¿Valió la pena?
La labor de compartir el Evangelio de forma normal y natural con las personas que nos interesan y a quienes amamos será la obra y el gozo de nuestras vidas.
Durante esta conferencia y en otras reuniones recientes1, muchos de nosotros nos hemos preguntado: ¿qué puedo hacer para ayudar a fortalecer la Iglesia del Señor y ver un verdadero crecimiento en donde vivo?
En ése y en todo otro esfuerzo significativo, nuestra labor más importante siempre es la que realizamos dentro de nuestro propio hogar y en nuestra familia2. Es en la familia donde se establece la Iglesia y ocurre el verdadero crecimiento3. Debemos enseñar a nuestros hijos los principios y las doctrinas del Evangelio; debemos ayudarlos a tener fe en Jesucristo y ayudarlos a prepararse para el bautismo cuando tengan ocho años4. Debemos ser fieles nosotros mismos para que ellos vean nuestro ejemplo de amor por el Señor y por Su Iglesia. Eso ayuda a que nuestros hijos sientan gozo al guardar los mandamientos, felicidad en la familia y gratitud al prestar servicio a los demás. En nuestros hogares debemos seguir el modelo dado por Nefi cuando dijo:
“Trabajamos diligentemente… a fin de persuadir a nuestros hijos… a creer en Cristo y a reconciliarse con Dios…
“… Hablamos de Cristo, nos regocijamos en Cristo, predicamos de Cristo, profetizamos de Cristo y escribimos según nuestras profecías, para que nuestros hijos sepan a qué fuente han de acudir para la remisión de sus pecados”5.
Trabajamos diligentemente para ofrecer estas bendiciones a nuestros hijos al asistir a la Iglesia con ellos, hacer la noche de hogar y leer las Escrituras juntos; al orar diariamente con nuestra familia, aceptar llamamientos, visitar a los enfermos y a los que están solos, y hacer otras cosas que demuestren a nuestros hijos que los amamos y que amamos a nuestro Padre Celestial, a Su Hijo y a la Iglesia de Ellos.
Hablamos y profetizamos de Cristo al dar una lección en la noche de hogar o al sentarnos con un hijo y expresarle nuestro amor y nuestro testimonio del Evangelio restaurado.
Podemos escribir de Cristo a través de cartas a aquellos que estén lejos. Los misioneros que están en el campo, los hijos e hijas que se encuentran en el servicio militar y aquellos a quienes amamos son todos bendecidos por las cartas que escribimos. Las cartas que se reciben de casa no son solamente breves correos electrónicos; las verdaderas cartas ofrecen algo tangible que se puede tener en la mano, considerar y apreciar.
Ayudamos a nuestros hijos a confiar en la expiación del Salvador y a conocer la compasión de un amoroso Padre Celestial al mostrar amor y compasión en nuestra manera de criarlos. Nuestro amor y compasión no sólo acercan a nuestros hijos más a nosotros, sino que también fortalecen su fe al saber que el Padre Celestial los ama y los perdonará cuando se esfuercen por arrepentirse y por ser mejores. Ellos confían en esa verdad porque han sentido lo mismo de sus padres terrenales.
Además de la labor que haremos dentro de nuestra propia familia, Nefi enseñó que “trabajamos diligentemente… a fin de persuadir a nuestros… hermanos, a creer en Cristo y a reconciliarse con Dios”6. Como miembros de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, cada uno de nosotros tiene la bendición y la responsabilidad de compartir el Evangelio. Algunos de los que necesitan el Evangelio en su vida aún no son miembros de la Iglesia. Otros estuvieron antes entre nosotros pero necesitan volver a sentir el gozo que sintieron cuando aceptaron el Evangelio en una época anterior de su vida. El Señor ama tanto a la persona que nunca ha tenido el Evangelio como a la que está regresando a Él7. Para Él y para nosotros no tiene importancia; todo es la misma obra. Es el valor de las almas, independientemente de su condición, lo que es grande para nuestro Padre Celestial, para Su Hijo y para nosotros8. La obra de nuestro Padre Celestial y Su Hijo es “llevar a cabo la inmortalidad y la vida eterna”9 de todos Sus hijos, sin importar sus circunstancias actuales. Nuestra bendición es ayudar en esta gran obra.
El presidente Thomas S. Monson explicó cómo podemos ayudar cuando dijo: “Nuestras experiencias misionales tienen que ser actuales. No es suficiente quedarse sentado y reflexionar sobre experiencias pasadas. Para sentirse satisfecho hay que seguir compartiendo el Evangelio de forma normal y natural”10.
La labor de compartir el Evangelio de forma normal y natural con las personas que nos interesan y a quienes amamos será la obra y el gozo de nuestras vidas. Permítanme contarles acerca de dos experiencias.
Dave Orchard se crió en Salt Lake City, donde la mayoría de sus amigos eran miembros de la Iglesia. Ellos eran una gran influencia para él. Además, los líderes de la Iglesia en su vecindario lo invitaban constantemente a las actividades, al igual que sus amigos. A pesar de que no se unió a la Iglesia en aquel momento, en sus años de juventud tuvo la bendición de la influencia de buenos amigos y de las actividades de la Iglesia. Después de ingresar a la universidad, se mudó lejos de su casa y la mayoría de sus amigos se fueron a servir misiones; él echaba de menos la influencia de ellos en su vida.
Uno de los amigos de Dave, de la escuela secundaria, todavía estaba en su casa. Ese amigo se reunía cada semana con su obispo en un esfuerzo por poner su vida en orden y servir como misionero. Él y Dave llegaron a ser compañeros de cuarto y, como es normal y natural, hablaron sobre por qué todavía no estaba sirviendo como misionero y por qué se reunía a menudo con el obispo. El amigo de Dave expresó gratitud y respeto hacia su obispo y por la oportunidad de arrepentirse y de servir. Entonces le preguntó a Dave si le gustaría ir a la próxima entrevista con él. ¡Qué invitación! Pero debido a su amistad y a las circunstancias, fue a la vez normal y natural.
Dave aceptó y no tardó en tener sus propias entrevistas con el obispo. Eso lo llevó a tomar la decisión de reunirse con los misioneros; recibió un testimonio de que el Evangelio es verdadero y fijaron una fecha para su bautismo. El obispo bautizó a Dave y, un año después, Dave Orchard y Katherine Evans se casaron en el templo. Ellos tienen cinco hermosos hijos. Katherine es mi hermana menor. Siempre estaré agradecido a ese buen amigo que, junto con un buen obispo, trajo a Dave a la Iglesia.
Conforme Dave hablaba de su conversión y compartía su testimonio sobre estos eventos, hizo la pregunta: “Entonces, ¿valió la pena? Durante todos esos años, ¿valió la pena el esfuerzo de mis amigos, los líderes de los jóvenes y mi obispo para bautizar solamente a un muchacho?”. Señalando a Katherine y a sus cinco hijos, dijo: “Bueno, por lo menos para mi esposa y para nuestros cinco hijos, la respuesta es sí”.
Cada vez que compartimos el Evangelio, nunca es “solamente a un muchacho”. Cuando la conversión ocurre o alguien regresa al Señor, se salva una familia. A medida que han crecido los hijos de Dave y Katherine, todos han aceptado el Evangelio. Una hija y dos hijos han servido como misioneros y uno acaba de recibir su llamamiento para servir en la Misión Alpina de habla alemana. Los dos mayores se han casado en el templo y el menor se encuentra en la escuela secundaria, fiel en todos los sentidos. ¿Valió la pena? Oh sí, valió la pena.
La hermana Eileen Waite asistió a la misma conferencia de estaca en la cual Dave Orchard habló de su experiencia de conversión. Durante la conferencia, lo único en que podía pensar era en su propia familia y especialmente en su hermana Michelle que estaba alejada de la Iglesia desde hacía tiempo. Michelle estaba divorciada e intentando criar a cuatro hijos. Eileen sintió la impresión de mandarle una copia del libro del élder M. Russell Ballard, Nuestra Búsqueda de la Felicidad, junto con su testimonio; lo cual hizo. A la semana siguiente, una amiga le dijo a Eileen que ella también había sentido que debía ponerse en contacto con Michelle. Esta amiga también le escribió una nota a Michelle compartiendo su testimonio y expresándole su amor. ¿No es interesante la frecuencia con la que el Espíritu obra en varias personas para ayudar a alguien que lo necesita?
El tiempo pasó y Michelle llamó a Eileen para darle las gracias por el libro, y le dijo que estaba comenzando a reconocer el vacío espiritual en su vida. Eileen le dijo que sabía que la paz que estaba buscando se podía encontrar en el Evangelio, que la amaba y que quería que ella fuera feliz. Michelle comenzó a hacer cambios en su vida; poco después encontró a un maravilloso hombre activo en la Iglesia, se casaron y un año después se sellaron en el templo de Ogden, Utah. Recientemente, su hijo de 24 años se bautizó.
Al resto de la familia de Michelle y a todos los demás que aún no saben que esta Iglesia es verdadera, los invito a que con oración consideren si la Iglesia es verdadera. Permitan a su familia, amigos y misioneros que los ayuden. Cuando sepan que es verdadera, y lo es, únanse a nosotros dando el mismo paso en sus vidas.
El final de este relato todavía no se ha escrito, pero se han derramado bendiciones sobre esta maravillosa mujer y su familia gracias a que aquellos que la aman hicieron caso a las impresiones y, de manera normal y natural, compartieron su testimonio y la invitaron a regresar.
He pensado mucho sobre estas dos experiencias. Un joven que se estaba esforzando por poner su propia vida en orden ayudó a otro joven que estaba buscando la verdad. Una mujer compartió su testimonio y su fe con su hermana que se había alejado de la Iglesia por 20 años. Si oramos y preguntamos al Padre Celestial a quién podemos ayudar y nos comprometemos a actuar de acuerdo con las impresiones que nos dé para hacernos saber cómo ayudar, Él contestará nuestras oraciones y nos convertiremos en instrumentos en Sus manos para hacer Su obra. Actuar con amor según los susurros que recibimos del Espíritu, se convierte en el catalizador11.
Al escuchar estas experiencias en cuanto compartir de forma normal y natural el Evangelio con las personas que les interesan, muchos de ustedes han tenido la misma experiencia que tuvo Eileen Waite; han pensando en alguien a quien deberían tender la mano, ya sea para invitarlos a regresar o para compartir con ellos sus sentimientos sobre el evangelio de Jesucristo. Mi invitación es la de actuar, sin demora, según esa impresión. Hablen con su amigo o miembro de la familia; háganlo de manera normal y natural, háganles saber de su amor hacia ellos y hacia el Señor. Los misioneros pueden ayudar. Mi consejo es el mismo que el presidente Monson ha dado muchas veces desde este púlpito: “Nunca posterguen un susurro”12. Al actuar según la impresión, y al hacerlo con amor, observen a nuestro Padre Celestial utilizar el deseo de ustedes de actuar para llevar a cabo un milagro en sus vidas y en la vida de la persona por la cual se interesan13.
Mis queridos hermanos y hermanas, podemos edificar Su Iglesia y ver un verdadero crecimiento al esforzarnos por brindar las bendiciones del Evangelio a nuestras familias y a los que amamos. Ésta es la obra de nuestro Padre Celestial y de Su Hijo. Sé que Ellos viven y que contestan nuestras oraciones. Al actuar según esos susurros, teniendo fe en Su habilidad de realizar milagros, éstos ocurrirán y las vidas cambiarán. En el nombre de Jesucristo. Amén.