“La voz de siete truenos”, capítulo 6 de Santos: La historia de la Iglesia de Jesucristo en los últimos días, tomo II, Ninguna mano impía, 1846–1893, 2019
Capítulo 6: “La voz de siete truenos”
Capítulo 6
La voz de siete truenos
En el otoño de 1847, Oliver Cowdery vivía con su esposa, Elizabeth Ann, y su hija Maria Louise en un pequeño poblado en el Territorio de Wisconsin, a unos ochocientos kilómetros de Winter Quarters. Él tenía 41 años y ejercía de abogado junto con su hermano mayor. Habían pasado casi dos décadas desde que Oliver había servido de escriba para José Smith en la traducción del Libro de Mormón. Él aún creía en el Evangelio restaurado, sin embargo, hacía nueve años que se había separado de los santos1.
Phineas Young, hermano mayor de Brigham Young, se había casado con la hermana menor de Oliver, Lucy, y estos dos hombres eran buenos amigos y se mantenían comunicados por medio de cartas. Phineas a menudo le hacía saber a Oliver que él aún tenía un lugar en la Iglesia2.
Otros viejos amigos de Oliver también mantenían el contacto. Sam Brannan, quien había sido aprendiz de Oliver en la oficina de impresión en Kirtland, lo había invitado a navegar con los santos a bordo del Brooklyn. William Phelps, quien también se había alejado por corto tiempo de la Iglesia tras haber tenido un desacuerdo con José Smith, también invitó a Oliver a ir al oeste. “Si crees que somos Israel”, le escribió William, “ven y vayamos juntos, y haremos lo que sea para tu bien”3.
Pero el resentimiento de Oliver era muy profundo. Él creía que Thomas Marsh, Sidney Rigdon y otros líderes de la Iglesia habían puesto a José Smith y al sumo consejo en su contra en Misuri, y temía que su partida de la Iglesia hubiese dañado su reputación entre los santos. Él deseaba que recordaran las buenas cosas que él había hecho, en especial, su parte en la traducción del Libro de Mormón y en la restauración del sacerdocio4.
“Esto es un tema delicado para mí”, le escribió a Phineas en una ocasión. “También lo sería para ti, dadas las circunstancias, si hubieras estado en la presencia de Juan, junto con nuestro finado hermano José, para recibir el sacerdocio menor, y en la presencia de Pedro, para recibir el mayor”5.
Además, Oliver no estaba seguro de si el Cuórum de los Doce tenía autoridad para presidir la Iglesia. Él respetaba a Brigham Young y a los otros Apóstoles que él conocía, pero no tenía un testimonio de que fueron llamados de Dios para dirigir a los santos. Pensaba que la Iglesia, por el momento, estaba en un estado latente, aguardando a un líder.
En julio, por los días en que la compañía de avanzada entraba en el valle del Lago Salado, William McLellin, quien había sido apóstol, visitó a Oliver. William deseaba comenzar una nueva iglesia en Misuri, basada en el Evangelio restaurado, y esperaba que Oliver se le uniera. La visita llevó a Oliver a escribir al hermano de su esposa, David Whitmer, quien era uno de los testigos del Libro de Mormón, al igual que Oliver. Oliver sabía que William planeaba visitar a David también, y deseaba saber lo que David pensaba acerca de William y su obra6.
David le respondió seis semanas más tarde, indicándole que, en efecto, William lo había visitado. “Hemos establecido, o comenzado a establecer, la iglesia de Cristo nuevamente”, le anunció David, “y es la voluntad de Dios que tú seas uno de mis consejeros en la presidencia de la iglesia”7.
Oliver analizó la propuesta. Si formaba una nueva presidencia de la iglesia en Misuri con David y William, tendría otra oportunidad de predicar el Evangelio restaurado. Pero, ¿se trataba del mismo Evangelio que él había aceptado en 1829? ¿Poseían David y William autoridad de Dios para establecer una nueva iglesia?8.
Temprano por la mañana del día 19 de octubre de 1847, los apóstoles Wilford Woodruff y Amasa Lyman divisaron a siete hombres que emergían de un grupo de árboles distantes. Normalmente, ver a extraños en la ruta no representaba una amenaza, pero la repentina aparición de esos hombres puso en alerta a Wilford.
En los últimos dos días, él y Amasa habían estado cazando búfalos junto con otros hombres para alimentar a la compañía de regreso de Brigham Young que estaba en problemas. Aún les faltaba más de una semana de camino para llegar a Winter Quarters. Sin la carne de búfalo que habían juntado en los tres carromatos de los cazadores, la compañía tendría muchas dificultades para finalizar su viaje. Muchos de ellos ya estaban enfermos9.
Los Apóstoles observaron detenidamente a los extraños, para ver si se trataba de indígenas, pero a medida que se acercaban, pudieron ver que se trataba de hombres blancos, probablemente soldados, que venían a caballo. Y venían a todo galope hacia el grupo de cazadores.
Wilford y los demás cazadores empuñaron las armas para defenderse, pero cuando llegaron los extraños, Wilford se sorprendió y se alegró al reconocer el rostro de Hosea Stout, el jefe de la policía de Winter Quarters. Los santos de Winter Quarters se habían enterado de la crítica situación de la compañía de regreso y habían enviado a Hosea y a sus hombres para llevarles provisiones a los viajeros y sus animales10.
Con esa ayuda, la compañía se fortaleció y pudieron continuar adelante. El 31 de octubre, cuando estaban a menos de dos kilómetros de llegar al asentamiento, Brigham pidió a su compañía que se detuvieran y se reunieran. Los días difíciles del viaje habían llegado a su fin, y los hombres estaban ansiosos de ver a sus familias, mas él deseaba decirles unas pocas palabras antes de que se dispersaran.
“Gracias por su amabilidad y disposición a obedecer órdenes”, les dijo. En poco más de seis meses, ellos habían recorrido más de 3200 kilómetros sin haber sufrido percances graves ni muertes. “Hemos logrado más de lo que se esperaba”, declaró Brigham. “Las bendiciones del Señor han estado con nosotros”11.
Él despidió a los hombres y volvieron a sus carromatos. La compañía recorrió entonces la distancia que restaba hasta Winter Quarters. Al arribar los carromatos a Winter Quarters, poco antes del anochecer, los santos salieron de sus cabañas y casuchas para darles la bienvenida a los hombres. Multitudes se formaron a lo largo de las calles para estrechar sus manos y regocijarse en todo lo que habían logrado bajo la mano guiadora del Señor12.
Wilford estaba sumamente feliz por ver a su esposa e hijos de nuevo. Tres días antes, Phebe había dado a luz a una niña saludable. Ahora los Woodruff tenían cuatro hijos vivos: Willy, Phebe Amelia, Susan y la recién nacida Shuah. Wilford también tenía un hijo, James, con su esposa plural, Mary Ann Jackson, con quien se había casado poco después de haber regresado de Inglaterra. Mary Ann y James habían partido a Salt Lake ese año, hacía unos meses, junto con el padre de Wilford.
“Todo era felicidad y alegría”, escribió Wilford acerca de su llegada, “y lo sentimos como una bendición el poder vernos nuevamente”13.
Ese invierno, los nueve Apóstoles en Winter Quarters y en los asentamientos aledaños con frecuencia deliberaban juntos en consejo. Durante tales reuniones, el futuro del Cuórum era una preocupación en la mente de Brigham. En el viaje de regreso desde el valle del Lago Salado, el Espíritu le reveló a Brigham que el Señor deseaba que los Doce reorganizaran la Primera Presidencia, de modo que los Apóstoles pudieran estar libres para proclamar el evangelio de Jesucristo por todo el mundo14.
Por mucho tiempo, Brigham había evitado hablar con el Cuórum sobre ese tema. Él entendía que su responsabilidad como Presidente de los Doce lo diferenciaba de los demás Apóstoles y le otorgaba autoridad para recibir revelación para el Cuórum y para cada persona en el ámbito de su mayordomía.
Pero él también entendía que no podía actuar solo. El Señor había revelado en 1835 que los Doce habían de llegar a decisiones unánimes o no tomar ninguna. Por instrucción divina, los apóstoles habían de actuar “con toda rectitud, con santidad y humildad de corazón” a la hora de tomar decisiones. Si iban a hacer algo como Cuórum, debían reunirse en unidad y armonía15.
Finalmente, el 30 de noviembre, habló Brigham con el Cuórum acerca de reorganizar la Primera Presidencia, convencido de que era la voluntad de Dios para seguir adelante. Orson Pratt inmediatamente cuestionó la necesidad de un cambio. “Me gustaría ver a los Doce seguir perfectamente juntos y unidos”, dijo.
Orson creía que los Doce podían dirigir la Iglesia en ausencia de una Primera Presidencia porque una revelación había declarado que los dos cuórums eran iguales en autoridad. El profeta José Smith también había enseñado que una mayoría de los Doce podía tomar decisiones autoritativas cuando no estuvieran presentes todos los del Cuórum. Para Orson, eso significaba que siete Apóstoles podían permanecer en las Oficinas Generales para gobernar a los santos, mientras los cinco restantes llevaban el Evangelio a las naciones16.
Brigham escuchaba a Orson, pero no estaba de acuerdo con sus conclusiones. Brigham preguntó: “¿Qué es mejor, desatar los pies de los Doce para que vayan a las naciones o retener siempre a siete de ellos en casa?”.
“Es mi sentir”, dijo Orson, “que no debiera haber una Primera Presidencia integrada por tres miembros, sino que los Doce han de ser la Primera Presidencia”17.
Mientras Orson y Brigham hablaban, Wilford examinaba el asunto en su mente. Él estaba dispuesto a sostener una nueva Primera Presidencia si esa era la voluntad revelada del Señor, pero también se inquietaba en cuanto a las consecuencias de un cambio. Si tres de los Doce conformaran una Primera Presidencia, ¿se llamaría a tres nuevos apóstoles a tomar sus puestos en el Cuórum? ¿Y de qué modo la reorganización de la presidencia afectaría las funciones de los Doce en la Iglesia?
Por ahora, él quería que los Doce continuaran como estaban. Dividir el Cuórum sería como cercenar un cuerpo en dos18.
En el otoño de 1847, las montañas que rodeaban el valle del Lago Salado parecían arder en fuego debido a que el follaje había adquirido tonalidades intensas de rojo, amarillo y marrón. Desde el lugar donde su familia había acampado en la manzana del templo, junto a otros santos, Jane Manning James podía ver la mayor parte de las montañas así como del nuevo asentamiento de los santos, al cual habían empezado a llamar Great Salt Lake City [Ciudad del Gran Lago Salado] o simplemente, Salt Lake City. A unos mil seiscientos metros de su tienda había un fuerte de forma cuadrada, donde algunos santos estaban construyendo cabañas para sus familias. Como había pocos árboles en el valle, ellos usaban para sus construcciones maderos provenientes de los cañones que había en las cercanías o bloques de adobe endurecido19.
Cuando Jane llegó al valle, a los santos que habían llegado con la compañía de avanzada se les estaban acabando las reservas de alimentos. Los recién llegados, como Jane, tenían pocas provisiones sobrantes. La leche de la mayoría de las vacas en el valle se había secado y el ganado se encontraba fatigado y raquítico. John Smith, quien recién había sido llamado como presidente de la Estaca Salt Lake, dirigía al sumo consejo y a los obispos en la labor de proveer para todos en el valle hasta que los cultivos estuviesen listos para cosecharse, pero pocos se iban a la cama con el estómago lleno20.
Sin embargo, a pesar de la falta de alimentos, el asentamiento se desarrolló rápidamente. Mujeres y hombres trabajaban juntos edificando viviendas y haciendo que el entorno fuese agradable. Los hombres se aventuraban hacia los cañones para cortar maderos y transportarlos al valle. Al no contar con un aserradero, cada tronco debía cortarse a mano para convertirlo en tablas. Los techos se confeccionaban con postes de madera y hierba seca. Hacían las ventanas a menudo de papel encerado en lugar de vidrio21.
Por esa época, las mujeres de la Iglesia continuaron reuniéndose informalmente. Elizabeth Ann Whitney y Eliza Snow, quienes habían sido líderes de la Sociedad de Socorro de Nauvoo, realizaban con frecuencia reuniones para las madres, así como para las mujeres jóvenes y las niñas. Tal como habían hecho en Winter Quarters, las mujeres administraban dones espirituales y se fortalecían unas a otras22.
Al igual que otros santos, Jane y su esposo, Isaac, trabajaban juntos para tener una vivienda en el valle. El hijo de Jane, Sylvester, ya tenía edad suficiente para ayudar con las tareas23. Y siempre había algo que hacer. Los niños podían ayudar a sus madres a recolectar chirivías o nabos, cardos y bulbos de lirio mariposa para incrementar sus menguantes provisiones. Los santos difícilmente podían desperdiciar los alimentos. Cuando se sacrificaba una vaca, se comían todo lo que podían, desde la cabeza hasta las pezuñas24.
La nieve comenzó a caer a principios de noviembre, cubriendo las cumbres de las montañas con polvo blanco. Las temperaturas descendieron en el valle y los santos se prepararon para su primer invierno en el valle25.
Un encapotado día a fines de noviembre, se reunieron los Apóstoles en Winter Quarters para analizar la situación de Oliver Cowdery. La mayoría de ellos lo habían conocido en Kirtland y habían escuchado su poderoso testimonio del Libro de Mormón. Junto con David Whitmer y Martin Harris, él había ayudado al profeta José Smith a llamar a algunos de ellos al Cuórum de los Doce y les había enseñado sus responsabilidades. Phineas Young les había asegurado que Oliver estaba comprometido con Sion y que había ablandado su corazón hacia la Iglesia26.
Los Apóstoles redactaron una carta dirigida a Oliver Cowdery, actuando Willard Richards como secretario. “Ven”, escribieron, “y regresa a la casa de nuestro Padre, de la cual te apartaste”. Describieron a Oliver como un hijo pródigo amado y lo invitaron a volverse a bautizar y a ser ordenado nuevamente al sacerdocio.
“Si deseas servir a Dios con todo tu corazón y llegar a ser partícipe de las bendiciones del Reino Celestial, haz estas cosas”, le declararon. “Tu alma se llenará de regocijo”.
Ellos le dieron la carta a Phineas y le pidieron que la entregara en persona27.
Poco tiempo después, Brigham se reunió con otros ocho Apóstoles en la casa de Orson Hyde, quien había regresado de su misión en Inglaterra. “Quiero tomar una decisión”, dijo él. “Desde el tiempo en que estuve en Great Salt Lake City hasta ahora, las impresiones que el Espíritu me ha estado dando es que la Iglesia debe ser organizada ahora”. Él testificó que el Cuórum necesitaba sostener una Primera Presidencia para gobernar la Iglesia, de modo que los Apóstoles pudieran dirigir la obra misional en el extranjero.
“Deseo que cada hombre ande con la convicción del Señor; que al conocer en qué dirección marcha el Señor, marchen hacia allí”, aconsejó. “Un élder que se resista al torrente del Espíritu, estará escupiendo a su propio rostro”.
Heber Kimball y Orson Hyde estuvieron de acuerdo en que era hora de reorganizar la Primera Presidencia, pero Orson Pratt manifestó nuevamente sus inquietudes. A él le preocupaba que la Primera Presidencia no procurara el consejo del Cuórum de los Doce y que los Doce pudieran también plegarse demasiado rápido a la autoridad de la presidencia y aceptar sus decisiones sin analizar los asuntos por sí mismos. La Iglesia había funcionado bastante bien bajo los Doce, argumentaba él, ¿por qué cambiarla ahora?28.
Brigham pidió escuchar las ideas de cada miembro del Cuórum allí presente. Cuando le llegó el turno, Wilford Woodruff compartió sus vacilaciones en cuanto a crear una Primera Presidencia, pero manifestó su disposición de alinear su voluntad con la de Dios. “Nuestro Presidente parece estar siendo inspirado por el Espíritu”, dijo él. “Él está entre nosotros y Dios, y yo, de seguro, no deseo atarle las manos”29.
“No quisiera ver a este Cuórum dividido”, dijo George A. Smith, seguidamente. Él deseaba postergar su decisión hasta que estuviera seguro de cuál era la voluntad del Señor, pero se mantenía abierto al cambio. “Si es la voluntad del Señor que sigamos este curso de acción”, declaró, “yo cambiaré mi parecer al respecto”.
“Mis sentimientos son exactamente como los suyos”, dijo Brigham. “Deseo tanto como usted que no haya divisiones en nuestro sentimiento y que no nos separemos”. Sin embargo, él conocía cuál era la voluntad del Señor. “En mí es como la voz de siete truenos”, declaró. “Dios nos ha traído hasta donde estamos y debemos hacerlo”30.
Amasa Lyman y Ezra Benson, los dos Apóstoles más recientes estuvieron de acuerdo con él. “Deseo ayudar al Cuórum de los Doce”, dijo Ezra, “y es mi intención seguir al hermano Brigham”. Se comparó a sí mismo con una máquina en un molino, siempre lista para realizar sus funciones. Dijo que estaba perfectamente dispuesto a permitir que la Primera Presidencia lo dirigiera como el Señor lo estimara pertinente.
“¡Amén!”, dijeron varios Apóstoles.
Orson Pratt se puso de pie. “No considero que debamos actuar como máquinas”, dijo. “Si hemos de gobernar todos los asuntos de esa forma, no tendremos el más mínimo espacio para considerar un tema en esta luz”31.
“Es muy importante que organicemos la Iglesia ahora”, dijo Brigham a Orson. “Lo que hemos hecho es apenas poner parches comparado con lo que tenemos que hacer. Si tú nos atas, no podemos hacer nada”32.
Las palabras de Brigham quedaron flotando en el recinto y el Espíritu Santo se derramó sobre todos los Apóstoles. Orson supo que lo que había dicho Brigham era cierto33. Los Apóstoles sometieron el tema de la reorganización a votación y cada uno de los miembros del Cuórum levantó la mano para sostener a Brigham Young como Presidente de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días.
“Sugiero que el hermano Young nombre a sus dos consejeros esta noche”, dijo Orson34.
Tres semanas más tarde, el 27 de diciembre de 1847, cerca de mil santos de los asentamientos a lo largo del río Misuri se reunieron en una conferencia especial. Para la ocasión, habían construido un tabernáculo grande del lado oriental del río en un lugar llamado Kanesville. La instalación era más grande que cualquier cabaña, pero en ella no cabían todos los que deseaban asistir.
En su interior, los santos se sentaron hombro con hombro sobre bancos duros hechos de troncos. Aunque el invierno había sido intensamente frío hasta esa fecha, el día que los santos se reunieron en el tabernáculo de troncos, tuvieron un clima excepcionalmente agradable. El día anterior, Heber Kimball les había prometido que si asistían a la reunión, tendrían uno de los mejores días de sus vidas y se encendería una luz que jamás se extinguiría35.
Sobre una plataforma que estaba en la parte frontal del lugar, se sentaron los Apóstoles junto con el sumo consejo de Winter Quarters. Dieron inicio a la reunión con un cántico y una oración, seguido de sermones de algunos de los Apóstoles y de otros líderes de la Iglesia. Orson Pratt discursó sobre la importancia de la Primera Presidencia.
“Ha llegado el momento de que a los Doce se les liberen las manos para ir a los extremos de la tierra”, dijo Orson, ahora seguro de que era la voluntad del Señor. “Si no hay Primera Presidencia, los Doce quedan demasiado confinados a un solo lugar”. Testificó que la reorganización de la presidencia permitiría a la Iglesia dirigir la mirada hacia los parajes distantes de la tierra, donde miles de personas podían estar esperando el Evangelio36.
Después de los sermones, se propuso que Brigham Young fuese sostenido como Presidente de la Iglesia. Los santos alzaron la mano al unísono para sostenerlo. Desde el estrado, Brigham propuso que Heber Kimball y Willard Richards fuesen sostenidos como sus consejeros.
“Este es uno de los días más felices de mi vida”, dijo a los santos. El camino que tenían por delante no iba a ser fácil, pero como líder de los santos, él se dedicaría íntegramente a cumplir la voluntad del Señor.
“Lo haré bien”, prometió. “Tal como Él lo mande, así lo haré”37.