El escudo de la fe
“Nunca antes en la historia del mundo ha sido mayor la necesidad de tener fe en Dios”.
Mis queridos hermanos y hermanas, hoy es un día histórico. Ésta es la primera conferencia general de este siglo y de este milenio, y la primera que se realiza en este nuevo y grandioso Centro de Conferencias de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. Me uno a todos ustedes para expresar admiración, respeto y agradecimiento por la visión de nuestro gran Profeta, el presidente Gordon B. Hinckley. Él tuvo la fe y el valor para poner en marcha esta construcción monumental.
Con lágrimas de tristeza, dejamos atrás nuestro amado Tabernáculo, el sitio tradicional de la conferencia general. Como ha dicho el presidente Hinckley: “Ya no cabemos en él”.Nos detenemos a rendir homenaje a la fe, visión e inspiración de Brigham Young y sus colegas, quienes con fe edificaron el Tabernáculo, cuya construcción es en verdad extraordinaria. He estado en el techo del Tabernáculo, en donde las primitivas ataduras de cuero sin curtir todavía sujetan las vigas de la estructura del tejado. Aunque las vigas han sido reforzadas con acero, el trabajo creativo de los fieles santos pioneros todavía existe como símbolo de su gran fe.
Creo que el futuro será grandioso y espléndido en muchos sentidos. Las oportunidades para la educación y el aprendizaje han aumentado y continuarán aumentando de un modo espectacular. Una persona lo definió así: “La educación equivale a saber leer la letra menuda de un contrato; la experiencia es lo que resulta si uno no la sabe leer”1. Tanto hoy como en el futuro, enormes cantidades de información se están haciendo más accesibles por todo el mundo a través de aparatos electrónicos que se usan en el hogar, en el trabajo y en la biblioteca local. No obstante, grandes serán los desafíos e infinitos los problemas ya que con ese aumento de conocimiento la vida se vuelve en realidad más complicada. Brigham Young dijo: “Se me reveló a mí al comienzo de esta Iglesia que ésta se extendería, prosperaría y progresaría; pero que el poder de Satanás también crecería en proporción con la difusión del Evangelio entre las naciones de la tierra”2.
Al entrar en una nueva era, tenemos sólo un camino seguro: el de seguir adelante con fe. La fe será el fuerte escudo que nos protegerá de los dardos de fuego de Satanás. Los valores no deben cambiar con el tiempo puesto que la fe en Jesucristo es indispensable para la felicidad y la salvación eterna. El siglo de mayor progreso en la ciencia y en la tecnología acaba de terminar. Sin embargo, prevalece en esta época la oscuridad, así como en el tiempo en que Jesucristo iba a ser crucificado. Aun así, como dijo el profeta José Smith: “…en este tiempo nos esperan grandes bendiciones, y dentro de poco se derramarán entre nosotros, si somos fieles en todas las cosas, porque tenemos el derecho de esperar mayores bendiciones espirituales que ellos, porque Cristo estuvo entre ellos en persona para instruirlos respecto del gran plan de salvación. Nosotros no gozamos de su presencia personal, por tanto, tenemos necesidad de mayor fe…”3. La fe es el primer principio del Evangelio de Jesucristo como lo expuso el profeta José Smith: “Nosotros creemos en Dios el Eterno Padre, y en su Hijo Jesucristo, y en el Espíritu Santo”4. Esta fe será el santuario de nuestras almas.
Nunca antes en la historia del mundo ha sido mayor la necesidad de tener fe en Dios. Si bien la ciencia y la tecnología abren la puerta a ilimitadas oportunidades, también presentan grandes peligros debido a que Satanás emplea esos prodigiosos descubrimientos para su beneficio. La red de comunicación que abarca todo el mundo está sobrecargada de información de la que nadie se hace responsable en lo que toca a su verdad o a su procedencia. El delito se ha vuelto mucho más “avanzado” y la vida más arriesgada. En la guerra, el matar se ha vuelto mucho más eficiente. Grandes desafíos yacen adelante a no ser que el poder de la fe, del buen criterio, del discernimiento, de la honradez, de la decencia, del autodominio y de la integridad aumente proporcionalmente para compensar esa expansión de conocimiento secular. Sin progreso moral, estimulado por la fe en Dios, la inmoralidad en todas sus formas proliferará y sofocará la virtud y la decencia humana. El género humano no podrá expresar plenamente la nobleza potencial del alma humana si no fortalece la fe en Dios.
En nuestra época, la creencia de que la ciencia y la tecnología pueden resolver todos los problemas de la humanidad se ha convertido en una teocracia. Me desesperaría si pensara que nuestra salvación eterna dependiese del conocimiento científico, técnico o secular separado de la rectitud y de la palabra de Dios. La palabra de Dios que han predicado Sus profetas a lo largo de los siglos no justifica ninguna otra conclusión. Muchos creen que las respuestas supremas a las preguntas de la vida yacen en los tubos de ensayo, en los laboratorios, en las ecuaciones y en los telescopios. Esa teocracia de la ciencia excluye la respuesta fundamental a la pregunta central: “¿Por qué?”.El conocer la causa y el efecto es fascinante, pero no explica por qué estamos aquí, de dónde venimos ni adónde vamos. Como dijo Albert Einstein: “Jamás creeré que Dios permite que los sucesos del mundo ocurran al azar”5.
El presidente Harold B. Lee dijo en una ocasión: “No importa cuánto progrese en el campo científico, el hombre siempre debe estar sujeto a la voluntad y a la dirección de la Divina Providencia. El ser humano nunca ha descubierto cosa alguna que Dios ya no haya sabido”6.
No creo que este gran derramamiento de conocimiento haya sucedido por casualidad. Todo ese conocimiento secular no ha provenido solamente de la mente creativa de hombres y mujeres. El género humano ha estado en la tierra largo tiempo. Durante el transcurso de los siglos, el conocimiento llegó a paso de tortuga.
Creo que con la aparición de Dios el Padre y Su Hijo, el Señor Jesucristo, en 1820, a José Smith, los cielos fueron abiertos no sólo para dar el gran conocimiento espiritual revelado en esta dispensación, sino también para dar conocimiento secular. Los antropólogos nos informan que durante miles de años, como promedio, las expectativas de vida del ser humano eran de 25 a 30 años7, pero que desde finales del siglo diecinueve, la esperanza de vida mundial ha aumentado a 64 años8. Nuevas ideas, entre ellas, invenciones y descubrimientos científicos de maneras más eficaces de hacer las cosas, se producían en un número de 39 al año desde el año 4.000 a. de J. C. hasta el año 1 de nuestra era, en comparación con las 3.840 nuevas ideas que surgían al año en el siglo diecinueve, en tanto que en la actualidad se surten en una proporción de 110.000 al año9.
Ahora se nos presenta el desafío de impedir que lo científico, lo técnico y lo intelectual repriman el conocimiento espiritual en nuestra vida. Alguien dijo: “El recurso que menos se ha cultivado en nuestro país es la fe; el poder que menos se ha utilizado ha sido el de la oración”10. La tecnología nos sirve para comunicarnos unos con otros y con el mundo, pero no con Dios.
Quisiera enviar una voz de amonestación a este pueblo. Declaro solemnemente que este reino espiritual de fe seguirá adelante con o sin cada uno de nosotros en forma individual. Ninguna mano impía podrá detener el progreso de la Iglesia ni impedir el cumplimiento de su misión. Cualquiera de nosotros puede quedar atrás, atraído por las influencias tentadoras del secularismo y del materialismo.
Para sustentar la fe, cada uno de nosotros debe ser humilde y compasivo, bondadoso y generoso con el pobre y el necesitado. La fe se sustenta aún más con dosis diarias de la espiritualidad que recibimos cuando nos arrodillamos en humilde oración; comienza con nosotros en forma individual y se extiende a nuestra familia que debe ser fortalecida en la rectitud. La honradez, la decencia, la integridad y la moralidad, todas ellas son ingredientes necesarios de nuestra fe y suministrarán un santuario para nuestras almas.
La fe sencilla en Dios el Padre, en Su Hijo Jesucristo y en el Espíritu Santo constituye una fuerza poderosa que opera en nosotros. Como dijo el élder Charles W. Penrose: “Algunas personas no creerán nada que no puedan captar con el razonamiento humano o que no vean con los ojos naturales. ¡Pero bendito es el hombre que tiene fe y bendita es la mujer que tiene fe! Porque con la fe discernirán las cosas que no se ven con los ojos naturales. Podrán llegar a las regiones de la inmortalidad, comprender las realidades eternas, entender las cosas de Dios”11. Esto se debe a que mediante la fe nuestros dones y poderes naturales de conseguir algo se realzan considerablemente.
La fe intensifica y magnifica nuestros dones y aptitudes. No hay mayor fuente de conocimiento que la inspiración que proviene de la Trinidad, que posee todo entendimiento y todo conocimiento de lo que ha sido, de lo que es y de lo que será en el futuro.
En Haun’s Mill, una heroica mujer pionera, Amanda Smith, aprendió por la fe a hacer lo que estaba fuera del alcance de su capacidad y del conocimiento científico de su tiempo. En aquel espantoso día de 1838, cuando cesaron los disparos y los atacantes se fueron, ella volvió al molino y vio a su hijo Willard que llevaba en brazos a su hermano Alma, de siete años de edad. Ella exclamó: “¡Mi hijo Alma está muerto!”.“No, madre”, le dijo él, “creo que Alma no está muerto, pero papá y mi hermano Sardius sí están muertos”.Pero en esos momentos no había tiempo para llorar. Un tiro había destrozado la cadera de Alma. Posteriormente, Amanda recordó:
“La carne, el hueso de la cadera, con coyuntura y todo, habían sido destrozadas… Acostamos al pequeño Alma en una cama de nuestra tienda [de campaña] y le examiné la herida. ¡Era horrenda! Yo no sabía qué hacer… Y, no obstante, me quedé allí, durante toda aquella noche atroz, con mis muertos y mi herido, sin nadie sino Dios como médico y ayuda. Imploré: ’¡Ay, Padre Celestial!, ¿qué debo hacer? Tú ves a mi pobre niño herido y sabes que no tengo experiencia. Padre Celestial, ¡dime qué debo hacer!’ Entonces oí instrucciones como de una voz que me hablaba.
“…El fuego del hogar todavía seguía ardiendo… se me indicó que hiciera una lejía y aplicara directamente en la herida un paño empapado en esa solución… Lo apliqué una y otra vez en el hueco de la herida… y cada vez se adherían al paño trozos de carne destrozada y astillas de hueso, hasta que la herida quedó tan blanca como carne de ave.
“Tras haber hecho lo que se me había indicado, otra vez oré al Señor y de nuevo se me dieron instrucciones tan claramente como si un médico hubiese estado de pie a mi lado hablándome. Había por allí un olmo, con las hojas del cual se me indicó que preparase… una cataplasma y que llenara con ésta [el hueco de] la herida… lo cual hice, y, en seguida, cubrí la herida con unos 30 centímetros de lino a modo de venda.
“Llevé al niño herido a una casa… y le curé la herida, mientras el Señor seguía dirigiéndome como antes. Se me recordó que en el baúl de mi marido había un frasco de bálsamo, el cual vacié en la herida, lo que le calmó mucho el dolor a Alma.
“’Alma, hijo mío’, le pregunté, ’¿crees que el Señor te hizo la cadera?’
“’Sí, mamá’, me dijo.
“’Y bien, el Señor puede hacer algo que te reemplace la cadera. ¿Crees, Alma, que Él puede hacerlo?’
“’¿Tú crees que el Señor puede hacerlo, mamá?’, me preguntó el niño en su inocencia.
“’Sí, hijo mío’, le respondí, ’Él me lo ha mostrado todo en una visión’.
“Entonces lo acosté cómodamente boca abajo y le dije: ’Quédate así y no te muevas, y el Señor te va a hacer otra cadera’.
“Alma permaneció acostado boca abajo durante cinco semanas hasta que se recuperó completamente; le creció un cartílago flexible en la coyuntura y la cavidad del hueso que le faltaba, el cual tiene hasta el día de hoy para asombro de los médicos.
“Ya han transcurrido casi cuarenta años desde entonces y Alma nunca ha estado lisiado durante su vida; ha viajado durante un largo tiempo como misionero del Evangelio y como milagro viviente del poder de Dios”12.
El tratamiento fue fuera de lo común para aquella época e insólito en la actualidad, pero cuando nos encontramos en una situación extrema, como le ocurrió a la hermana Smith, tenemos que ejercer nuestra fe sencilla y escuchar al Espíritu tal como ella lo hizo. El ejercicio de nuestra fe la hará más fuerte. Como Alma enseñó:
“…si… ejercitáis un poco de fe… sí, hasta creer de tal modo que deis cabida a una porción de mis palabras.
“…Debe ser… que la palabra es buena, porque empieza a ensanchar mi alma; sí, empieza a iluminar mi entendimiento…
“He aquí, ¿no aumentaría esto vuestra fe?”13.
La rectitud es compañera de la fe. La fe firme se gana mediante la obediencia a los mandamientos, pues esto nos sirve, como dijo Pablo, para “vest[irnos] de toda la armadura de Dios”14.
Hay para los miembros de la Iglesia algunos absolutos sobre los cuales debe apoyarse nuestra fe; son verdades básicas y eternas. Ellas son:
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Jesús, el Hijo del Padre, es el Cristo y el Salvador y el Redentor del mundo.
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José Smith fue el instrumento por medio del cual el Evangelio ha sido restaurado en su plenitud y totalidad en nuestra época.
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El Libro de Mormón es la palabra de Dios y, como dijo el profeta José Smith, es la clave de nuestra religión y otro testamento de Jesús como el Cristo y el Redentor de todo el género humano.
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Gordon B. Hinckley posee, del mismo modo que las poseyeron todos los presidentes de la Iglesia que le han precedido, todas las llaves y la autoridad que fueron restauradas por José Smith.
Ésta es la obra de Dios. Creo y testifico que, como dijo Pablo, si podemos llegar “a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios”15, podremos seguir adelante con gran esperanza y confianza en el futuro. Se nos dará fortaleza para vencer toda adversidad. Nos regocijaremos en nuestras bendiciones y hallaremos paz en nuestra alma. Que así lo hagamos, ruego humildemente en el nombre de Jesucristo. Amén.