“El don ha vuelto”, capítulo 13 de Santos: La historia de La Iglesia de Jesucristo en los Últimos Días, tomo I, El estandarte de la verdad, 1815 – 1846, 2018
Capítulo 13: “El don ha vuelto”
Capítulo 13
El don ha vuelto
Cuando José regresó a Kirtland a fines de agosto de 1831, la tensión aún persistía entre él y algunos de los élderes que lo habían acompañado a Independence. Luego de la discusión a orillas del río Misuri, José y la mayoría de los élderes que viajaban con él se humillaron, confesaron sus pecados y buscaron el perdón. A la mañana siguiente, el Señor los había perdonado y les había ofrecido consuelo y aliento1.
“Por cuanto os habéis humillado ante mí —había dicho—, vuestras son las bendiciones del reino”2.
Otros élderes, entre ellos Ezra Booth, no prestaron atención a la revelación ni resolvieron sus diferencias con José. Cuando Ezra regresó a Kirtland, continuó criticando a José y quejándose de sus acciones en la misión3. Pronto, una conferencia de los santos revocó la licencia para predicar de Ezra y él comenzó a escribir cartas mordaces a sus amigos en las que atacaba el carácter de José4.
El Señor reprendió esos ataques a principios de septiembre y pidió a los élderes que dejaran de condenar los errores de José y de criticarlo sin causa. “Él ha pecado —reconoció el Señor—; mas de cierto os digo, que yo, el Señor, perdono los pecados de aquellos que los confiesan ante mí y piden perdón”.
Él exhortó a los santos a perdonar también. “Yo, el Señor, perdonaré a quien sea mi voluntad perdonar —declaró—, mas a vosotros os es requerido perdonar a todos los hombres”.
También instó a los santos a hacer el bien y edificar Sion, en lugar de permitir que sus desacuerdos los dividieran. “No os canséis de hacer lo bueno, porque estáis poniendo los cimientos de una gran obra —les recordó—. El Señor requiere el corazón y una mente bien dispuesta; y los de buena voluntad y los obedientes comerán de la abundancia de la tierra de Sion en estos postreros días”.
Antes de concluir Sus palabras, el Señor llamó a algunos miembros de la Iglesia a vender sus propiedades e ir a Misuri. Sin embargo, la mayoría de los santos debían quedarse en Ohio y continuar compartiendo el Evangelio allí. “Porque yo, el Señor —le dijo a José—, deseo retener una firme posesión en la tierra de Kirtland por el período de cinco años”5.
Elizabeth Marsh escuchaba con entusiasmo cuando los élderes que regresaban a Ohio describían la tierra de Sion. Ellos hablaban de una tierra negra y profunda, de praderas sinuosas tan extensas como el océano y de un río turbulento que parecía tener vida propia. Aunque tenían muy pocas cosas buenas que decir sobre los habitantes de Misuri, muchos de los élderes que regresaban se sentían optimistas en cuanto al futuro de Sion.
Al escribirle a su cuñada en Boston, Elizabeth relataba todo lo que sabía sobre la tierra prometida. “Han erigido una piedra tanto para el templo como para la ciudad —le informó—, y compraron tierras en la medida en que las circunstancias lo permitieron para herencia de los fieles”. El terreno del templo se encontraba en un bosque al oeste del juzgado, señaló, cumpliendo las profecías bíblicas de que el campo fértil sería “considerado un bosque” y que “el yermo se regocijará”6.
El esposo de Elizabeth, Thomas, todavía estaba en Misuri predicando el Evangelio, y ella esperaba que él regresara a casa en un mes, más o menos. Según los élderes, la mayoría de las personas de Misuri no estaban interesadas en el mensaje que él estaba compartiendo, pero los misioneros bautizaban personas en otros lugares y los enviaban a Sion7.
En poco tiempo, cientos de santos se congregarían en Independence.
A cientos de kilómetros al sudoeste de Kirtland, William McLellin, de veinticinco años, visitaba las tumbas de su esposa, Cinthia Ann, y del bebé de ambos. William y Cinthia Ann habían estado casados durante menos de dos años cuando ella y el bebé murieron. Como maestro de escuela, William tenía una mente rápida y un don para escribir. Pero, desde que había perdido a su familia, no encontraba nada que lo consolara en sus horas de soledad8.
Un día, después de enseñar su clase, William oyó a dos hombres predicar acerca del Libro de Mormón. Uno de ellos, David Whitmer, declaró que había visto un ángel que testificó que el Libro de Mormón era verdadero. El otro, Harvey Whitlock, asombró a William con el poder y la claridad de su predicación.
William invitó a los hombres a que le enseñaran más y las palabras de Harvey lo impresionaron nuevamente. “Nunca oí una predicación como esa en toda mi vida —escribió William en su diario—. La gloria de Dios parecía rodear al hombre”9.
Deseoso de conocer a José Smith e investigar sus afirmaciones, William siguió a David y Harvey hasta Independence. Para cuando llegaron, José ya había regresado a Kirtland, pero William conoció a Edward Partridge, Martin Harris y Hyrum Smith y oyó sus testimonios. También habló con otros hombres y mujeres de Sion y se maravilló del amor y la paz que vio entre ellos10.
Un día, mientras daba un largo paseo por el bosque, habló con Hyrum sobre el Libro de Mormón y el comienzo de la Iglesia. William deseaba creer, pero a pesar de todo lo que había oído hasta ese momento, todavía no estaba convencido de unirse a la Iglesia. Él quería tener un testimonio de Dios de que había encontrado la verdad.
Temprano a la mañana siguiente, oró para pedir guía. Reflexionando sobre su estudio del Libro de Mormón, William se dio cuenta de que este había abierto su mente a una nueva luz. Entonces supo que era verdad y se sintió moralmente obligado a testificar de ello. Estaba seguro de haber encontrado la Iglesia viviente de Jesucristo11.
Hyrum bautizó y confirmó a William ese mismo día y los dos hombres partieron hacia Kirtland12. Mientras predicaban por el camino, William descubrió que tenía talento para cautivar a las audiencias y debatir con los ministros. Sin embargo, cuando predicaba, a veces actuaba con arrogancia, y se sentía mal cuando su jactancia alejaba al Espíritu13.
Una vez que llegaron a Kirtland, William estaba ansioso por hablar con José. Tenía varias preguntas específicas que quería que le respondiera, pero las guardó para sí mismo, orando para que José las discerniera por su cuenta y revelara sus respuestas. William ahora no estaba seguro de adónde ir ni qué hacer con su vida. Sin una familia, podía dedicarse por completo a la obra del Señor. Pero una parte de él quería buscar primero su propio bienestar.
Esa noche, William se fue a casa con José y le pidió una revelación del Señor, como sabía que muchos otros habían hecho. José estuvo de acuerdo y, cuando el Profeta recibió la revelación, William oyó al Señor responder cada una de sus preguntas. Su ansiedad dio paso al gozo. Sabía que había encontrado a un profeta de Dios14.
Unos días más tarde, el 1º de noviembre de 1831, José convocó a un consejo de líderes de la Iglesia. Ezra Booth había publicado recientemente una carta en un periódico local en la que acusaba a José de hacer falsas profecías y ocultar sus revelaciones al público. La carta tuvo gran circulación, y muchas personas comenzaron a desconfiar de los santos y su mensaje15.
Muchos santos también querían leer la palabra del Señor por sí mismos. Debido a que solo había copias escritas a mano de las revelaciones que había recibido José, estas no eran muy conocidas entre la mayoría de los miembros de la Iglesia. Los élderes que deseaban utilizarlas en la obra misional tenían que copiarlas a mano.
Sabiendo esto, José propuso publicar las revelaciones en un libro. Confiaba en que ese libro ayudaría a los misioneros a compartir la palabra del Señor con mayor facilidad y a proporcionar a los vecinos curiosos información correcta sobre la Iglesia.
El consejo analizó el asunto durante horas. David Whitmer y algunos otros se opusieron a la publicación de las revelaciones, preocupados de que al hacer más públicos los planes del Señor para Sion, los santos en el condado de Jackson pudieran experimentar problemas. José y Sidney no estaban de acuerdo e insistían en que el Señor quería que la Iglesia publicara Sus palabras16.
Después de debatirlo más, el consejo acordó publicar diez mil copias de las revelaciones como el Libro de los Mandamientos. Asignaron a Sidney, Oliver y William McLellin que escribieran un prefacio al libro de revelaciones y que lo presentaran al grupo más tarde ese mismo día17.
Los tres hombres comenzaron a escribir de inmediato pero, cuando regresaron con un prefacio, el consejo no se sintió satisfecho con el mismo. Lo leyeron, debatiendo línea por línea, y le pidieron a José que procurara conocer la voluntad del Señor en cuanto a él. José oró y el Señor reveló un nuevo prefacio para el libro. Sidney registró Sus palabras a medida que José las pronunciaba18.
En el nuevo prefacio, el Señor le mandaba a todo pueblo que escucharan Su voz. Declaró que Él le había dado a José esos mandamientos para ayudar a Sus hijos a aumentar su fe, confiar en Él y recibir y proclamar la plenitud de Su evangelio y convenio sempiterno. También respondió a los temores de aquellos que, como David, se preocupaban por el contenido de las revelaciones.
“Lo que yo, el Señor, he dicho, yo lo he dicho, y no me disculpo —declaró—; y aunque pasaren los cielos y la tierra, mi palabra no pasará, sino que toda será cumplida, sea por mi propia voz o por la voz de mis siervos, es lo mismo”19.
Después de que José pronunció las palabras del prefacio, varios miembros del consejo dijeron que estaban dispuestos a testificar de la veracidad de las revelaciones. Otros en la sala todavía se mostraban reacios a publicar las revelaciones en su condición actual. Ellos sabían que José era un profeta y sabían que las revelaciones eran verdaderas, pero les avergonzaba que la palabra del Señor les hubiera llegado filtrada a través del vocabulario limitado y la gramática endeble de José20.
El Señor no compartía su preocupación. En Su prefacio, el Señor había testificado que las revelaciones provenían de Él, y eran dadas a Sus siervos “en su debilidad, según su manera de hablar”21. Para ayudar a los hombres a saber que las revelaciones provenían de Él, dictó una nueva revelación en la que desafiaba al consejo a seleccionar al hombre más sabio de la sala para que escribiera una revelación como la que había recibido José.
Si el hombre seleccionado para la tarea no podía hacerlo, todos en la sala sabrían y serían responsables de testificar que las revelaciones del Señor a José eran verdaderas, a pesar de sus imperfecciones22.
Tomando una pluma, William intentó escribir una revelación, confiado en su dominio del lenguaje. Sin embargo, cuando terminó, él y los demás hombres en la sala sabían que lo que había escrito no había venido del Señor23. Admitieron su error y firmaron una declaración que testificaba que las revelaciones habían sido dadas al Profeta mediante la inspiración de Dios24.
En consejo, resolvieron que José debía revisar las revelaciones y “corregir aquellos errores o faltas que pudiese encontrar por el Espíritu Santo”25.
Alrededor de esta época, Elizabeth Marsh recibió a una predicadora viajante llamada Nancy Towle en su casa de Kirtland. Nancy era una mujer pequeña y delgada con grandes ojos que ardían con la intensidad de sus convicciones. A los treinta y cinco años, Nancy ya se había hecho una fama al predicar a grandes congregaciones de hombres y mujeres en escuelas, iglesias y reuniones al aire libre por todo Estados Unidos. Después de hablar con ella, Elizabeth se dio cuenta de que era educada y firme en sus convicciones26.
Nancy había llegado a Kirtland con un propósito. Aunque por lo general tenía una actitud abierta hacia otras iglesias cristianas, aun cuando no estuviera de acuerdo con ellas, pero Nancy estaba segura de que los santos eran engañados. Ella quería aprender más sobre ellos para poder ayudar a otros a resistir sus enseñanzas27.
Elizabeth no apoyaba tal misión, pero podía entender que Nancy estuviera defendiendo lo que pensaba que era la verdad. Nancy los escuchó predicar y presenció algunos bautismos en un río cercano. Más tarde, ese mismo día, ella y Elizabeth asistieron a una reunión de confirmación con José, Sidney y otros líderes de la Iglesia28.
En la reunión, William Phelps confrontó a Nancy por dudar de la veracidad del Libro de Mormón. “No serás salva a menos que creas en ese libro”, le dijo él.
Nancy miró a William con fiereza. “Si yo tuviera ese libro, señor, lo quemaría”, dijo. Nancy se sorprendía de que tantas personas talentosas e inteligentes pudieran seguir a José Smith y creer en el Libro de Mormón.
—Señor Smith —dijo ella, dirigiéndose al Profeta—, ¿Puede usted, en la presencia de Dios Todopoderoso, dar su palabra mediante juramento de que un ángel del cielo le mostró el sitio de esas planchas?
—No juraré en absoluto —dijo José con ironía. En lugar de ello, él se acercó a los que acababan de bautizarse, les puso las manos sobre la cabeza y los confirmó.
Volviéndose hacia Nancy, Elizabeth le testificó de su propia confirmación. “Tan pronto como sus manos se apoyaron en mi cabeza —dijo—, sentí al Espíritu Santo que me cubría como si fuera agua tibia”.
Nancy se ofendió, como si Elizabeth la hubiera acusado de no saber cómo se sentía el Espíritu del Señor. Se volvió a José nuevamente. “¿No se avergüenza de tales afirmaciones?” — le preguntó—. “¡Usted, que es como cualquier otro ignorante labrador de nuestra tierra!”.
José testificó simplemente: “El don ha vuelto, como en los tiempos antiguos, a pescadores analfabetos”29.