Tu hogar eterno
“En un sentido real, estamos edificando viviendas eternas. Somos aprendices del oficio, no constructores profesionales. Necesitamos la ayuda divina para hacerlo con éxito”.
Cierto día, durante Su ministerio personal, nuestro Salvador llevó a Pedro, a Santiago y a Juan “a un monte alto…
“y se transfiguró delante de ellos, y resplandeció su rostro como el sol, y sus vestidos se hicieron blancos como la luz.
“Y he aquí les aparecieron Moisés y Elías, hablando con él.
“Entonces Pedro dijo a Jesús: Señor, bueno es para nosotros que estemos aquí”1.
Hoy, en esta histórica ocasión, nos congregamos en este magnífico Centro de Conferencias y en las instalaciones adyacentes de la Manzana del Templo y a través de todo el mundo.
Hay lágrimas en nuestros ojos y la gratitud nos llena el corazón al hacer eco al hermoso himno “Gracias demos a Dios”2. La construcción de este edificio estuvo diseñándose durante mucho tiempo. Necesitábamos un lugar más amplio para dar cabida a la gente que asiste a las conferencias y otras actividades durante el año. Muchos trabajadores de grandes habilidades han estado laborando con su corazón y con sus manos para brindarnos una estructura digna de la aprobación del Señor. “Bien, buen siervo y fiel”3.
Cuando Jesús ministraba entre los hombres hace mucho tiempo y en un lugar lejano, solía utilizar parábolas, un lenguaje que la gente podía entender mejor. Con frecuencia se refería a las casas y hogares con relación a la vida de quienes le escuchaban. ¿No se le conocía acaso como “el hijo del carpintero”.Él declaró: “Toda… casa dividida contra sí misma, no permanecerá”4. Tiempo más tarde declaró: “He aquí, mi casa es una casa de orden, dice el Señor, y no de confusión”5.
En una revelación dada por medio del profeta José Smith en Kirtland, Ohio, el 27 de diciembre de 1832, el Maestro aconsejó: “Organizaos, preparad todo lo que fuere necesario; y estableced una casa, sí, una casa de oración, una casa de ayuno, una casa de fe, una casa de instrucción, una casa de gloria, una casa de orden, una casa de Dios”6.
¿Dónde podría alguno de nosotros encontrar un plano más apropiado para construir de manera prudente y adecuada una casa en la cual pudiera habitar personalmente a través de la eternidad?
En un sentido real, estamos edificando viviendas eternas. Somos aprendices del oficio, no constructores profesionales. Necesitamos la ayuda divina para hacerlo con éxito. Las palabras de instrucción que ofrece el apóstol Pablo nos brindan la afirmación que necesitamos: “¿No sabéis que sois templos de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros?”7.
Si recordamos que cada uno de nosotros es literalmente un hijo o una hija espiritual de Dios, no nos será difícil recurrir a nuestro Padre Celestial mediante la oración. Él realmente aprecia el valor de esta materia cruda que es la vida. “Recordad que el valor de las almas es grande a la vista de Dios”8. Ésta declaración de Él encuentra alojamiento en nuestra alma y da propósito a nuestra vida.
Tenemos un Maestro que guiará nuestros esfuerzos si sólo depositamos nuestra fe en Él, sí, el Señor Jesucristo. Él nos invita: “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar.
“Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas;
“porque mi yugo es fácil, y ligera mi carga”9.
Se ha dicho que Jesús “crecía en sabiduría, y en estatura, y en gracia para con Dios y los hombres”10. ¿Tenemos nosotros la determinación de hacer lo mismo? Una simple frase de las Escrituras contiene un homenaje a nuestro Señor y Salvador, de quien se dijo: “Anduvo haciendo bienes”11.
En su epístola a su amado Timoteo, Pablo sugiere una forma en que podemos mejorarnos y, al mismo tiempo, brindar ayuda a otras personas que piensan para sus adentros y luego preguntan: “¿Y cómo podré [encontrar mi camino], si alguno no me enseñare?”12.
La respuesta que dio Pablo a Timoteo nos ofrece un solemne consejo. Prestemos atención a este inspirado consejo: “…sé ejemplo de los creyentes en palabra, conducta, amor, espíritu, fe y pureza”13.
Examinemos esta solemne instrucción que, en un verdadero sentido, se nos da a cada uno de nosotros.
Primero, ser un ejemplo en palabra. El Señor ha dicho: “Tiendan vuestras palabras a edificaros unos a otros”14.
¿Recordamos el consejo de un himno predilecto de la Escuela Dominical?
Oh, hablemos con tiernos acentos
en casa y en todo lugar,
cual el canto de aves que trinan
al alma le agradarán15.
Consideremos la observación de Mary Boyson Wall, quien hace poco celebró 105 años de edad. Se casó con Don Harvey Wall en el Templo de Salt Lake en 1913; celebraron 81 años de casados poco antes de que él falleciera a los 103 de edad. En un artículo para el semanario Church News ella atribuyó su longevidad, tanto en la vida como en su matrimonio, a que siempre hablaban con tiernos acentos. Ella dijo: “Yo creo que eso nos ayudó porque siempre nos tratábamos evitando cualquier palabra descortés”16.
Segundo, ser un ejemplo en conducta. En la Conferencia General de octubre de 1987, el presidente Gordon B. Hinckley declaró: “El lenguaje obsceno deshonra al hombre que lo emplea. Si alguno de ustedes tiene ese hábito, ¿cómo ha de eliminarlo? Se comienza por tomar la decisión de cambiar. La próxima vez que se sientan tentados a emplear palabras que saben que son malas, simplemente deténganse. Manténganse en silencio o digan de otra manera lo que quieran decir”17.
Francois de la Rochefoucald observó: “Una de las razones de que haya tan pocas personas que parecen ser sensitivas y agradables en su comportamiento es que casi todos piensan en lo que ellos mismos quieren decir en vez de responder sencillamente a lo que se les dice”.
Tercero, ser un ejemplo en amor. De Corintios procede esta hermosa verdad: “El amor nunca deja de ser”18.
Es agradable observar cuán prestamente respondió la Iglesia a los desastres naturales en Mozambique, Madagascar, Venezuela y muchos otros lugares. Con frecuencia hemos sido la primera organización en responder a tales tragedias y ofrecer la mayor ayuda. Hay también otras organizaciones que responden con similar generosidad.
¿Qué es el amor? Moroni, al escribir algunas palabras en cuanto a Mormón, su padre, declaró: “La caridad es el amor puro de Cristo, y permanece para siempre”19.
Un hombre que ejemplificó la caridad en su vida fue el presidente George Albert Smith. Inmediatamente después de la Segunda Guerra Mundial, la Iglesia llevó a cabo una campaña para colectar ropa de abrigo para enviarla a sus miembros que sufrían en Europa. Los élderes Harold B. Lee y Marion G. Romney llevaron al presidente George Albert Smith a la Manzana del Plan de Bienestar de Salt Lake City para que viera los resultados. Estaban muy impresionados por la forma generosa en que respondió la gente de la Iglesia. Observaron que el presidente Smith contemplaba a los obreros que estaban empaquetando la ropa y los zapatos donados y vieron que las lágrimas le cubrían el rostro. Después de unos momentos, el presidente George Albert Smith se quitó su propio abrigo y dijo: “Envíen éste también”.
Los hermanos le dijeron: “No, presidente, no; hace mucho frío y usted necesita ese abrigo”.
Pero el presidente Smith no quiso tomarlo de vuelta. Y así fue que ese abrigo fue enviado, junto con todos los demás, a Europa, donde en esa época las noches eran largas y obscuras y la ropa muy escasa. Entonces llegaron allá los envíos. Y hubo sonoras expresiones de gozo y agradecimiento, así como también en secretas oraciones.
Cuarto, ser un ejemplo en espíritu. El Salmista escribió: “Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, y renueva un espíritu recto dentro de mí”20.
Cuando tenía 17 años de edad, me enlisté en la Marina de los Estados Unidos y asistí al campo de adiestramiento en San Diego, California. Durante las primeras tres semanas, uno se sentía como si la Marina estuviera tratando de matarnos en lugar de adiestrarnos para que conserváramos la vida.
Nunca olvidaré mi primer domingo en San Diego. El oficial principal nos dijo: “Hoy todo el mundo va a la iglesia”.Entonces nos pusimos en fila en el campo de maniobras. El oficial gritó: “Todos ustedes, los que son católicos, se reunirán en el Campo Decatour. ¿Listos? ¡A marchar! ¡Y no regresen hasta las 3 de la tarde!” Un grupo numeroso salió entonces de allí; luego el oficial dijo: “Todos ustedes, los que son judíos, deben reunirse en el Campo Henry. ¿Listos? ¡A marchar! ¡Y no regresen hasta las 3 de la tarde!” Un contingente menor salió de allí; luego, el oficial dijo: “El resto de ustedes, los que son protestantes, tienen que reunirse en el teatro del Campo Farragut. ¿Listos? ¡A marchar! ¡Y no regresen hasta las 3 de la tarde!”
En ese momento me asaltó el pensamiento: Monson, tú no eres católico, ni judío, ni protestante. Entonces decidí quedarme parado. Me parecía que cientos de hombres desfilaban junto a mí. Luego escuché las palabras más dulces que el oficial podía haber pronunciado en mi presencia. Dijo: “¿Y qué se consideran ustedes?” Empleó la palabra ustedes. Ésa fue la primera vez que noté que allí estaba de pie alguien más. A una voz respondimos: “¡Somos mormones!” El oficial se rascó la cabeza en señal de desconcierto y dijo: “Bueno, vayan a reunirse en algún otro lado. ¡Y no regresen hasta las 3 de la tarde!” Salimos entonces de allí. Cualquiera podía casi deducir que marchábamos al compás del conocido himno:
Somos los soldados
que combaten el error…
¡Qué dicha es!
¡Qué dicha es!
Quinto, ser un ejemplo en fe.
Hablando con respecto a la fe, el presidente Stephen L Richards declaró: “El reconocimiento de un poder más alto que el del hombre mismo en ningún sentido lo menosprecia. Si con toda su fe atribuye la beneficencia y los mejores propósitos a ese Poder que es superior que él mismo, el hombre puede vaticinar un destino mayor y atributos más nobles para su persona y ser estimulado y alentado en las vicisitudes de su existencia. Debe procurarlo con fe, oración y con la esperanza de que lo encontrará. Ningún esfuerzo sincero y humilde quedará sin ser correspondido. Tal es la verdadera constitución de la filosofía de la fe. La gracia divina acompañará a quienes humildemente lo procuren”.21
Minnie Louise Haskins describe este principio en un bello poema:
“Le dije al hombre que estaba a la puerta del año: ’Dame una luz para poder andar a salvo en lo desconocido’. Y él respondió: ’Vé entre las tinieblas y toma a Dios de la mano. ’Eso será mejor que una luz y más seguro que un camino conocido’ “22.
Finalmente, ser un ejemplo en pureza.
“¿Quién subirá al monte de Jehová? ¿Y quién estará en su lugar santo?
“El limpio de manos y puro de corazón; el que no ha elevado su alma a cosas vanas, ni jurado con engaño.
“Él recibirá bendición de Jehová, y justicia del Dios de salvación”23.
El presidente David O. McKay observó una vez: “La seguridad de nuestra nación depende de la pureza y fortaleza del hogar; y agradezco a Dios las enseñanzas de la… Iglesia en cuanto a la formación y el valor del hogar, y a la impresión que los padres bondadosos han dejado, de que el hogar debe ser el lugar más sagrado del mundo. Nuestros miembros son edificadores de hogares y se les enseña siempre, desde la niñez a la ancianidad, que el hogar debe mantenerse puro y a salvo de los males del mundo”24.
Hace muchos años asistí a una conferencia de estaca en Star Valley, Wyoming, en la que se reorganizó la presidencia de la estaca. El presidente de la misma que estaba siendo relevado, E. Francis Winters, había servido fielmente durante 23 largos años. Aunque era modesto por naturaleza y dado a las circunstancias, había sido un perpetuo pilar de fortaleza para todos en aquel valle. El día de la conferencia, el edificio estaba repleto de personas. El corazón de cada una de ellas parecía estar diciéndole en silencio ¡Gracias! a ese noble líder que había dedicado tan abnegadamente su vida para el beneficio de los demás.
Al disponerme a hablar, sentí la impresión de que debía hacer algo que nunca había hecho antes y que tampoco he hecho desde entonces. Anuncié cuánto tiempo Francis Winters había presidido la estaca y pedí que todos los que hubieran sido bendecidos o confirmados por él se pusieran de pie y permanecieran de pie. Entonces pedí que hicieran lo mismo todos aquellos que hubieran sido ordenados, apartados, aconsejados personalmente o bendecidos por el presidente Winters. El resultado fue emocionante. Cada una de las personas de la congregación se puso de pie. Las lágrimas brotaban profusamente, lágrimas que comunicaron mejor que mis palabras la gratitud de corazones enternecidos. Me dirigí al presidente Winters y a su esposa y les dije: “Somos hoy testigos de la inspiración del Espíritu. Esta vasta congregación no sólo expresa sentimientos personales sino también la gratitud de Dios por una vida dedicada”.Ninguna persona que estuvo presente ese día podrá olvidar jamás lo que sintió al manifestarse el lenguaje del Espíritu del Señor.
En Francis Winters tuvimos un “ejemplo de los creyentes en palabra, conducta, amor, espíritu, fe y pureza”25.
Firmes creced en la fe que guardamos,
por la verdad y justicia luchamos.
A Dios honrad, por Él luchad,
y por Su causa siempre velad26.
Que cada uno de nosotros pueda lograrlo, es mi humilde oración, en el nombre de Jesucristo. Amén.