2010–2019
Enseñar con poder y autoridad de Dios
Octubre 2013


10:44

Enseñar con poder y autoridad de Dios

El Señor ha proporcionado la manera para que todo Santo de los Últimos Días digno enseñe a la manera del Salvador.

Nos sentimos inmensamente agradecidos, más de lo que podemos expresar, por todos los maestros de la Iglesia. Los amamos y les tenemos gran confianza. Ustedes son uno de los milagros más grandes del Evangelio restaurado.

Ciertamente existe un secreto para llegar a ser un exitoso maestro del Evangelio, para enseñar con poder y autoridad de Dios. Utilizo la palabra secreto porque los principios en que se basa el éxito de un maestro sólo los entienden aquellos que tienen un testimonio de lo que aconteció en la mañana de un día hermoso y despejado, a comienzos de la primavera de 1820.

Los cielos se abrieron en respuesta a la humilde súplica de un jovencito de 14 años. Dios, el Padre Eterno, y Su Hijo, Jesucristo, aparecieron y hablaron al profeta José Smith. Se daba inicio a la largamente esperada restauración de todas las cosas y el principio de la revelación fue establecido perpetuamente en nuestra dispensación. El mensaje de José y nuestro mensaje al mundo pueden resumirse en dos palabras: “Dios habla”. Él habló en la antigüedad, Él habló a José y Él les hablará a ustedes. Esto es lo que los distingue de todos los maestros del mundo; gracias a esto, ustedes no pueden fracasar.

Ustedes han sido llamados por el espíritu de profecía y revelación y han sido apartados mediante la autoridad del sacerdocio. ¿Qué significa esto?

Primero, significa que se hallan en la obra del Señor; son Sus agentes, y están autorizados y comisionados para representarlo y actuar en Su nombre. Como tales, tienen derecho a recibir Su ayuda. Deben preguntarse: “¿Qué diría el Salvador si Él estuviera enseñando mi clase hoy, y cómo lo diría?”. Entonces deben hacer lo mismo.

Esta responsabilidad puede generar sentimientos de ineptitud o hasta un poco de temor en algunos, pero esta tarea no es difícil. El Señor ha proporcionado la manera para que todo Santo de los Últimos Días digno enseñe a la manera del Salvador.

Segundo, ustedes son llamados a predicar el evangelio de Jesucristo. No deben enseñar sus propias ideas ni filosofías, ni siquiera entremezcladas con las Escrituras. El Evangelio es “poder de Dios para salvación”1 y es sólo mediante el Evangelio que somos salvos.

Tercero, se les manda enseñar los principios del Evangelio según se encuentran en los libros canónicos de la Iglesia, enseñar las palabras de los apóstoles y profetas modernos, y enseñar lo que el Espíritu Santo les enseñe.

¿Por dónde comenzamos?

Nuestra primera y principal responsabilidad es vivir de tal forma que el Espíritu Santo sea nuestro guía y compañero. Cuando Hyrum Smith deseó participar en esta obra de los últimos días, el Señor le dijo: “He aquí, ésta es tu obra: Guardar mis mandamientos, sí, con toda tu alma, mente y fuerza”2. Éste es el punto de partida. El consejo que el Señor le dio a Hyrum es el mismo consejo que Él ha dado a los santos de todas las épocas.

En un mensaje a los maestros de hoy en día, la Primera Presidencia declaró: “La parte más importante del servicio que ustedes presten será su preparación espiritual diaria, que incluye la oración, el estudio de las Escrituras y la obediencia a los mandamientos. Los animamos a que se comprometan a vivir el Evangelio con mayor dedicación que nunca”3.

Es significativo que la Primera Presidencia no dijera que la parte más importante del servicio que ustedes prestan sea preparar bien sus lecciones o dominar varias técnicas de enseñanza. Claro está que deben preparar diligentemente cada lección y esforzarse por aprender la manera de enseñar que facilite que sus alumnos ejerzan su albedrío y permitan que el Evangelio entre en sus corazones; pero lo primero y principal en el servicio que presta es su preparación personal y espiritual. Si ustedes siguen este consejo, la Primera Presidencia ha prometido: “…el Espíritu Santo le ayudará a saber qué hacer. Su testimonio crecerá, su conversión se profundizará y fortalecerá para afrontar los retos de la vida”4.

¿Qué mayor bendición podría desear un maestro?

A continuación, el Señor ha mandado que antes de que intentemos declarar Su palabra, debemos procurar obtenerla5. Ustedes deben llegar a ser hombres y mujeres de sano entendimiento, escudriñando diligentemente las Escrituras y atesorándolas en sus corazones. Entonces, al pedir la ayuda del Señor, Él los bendecirá con Su Espíritu y Su palabra. Tendrán el poder de Dios para convencer a los hombres.

Pablo nos dice que el Evangelio llega a los hombres de dos maneras: en palabra y en poder6. La palabra del Evangelio está registrada en las Escrituras y la podemos obtener al escudriñar con diligencia. El poder del Evangelio llega a quienes viven de tal modo que el Espíritu Santo es su compañero, y a quienes siguen la inspiración que reciben. Algunos maestros centran su atención solamente en obtener la palabra y se vuelven expertos en transmitir información. Otros, descuidan su preparación y esperan que el Señor, en Su bondad, de alguna manera los ayude durante la clase. Ustedes no pueden esperar que el Espíritu les ayude a recordar pasajes de las Escrituras y principios que no hayan estudiado ni considerado. A fin de poder enseñar el Evangelio exitosamente, deben tener tanto la palabra como el poder del Evangelio en su vida.

Alma entendía estos principios cuando se regocijó por los hijos de Mosíah y la manera en que enseñaron con poder y autoridad de Dios; él dijo:

“Eran hombres de sano entendimiento, y habían escudriñado diligentemente las Escrituras para conocer la palabra de Dios.

“Mas esto no es todo; se habían dedicado a mucha oración y ayuno; por tanto, tenían el espíritu de revelación”7.

Luego, deben aprender a escuchar. El élder Jeffrey R. Holland enseñó este principio a los misioneros. Citaré las palabras del élder Holland, pero me he tomado la libertad de cambiar los términos misioneros e investigadores por maestros y alumnos, respectivamente: “Después de la responsabilidad de escuchar al Espíritu, la segunda responsabilidad de los [maestros] es la de escuchar al [alumno]… ¡Si escuchamos con oídos espirituales… [nuestros alumnos] nos dirán las lecciones que ellos necesitan escuchar!”.

El élder Holland continuó: “El hecho es que los [maestros] siguen demasiado centrados en dar lecciones fáciles, repetitivas, en lugar de centrarse en sus [alumnos] como personas”8.

Una vez que se hayan preparado ustedes mismos y hayan preparado la lección lo mejor posible, deben estar dispuestos a dejarse guiar. Cuando lleguen las delicadas impresiones del Espíritu Santo, deben tener el valor de dejar de lado sus notas y esquemas, y seguir estas impresiones hacia donde los dirijan. Al hacerlo, la lección que enseñen ya no es más su lección, sino que se convierte en la lección del Salvador.

Al dedicar su vida al Evangelio con mayor consagración que nunca y al escudriñar las Escrituras, atesorándolas en su corazón, el mismo Espíritu Santo que reveló esas palabras a los apóstoles y profetas de la antigüedad, les testificará de su veracidad. Básicamente, el Espíritu Santo las revelará de nuevo a ustedes. Cuando esto suceda, las palabras que lean ya no serán más sólo las palabras de Nefi, Pablo o Alma, sino que se convertirán en sus propias palabras; y cuando enseñen, el Espíritu Santo podrá traer todas las cosas a su memoria. De hecho, “[les] será dado en la hora, sí, en el momento preciso, lo que [han] de decir”9. Cuando esto suceda, se encontrarán diciendo algo que no planeaban decir. Entonces, si prestan atención, aprenderán algo de lo que ustedes mismos dicen cuando enseñan. El presidente Marion G. Romney dijo: “Siempre sé cuando estoy hablando bajo la influencia del Espíritu Santo, porque siempre aprendo algo de lo que he dicho”10. Recuerden, un maestro también es un alumno.

Por último, deben ser testigos independientes de las cosas que enseñan y no ser simplemente el eco de las palabras de un manual o de los pensamientos de otras personas. Al deleitarse en las palabras de Cristo y esforzarse por vivir el Evangelio con mayor dedicación que nunca, el Espíritu Santo les manifestará que las cosas que enseñan son verdaderas. Éste es el espíritu de revelación; y este mismo espíritu llevará su mensaje al corazón de aquellos que desean y están dispuestos a recibirlo.

Terminemos ahora donde comenzamos, en la Arboleda Sagrada. Gracias a lo que ocurrió en aquella hermosa mañana de primavera, no hace mucho, tienen derecho a enseñar con el poder y la autoridad de Dios. De esto les doy mi testimonio solemne e independiente; en el nombre de Jesucristo. Amén.

Notas

  1. Romanos 1:16.

  2. Doctrinas y Convenios 11:20.

  3. La Primera Presidencia, en Enseñar el Evangelio a la manera del Señor (Una guía para) Ven, Sígueme: Recursos de aprendizaje para jóvenes, 2012, pág. 2.

  4. La Primera Presidencia, en Enseñar el Evangelio a la manera del Señor, pág. 2.

  5. Véase Doctrina y Convenios 11:21.

  6. Véase 1 Tesalonicenses 1:5.

  7. Alma 17:2–3.

  8. Jeffrey R. Holland, “The Divine Commission” (discurso dado en el Seminario para nuevos presidentes de misión, 26 de junio de 2009, págs. 7 y 8), Biblioteca de Historia Familiar, Salt Lake City; cursiva del original.

  9. Doctrina y Convenios 100:6.

  10. Marion G. Romney, citado en: Matrimonio y relaciones familiares: Guía de estudio para el participante, 2000, pág. 61.