La Familia Eterna
“El plan del Padre es que el amor y el compañerismo familiares continúen en las eternidades.”
Quisiera dirigirme a todos aquellos que deseen saber acerca de las familias eternas y del hecho de que la familia puede estar junta para siempre. Hace un año, la Primera Presidencia y el Quórum de los Doce Apóstoles de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Ultimos Días dio una proclamación al mundo concerniente a la familia, en la que se resumen los principios eternos del Evangelio que se han enseñado, según los registros, desde los comienzos de la historia, aun antes de la creación de la tierra.
La doctrina de la familia tuvo su principio con nuestros Padres Celestiales; nuestra aspiración mas elevada es llegar a ser como Ellos. El apóstol Pablo explicó que Dios es el padre de nuestro espíritu (véase Heb. 12:9). En la proclamación, leemos esto: “En la vida premortal, los hijos y las hijas espirituales de Dios lo conocieron y lo adoraron como su Padre Eterno, y aceptaron Su plan por el cual obtendrían un cuerpo físico y ganarían experiencias terrenales para progresar hacia la perfección y finalmente cumplir su destino divino como herederos de la vida eterna”.
La proclamación también reitera al mundo el hecho de que “… el matrimonio entre el hombre y la mujer es ordenado por Dios y … la familia es la parte central del plan del Creador para el destino eterno de Sus hijos” (“La familia: Una proclamación al mundo”, Liahona, junio de 1996, págs. 10-11).
Desde el principio mismo, Dios estableció a la familia y la hizo eterna. Adán y Eva fueron sellados en su matrimonio por esta vida y por toda la eternidad: “Y así se le confirmaron todas las cosas a Adán mediante una santa ordenanza; y se predicó el Evangelio, y se proclamó un decreto de que estaría en el mundo hasta su fin; y así fue …” (Moisés 5:59).
“Y Adán conoció a su esposa, y de ella le nacieron hijos e hijas, y empezaron a multiplicarse y a henchir la tierra” (Moisés 5:2).
El Salvador mismo habló de este sagrado convenio y promesa del matrimonio cuando les dio autoridad a Sus discípulos de sellar en los cielos los convenios sagrados que se hicieran en la tierra, diciendo: “Y a ti daré las llaves del reino de los cielos; y todo lo que atares en la tierra será atado en los cielos; y todo lo que desatares en la tierra será desatado en los cielos” (Mateo 16:19).
En estos, los últimos días, la promesa de la familia eterna se restauró en 1829, cuando se restauraron a la tierra los poderes del Sacerdocio de Melquisedec. Siete años después, en el Templo de Kirtland, se restauraron las llaves para efectuar las ordenanzas selladoras, según esta registrado en Doctrina y Convenios: “… Elías el profeta, que fue llevado al ciclo sin gustar la muerte, se apareció ante nosotros, y dijo:
“He aquí, ha llegado plenamente el tiempo del cual se habló por boca de Malaquías …
“… se entregan en vuestras manos las llaves de esta dispensación …” (D.y C. 110:13-14,16).
La restauración de esas llaves y de esa autoridad del sacerdocio trajo consigo para todos los que sean dignos la oportunidad de recibir las bendiciones de una familia eterna. “Si, el corazón de millares y decenas de millares se regocijara en gran manera como consecuencia de las bendiciones que han de ser derramadas, y la investidura con que mis siervos han sido investidos en esta casa” (D. y C. 110:9).
¿Que promesa contienen esos sellamientos que se efectúan en los templos? El Señor hace un bosquejo de la promesa y de los requisitos en este versículo sagrado: “Y además, de cierto te digo, si un hombre se casa con una mujer por mi palabra, la cual es mi ley, y por el nuevo y sempiterno convenio, y les es sellado por el Santo Espíritu de la promesa, por conducto del que es ungido, a quien he otorgado este poder y las llaves de este sacerdocio, y se les dice: Saldréis en la primera resurrección, y si fuere después de la primera, en la siguiente resurrección, y heredaréis tronos, reinos, principados, potestades y dominios, toda altura y toda profundidad, entonces se escribirá en el Libro de la Vida del Cordero … y estará en pleno vigor cuando ya no estén en el mundo; y los ángeles y los dioses que están allí les dejaran pasar a su exaltación y gloria en todas las cosas, según lo que haya sido sellado sobre su cabeza, y esta gloria será una plenitud y continuación de las simientes por siempre jamas” (D.y C. 132:19).
Según se nos enseña en ese pasaje de las Escrituras, no existen lazos eternos sólo como resultado de los convenios selladores que hacemos en el templo. Lo que seremos en las eternidades por venir lo determinara la conducta que llevemos en esta vida. A fin de recibir las bendiciones del sellamiento que nuestro Padre Celestial nos ha dado, debemos obedecer los mandamientos y conducirnos de tal forma que nuestra familia quiera estar con nosotros en la eternidad. Las relaciones familiares que tengamos en esta tierra son importantes, pero su importancia es mucho mas grande en relación con el efecto que tengan en las generaciones futuras de nuestra familia, tanto en la vida terrenal como en toda la eternidad.
Por mandamiento divino, se requiere que los cónyuges se amen el uno al otro mas que a cualquier otra persona. El Señor lo dijo claramente: “Amaras a tu esposa con todo tu corazón, y te allegaras a ella y a ninguna otra” (D. y C. 42:22). La proclamación dice: “Por designio divino, el padre debe presidir sobre la familia con amor y rectitud y tiene la responsabilidad de protegerla y de proveerle las cosas necesarias de la vida [véase D. y C. 83:24; 1 Tim. 5:8]. [Por designio divino] la responsabilidad primordial de la madre es criar a los hijos”. Por designio divino, marido y mujer son socios iguales en el matrimonio y en sus responsabilidades de padres. Por mandamiento directo de Dios, “los padres tienen la responsabilidad sagrada … de enseñarles [a sus hijos] a amar y a servirse el uno al otro, de guardar los mandamientos de Dios y de ser ciudadanos respetuosos de la ley dondequiera que vivan” (“Proclamación …”, cursiva agregada; véase D. y C. 68:25-28; Mosíah 4: 14-15).
Por la importancia que tiene la familia en el plan eterno de la felicidad, Satanás lucha con esfuerzo por destruir la santidad del hogar, por restarle significado a la función del hombre y de la mujer en la sociedad, por incitar a la depravación moral y a las violaciones de la ley de castidad, y por convencer a los padres de que no tienen por que dar prioridad a su función de tener hijos y criarlos.
La unidad familiar es tan fundamental para el plan de salvación que Dios ha advertido “a las personas que violan los convenios de castidad, que abusan de su cónyuge o de sus hijos, o que no cumplen con sus responsabilidades familiares, que un día deberán responder ante Dios [su Hacedor]… la desintegración de la familia traerá sobre el individuo, las comunidades y las naciones las calamidades predichas por los profetas antiguos y modernos” (Liahona, junio de 1996, págs. 1011).
Mientras que nuestra salvación personal se basa en nuestra propia obediencia, es de igual importancia que entendamos que cada uno de nosotros es parte importante e integral de una familia y que las bendiciones mas altas sólo se pueden recibir en el seno de una familia eterna. Cuando la familia funciona de la manera en que Dios lo dispuso, las relaciones que se encuentran en ella son las mas preciadas de la vida terrenal. El plan del Padre es que el amor y el compañerismo familiares continúen en las eternidades. El pertenecer a una familia lleva aparejada la gran responsabilidad de cuidar, amar, elevar y fortalecer a cada uno de sus miembros, a fin de que todos puedan perseverar con rectitud hasta el fin en esta vida y morar juntos por toda la eternidad. No es suficiente que nos salvemos nosotros mismos; dentro de la familia, la salvación de nuestros padres y hermanos es igualmente importante. Si regresamos solos a nuestro Padre Celestial, se nos preguntara: “Donde esta el resto de la familia?” Por eso es que enseñamos el concepto de que la unidad familiar es eterna: la naturaleza eterna de una persona se convierte en la naturaleza eterna de su familia.
Los que están en esta vida muchas veces se preguntan sobre la naturaleza eterna del cuerpo y del espíritu. Todos los que lleguen a vivir en la tierra son miembros de una familia humana e hijos eternos de Dios, nuestro amoroso Padre Celestial. Después de nacer y de gustar la muerte en esta vida, todos seremos resucitados gracias a la Expiación de Jesucristo, el Hijo Unigénito de Dios el Padre. Según la obediencia que demostremos, en forma individual, a las leyes, a las ordenanzas y a los mandamientos de Dios, todo ser mortal podrá tener la bendición de alcanzar la vida eterna, o sea, de volver a vivir en la presencia del Padre Celestial y de Su Hijo Jesucristo, teniendo simiente eterna por siempre jamas. Al entrar en los sagrados convenios de las ordenanzas del templo y guardarlos, las personas pueden regresar a la presencia de Dios y reunirse nuevamente con su familia para la eternidad.
El hogar es el lugar donde se nos educa y se nos prepara para la vida terrenal; también allí nos preparamos para la muerte y para la inmortalidad por la creencia y comprensión que tenemos de que hay vida después de la muerte, no sólo para las personas, en forma individual, sino también para las familias.
Al observar a los miembros de la Iglesia que aplican a si mismos y en su hogar los principios del Evangelio cuando enfrentan la adversidad, aprendemos algunas de las lecciones mas grandiosas de esos principios sobre la naturaleza eterna de la familia. Este año pasado he presenciado las bendiciones de gozo que reciben los que honran y veneran las enseñanzas del Evangelio acerca de la familia eterna en tiempos de adversidad.
Hace unos meses tuve la oportunidad de ir a visitar a un hombre a quien le habían diagnosticado una enfermedad fatal. Como devoto poseedor del sacerdocio, se enfrentaba con la realidad de nuestra condición mortal. Sin embargo, encontró fortaleza en el ejemplo de la oración del Salvador, cuando dijo: “Vosotros, pues, oraréis así: … Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra” (Mateo 6:9-10). Mi amigo cobró valor sabiendo que Jesús, al tener que soportar un dolor y una agonía increíbles en el huerto de Getsemaní, mientras consumaba el sacrificio expiatorio, pronunció estas palabras: “… Padre mío, si no puede pasar de mi esta copa sin que yo la beba, hágase tu voluntad” (Mateo 26:42).
Mi amigo pudo aceptar la frase “Hágase tu voluntad” al enfrentar sus propias penosas pruebas y tribulaciones. Siendo un fiel miembro de la Iglesia, se le presentaron serios interrogantes. Conmovedoras en especial fueron sus preguntas: “¿He hecho todo lo que debía para perseverar fielmente hasta el fin? ¿Cómo será la muerte? ¿Estará mi familia preparada para permanecer fiel y ser autosuficiente después que yo ya no este?”
Tuvimos la oportunidad de analizar esas tres preguntas, las que tienen una respuesta clara en la doctrina que enseñó nuestro Salvador. Hablamos de la forma en que había vivido esforzándose por ser fiel, por hacer lo que Dios le pidiera, por ser honrado en sus tratos con los demás y por atender y amar a su familia. ¿No es eso lo que quiere decir perseverar hasta el fin? Hablamos de lo que pasa inmediatamente después de la muerte, de lo que Dios nos ha enseñado sobre el mundo de los espíritus, que es un paraíso, un lugar de felicidad para los que han tenido una vida de integridad. No es nada que debamos temer.
Después de la conversación, llamó a su esposa y a su familia - hijos y nietos- para que se reunieran a fin de enseñarles nuevamente la doctrina de la Expiación de que todos resucitaremos. Todos comprendieron que, tal como el Señor lo ha dicho, aunque haya pesar por la separación temporaria, no hay dolor para los que mueran en el Señor (véase Apoc. 14:13; D. y C. 42:46). La bendición que recibió le prometió consuelo y la seguridad de que todo iría bien, que no tendría dolor, y que dispondría de un poco mas de tiempo con el fin de preparar a su familia para su ausencia, e incluso que sabría de antemano cuando le llegaría el momento de partir. La familia me contó que la noche antes de morir, el les dijo que al otro día se iría; a la tarde siguiente falleció en paz, con sus seres queridos junto a si. Esos son el solaz y el consuelo que recibimos cuando comprendemos el plan del Evangelio y sabemos que la familia es eterna.
Esto que he relatado lo podemos comparar con algo que me ocurrió cuando era un joven de poco mas de veinte años. Mientras prestaba servicio en la Fuerza Aérea, uno de los pilotos de mi escuadrón se estrelló en una misión de capacitación, y murió. Recibí órdenes de acompañar en su ultimo viaje el cuerpo de mi camarada caído, para ser sepultado en Brooklyn, Nueva York. Tuve el honor de estar junto a su familia durante el velorio y el funeral y representar al gobierno en la entrega de la bandera a la desolada viuda, junto a la sepultura. El servicio fúnebre fue tétrico y deprimente; no se hizo mención a su bondad ni a sus logros; nunca se pronunció su nombre. Al finalizar los servicios, la viuda se dirigió a mi y me preguntó: “Bob, que le pasara realmente a Don?” Entonces pude hablarle de la sublime doctrina de la Resurrección y de la realidad de que, si se bautizaban y si se sellaban en el templo por esta vida y toda la eternidad, podrían estar juntos eternamente. El clérigo que estaba a su lado dijo: “Esa es la doctrina mas hermosa que he oído en mi vida”.
La plenitud del Evangelio de Jesucristo brinda gran consuelo en los tiempos terrenales difíciles; lleva luz en donde hay tinieblas y una influencia de calma en donde exista el tumulto; da una esperanza eterna en donde sólo hay desolación. Y es mucho mas que una bella doctrina; es una realidad en nuestra vida el hecho de que, si podemos ser obedientes y obtener las recompensas eternas que Dios nos concede, si nos allegamos a El y abrazamos esa doctrina eterna, seremos bendecidos.
Otro suceso que me ha conmovido recién te mente fue la muerte de un hombre joven, afectado por una dolencia fatal. El sabia desde el principio que la enfermedad lo privaría primero de su destreza manual y le impediría caminar; después progresaría hasta privarlo del habla, y finalmente el sistema respiratorio dejaría de funcionar. Pero también tenía fe en que las familias son eternas, y, sabiendo eso, habló a cada uno de sus hijos en grabaciones de video, para que se miraran después de que ya no estuviera mas con ellos. Preparó los videos para que se los entregaran a sus hijos en momentos importantes y sagrados de su vida, como el bautismo, las ordenaciones del sacerdocio y la boda. Les habló con el amor tierno de un padre que sabe que, aun cuando su familia es eterna, habrá un tiempo en el que no podrá estar con ellos físicamente, aunque espiritualmente nunca se apartara de su lado.
Los ejemplos de fe que demuestran los fieles viudos y viudas, al igual que la de sus hijos, después de la muerte del cónyuge o de uno de los padres, son para todos nosotros una inspiración. Se pueden aprender grandes lecciones al observar su fe y obediencia a medida que se esfuerzan por mantenerse fieles a fin de que puedan estar juntos otra vez como familia por toda la eternidad.
El conocimiento y la comprensión de la doctrina de que Dios vive, de que Jesús es el Cristo y de que tendremos la oportunidad de resucitar y vivir en la presencia de Dios el Padre y de Su Hijo Jesucristo, hace que sea posible soportar sucesos que de otro modo serían trágicos. Esa doctrina brinda un brillo de esperanza a un mundo que, de lo contrario, seria tenebroso y lúgubre; y contesta las sencillas preguntas: de dónde venimos, por que estamos aquí y hacia dónde vamos. Estas son verdades que deben enseñarse y ponerse en practica en nuestros hogares.
Dios vive. Jesús es el Cristo. Por medio de Su Expiación, todos tendremos la oportunidad de resucitar. Esa no es una bendición individual; es mucho mas; es una bendición para cada uno de nosotros y para nuestras familias. Que podamos estar eternamente agradecidos, que podamos vivir en la presencia de Dios el Eterno Padre y Su Hijo, Jesucristo, que podamos estar juntos por todas las eternidades, que podamos comprender el gozo, y que no sólo enseñemos esa doctrina sino también vivamos de acuerdo con ella, personalmente y en el seno familiar. Lo ruego en el nombre de Jesucristo. Amen.