“Suficiente gloria”, capítulo 2 de Santos: La historia de la Iglesia de Jesucristo en los últimos días, tomo II, Ninguna mano impía, 1846–1893, 2019
Capítulo 2: “Suficiente gloria”
Capítulo 2
Suficiente gloria
Soplaba un viento frío cuando Brigham Young llegó a Sugar Creek en la tarde del 15 de febrero de 1846. Repartidos en una parcela de bosque cubierto de nieve, no muy lejos de un arroyo helado, centenares de santos tiritaban envueltos en abrigos y frazadas húmedas. Muchas familias se arremolinaban alrededor de hogueras o bajo carpas hechas con sábanas o con las cubiertas de los carromatos. Otros se apiñaban en carruajes o carromatos para darse calor1.
Brigham entendió enseguida que debía organizar el campamento. Con la ayuda de otros líderes de la Iglesia, dividió a los santos en compañías y llamó a capitanes para dirigirlas. Les advirtió que no hicieran viajes innecesarios a Nauvoo, que no estuvieran ociosos ni tomaran prestado sin pedir permiso. Los hombres debían proteger el campamento constantemente y supervisar la limpieza, y cada familia debía orar junta por la mañana y por la noche2.
Rápidamente se estableció un buen espíritu en el campamento. A salvo fuera de Nauvoo, los santos se preocupaban menos por los populachos o las amenazas del gobierno de que detendrían el éxodo. Por las noches, una banda de instrumentos de viento tocaba música animada mientras los hombres y las mujeres bailaban. Los santos que practicaban el matrimonio plural también se sintieron menos inhibidos y comenzaron a hablar públicamente en cuanto al principio y cómo unía a sus familias3.
Mientras tanto, Brigham pasaba horas refinando los planes para la emigración al oeste4. Poco antes de partir de Nauvoo, hallándose en ayuno y oración en el templo, vio una visión en la que José Smith le señalaba una bandera que ondeaba sobre la cima de una montaña. “Edifiquen bajo el lugar que señalan los colores”, le había dicho José, “y prosperarán y tendrán paz”5. Brigham sabía que el Señor tenía preparado un lugar para la Iglesia, pero guiar hasta allí a millares de santos iba a ser una tarea monumental.
Fue en esos días cuando llegaron al campamento las cartas de Sam Brannan, que se hallaba navegando hacia California a bordo del Brooklyn. Entre las cartas se hallaba el contrato que prometía un éxodo seguro de los santos a cambio de tierras en el oeste. Brigham leyó el contrato detenidamente junto con los Apóstoles. Las cartas de Sam daban a entender que si no lo firmaban, el presidente de los Estados Unidos podría ordenar el desarme de los santos y prohibir que se siguieran congregando6.
Brigham no estaba convencido. Aun cuando desconfiaba del gobierno, él ya había decidido tratar de trabajar con este en lugar de estar en su contra. De hecho, poco antes de partir de Nauvoo le había dado instrucciones a Jesse Little, el nuevo élder que presidía en los estados del este, para que presionara en favor de la Iglesia y aceptara cualquier oferta honorable del gobierno federal que ayudase con el éxodo de los santos. Brigham y los Apóstoles rápidamente percibieron que el contrato no era más que una sofisticada estratagema diseñada para beneficiar a los hombres que lo redactaron. En lugar de firmarlo, los Apóstoles decidieron confiar en Dios y acudir a Él en busca de protección7.
Conforme avanzaba el mes, las temperaturas fueron descendiendo por debajo del punto de congelación y la superficie del río Misisipi se heló, facilitando su cruce. En poco tiempo había unas 2000 personas acampadas en Sugar Creek, aunque algunos regresaban a Nauvoo con frecuencia para hacer alguna que otra diligencia.
Tanto ir y venir preocupaba a Brigham, pues pensaba que esos santos estaban descuidando a sus familias y se estaban preocupando demasiado por sus propiedades en la ciudad. Con el retraso que había en los planes de emigrar al oeste, decidió que era hora de que los santos partieran de Sugar Creek, aun cuando las compañías no estuvieran completamente equipadas.
El 1 de marzo, quinientos carromatos iniciaron la marcha al oeste por las praderas de Iowa. Brigham aún deseaba enviar una compañía de avanzada ese año hacia las Montañas Rocosas, pero primeramente los santos necesitaban todos los recursos para trasladar su campamento a una ubicación más distante de Nauvoo8.
Mientras los santos, junto con Brigham, abandonaban Sugar Creek, Louisa Pratt, de cuarenta y tres años, aún permanecía en Nauvoo, preparándose para dejar la ciudad con sus cuatro hijas pequeñas. El Señor había llamado a su esposo, Addison, a una misión en las islas del Pacífico hacía tres años. Desde entonces había sido difícil mantener el contacto con él, debido a la inestabilidad del servicio postal entre Nauvoo y Tubuai, la isla de la Polinesia Francesa donde servía Addison. Sus cartas llegaban con varios meses de atraso, y algunas hasta con más de un año.
La última carta de Addison dejaba en claro que no lograría volver a casa a tiempo para partir al oeste con ella. Los Doce le habían pedido permanecer en las islas del Pacífico hasta que lo llamaran a volver a casa o se enviara a misioneros para reemplazarlo. En un momento dado, Brigham había esperado poder enviar más misioneros a las islas una vez que los santos recibieran su investidura, pero el éxodo de Nauvoo había hecho posponer ese plan9.
Louisa estaba dispuesta a realizar el viaje sin su marido, pero pensar en ello la ponía nerviosa. Detestaba tener que dejar Nauvoo y el templo, y no le gustaba la idea de viajar en carromato hasta las Montañas Rocosas. Además, quería ver a sus ancianos padres en Canadá —probablemente por última vez— antes de partir al oeste.
Si vendía su yunta de bueyes, tendría el dinero suficiente para visitar a sus padres y comprar pasajes para su familia en un barco que navegara hasta la costa de California, evitándose así el viaje por tierra.
Louisa ya estaba casi decidida a ir a Canadá, pero algo no encajaba. Decidió escribirle a Brigham Young y comentarle sus preocupaciones en cuanto al viaje por tierra y su deseo de ir a ver a sus padres.
“Si usted me dice que la expedición en yunta de bueyes es la mejor vía hacia la salvación, entonces pondré en ello mi corazón y mis manos”, le escribió, “y pienso que podré soportarlo todo sin quejarme, como cualquier otra mujer”10.
Poco tiempo después un mensajero le trajo la respuesta de Brigham. “Vamos, la salvación en yunta de bueyes es la vía más segura”, le decía. “El hermano Pratt se reunirá con nosotros en el yermo donde nos estableceremos y se sentirá terriblemente desilusionado si su familia no está con nosotros”.
Louisa consideró el consejo, blindó su corazón para hacerle frente a las dificultades que le aguardaban y decidió seguir al cuerpo principal de los santos, ya sea para vida o para muerte11.
Esa primavera, los santos que viajaron a través de Iowa comenzaron a llamarse el Campamento de Israel, según el modelo de los antiguos hebreos a los que el Señor libró del cautiverio en Egipto. Día tras día combatían contra los elementos mientras la nieve y lluvia incesantes convertían la pradera de Iowa en un lodazal. Los ríos y los arroyos crecieron en caudal y velocidad. Los caminos polvorientos se enlodaron. Los santos tenían la intención de cruzar la mayor parte del territorio en un mes, pero transcurrido ese tiempo tan solo habían cubierto una tercera parte de la distancia12.
El 6 de abril, fecha del decimosexto aniversario de la organización de la Iglesia, llovió todo el día. Brigham pasó muchas horas con el fango hasta las rodillas, ayudando a los santos por el camino hasta que llegaron a un sitio llamado Locust Creek. Allí ayudó a acomodar los carromatos, montar las tiendas y cortar madera hasta que todos los santos se habían instalado en el campamento. Una mujer que lo vio en el barro, empujando y jalando para liberar un carromato atascado, pensó que se veía tan feliz como un rey a pesar de las circunstancias que lo rodeaban.
Esa noche cayó una lluvia gélida y el granizo asoló el campamento y lo dejó cubierto de hielo. A la mañana siguiente, William Clayton, secretario de Brigham y capitán de la banda de músicos de viento, halló que el campamento estaba en una situación caótica. Muchas tiendas se habían deshecho y yacían extendidas sobre el suelo congelado. Un árbol había caído, aplastando un carromato. Algunos hombres de la banda se habían quedado sin provisiones13.
William compartió sus provisiones con los de la banda, aunque su propia familia no tenía mucho. Él era uno de los primeros santos que practicó el matrimonio plural y viajaba con tres esposas y cuatro hijos. Otra esposa, Diantha, había quedado en Nauvoo bajo los cuidados de su madre. Diantha estaba embarazada y esperaba su primer hijo, aunque su salud era frágil, lo que aumentaba la ansiedad que William sentía durante el viaje.
Mientras los Clayton descansaban en Locust Creek junto con el Campamento de Israel, Brigham propuso un plan para establecer una estación de paso a mitad de camino en Iowa, donde los santos pudieran esperar a que pasase el mal tiempo, construir cabañas y plantar cultivos para los que habrían de venir después. Algunos santos se ocuparían de atender la estación de paso, mientras que otros volverían a Nauvoo para guiar a las compañías a través de Iowa. El resto del campamento seguiría avanzando con él hasta el río Misuri14.
El 14 de abril, William pasó toda la noche recuperando caballos y el ganado que se había escapado del campamento. A la mañana siguiente necesitaba dormir, pero alguien del campamento recibió una carta en la que se mencionaba a Diantha y al nacimiento de su bebé. Esa noche, William celebró el nacimiento cantando y tocando música con la banda hasta bien avanzada la noche.
Los cielos estaban despejados a la mañana siguiente y William vislumbró tiempos mejores para el Campamento de Israel. Se sentó, tomando tinta y papel, y escribió un himno de aliento para los santos:
Santos, venid, sin miedo, sin temor,
mas con gozo andad.
Aunque cruel jornada esta es,
Dios nos da Su bondad.
Mejor nos es el procurar
afán inútil alejar,
y paz será el galardón
¡Oh, está todo bien!”15.
A unos ciento sesenta kilómetros al este, Wilford Woodruff estaba de pie sobre la cubierta de una embarcación fluvial en el río Misisipi, observando el Templo de Nauvoo con un catalejo. La última vez que había visto el templo, las paredes aún estaban sin completar. Ahora tenía techo, ventanales brillantes y una majestuosa torre, coronada por una veleta en forma de ángel16. Ya se habían dedicado varias secciones del templo para la obra de las ordenanzas y pronto la edificación estaría lista para ser dedicada al Señor.
La travesía de Wilford desde Gran Bretaña había sido muy peligrosa. Los vientos fuertes y el oleaje habían azotado la embarcación en todas direcciones. Wilford lo había resistido, aunque se sentía mareado e infeliz. “Todo hombre que venda su granja y se haga a la mar para ganarse la vida”, expresó a modo de lamento, “tiene gustos muy distintos a los míos”17.
Phebe había embarcado antes y había partido de Inglaterra con sus hijos Susan y Joseph a bordo de un barco repleto de santos que emigraban a los Estados Unidos. Wilford había permanecido en Liverpool algo más para resolver asuntos financieros, transferir el liderazgo de la Iglesia al nuevo presidente de misión y solicitar donaciones para concluir la construcción del templo18.
“La edificación del templo de Dios es de igual importancia para todo santo auténtico, sin importar dónde se halle”, les recordó a los miembros de la Iglesia19. Aunque abandonarían el templo poco después de su terminación, los santos de ambos lados del océano Atlántico tenían la determinación de acabarlo, en obediencia al mandamiento que el Señor había dado a la Iglesia en 1841.
“… os concedo el tiempo suficiente para que me la edifiquéis [una Casa]”, declaró el Señor por medio de José Smith, “… y si no habéis hecho estas cosas para cuando termine el plazo, seréis rechazados como iglesia, junto con vuestros muertos, dice el Señor vuestro Dios”20.
Aun cuando muchos de los santos británicos eran pobres, Wilford los había animado a donar lo que pudieran para ayudar a pagar el templo, prometiéndoles bendiciones por su sacrificio. Ellos contribuyeron generosamente y Wilford agradeció su consagración21.
Al llegar a los Estados Unidos, Wilford recogió a su hija Phebe Amelia en Maine y viajó al sur para visitar a sus padres, a quienes persuadió a ir al oeste con él22.
Al desembarcar en Nauvoo, Wilford se reunió con su esposa y habló con Orson Hyde, el Apóstol presidente en la ciudad, quien tenía pocas buenas noticias que compartir. Entre los santos que aún quedaban en Nauvoo había algunos que se sentían descontentos y abandonados. Unos pocos, incluso, cuestionaban el derecho de los Doce a liderar la Iglesia. Entre ellos estaban Eunice y Dwight Webster, la hermana de Wilford y su esposo23.
Esa noticia afligió a Wilford durante días, pues él mismo había enseñado y bautizado a Eunice y a Dwight hacía una década, pero recientemente se habían dejado convencer por un hombre llamado James Strang que afirmaba que José Smith lo había nombrado en secreto como su sucesor. La afirmación de Strang era falsa, pero su carisma le hizo captar adeptos entre los santos de Nauvoo, incluyendo a John Page y William Smith, el hermano menor del profeta José, que habían servido como Apóstoles24.
El 18 de abril, Wilford se molestó mucho al enterarse de que Dwight y Eunice estaban tratando de convencer a sus padres de que siguieran a Strang en vez de marchar al oeste. Wilford convocó a toda su familia y denunció al falso profeta. Luego, se fue a cargar los carromatos.
“Tengo mucho que hacer”, escribió en su diario, “y poco tiempo para hacerlo”25.
Esa primavera, los trabajadores se apuraron para acabar la construcción del templo antes de su dedicación el 1 de mayo. Instalaron un suelo de ladrillos alrededor de la pila bautismal, colocaron las obras decorativas de madera en sus sitios y pintaron las paredes. Se trabajaba todo el día y, a menudo, hasta avanzada la noche. Como la Iglesia tenía poco dinero para pagar a los trabajadores, muchos de ellos sacrificaron parte de sus salarios para asegurarse de que el templo estuviera listo para ser dedicado al Señor26.
Dos días antes de la dedicación, los trabajadores terminaron de pintar el salón de asambleas del primer piso. Al día siguiente barrieron todo el polvo, recogieron los escombros del gran salón y lo prepararon para el servicio. Los trabajadores no alcanzaron a dar los toques finales a cada ambiente, pero sabían que eso no impediría que el Señor aceptara el templo. Con la confianza de haber cumplido con el mandato de Dios, pintaron las palabras “El Señor ha visto nuestro sacrificio” encima de los púlpitos, a lo largo de la pared oriental del salón de asambleas27.
Siendo conscientes de la deuda que tenían con los trabajadores, los líderes de la Iglesia anunciaron que la primera sesión de la dedicación sería un evento benéfico y se pidió a los asistentes que contribuyeran con un dólar para ayudar a pagar a los humildes trabajadores.
El 1 de mayo por la mañana, Elvira Stevens, de catorce años, salió de su campamento al oeste del río Misisipi para cruzar el río y asistir a la dedicación. Elvira había quedado huérfana poco después de que sus padres se mudaran a Nauvoo y ahora vivía con su hermana casada. Como nadie más en su campamento podía acompañarla a la dedicación, fue sola.
Sabiendo que podían transcurrir muchos años antes de que se dedicase otro templo en el oeste, los Apóstoles habían administrado la investidura a algunos jóvenes, entre ellos, Elvira. Ahora, tres meses después, Elvira subió una vez más las escaleras hacia las puertas del templo, aportó su dólar y halló un asiento en el salón de asambleas28.
La sesión comenzó con el canto de un coro y luego Orson Hyde ofreció la oración dedicatoria. “Concede que Tu Espíritu more aquí”, suplicó, “y que todos sientan una sagrada influencia en sus corazones de que Su mano contribuyó a esta obra”29.
Elvira sintió el poder celestial en el salón. Después de la sesión regresó a su campamento, pero volvió para la siguiente sesión dos días más tarde, esperando poder sentir el mismo poder nuevamente. Orson Hyde y Wilford Woodruff dieron sermones sobre la obra del templo, el sacerdocio y la resurrección. Antes de concluir la sesión, Wilford elogió a los santos por haber terminado el templo aun cuando tendrían que abandonarlo.
“Millares de santos han recibido su investidura en él y la luz no se apagará”, dijo. “Esta es suficiente gloria por haber construido el templo”.
Después de la sesión, Elvira regresó al campamento, cruzando el río por última vez30. Los santos de Nauvoo, entretanto, pasaron el resto del día y la noche recogiendo y retirando las sillas, mesas y otros muebles hasta que el templo quedó vacío y lo dejaron en las manos del Señor31.
Pocas semanas después de la dedicación del templo, Louisa Pratt y sus hijas iniciaron su jornada hacia el oeste junto con una compañía de santos. Ellen tenía catorce años; Frances, doce; Lois, nueve y Ann, cinco. Contaban con dos yuntas de bueyes, dos vacas y un carromato cargado con ropas nuevas y provisiones.
Antes de cruzar el río hacia Iowa, Louisa se detuvo en la oficina de correos y encontró una extensa carta de Addison, fechada el 6 de enero de 1846, hacía cinco meses. Addison le contaba que ahora estaba en Tahití con algunos amigos de Tubuai, el matrimonio de Nabota y Telii. Iban de camino al atolón de Anaa para ayudar a su compañero de misión, Benjamin Grouard, en la obra misional. Le enviaba sesenta dólares a Louisa y palabras cariñosas para ella y las niñas.
Addison esperaba poder servir entre los santos de las islas por muchos años más, pero no sin su familia. “Si puedes conseguir algún libro”, le escribió, “y si tienes algo de tiempo libre, creo que tú y las niñas deberían comenzar a estudiar el idioma de Tahití porque, en mi opinión, lo van a necesitar dentro de unos pocos años”32.
La carta agradó mucho a Louisa y halló su viaje al oeste sorprendentemente gozoso. Las lluvias primaverales habían cesado y a ella le encantaba ir a caballo bajo el cielo azul mientras un hombre contratado conducía el carromato. Se levantaba temprano cada mañana, recogía el ganado disperso y ayudaba a guiarlo durante el día. En ocasiones se preocupaba por lo mucho que se estaba alejando de sus padres y otros familiares, pero su creencia en Sion la confortaba. Las revelaciones hablaban de Sion como un lugar de refugio, una tierra de paz, y eso es lo que ella quería en su vida.
“A veces, me siento animada”, escribió en su diario el 10 de junio. “El Señor nos ha llamado y nos ha señalado un lugar donde podremos vivir en paz, ¡libres del terror de nuestros crueles perseguidores!”33.
Cinco días después, Louisa y su compañía llegaron a Mount Pisgah, una de las dos grandes estaciones de paso que los santos habían establecido en la ruta a través de Iowa. El campamento circundaba la base de unas colinas bajas e inclinadas que estaban coronadas con arboledas de robles. Tal como Brigham lo había concebido, allí los santos vivían en tiendas o en cabañas de troncos y atendían los cultivos para proveer de alimentos a las compañías que vendrían posteriormente. Otras zonas del campamento eran pastizales para el ganado.
Louisa escogió para su familia un sitio a la sombra de unos robles. El lugar era hermoso, pero el sol caía con fuerza sobre los santos acampados, muchos de los cuales estaban exhaustos tras haber batallado durante la primavera contra la lluvia y el lodo.
“Que el Señor los recompense por todos sus sacrificios”, pensó Louisa34.
Más adelante en la ruta, Brigham y el Campamento de Israel se detuvieron en un lugar llamado Mosquito Creek, no muy lejos del río Misuri. Estaban hambrientos, tenían un retraso de dos meses de acuerdo con el plan y su pobreza era extrema35. No obstante, Brigham insistía en enviar una compañía de avanzada hacia las Montañas Rocosas. Creía que un grupo de santos debía finalizar el viaje esa estación, porque mientras la Iglesia anduviera errante sin una sede, sus enemigos tratarían de dispersarla o de bloquearles la ruta36.
Brigham sabía, sin embargo, que equipar a ese grupo sería una carga excesiva para los recursos de los santos. Pocos contaban con dinero o provisiones sobrantes y Iowa proveía pocas oportunidades para realizar labores a cambio de dinero. Para sobrevivir en las praderas, muchos santos habían vendido posesiones valiosas a lo largo de la ruta o habían realizado trabajos ocasionales para obtener dinero para alimentos y mercaderías. Conforme el campamento avanzaba hacia el oeste y los asentamientos poblados se hacían menos frecuentes, cada vez resultaría más difícil encontrar tales oportunidades37.
Además, otros asuntos preocupaban a Brigham. Los santos que no pertenecían a la compañía de avanzada necesitarían un lugar donde pasar el invierno. La tribu de los omahas y otras tribus aborígenes que habitaban esas tierras al oeste del río Misuri estaban dispuestas a permitirle a los santos acampar allí durante el invierno, pero los agentes del gobierno se resistían a dejar que se asentaran por mucho tiempo en tierras reservadas para los indígenas38.
Brigham sabía además, que los santos que habían quedado en Nauvoo eran pobres o estaban enfermos, y dependían de la Iglesia para su traslado al oeste. Por un tiempo había confiado en que podría ayudarlos mediante la venta de las propiedades valiosas que había en Nauvoo, incluyendo el templo. Pero hasta ese momento, esa iniciativa no se había podido concretar39.
El 29 de junio, Brigham se enteró de que tres oficiales del ejército de los Estados Unidos se aproximaban a Mosquito Creek. Los Estados Unidos le habían declarado la guerra a México y el presidente James Polk había autorizado el reclutamiento de quinientos santos para conformar un batallón destinado a una campaña militar en la costa de California.
Al día siguiente, Brigham analizó esta noticia con Heber Kimball y Willard Richards. Brigham no tenía conflictos con México y la idea de ayudar a los Estados Unidos le irritaba, pero el Oeste podría convertirse en territorio estadounidense si los Estados Unidos ganaban la guerra y ayudar al ejército podría contribuir a mejorar las relaciones de los santos con la nación. Y lo que era más importante aún, la paga que recibirían los hombres reclutados podría ayudar a costear la emigración al oeste40.
Nada más llegar los oficiales, Brigham habló con ellos y se enteró de que ellos habían recibido sus órdenes luego de que Thomas Kane, un joven de la costa este que tenía muchas conexiones, se había enterado de la difícil situación de los santos y había presentado a Jesse Little a importantes funcionarios gubernamentales en Washington, D.C. Tras ejercer algunas presiones, Jesse pudo reunirse con el presidente Polk y lo persuadió para que ayudara a los santos a trasladarse al oeste, reclutando a algunos de ellos para el servicio militar.
Viendo los beneficios de ese arreglo, Brigham apoyó las órdenes sin reservas. “Esta es la primera oferta que el gobierno haya hecho para beneficiarnos”, declaró. “Propongo que se convoque a los quinientos voluntarios y yo me esforzaré por ver que sus familias avancen, hasta donde pueda llegar mi influencia, y que estén alimentadas siempre que yo tenga algo para comer”41.
Drusilla Hendricks se enojó mucho por la decisión de Brigham de cooperar con los Estados Unidos. En 1838, su esposo, James, había resultado herido en el cuello durante una escaramuza con los habitantes de Misuri, quedando parcialmente paralizado. Al igual que otros del campamento, ella aún estaba resentida con el gobierno por no haber ayudado a los santos en aquella ocasión. Aun cuando su hijo William tenía edad suficiente para ofrecerse de voluntario al batallón, ella no quería dejar que se alistase. Debido a la parálisis de su esposo, ella dependía de la ayuda de su hijo42.
Los reclutadores visitaban el campamento a diario, a menudo junto con Brigham u otros Apóstoles. “Si deseamos tener el privilegio de ir a donde podamos adorar a Dios conforme a los dictados de nuestra propia consciencia”, les testificaba Brigham, “debemos armar el batallón”43. Muchos santos se tragaron su resentimiento y apoyaron la iniciativa, mas Drusilla no podía soportar ver partir a su hijo.
En ocasiones, el Espíritu le susurraba: “¿Tienes miedo de confiar en el Dios de Israel? ¿No ha estado contigo en todas tus tribulaciones? ¿No ha proveído para tus necesidades?”. Ella reconocía la bondad de Dios, pero cuando recordaba la crueldad del gobierno, afloraba nuevamente su enojo.
El día de la partida del batallón, William se levantó temprano para traer las vacas. Drusilla lo observó alejarse por entre la hierba alta y húmeda, y se inquietó de que su falta de fe pudiera ocasionarle a él más daño que bien. Había las mismas posibilidades de que resultara herido si viajaba con su familia como si marchaba con el batallón. Y si ocurriera eso, ella lamentaría haber hecho que él se quedara.
Drusilla comenzó a preparar el desayuno, sin saber aún qué hacer con William. Al subirse al carromato en busca de harina, sintió de nuevo el susurro del Espíritu diciéndole: “¿No querías las mayores bendiciones del Señor?”.
“Sí”, dijo ella en voz alta.
“Entonces, ¿cómo podrás obtenerlas sin hacer el mayor sacrificio?”, le preguntó el Espíritu. “Deja que tu hijo vaya con el batallón”.
“Es demasiado tarde”, dijo ella. “Ya deben haber marchado esta mañana”.
William regresó y la familia se juntó para desayunar. Luego que James bendijo los alimentos, Drusilla se sobresaltó por la llegada de un hombre al campamento. “¡Salgan afuera los hombres!”, gritó. “Todavía nos faltan algunos para el batallón”.
Drusilla abrió los ojos y vio que William la miraba. Estudió su rostro, memorizando cada rasgo. Sabía que pronto se uniría al batallón. “Si no vuelvo a verte más hasta la mañana de la Resurrección”, pensó, “sabré que eres mi hijo”.
Después del desayuno, Drusilla oró a solas. “Presérvale la vida”, suplicó, “y permite que me sea devuelto a mí y al seno de la Iglesia”.
“Te será concedido”, le susurró el Espíritu, “como fue con Abraham cuando él ofreció a Isaac en el altar”.
Drusilla fue a buscar a William y lo halló sentado en el carromato, cabizbajo con las manos cubriéndose el rostro. “¿Quieres ir con el batallón?”, le preguntó. “Si deseas ir, he recibido un testimonio de que está bien que vayas”.
“El presidente Young dice que es por la salvación de este pueblo”, dijo William, “y yo podría participar en ello como todos los demás”.
“Te he estado reteniendo, pero si deseas ir, ya no te retendré más”, dijo Drusilla44.