Velar y fortalecer
“El Salvador les permitirá sentir el amor que Él tiene por aquellos a quienes ustedes sirvan. El llamamiento es una invitación para llegar a ser como Él es”.
El año pasado, cientos de miles de personas fueron bautizadas y confirmadas miembros de la Iglesia, y a cada una de ellas debió habérsele dado la oportunidad de servir en un llamamiento, pues tanto para ellas como para la Iglesia, esa experiencia dará forma al futuro. Muchos de nosotros recordamos la primera vez que dimos un discurso, dirigimos una reunión o llamamos a la puerta de una casa para hacer una visita oficial. Me pongo nervioso sólo de pensarlo.
Puede que los nuevos miembros hayan sido bautizados unos días o unas semanas antes de haber sido llamados a servir, y que algunos de ellos nunca hayan visto a nadie llevar a cabo el llamamiento al que hayan sido llamados. Debido a que no tenemos un clero profesional, los miembros nuevos no son los únicos que aceptan el cometido de prestar servicio. Se calcula que el año pasado casi 2 millones de Santos de los Últimos Días recibieron un nuevo llamamiento para ser pastores o se les dio algunas ovejas nuevas sobre las cuales velar. Poco menos de la mitad de las personas llamadas eran jóvenes, algunos de doce o trece años de edad. En ese período de tiempo fueron llamados y apartados más de 30.000 misioneros, la mayoría de los cuales tenía menos de veinte años de edad; salieron tras una breve capacitación y con poca experiencia.
Las personas que conozcan el funcionamiento de las organizaciones del mundo podrían predecir el fracaso de una iglesia con un crecimiento rápido y que dependa de tantos miembros laicos nuevos. Incluso aquellos que son llamados pueden haber sentido cierto recelo. Pero aun así, cuando con los ojos de la fe ven la verdadera naturaleza del desafío, la confianza reemplaza al temor porque ellos se tornan a Dios.
Mi mensaje se dirige, en primer lugar, a las personas que han sido llamadas recientemente a servir en la Iglesia, luego a los que les llamaron y finalmente a aquellos a quienes servirán.
Digo primero a los que acaban de ser llamados: La confianza depende de la comprensión que tengan del llamamiento, el cual no viene de seres humanos, sino que es una responsabilidad que procede Dios. El servicio no se limita simplemente a realizar una tarea. Cualquiera que sea su nombre, todo llamamiento es una oportunidad y una obligación para velar y fortalecer a los hijos de nuestro Padre Celestial. La obra del Salvador consiste en llevar a cabo la inmortalidad y vida eterna de ellos (véase Moisés 1:39). Él nos ha llamado a servir a los demás para que fortalezcamos tanto nuestra fe como la de ellos. Él sabe que mediante el servicio llegaremos a conocerle.
Un inspirado profeta percibió el servicio como la forma en que llegamos a desear aquello que el Señor desea, y escribió: “Porque ¿cómo conoce un hombre al amo a quien no ha servido, que es un extraño para él, y se halla lejos de los pensamientos y de las intenciones de su corazón?” (Mosíah 5:13).
Debido a que ustedes son llamados por Jesucristo para servirle, pueden seguir adelante con gran confianza. En primer lugar, tengan la certeza de que Él les conoce a ustedes y la capacidad que tienen para progresar, porque Él les ha preparado. Los llamamientos les requerirán que amplíen sus aptitudes, con frecuencia al principio y en forma constante mientras lo cumplan, más Él les dará el Espíritu Santo por compañero, el cual les dirá qué hacer cuando el ingenio y los esfuerzos de ustedes no sean suficientes (véase Juan 14:26). El Espíritu Santo les inducirá a dar testimonio con convicción. El Salvador les permitirá sentir el amor que Él tiene por aquellos a quienes ustedes sirvan. El llamamiento es una invitación para llegar a ser como Él es (véase 3 Nefi 27:27).
Probablemente ustedes se pregunten: “¿Cómo el ver mi llamamiento de esa forma hará que tenga más confianza en lograr el éxito?”.La respuesta reside en que el verlo desde esa perspectiva divina hará que sea más probable que ustedes acudan en busca de ayuda a la única fuente que jamás les fallará.
No hace mucho tiempo vi a un joven casi completamente abrumado por un nuevo llamamiento. El Señor había inspirado a Su siervo a llamarle como presidente de estaca. Ese joven nunca había sido obispo, ni había servido en la presidencia de una estaca. La estaca contaba con muchos hombres de mayor madurez y experiencia.
Se sintió muy humilde cuando recibió el llamamiento. Su esposa dijo entre lágrimas al siervo del Señor que le extendía el llamamiento: “¿Está usted seguro?”.Su esposo dijo en voz baja que aceptaba y su esposa asintió en señal de apoyo, todavía con lágrimas bañándole el rostro. Tal y como ustedes hubiesen hecho en una situación semejante, este joven quiso hablar con su padre, quien vivía muy lejos. Esa misma tarde le llamó por teléfono. Su padre ha trabajado toda la vida en una granja con vacas. Había convertido a su hijo en un hombre a través del ordeño de las vacas y al permitirle contemplar cómo se detenía para hablar con sus vecinos y preguntarles cómo se encontraban. A la mañana siguiente, durante su primer discurso como presidente de estaca, relató lo siguiente de la conversación que sostuvo con su padre.
“Muchos de los que me conocen saben que soy un hombre de pocas palabras. Creo que lo heredé de mi padre. Cuando ayer hablé con él para hacerle saber que iba a ser llamado como presidente de estaca, su única respuesta fue: ’Bueno, será mejor que ores mucho’. Ése fue su consejo. ¿Qué mejor consejo podría haberme dado?”.
Su padre no podría haberlo hecho mejor y ustedes pueden ver por qué: el Señor es la única esperanza que tiene para lograr éxito. La mayor parte de la ayuda vendrá por medio del Espíritu Santo, sin el cual los siervos del Señor no pueden tener éxito. Sólo podemos disfrutar de la compañía del Espíritu Santo si oramos por ello y nos hacemos merecedores de ello. Ambas cosas requieren una gran dosis de oración, de oración con una fe verdadera en nuestro Padre Celestial, en Su Hijo Amado y en el Espíritu Santo (véase D. y C. 90:24; Artículos de Fe 1:1).
Para disfrutar de la compañía del Espíritu Santo, debemos estar limpios de pecado (véase D. y C. 50:29), lo cual sólo se logra mediante la fe suficiente en Jesucristo para arrepentirnos y merecer el perdón (véase D. y C. 3:20). Luego tenemos que mantenernos alejados del pecado, y para ello debemos orar con frecuencia y con fervor (véase 3 Nefi 18:18).
“Será mejor que ores mucho” es un buen consejo para todos los siervos del Señor, nuevos o experimentados. Eso es lo que hacen Sus siervos sabios: orar.
Los discípulos de Jesucristo que estuvieron con Él durante Su ministerio terrenal se percataron de esto. Él era Jehová, el Hijo de Dios, y aún así oraba con bastante frecuencia a Su Padre Celestial para que Sus discípulos se dieran cuenta de que, para ser siervos Suyos, debían saber cómo orar. Así que le pidieron que les enseñase, tal y como está escrito:
“Aconteció que estaba Jesús orando en un lugar, y cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: Señor, enséñanos a orar, como también Juan enseñó a sus discípulos.
“Y les dijo: cuando oréis, decid: Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre. Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra…
“Y perdónanos nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a todos los que nos deben”.“Y no nos dejes caer en tentación, mas líbranos del mal” (Lucas 11:1–2, 4; véase también Mateo 6:9–13).
Rara vez empleamos esas mismas palabras al orar, pero las de esta oración son un resumen perfecto de aquello por lo cual suplican los siervos del Señor a fin de ser merecedores de la promesa que el Salvador hace a todos los que llama:
“Y quienes os reciban, allí estaré yo también, porque iré delante de vuestra faz. Estaré a vuestra diestra y a vuestra siniestra, y mi Espíritu estará en vuestro corazón, y mis ángeles alrededor de vosotros, para sosteneros” (D. y C. 84:88).
Piensen en esa oración como en un ejemplo de servicio. La oración comienza con reverencia por nuestro Padre Celestial. A continuación el Señor habla del reino y de su venida. El siervo que tiene un testimonio de que ésta es la verdadera Iglesia de Jesucristo siente gozo en el progreso de la misma y desea hacer todo lo que esté a su alcance por edificarla.
El Salvador mismo fue un ejemplo de las siguientes palabras de Su oración: “Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra” (Lucas 11:2). Ésa fue Su oración durante la extremadamente difícil ofrenda de la Expiación por toda la humanidad y por todo el mundo (véase Mateo 26:42). El siervo fiel ora para que hasta la tarea aparentemente más pequeña se haga como Dios la hubiera hecho. El trabajar y orar por Su éxito en vez de por el nuestro influye grandemente en los resultados que obtengamos.
A continuación, el Salvador nos dio este modelo de pureza personal: “Y perdónanos nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a todos los que nos deben” (Lucas 11:4). “Y no nos dejes caer en tentación, mas líbranos del mal” (Mateo 6:14). La fortaleza que debemos dar a aquellos a quienes cuidamos viene del Salvador. Tanto ellos como nosotros debemos perdonar para ser perdonados por Él (véase Mateo 6:14). Ellos y nosotros sólo podemos tener esperanza de permanecer limpios gracias a Su protección y al cambio en nuestros corazones que Su Expiación hace posible. Necesitamos ese cambio para tener la compañía constante del Espíritu Santo. Este don podría parecer demasiado elevado y distante tanto a nosotros como a las personas a quienes servimos, mas Samuel, un profeta del Señor, llamó y ungió a un joven de nombre Saúl, y en ese mismo día, Samuel le prometió a Saúl:
“Entonces el Espíritu de Jehová vendrá sobre ti con poder, y profetizarás con ellos, y serás mudado en otro hombre” (1 Samuel 10:6).
La promesa no tardó años, meses ni días en cumplirse. Escuchen el relato del capítulo 10 de 1 Samuel:
“Aconteció luego, que al volver él la espalda para apartarse de Samuel, le mudó Dios su corazón; y todas estas señales acontecieron en aquel día.
“Y cuando llegaron allá al collado, he aquí, la compañía de los profetas que venía a encontrarse con él; y el Espíritu de Dios vino sobre él con gran poder, y profetizó entre ellos” (1 Samuel 10:9–10).
Pueden tener confianza al servir al Señor. El Salvador les ayudará a hacer aquello a lo que les ha llamado, ya sea por una corta temporada haciendo la labor de la Iglesia o eternamente como padres. Pueden orar en busca de ayuda y del crecimiento suficiente para hacer la obra y saber que recibirán ambos.
Ahora quisiera decir unas palabras a los que han extendido esos llamamientos. Al hacerlo, expresaron la confianza del Señor, la cual Él también ha depositado en ustedes. Tal y como esos miembros fueron llamados para velar y fortalecer a otras personas, también ustedes están bajo la misma obligación de velar por ellos y fortalecerles. Si ustedes extendieron el llamamiento pero no les dieron capacitación o no verificaron que la capacitación fuese suficiente, les han fallado a ellos y al Señor. Aun con esa capacitación, el camino les va a resultar difícil. Ustedes lo saben, por lo que deben velar y observar cuando necesiten que se les fortalezca. Ustedes les proporcionarán justo la ayuda suficiente para fortalecer su fe en que el Señor está cuidando de ellos y de las personas a quienes sirven, y que pueden acudir a Él con confianza. Para que esto ocurra, ustedes mismos deben orar mucho por ellos y en busca de orientación.
Por último, quisiera dirigirme a aquellos que recibimos el servicio de las personas que han sido llamadas recientemente. Nuestra oportunidad y obligación son idénticas a las de ellos. Debemos velar y fortalecer; y cada uno de nosotros tiene incontables oportunidades para hacerlo. Cada reunión, clase o actividad a la que asistan contará con alguien que está haciendo algo que le parecerá estar en el límite de su capacidad, o tal vez más allá de ese límite. La mayoría de nosotros incorporamos a estas situaciones las actitudes que aprendemos en el mundo, donde rápidamente nos percatarnos de un servicio deficiente. Es demasiado fácil pensar: Nuestro nivel de desempeño debiera ser más elevado en la Iglesia verdadera del Señor.
Hay más de una manera de ayudar al Señor a elevarlos a ese nivel. Una es mediante la expresión o nuestra muestra de desagrado. Yo he sido el beneficiario de otra manera, una manera mejor. Me he dado cuenta de cuándo no estaba haciéndolo bien durante un discurso, mientras enseñaba o cuando dirigía una reunión. La mayoría de las personas sabe cuándo algo está saliendo mal. Yo he podido saber cuándo no me iba bien, y en esos momentos he buscado entre la congregación a alguien que aparentemente no me estaba prestando atención, con los ojos cerrados. He aprendido a no dejar que eso me irrite. Entonces abre los ojos y me sonríe, con una mirada de ánimo inconfundible. Era una mirada que me decía con tanta claridad como si me hubiese hablado: Sé que el Señor le ayudará y le sostendrá. Estoy orando por usted. He estado en lugares en los que muchas de las personas que me escuchaban estaban haciendo eso, y fui sostenido mucho más allá de lo que sabía o creía ser mi propia capacidad. Ustedes pueden servir de esta manera cuando vean que para alguien es difícil cumplir con su cargo. Requerirá mucha oración, mas ustedes pueden velar y fortalecer aun cuando su llamamiento actual en la Iglesia sea sólo el de seguidor de Jesucristo, y sus únicas herramientas sean la oración, una sonrisa y el ánimo.
Está ocurriendo un milagro en la Iglesia. Puedo verlo cuando regreso a países en los que me he ausentado por sólo un breve tiempo. Los miembros y los líderes están cambiados. Tal y como Alma prometió, sus almas y sus mentes se han ensanchado, y su entendimiento iluminado (véase Alma 32: 28, 34). Se han servido mutuamente con fe en el Señor Jesucristo. Él les ha mandado la compañía del Espíritu Santo como respuesta a su ferviente oración. El cuidado, el testimonio, el amor y la ayuda que se han proporcionado el uno al otro ha permitido que el Señor obre el milagro de hacer crecer el corazón y las habilidades de los humildes hijos e hijas de Dios.
Sé que Dios el Padre vive. Él escucha y contesta nuestras oraciones. Testifico que Su Hijo amado, Jesucristo, ha llamado a Gordon B. Hinckley como Su profeta y Presidente. Testifico que, mediante Sus siervos autorizados, el Maestro nos llama, nos sostiene y nos transforma mientras le servimos, en el sagrado nombre de Jesucristo. Amén.