¡Permanezcamos en el territorio del Señor!
Nuestra pregunta diaria debería ser: “¿Mis acciones me colocan en el territorio del Señor o del enemigo?”.
En una ocasión, el presidente Thomas S. Monson dijo: “Quisiera darles una fórmula sencilla mediante la cual pueden medir las decisiones que enfrentan. Es fácil de recordar: ‘No puedes hacer bien haciendo lo malo, ni puedes hacer mal haciendo lo bueno’” (“Caminos hacia la perfección”, Liahona, julio de 2002, pág. 112). La fórmula del presidente Monson es simple y directa. Funciona de la misma manera que funcionó la Liahona que se le dio a Lehi. Si ejercemos la fe y somos diligentes en obedecer los mandamientos del Señor, con facilidad encontraremos la dirección correcta a seguir, especialmente cuando nos enfrentemos a las decisiones cotidianas.
El apóstol Pablo nos exhorta sobre la importancia de sembrar para el Espíritu y de tener cuidado de no sembrar para la carne. Él dijo:
“No os engañéis; Dios no puede ser burlado, porque todo lo que el hombre siembre, eso también segará.
“Porque el que siembra para su carne, de la carne segará corrupción; pero el que siembra para el Espíritu, del Espíritu segará vida eterna.
“No nos cansemos, pues, de hacer el bien, porque a su tiempo segaremos, si no desmayamos” (Gálatas 6:7–9).
Sembrar para el Espíritu significa que todos nuestros pensamientos, palabras y hechos deben elevarnos al nivel de divinidad de nuestros Padres Celestiales. Sin embargo, las Escrituras hacen referencia a la carne como a la naturaleza física o carnal del hombre natural, la cual deja que las personas sean influenciadas por la pasión, el deseo, los apetitos e instintos de la carne en lugar de buscar la inspiración del Espíritu Santo. Si no tenemos cuidado, esas influencias, combinadas con la presión de la maldad del mundo, pueden conducirnos a adoptar un comportamiento vulgar e imprudente que llegará a formar parte de nuestra personalidad. A fin de evitar esas malas influencias, debemos hacer lo que el Señor instruyó al profeta José Smith sobre sembrar continuamente para el Espíritu: “Por tanto, no os canséis de hacer lo bueno, porque estáis poniendo los cimientos de una gran obra. Y de las cosas pequeñas proceden las grandes” (D. y C. 64:33).
Para desarrollar nuestro espíritu, es necesario que “[quitemos] toda amargura, y enojo, e ira, y gritos, y maledicencia y toda malicia [de nosotros]” (Efesios 4:31); y que “[seamos] prudentes en los días de [nuestra] probación; [y nos despojemos] de toda impureza” (Mormón 9:28).
Al estudiar las Escrituras, aprendemos que las promesas que el Señor nos hizo están condicionadas a nuestra obediencia y que nos animan a vivir rectamente. Esas promesas deben nutrir nuestra alma, dándonos esperanza al alentarnos a no rendirnos, incluso cuando afrontamos nuestros desafíos diarios que vienen por vivir en un mundo cuyos valores éticos y morales están desapareciendo, por lo tanto, motivan más a las personas a sembrar para la carne. Pero, ¿cómo podemos estar seguros de que nuestras decisiones nos están ayudando a sembrar para el Espíritu y no para la carne?
El presidente George Albert Smith, repitiendo un consejo de su abuelo, dijo una vez: “Hay una línea de demarcación bien definida entre el territorio del Señor y el del diablo. Si permanecen del lado del Señor, se hallarán bajo Su influencia y ningún deseo tendrán de hacer lo malo; mas si cruzan la línea y pasan al lado que pertenece al diablo, aun cuando no sea más que un solo centímetro, estarán bajo el dominio del tentador y, si éste tiene éxito, no podrán pensar ni razonar debidamente, porque habrán perdido el Espíritu del Señor” (Enseñanzas de los Presidentes de la Iglesia: George Albert Smith, 2011, pág. 199).
Por lo tanto, nuestra pregunta diaria debería ser: “¿Mis acciones me colocan en el territorio del Señor o del enemigo?”.
Mormón el profeta alertó a su pueblo sobre la importancia de tener la habilidad de distinguir el bien del mal:
“Por consiguiente, todo lo que es bueno viene de Dios, y lo que es malo viene del diablo; porque el diablo es enemigo de Dios, y lucha contra él continuamente, e invita e induce a pecar y a hacer lo que es malo sin cesar.
“Mas he aquí, lo que es de Dios invita e induce a hacer lo bueno continuamente” (Moroni 7:12–13).
La luz de Cristo, junto con la compañía del Espíritu Santo, debe ayudarnos a determinar si nuestra manera de vivir nos está colocando en el territorio del Señor o no. Si nuestras actitudes son buenas, Dios las inspira, porque todo lo que es bueno viene de Dios. Sin embargo, si nuestras actitudes son malas, es el enemigo el que nos influencia porque él persuade a los hombres a hacer lo malo.
El pueblo africano me ha conmovido debido a su determinación y diligencia en permanecer en el territorio del Señor. Incluso en las circunstancias adversas de la vida, quienes aceptan la invitación de venir a Cristo se convierten en una luz al mundo. Hace unas semanas, mientras visitaba a uno de los barrios de Sudáfrica, tuve el privilegio de acompañar a dos jóvenes presbíteros, a su obispo y a su presidente de estaca en una visita a jóvenes menos activos de su quórum. Me impactó mucho el valor y la humildad que esos dos presbíteros demostraron al invitar a los jóvenes menos activos a que regresaran a la Iglesia. Mientras hablaban con esos jóvenes menos activos, noté que sus semblantes reflejaban la luz del Salvador y que, al mismo tiempo, inundaba de luz a todos a su alrededor. Ellos estaban cumpliendo con su deber de “[socorrer] a los débiles, [levantar] las manos caídas y [fortalecer] las rodillas debilitadas” (D. y C. 81:5). La actitud de esos dos presbíteros los colocó en el territorio del Señor y sirvieron como instrumentos en Sus manos al invitar a otras personas a hacer lo mismo.
En Doctrina y Convenios 20:37, el Señor nos enseña lo que significa sembrar para el Espíritu y lo que realmente nos coloca en el territorio del Señor, que sería lo siguiente: humillarnos ante Dios, andar con corazones quebrantados y espíritus contritos, testificar a la Iglesia que realmente nos arrepentimos de todos nuestros pecados, tomar sobre nosotros el nombre de Jesucristo, tener la determinación de servirle hasta el fin, manifestar por nuestras obras que hemos recibido el Espíritu de Cristo y ser recibidos en Su Iglesia por el bautismo. El estar dispuestos a cumplir con estos convenios nos prepara para vivir en la presencia de Dios como seres exaltados. El recuerdo de estos convenios debe guiar nuestro comportamiento en relación con nuestra familia, nuestra interacción social con otras personas y, en especial, nuestra relación con el Salvador.
Jesucristo estableció el modelo de comportamiento perfecto sobre el cual podemos basar nuestras actitudes para poder cumplir con estos convenios sagrados. El Salvador eliminó de Su vida cualquier influencia que pudiera desviar Su atención de Su misión divina, especialmente cuando fue tentado por el enemigo o por Sus seguidores mientras ministraba aquí en la tierra. Aunque nunca pecó, Él tuvo un corazón quebrantado y un espíritu contrito, lleno de amor por nuestro Padre Celestial y por todos los hombres. Él se humilló ante nuestro Padre Celestial, negando Su propia voluntad para cumplir con lo que el Padre le había pedido en todas las cosas hasta el final. Incluso en ese momento de extremo dolor físico y espiritual, al llevar la carga de los pecados de toda la humanidad sobre Sus hombros y derramar sangre a través de Sus poros, Él dijo al Padre: “pero no lo que yo quiero, sino lo que quieres tú” (Marcos 14:36).
Mi oración, hermanos y hermanas, al pensar en nuestros convenios, es que nos mantengamos firmes en contra de “los ardientes dardos del adversario” (1 Nefi 15:24), siguiendo el ejemplo del Salvador a fin de que sembremos para el Espíritu y permanezcamos en el territorio del Señor. Recordemos la fórmula del presidente Monson: “No puedes hacer bien haciendo lo malo, ni puedes hacer mal haciendo lo bueno”. Digo estas cosas en el nombre de Jesucristo. Amén.