apesadumbrados. Pero María se quedó; anteriormente, ella había estado cerca de la cruz (17) y estuvo presente cuando sepultaron al Señor(18). Ahora estaba llorando junto al sepulcro vacío(19). Allí tuvo el honor de ser el primer ser mortal que vio al Señor resucitado. Después de que El le preguntó: “Mujer, que lloras?”, El le dijo: “… ve a mis hermanos, y diles: Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios”20.
Durante Su ministerio terrenal, Jesús fue de Judea a Galilea. Llegó al pozo de Jacob cansado del camino y sediento. Y se acercó al pozo una mujer de Samaria a sacar agua. La tradición judía en aquella época prohibía el trato con los samaritanos. No obstante, “Jesús le dijo: Dame de beber”.
“La mujer samaritana le dijo: ¿Cómo tu, siendo judío, me pides a mi de beber, que soy mujer samaritana? …
“Respondió Jesús y le dijo: Si conocieras el don de Dios, y quien es el que te dice: Dame de beber; tu le pedirías, y el te daría agua viva”.
Jesús continuó enseñándole del agua viva “que … será… una fuente de agua que salte para vida eterna”. La mujer samaritana le respondió: “Señor, me parece que tu eres profeta”. En seguida, le “dijo la mujer: Se que ha de venir el Mesías, llamado el Cristo; cuando el venga nos declarara todas las cosas”. Entonces, Jesús le reveló Su verdadera identidad al decirle: “Yo soy, el que habla contigo”21.
La Resurrección y la Expiación del Salvador pueden ser una constante influencia fortalecedora para nosotros, como lo ilustra el relato de Elizabeth Jackson, mujer pionera de la compañía de carros de mano Martin. Ella cuenta de la muerte de su marido, de nombre Aarón, en las llanuras de Wyoming en 1856, con las siguientes y conmovedoras palabras:
“Hacia las nueve de la noche me fui a acostar. La ropa de cama era muy escasa, por lo que me acosté vestida. Dormí hasta lo que me pareció era la medianoche. Sentía un frío intenso. Hacia muy mal tiempo. Aguce el oído para oír la respiración de mi marido al advertir que estaba demasiado quieto. No le oí respirar. Eso me alarmó. Lo toque y, con horror, descubrí que se confirmaban mis peores temores: estaba muerto. Pedí ayuda a los que estaban cerca, pero nadie podía ayudarme; no me quedó mas remedio que quedarme sola junto al cadáver hasta que amaneció. ¡Ah, que largas me parecieron las horas! Al llegar la luz del día. algunos varones de la compañía prepararon el cuerpo para sepultarlo. Y ¡que servicio funerario y sepultura! Le dejaron la ropa que tenía puesta … que era muy poca; lo envolvieron en una manta y lo pusieron en un montón junto con otras trece personas que habían muerto, y los cubrieron de nieve. El suelo estaba tan congelado que les resultó imposible cavar una tumba. El quedo allá para dormir en paz hasta que suene la trompeta de Dios y los muertos en Cristo se levanten en la mañana de la primera resurrección. Entonces volveremos a unir nuestros corazones y nuestras vidas, y la eternidad nos dará vida para siempre jamas”22.
Ante la pregunta: “Mujer, ¿por que lloras?”, buscamos las consoladoras palabras que Juan les escribió a los santos fieles en el libro del Apocalipsis:
“… Estos son los que han salido de la gran tribulación, y han lavado sus ropas, y las han emblanquecido en la sangre del Cordero.
“Por esto están delante del trono de Dios, y le sirven día y noche en su templo; y el que esta sentado sobre el trono extenderá su tabernáculo sobre ellos.
“Ya no tendrán hambre ni sed, y el sol no caerá mas sobre ellos, ni calor alguno;
“porque el Cordero que esta en medio del trono los pastoreará, y los guiara a fuentes de aguas de vida; y Dios enjugara toda lágrima de los ojos de ellos”23.
Ante la pregunta: “Mujer, ¿por que lloras?”, testifico del gran sacrificio expiatorio del Señor Jesucristo y doy testimonio de que El rompió las ligaduras de la muerte, lo cual en verdad enjugara nuestras lágrimas. Tengo un testimonio de esto, el que he recibido por medio del Santo Espíritu de Dios.
También testifico que el Señor Jesucristo es la cabeza de esta Iglesia hoy en día. Vemos Su mano omnipotente que guía esta santa obra. Testifico, además, del llamamiento profético y del gran liderazgo del presidente Gordon B. Hinckley como siervo del Señor y bajo cuya inspirada dirección todos tenemos el privilegio de servir. El presidente Monson y yo, así como nuestros amados colaboradores somos testigos de esto.
Ruego, como lo hizo el rey Benjamín, que seamos “firmes e inmutables, abundando siempre en buenas obras para que Cristo, el Señor Dios Omnipotente, pueda sellar[nos] como suyos, a fin de que se [amos] llevados al cielo, y ten[gamos] salvación sin fin, y vida eterna mediante la sabiduría, y poder, y justicia, y misericordia de aquel que creo todas las cosas en el cielo y en la tierra, el cual es Dios sobre todo”24, en el nombre de Jesucristo. Amén.