Las viudas de Sión
“El Señor ama a las viudas… Nosotros… debemos cuidar y ayudar a las viudas en nuestra familia, hogar, barrio y vecindario”.
He intitulado mi discurso “Las viudas de Sión”. El diccionario define la palabra viuda(o) como la persona a quien se le ha muerto su cónyuge y no ha vuelto a casarse1.
Algunas viudas son jóvenes; sus esposos, muchas veces, han muerto prematuramente. Si en ese hogar hay hijos pequeños, en la joven viuda recae la responsabilidad total de criarlos. Ella tiene una pregunta sin respuesta: “¿Por qué me ha pasado esto a mí?”.La enorme soledad no es algo insólito.
Otras viudas son mayores; sus esposos, tras una vida de atesorada compañía, han muerto por razones de vejez o de salud. Los muchos años de tiernos recuerdos, del gozo de criar una noble familia, y de servicio mutuo a la Iglesia y a la comunidad son reemplazados por la soledad y el sentir que no se les quiere o necesita. La pregunta: “¿Cuánto debo esperar para unirme a mi compañero eterno?” continúa sin respuesta. Para ellas, la obra del templo podrá aumentar; la vida muchas veces se hace más difícil; el vivir con parientes o en instituciones de asistencia tal vez reemplacen el hogar familiar lleno de toda una vida de recuerdos.
Al enviudar, nuestras hermanas no están acostumbradas a la soledad. Ellas desean prestar servicio y contribuir al bienestar de los demás. Muchas tienen limitaciones debido a la mala salud; ellas desean permanecer fieles para un día reunirse con sus compañeros eternos. Es mucho lo que pueden enseñarnos acerca de la fe.
La doctrina de la Iglesia es bastante clara en lo que respecta a las viudas.
En los primeros días de la Iglesia, se reprendió a los líderes por descuidar a las viudas. Se llamó a siete varones de buen testimonio para que prestasen ayuda2.
Pablo instruyó a los santos a honrar a las viudas3; enseñó que cualquiera que no proveyera “para los suyos, y mayormente para los de su casa… ha negado la fe, y es peor que un incrédulo”4.
Cuando Brigham Young organizó el primer viaje pionero al valle del Gran Lago Salado en 1847, dio el siguiente consejo a los santos:
“Cada compañía, en proporción al valor de sus propiedades, ayude a llevar a los pobres, a las viudas, a los huérfanos y a las familias de los que han ingresado al ejército, para que los clamores de las viudas y huérfanos no lleguen a los oídos del Señor contra este pueblo”5.
Creo que este esfuerzo de ayudar a las viudas a cruzar las llanuras es uno de los ejemplos modernos más grandiosos de cómo debemos cuidar a las viudas.
La revelación moderna revela el orden de la Iglesia. “Las mujeres tienen el derecho de recibir sostén de sus maridos hasta que éstos mueran… los niños tienen el derecho de recibir el sostén de sus padres…
“y después de eso, pueden recurrir a la iglesia”6.
Más adelante dice en Doctrina y Convenios: “Y se mantendrá el almacén por medio de las consagraciones de la iglesia; y se proveerá lo necesario a las viudas y a los huérfanos, como también a los pobres”7.
En el libro de Santiago aparece una de las descripciones más bellas de la doctrina de la Iglesia en cuanto a la responsabilidad que tenemos como parientes y amigos de las viudas. “La religión pura y sin mácula delante de Dios el Padre es esta: Visitar a los huérfanos y a las viudas en sus tribulaciones, y guardarse sin mancha del mundo”8.
El término “viudas” se utiliza 34 veces en las Escrituras. En 23 de esos pasajes, el término se refiere a las viudas y a los huérfanos. Yo creo que el Señor tiene sentimientos de ternura hacia las viudas y los huérfanos; Él sabe que quizás tengan que confiar más plenamente en Él que en otros; sus oraciones serán más personales y duraderas, su servicio al prójimo será más genuino y su fe será más grande.
En las Escrituras, la fe de las viudas es legendaria.
La viuda de Sarepta demostró su fe cuando le proporcionó al profeta Elías un bocado de pan en vez de usar la última porción de su comida y su aceite para alimentar a su hijo y a ella, y morir. En las Escrituras está registrado: “Entonces ella fue e hizo como le dijo Elías; y comió él, y ella, y su casa, muchos días.
“Y la harina de la tinaja no escaseó, ni el aceite de la vasija menguó, conforme a la palabra que Jehová había dicho por Elías”9.
Quizás la frase “Entonces ella fue e hizo como le dijo Elías” sea un simbolismo de la confianza que las viudas tienen en el Señor.
Ana, que era viuda hacía 84 años y trabajaba continuamente en el templo, reconoció al niño Jesús cuando lo presentaron en el templo10.
Al darse cuenta de la gran fe de la viuda de Naín, Jesucristo resucitó al hijo de ella, al único que tenía, cuando lo llevaban por la puerta de la ciudad para enterrarlo11.
Como ejemplo del verdadero espíritu de generosidad, el relato de la ofrenda de la viuda ha quedado para siempre inmortalizado como una de las más grandes enseñanzas del Salvador.
“…el pueblo echaba dinero en el arca; y muchos ricos echaban mucho.
“Y vino una viuda pobre, y echó dos blancas…
“Entonces llamando a sus discípulos, les dijo: De cierto os digo que esta viuda pobre echó más que todos los que han echado en el arca;
“porque todos han echado de lo que les sobra; pero ésta, de su pobreza echó todo lo que tenía, todo su sustento”12.
Ustedes, maravillosas hermanas que son viudas: sepan que Dios las ama. Ustedes se encuentran entre los escogidos. Sé lo que estoy diciendo. Mi propia madre ha sido viuda durante casi tres años. Ella preside como noble matriarca del clan familiar de 247 personas. La madre de mi esposa, de 97 años, permanece fiel y continúa perseverando hasta el fin, a pesar de su mala salud. Estimadas hermanas, su vida misma, como ejemplo de un justo vivir, sigue inspirando a los miembros más jóvenes de la familia a ser mejores. Ustedes siguen siendo maestras.
En un momento determinado del horario de Dios ustedes se unirán a su compañero eterno y servirán juntos, para siempre, en la gran obra del mundo de los espíritus.
A las viudas jóvenes, con responsabilidades familiares cada vez mayores, sepan que Dios está al tanto de sus necesidades y que Él proveerá. Continúen ejerciendo la fe y las buenas obras. Los miembros fieles de la familia y de la Iglesia prestarán ayuda. Estén dispuestas a recibir ayuda de otros, según sea necesario. Sus hijos sabrán que ustedes les proporcionan una doble dosis de amor. Tengo un testimonio de que nuestro Padre Celestial compensará abundantemente a su familia con bendiciones eternas debido a la bondad del corazón de ustedes.
A los familiares y amigos de las viudas digo que Dios sabe en cuanto al servicio que prestan y Él juzgará sus obras de acuerdo con la manera que ayuden a la viuda. En una ocasión, el presidente James E. Faust compartió con las Autoridades Generales una maravillosa historia acerca de cómo los vecinos y amigos en una comunidad agrícola del centro de Utah trataban a las viudas. Cada uno tenía un número determinado de horas y minutos para disponer de agua para irrigar sus huertos. Acordaron que cada uno podría usar menos agua para que las viudas del vecindario pudiesen tener más agua para sus huertos.
Hace poco observé a cinco viudas ancianas ir juntas a una reunión de la iglesia en un automóvil modesto. Entraron juntas al edificio y se sentaron también juntas. Parecían extraer fortaleza y protección la una de la otra. Percibí lo bueno de sus vidas nobles al observar la tierna asociación que sostenían mutuamente en el ocaso de sus vidas.
Hermanos y hermanas, el Señor ama a las viudas. Sé que los líderes de la Iglesia se preocupan por el bienestar de las viudas. Nosotros, los miembros, debemos cuidar y ayudar a las viudas en nuestra familia, hogar, barrio y vecindario. Les exhorto a ustedes, jóvenes --miembros de la Primaria, jóvenes y jóvenes adultos-- a aprovechar la oportunidad de ayudar a las viudas de la comunidad y a obtener fortaleza de ellas.
Que seamos más bondadosos y considerados con las viudas de Sión, es mi humilde oración. En el nombre de Jesucristo. Amén.