La santidad de la mujer
“Cada uno de nosotros tiene el deber de ayudar a toda hija de Dios a reconocer las características sagradas que nuestro Padre Celestial le ha dado”.
Hay un título que la Primera Presidencia y los Doce rara vez utilizan, ya que lo consideran demasiado sagrado: es el de Apóstol. Es en esa función que les hablo, mis amados hermanos del sacerdocio.
Hablaré de la santidad de la mujer. De manera elocuente, el presidente Hinckley ha hablado de lo que el Señor repetidamente ha inspirado a Sus siervos decir acerca de Sus valiosas hijas:
“La mujer es la creación suprema de Dios. Sólo después de que la tierra había sido formada, después de que el día había sido separado de la noche, después de que las aguas habían sido divididas de la tierra, después de que la vegetación y la vida animal fueron creadas, y después de que el hombre había sido puesto en la tierra, se creó a la mujer; y sólo entonces fue que se pronunció que la obra estaba terminada y que era buena.
“De todas las creaciones del Todopoderoso, no hay nada más bello, nada que sea más inspirador que una bella hija de Dios que camine en virtud, con el conocimiento de por qué debe hacerlo, que honre y respete su cuerpo como algo sagrado y divino, que cultive su mente y que en todo momento ensanche el horizonte de su entendimiento, que nutra su espíritu con verdad eterna”1.
Luego, el presidente Hinckley nos advierte: “Dios nos tendrá por responsables si descuidamos a Sus hijas”2.
Muchas de nuestras hermanas se sienten descorazonadas, incluso desalentadas y desilusionadas. Otras tienen serios problemas debido a las decisiones que toman. Satanás ha desatado una seductora campaña para debilitar la santidad de la mujer, para engañar a las hijas de Dios y desviarlas de su destino divino. Él sabe muy bien que la mujer es el poder caritativo, abnegado y lleno de amor que mantiene unida a la familia humana. Él quisiera que concentraran su interés únicamente en sus atributos físicos, privándolas del privilegio de ser esposas y madres. A muchas les ha hecho creer la mentira de que son ciudadanas de tercera clase en el reino de Dios. Esa falsedad ha llevado a algunas a cambiar su feminidad divina por la tosquedad masculina.
El éxito cada vez mayor de la influencia de Lucifer quedó grabado en mi mente cuando al conducir en Salt Lake City pasé una camioneta llena de atractivas jovencitas; su vehículo me pasó entonces, cortándome peligrosamente el paso. Las chicas expresaron su desagrado con una variedad de comentarios vulgares y gestos obscenos. Estaban vestidas en su mayor parte con ropa de hombre, aunque algunas tenían ropa inmodesta que no dejaba mucho a la imaginación. Se me cayó el alma a los pies. Éstas son hijas de Dios. Tomé la determinación de que si algún día se me presentaba la oportunidad, alistaría al justo sacerdocio de Dios para ayudar a todas esas jovencitas erradas. Hermanos, podemos y debemos ayudarlas. Temo que gran parte de esa situación deriva de nuestro propio descuido o errores. En nuestra calidad de esposo, padre, hijo o hermano del sacerdocio, cada uno de nosotros tiene el deber de ayudar a toda hija de Dios a reconocer las características sagradas que nuestro Padre Celestial le ha dado. A muchas se les está privando de una vida rica y plena, y de las bendiciones que Dios desea que reciban. ¿Podrían ayudarles a comprender lo que están sacrificando cuando aquellos, que para provecho personal y autojustificación, las conducen como ovejas inocentes y ciegas y les privan de su valiosa calidad de mujer? Muchas mujeres, debido a su naturaleza de dar y de complacer a los demás, no se dan cuenta de su valor intrínseco. Esa pérdida las hace vulnerables a aquellos que tratan de convencerlas de que su función principal es la de ser físicamente atractivas.
Muchas de nuestras jovencitas sacrifican en el altar de la opinión popular y mundana el don divino de la feminidad, de la profunda espiritualidad y del interés bondadoso en los demás. Joven digno, haz saber a esas jovencitas que tú no buscarás a una compañera eterna que se entregue a las costumbres mundanas. Muchas visten y actúan de manera inmodesta porque les han dicho que eso es lo que tú quieres. Con mucho tacto, di cuán ofensiva es la ropa atrevida para ti, un jovencito digno, y cómo lo que ves en contra de tu voluntad despierta en tu ser emociones que no deseas.
A aquellas jovencitas que sí apoyan las normas conservadoras del vestir y manifiestan los atributos correctos de una fiel Santo de los Últimos Días a menudo se les critica por no “estar a la moda”.Aliéntalas expresando gratitud por su buen ejemplo. Dales las gracias por hacer lo que complace al Señor y que con el tiempo será una bendición para su propio esposo e hijos. Muchas jovencitas han vuelto a la rectitud gracias al ejemplo y al apoyo comprensivo de un digno poseedor del sacerdocio. Quizás un grupo de ustedes pueda exponer con franqueza sus inquietudes en un entorno apropiado, como una clase de la Escuela Dominical o de seminario. ¿Comenzarás una campaña privada para ayudar a las jovencitas a comprender cuán valiosas son para Dios y lo atractivas que son para ti a medida que ellas magnifican sus características femeninas y los divinos atributos de su calidad de mujer? Tal vez incluso ayudes a moldear el carácter y la devoción de tu futura compañera eterna.
Como hermano, tú puedes ejercer una poderosa influencia positiva en la vida de tu hermana. Hazle un cumplido cuando se vea especialmente atractiva. Es posible que ella te haga más caso a ti que a tus padres cuando le sugieras que vista ropa modesta. Las simples cortesías, como el abrirle la puerta y edificar su autoestima la animarán a buscar su verdadero valor.
Sé un padre sabio que demuestre atenciones a sus hijas; eso te brindará gozo a ti y satisfacción a ella. Cuando una hija sienta el calor y la aprobación de su padre, es muy probable que no busque atención de manera inapropiada. Como padre, reconoce el buen comportamiento de ella. Escúchala y elógiala por su fortaleza. Tú enriquecerás su vida grandemente. Ella imitará el comportamiento que observe; que vea que tratas a tu esposa y a otras mujeres con admiración y respeto.
Obispos, animen a cada jovencita a que medite en la inspiradora reunión de las Mujeres Jóvenes efectuada el sábado pasado. Eso le dará una visión de quién es y le ayudará en su búsqueda para cumplir su destino divino; le ayudará a ver cuán importante es que permanezca firme contra la marea destructiva del mundo y a expresar su testimonio de Jesucristo.
Hermanos, si honramos a la mujer, todas las hijas de Dios sentirán el aliento de hacer lo mismo.
Ahora quisiera hablar de algo sumamente sagrado. Cuando fuimos creados, nuestro Padre Celestial puso en nuestro cuerpo la capacidad de despertar poderosas emociones. Dentro del convenio del matrimonio, esas emociones, cuando se usan de maneras aceptables para ambos y para el Señor, abren la puerta para que los hijos vengan a la tierra. Esas sagradas expresiones de amor son parte esencial del convenio del matrimonio. No obstante, dentro del matrimonio, el estímulo de esas emociones puede ser para un fin en sí, o para permitir que la pareja se acerque en unidad mediante la bella y apropiada expresión de esos sentimientos entre marido y mujer. Hermanos, hay ocasiones en que deben refrenar esos sentimientos; hay veces en que deben dar plena expresión a esos sentimientos. Permitan que el Señor les guíe en las formas que enriquecerán su matrimonio.
Hay hombres, y lamentablemente algunas mujeres, que estimulan esas emociones mediante influencias que están fuera del convenio del matrimonio. Hay una gran diferencia entre el amor y la lujuria. El amor puro produce felicidad y engendra la confianza. Es el fundamento del gozo eterno. La lujuria destruirá lo que es ennoblecedor y bello. El esposo no debe tener asuntos privados que mantenga en secreto de su esposa. El compartirse mutuamente todo en cuanto a la vida personal es un poderoso seguro espiritual. Cuando viajes, lleva contigo una fotografía de tu esposa; ponla donde la puedas ver. Recuerda cuánto se te ama y se te confía y no serás tentado a contaminar tu mente o a quebrantar tus convenios.
Una de las influencias más atroces de la tierra, una que ha causado incontable angustia y sufrimiento, dolor y matrimonios desechos es la avalancha de pornografía en todas sus formas depravadas, corrosivas y destructivas. Ya sea a través de la página impresa, películas, televisión, canciones obscenas, el teléfono o en la titilante pantalla de la computadora personal, la pornografía es tremendamente adictiva y gravemente perjudicial. Esta potente herramienta de Lucifer degrada la mente, el corazón y el alma de cualquiera que la use. Todos los que queden atrapados en su red seductora y tentadora, y continúen así, llegarán a hacerse adictos a su influencia inmoral y destructiva. Para muchos, esa adicción no se puede superar sin ayuda. El trágico modo de proceder es bastante familiar; da comienzo con una curiosidad que se aviva por medio del estímulo y se justifica con la falsa noción de que cuando se hace en privado no le hace daño a nadie. Adormecidos con esa mentira, la experimentación se profundiza, con estímulos más fuertes, hasta que la red se cierra y se forma un hábito adictivo, terriblemente inmoral.
¿Cómo un hombre, en particular un poseedor del sacerdocio, no piensa en el daño emocional y espiritual que le causa a las mujeres, especialmente a su esposa, con esa abominable actividad? El participar en la pornografía, en cualquiera de sus formas morbosas, es una manifestación del egoísmo desenfrenado.
Con razón el inspirado Nefi declaró: “Y… [el diablo] los… pacificará y los adormecerá con seguridad carnal… y así [él] engaña sus almas, y los conduce astutamente al infierno”3.
Presidentes de estaca y obispos: amonesten en cuanto a esa maldad, e inviten a cualquiera que haya caído en ella a acudir a ustedes en busca de ayuda.
A todo poseedor del Sacerdocio de Aarón y del Sacerdocio de Melquisedec solemnemente declaro como siervo de Jesucristo, que a pesar de lo que se enseñe en el mundo, la violación de la ley de castidad es un pecado sumamente grave. Para tu propio bienestar y para bendición de las hijas del Señor, sé puro. Si existe incluso la más leve tendencia a participar en la inmoralidad, elimínala de tu vida. Si has cometido un acto inmoral, habla con el obispo o el presidente de estaca y purifica tu vida; hazla pura y recta. Tú posees el sacerdocio de Dios. Testifico que el Redentor te ayudará. Si buscas ayuda, Él te guiará a ella a fin de que mediante el arrepentimiento pleno el Señor te perdone.
Sé lo que es amar a una hija de Dios, quien con gracia y devoción sirvió con pleno esplendor femenino de mujer. Como esposo, dile constantemente a tu esposa lo mucho que la amas; eso le brindará gran felicidad. Como hijo, dile a tu madre lo mucho que la quieres; eso le dará gran gozo. Demos gracias a nuestro Padre Celestial por Sus preciadas hijas. Ayudémoslas lo más que podamos; luego demos aliento para que toda mujer que dude de su valor acuda a su Padre Celestial y a Su Hijo glorificado a fin de recibir una confirmación divina de su inmenso valor como persona. Testifico que a medida que cada una de las mujeres lo busque con fe y obediencia, el Salvador continuamente la inspirará mediante el Espíritu Santo. Esa guía le brindará un sentimiento de realización, de paz y de gozo indescriptibles al magnificar su sagrada condición de mujer divinamente concedida. Sé que el Salvador lo hará. Testifico que Él vive. En el nombre de Jesucristo. Amén.