2010–2019
Acercarse más a Dios
Octubre 2013


10:18

Acercarse más a Dios

Nuestro Salvador desea que realmente Lo amemos, al punto que deseemos alinear nuestra voluntad con la de Él.

Nuestro nieto de seis años, Oli, que cariñosamente me llama “Poppy”, tenía que buscar algo en el auto. Su padre, que estaba dentro de la casa, sin que Oli se diera cuenta, abrió la puerta del auto con el control remoto mientras Oli se acercaba al auto, y luego la cerró cuando Oli terminó. Oli entonces corrió al interior con una gran sonrisa.

Toda la familia le preguntó: “¿Cómo hiciste para que la puerta del auto se abriera y se cerrara?”. Él sólo sonrió.

Nuestra hija, su madre, dijo: “¡Tal vez es como cuando Poppy lo hace; tal vez tienes poderes mágicos como él!”.

Cuando sucedió una segunda vez, unos minutos más tarde, su respuesta a preguntas sobre su nueva capacidad fue: “¡Es sorprendente! ¡Creo que es porque Poppy me ama y es uno de mis mejores amigos, y él me cuida!”

He tenido la bendición de saber de cosas verdaderamente milagrosas que han ocurrido en la vida de los santos fieles a lo largo de África, Papúa Nueva Guinea, Australia, Nueva Zelanda y las Islas del Pacífico. Estoy de acuerdo con Oli; creo que eso es porque esas personas fieles sienten lo mismo por nuestro Padre Celestial y el Salvador que lo que Oli siente por mí. Ellos aman a Dios como un amigo cercano y Él cuida de ellos.

Los miembros de esta Iglesia tienen derecho a recibir, y muchos reciben, un testimonio del Espíritu y hacen convenios sagrados para seguir al Señor. Sin embargo, a pesar de ello, algunos se dirigen hacia Él mientras que otros no. ¿En qué categoría están ustedes?

Dios debe ser el centro de nuestro universo: literalmente nuestro punto central de enfoque. ¿Lo es? o ¿se encuentra Él a veces muy lejos de los pensamientos e intenciones de nuestro corazón? (véase Mosíah 5:13). Observen que no son sólo los pensamientos de nuestro corazón que son importantes, sino también las “intenciones”. ¿Cómo reflejan nuestro comportamiento y nuestras acciones la integridad de nuestras intenciones?

Nuestro hijo Ben, cuando tenía 16 años y estaba discursando en una conferencia de estaca, hizo la pregunta: “¿Cómo te sentirías si alguien te prometiera algo cada semana y nunca cumpliese la promesa?”. Él continuó: “¿Tomamos seriamente la promesa que hacemos al tomar la Santa Cena y al hacer el convenio de guardar Sus mandamientos y recordarle siempre?”.

El Señor proporciona maneras para ayudarnos a recordarlo, a Él y a Sus poderes sustentadores. Una manera es por medio de la adversidad, algo que todos experimentamos (véase Alma 32:6). Cuando pienso en las dificultades que he afrontado, es evidente que, como resultado, he crecido y obtenido comprensión y empatía; me han acercado más a mi Padre Celestial y a Su Hijo, y han grabado en mi corazón experiencia y refinamiento.

La guía e instrucción del Señor son esenciales. Él ayudó al fiel hermano de Jared a resolver uno de sus dos desafíos, cuando Él le dijo cómo obtener aire fresco en los barcos que con fidelidad habían sido construidos (véase Éter 2:20). Con toda intención, el Señor no sólo dejó provisionalmente sin resolver el desafío de cómo iluminar los barcos, sino que luego dejó claro que Él, el Señor, permitiría que ellos pasaran por las pruebas y dificultades necesarias para su resolución. Sería Él quien enviaría los vientos, las lluvias y las inundaciones (véase Éter 2:23–24).

¿Por qué lo haría? y ¿por qué nos advierte que nos alejemos de un peligro cuando simplemente podría impedir que el peligro sucediera? El presidente Wilford Woodruff contó el relato de cuando se le advirtió espiritualmente que moviera el carruaje en el cual él, su esposa e hijo dormían, y poco después un remolino de viento arrancó un árbol grande que cayó exactamente donde había estado el carruaje (véase Enseñanzas de los Presidentes de la Iglesia: Wilford Woodruff, 2004, pág. 48).

En ambos casos, se podría haber cambiado el clima para eliminar los peligros. Pero aquí está lo importante: en vez de resolver el problema Él mismo, el Señor quiere que desarrollemos la fe que nos ayudará a depender de Él para resolver nuestros problemas y confiar en Él. Entonces podremos sentir Su amor más constantemente, con más poder, más claramente y de manera más personal; llegaremos a estar unidos con Él, y podremos llegar a ser como Él. Su objetivo es que seamos como Él. De hecho, es Su gloria, así como Su obra (véase Moisés 1:39).

Un niño estaba tratando de alisar el área de tierra detrás de su casa para poder jugar con sus autos. Había una gran roca obstruyendo su trabajo. El niño empujó y tiró con todas sus fuerzas, pero sin importar cuánto lo intentó, la roca no se movió.

Su padre observó por un rato y luego se acercó a su hijo y dijo: “Tienes que usar todas tus fuerzas para mover una roca tan grande”.

El niño respondió: “¡He utilizado todas mis fuerzas!”.

Su padre lo corrigió: “No lo has hecho. ¡Yo todavía no te he ayudado!”.

Entonces se agacharon juntos y movieron la roca con facilidad.

Al padre de mi amigo Vaiba Roma, el primer presidente de la Estaca Papúa Nueva Guinea, también se le enseñó que podía acudir a su Padre Celestial en momentos de necesidad. Él y aquellos que vivían en la aldea sobrevivían sólo por medio de lo que cosechaban. Un día, encendió fuego para limpiar su parte de las tierras de la aldea para el sembrado. Sin embargo, previo a ello habían pasado por un período de mucho calor y la vegetación estaba muy seca; el fuego que prendió se extendió hasta ser un incendio del tipo que el presidente Thomas S. Monson, nuestro profeta, describió en la última Conferencia General (véase “La obediencia trae bendiciones”, Liahona, mayo de 2013, págs. 89–90). Comenzó a extenderse a las praderas y arbustos y, en palabras de su hijo, produjo “un gran monstruo de fuego”. Él temía por las demás personas de la aldea y la posible pérdida de sus cosechas, porque si eso pasaba la justicia de la aldea lo condenaría. No siendo capaz de apagar el fuego, se acordó del Señor.

Ahora vuelvo a citar a su hijo, mi amigo: “Se arrodilló sobre la colina en los arbustos y comenzó a orar a nuestro Padre Celestial para que apagara el fuego. De repente, apareció una gran nube negra arriba, donde él estaba orando, y llovió muy fuerte, pero sólo donde ardía el fuego. Cuando miró a su alrededor el cielo estaba despejado en todas partes, excepto donde ardían las llamas. Él no podía creer que el Señor contestara a un hombre tan sencillo como él, y nuevamente se arrodilló y lloró como un niño. Dijo que fue el más dulce de los sentimientos” (véase Alma 36:3).

Nuestro Salvador desea que realmente Lo amemos, al punto de que deseemos alinear nuestra voluntad con la de Él. Entonces podremos sentir Su amor y conocer Su gloria. Entonces Él puede bendecirnos como lo desee. Esto le sucedió a Nefi, hijo de Helamán, que llegó al punto en el cual el Señor confiaba en él completamente y, debido a eso, pudo bendecirlo con todo lo que pidió (véase Helamán 10:4–5).

En La vida de Pi, el libro de ficción de Yann Martel, el héroe expresa sus sentimientos acerca de Cristo: “No pude sacarlo de mi cabeza. Aún no he podido. Pasé tres días completos pensando en Él. Cuanto más me molestaba, menos podía olvidarlo; y cuanto más aprendí acerca de Él, menos quise dejarlo” (2001, pág. 57).

Eso es exactamente lo que siento acerca del Salvador. Él siempre está cerca, especialmente en lugares sagrados y en momentos de necesidad; y a veces, cuando menos lo espero, siento casi como si Él me tocara el hombro para hacerme saber que me ama. Puedo devolver ese amor a mi manera imperfecta al ofrecerle mi corazón (véase D. y C. 64:22, 34).

Hace sólo unos meses, me senté con el élder Jeffrey R. Holland mientras él asignaba a los misioneros a sus misiones. Al irnos, me esperó, y mientras caminábamos colocó su brazo sobre mi hombro. Le comenté que él también había hecho eso una vez en Australia. Él dijo: “Eso es porque te amo”; y supe que era verdad.

Creo que si tuviéramos el privilegio de caminar físicamente con el Salvador, sentiríamos Su brazo sobre nuestro hombro. Al igual que los discípulos que se dirigían hacia Emaús, nuestros corazones “[arderían] en nosotros” (Lucas 24:32). Éste es Su mensaje: “Venid y ved” (Juan 1:39). La invitación a caminar con Su brazo alrededor de nuestros hombros es personal, agradable y acogedora.

Que todos nos sintamos tan seguros como Enós, tal como se refleja en el último versículo de su breve pero profundo libro: “Y me regocijo en el día en que mi ser mortal se vestirá de inmortalidad, y estaré delante de él; entonces veré su faz con placer, y él me dirá: Ven a mí, tú, que bendito eres; hay un lugar preparado para ti en las mansiones de mi Padre” (Enós 1:27).

Debido a la gran cantidad de experiencias y el poder con que el Espíritu me ha testificado a mí, les testifico con absoluta certeza que Dios vive. Siento Su amor. Es el más dulce de los sentimientos. Que hagamos lo que sea necesario para alinear nuestra voluntad con la de Él y Lo amemos de verdad. En el nombre de Jesucristo. Amén.