“Demasiado tarde, demasiado tarde”, capítulo 18 de Santos: La historia de la Iglesia de Jesucristo en los últimos días, tomo II, Ninguna mano impía, 1846–1893, 2019
Capítulo 18: “Demasiado tarde, demasiado tarde”
Capítulo 18
Demasiado tarde, demasiado tarde
Durante el verano de 1857, Johan y Carl Dorius viajaron a Sion en una compañía de carros de mano de unos trescientos santos escandinavos1. La mayor parte de la compañía había llegado al este de los Estados Unidos en mayo. Habiéndose quedado para predicar el evangelio en Noruega y Dinamarca hasta mucho después que su padre y sus hermanas hubieron emigrado a Sion, Johan sintió que su corazón saltaba de alegría cuando finalmente avistó los Estados Unidos2. En la costa, sin embargo, él y su compañía pronto se enteraron del asesinato de Parley Pratt y del ejército de mil quinientos soldados que marchaba para someter a los santos de Utah3.
También se enteraron de los emigrantes que habían muerto en el camino el año anterior. Como Brigham lo había anticipado, los viajes con carros de mano, en circunstancias normales, habían demostrado ser más rápidos y costar menos dinero que con las caravanas de carromatos tradicionales. De las cinco compañías de carros de mano que habían llegado al valle, las tres primeras lo habían hecho sin mayores incidentes, y los resultados trágicos de las otras dos podrían haberse evitado con una mejor planificación y asesoramiento por parte de algunos de los líderes de la emigración; para evitar más catástrofes, los agentes de emigración ahora se aseguraban de enviar a todas las compañías de carros de mano con tiempo suficiente como para llegar al valle de manera segura4.
A fines de agosto, Johan, Carl y su compañía viajaron por un tiempo cerca del ejército que marchaba hacia Utah con una gran dotación de armas y provisiones. Aunque mucha gente creía que el ejército quería doblegar y oprimir a los santos, los emigrantes no recibieron hostigamiento ni maltrato mientras viajaban junto a ellos5.
Un día, a poco más de trescientos kilómetros del valle del Lago Salado, los emigrantes encontraron en el camino a uno de los bueyes del ejército con una pata herida. “Pueden quedarse con ese buey”, les dijo el encargado de los carromatos de provisiones del ejército. “Supongo que podrían necesitar algo de carne”.
Los santos aceptaron gustosamente el animal. Se suponía que los carromatos de socorro que venían del valle estaban en camino, pero aún no habían llegado. A falta de otras fuentes de alimento, los santos consideraron la carne como una bendición de Dios.
Finalmente, los carros de mano dejaron atrás al ejército. Cuando se acercaban a Utah, Johan estaba ansioso por comenzar el importante trabajo que tenía por delante. Mientras cruzaba el Atlántico, él se había casado con una miembro de Noruega llamada Karen Frantzen. Al mismo tiempo, su hermano Carl se había casado con Elen Rolfsen, otra miembro de Noruega. En Utah, los exmisioneros planeaban asentarse por primera vez en años, probablemente cerca del resto de la familia Dorius, y disfrutar de su nueva vida en Sion6.
Sin embargo, había cierta incertidumbre en el horizonte. Los soldados habían tratado amablemente a los santos en el camino. ¿Harían lo mismo cuando entraran en el territorio?
El 25 de agosto de 1857, Jacob Hamblin, el presidente de la Misión Indígena en el sur de Utah, acompañó a George A. Smith de regreso a Salt Lake City. Viajaron hacia el norte con un grupo de líderes de la tribu indígena paiute. Sabiendo que los paiute podían aliarse con los santos si estallaba la violencia con el ejército, Brigham había invitado a los líderes a la ciudad para llevar a cabo un consejo7. Jacob actuaría como traductor durante las reuniones8.
A medio camino hacia Salt Lake City, la pequeña compañía acampó al otro lado de un arroyo donde había una caravana de emigrantes que provenían principalmente de Arkansas, un estado en el sur de los Estados Unidos. Después del atardecer, algunos hombres de la compañía de Arkansas se acercaron al campamento y se presentaron9.
La compañía tenía alrededor de 140 personas, la mayoría de ellas jóvenes y ansiosas por comenzar una nueva vida en California. Varios estaban casados y viajaban con niños pequeños. Sus líderes eran Alexander Fancher y John Baker. El capitán Fancher, quien ya había viajado a California antes, era un líder innato, conocido por su integridad y valentía. Él y su esposa, Eliza, tenían nueve hijos, cada uno de los cuales estaba en la compañía. El capitán Baker viajaba con tres de sus hijos mayores y un nieto recién nacido.
La compañía tenía mulas, caballos y bueyes para tirar de sus carromatos y carruajes. También viajaban con cientos de cabezas de ganado de la raza longhorn, que podían vender para obtener ganancias cuando llegaran a California, siempre que mantuvieran al ganado alimentado y sano en el camino10.
En la época en la que el capitán Fancher había viajado por primera vez a California, la ruta del sur a través de Utah tenía muchos pastizales abiertos y abrevaderos. Desde entonces, los nuevos asentamientos a lo largo de la ruta habían reclamado esos terrenos, lo que dificultaba que las grandes caravanas de carromatos cuidaran de su ganado sin la cooperación de los santos. Ahora, con el ejército que se aproximaba, muchos santos trataban a los forasteros con desconfianza y hostilidad. Muchos también obedecían el consejo de no vender provisiones a los forasteros11.
La indiferencia de los santos preocupaba a la compañía de Arkansas. El camino por delante pasaba por algunos de los parajes más calientes y secos de los Estados Unidos. El viaje sería difícil sin un lugar para reabastecerse, alimentar y dar de beber a sus animales, y descansar12.
Jacob Hamblin le habló a la compañía acerca de algunos buenos sitios para acampar a lo largo del camino. El mejor era un valle exuberante, justo al sur de su hacienda, con abundante agua y pasto para el ganado. Era un lugar tranquilo llamado Mountain Meadows13.
Varios días después, la compañía de Arkansas se detuvo en Cedar City, a unos cuatrocientos kilómetros al sur de Salt Lake City, para comprar suministros antes de continuar viaje hasta Mountain Meadows. Cedar City, el último asentamiento importante en el sur de Utah, era el hogar de la industria del hierro de los santos, que ahora estaba en dificultades. Sus residentes eran pobres y estaban relativamente aislados14.
La compañía encontró a un hombre fuera de la ciudad dispuesto a venderles cincuenta fanegas [unos 1360 kg] de trigo sin moler. Algunos miembros de la compañía tomaron el trigo y un poco de maíz que habían comprado a los indios y los llevaron a un molino operado por Philip Klingensmith, el obispo local, quien les cobró un precio excepcionalmente alto para moler el grano15.
Otros miembros de la compañía, mientras tanto, intentaron hacer compras en una tienda de la ciudad. Aún no se sabe bien lo que sucedió a continuación. Años después, los colonos de Cedar City recordaban que el empleado de la tienda no tenía los artículos que necesitaban los inmigrantes, o que simplemente se negó a vendérselos16. Algunas personas recordaban que varios miembros de la compañía se enojaron y amenazaron con ayudar a los soldados a exterminar a los santos una vez que el ejército llegara. Otros colonos dijeron que un hombre de la compañía afirmó tener el arma que había matado al profeta José Smith17.
El capitán Fancher trató de calmar a los hombres enfurecidos18, pero algunos de ellos aparentemente encontraron la casa del alcalde, Isaac Haight, quien también servía como presidente de estaca y sargento mayor de la milicia territorial, y le gritaron amenazas19. Isaac se escabulló por la puerta trasera, encontró a John Higbee, el alguacil de la ciudad, y lo instó a que arrestara a los hombres.
Higbee confrontó a los hombres y les dijo que estaban perturbando la paz, y que usar lenguaje obsceno estaba en contra de las leyes locales. Los hombres lo desafiaron a que los arrestara y luego se fueron de la ciudad20.
Más tarde ese mismo día, Isaac Haight y otros líderes de Cedar City enviaron un mensaje a William Dame, comandante de la milicia del distrito y presidente de estaca de la cercana Parowan, para pedirle consejos sobre qué hacer con los emigrantes. Aunque la gran mayoría de los integrantes de la compañía no habían causado problemas ni nadie había agredido físicamente a algún residente, la gente de la ciudad estaba furiosa cuando los emigrantes se fueron. Algunos de ellos, incluso, habían comenzado a tramar una venganza.
William compartió el mensaje de Isaac con un consejo de líderes de la Iglesia y de la ciudad y determinaron que la compañía de Arkansas era probablemente inofensiva. “No hagan caso de sus amenazas”, le aconsejó William a Isaac en una carta. “Las palabras no son más que viento; no hieren a nadie”21.
Disconforme, Isaac mandó a buscar a John D. Lee, un Santo de los Últimos Días de una ciudad cercana. John enseñaba agricultura a los paiutes locales y tenía una buena relación con ellos. Era un hombre muy trabajador y estaba ansioso por demostrar su valía en los asentamientos del sur22.
Mientras esperaba que John llegara, Isaac se reunió con otros líderes de Cedar City para presentar su plan de venganza. Al sur de Mountain Meadows, a lo largo del camino a California, había un estrecho cañón donde los paiutes podrían atacar la caravana de carromatos, matar a algunos de los hombres y llevarse su ganado. Los paiutes eran generalmente pacíficos y algunos de ellos se habían unido a la Iglesia, pero Isaac creía que John podría convencerlos de atacar a la compañía23.
Una vez que llegó John, Isaac le contó acerca de los emigrantes, repitiendo el rumor de que uno de ellos se había jactado de tener el arma que había matado al profeta José24. “A menos que se haga algo para evitarlo”, dijo Isaac, “los emigrantes llevarán a cabo sus amenazas y asaltarán cada uno de los asentamientos remotos del sur”25.
Le pidió a John que convenciera a los paiutes de atacar a la compañía. “Si matan a algunos o a todos”, dijo, “tanto mejor”; pero nadie debía saber que los colonos blancos habían ordenado el ataque.
La culpa debía recaer en los paiutes26.
En la tarde del domingo 6 de septiembre, los líderes de Cedar City se reunieron nuevamente para hablar sobre la compañía de Arkansas, que ahora estaba acampando en Mountain Meadows. Convencidos de que un miembro de la compañía estaba relacionado con la muerte de José y Hyrum Smith o de que algunas personas de la compañía querían ayudar al ejército a matar a los santos, algunos pocos concejales apoyaron el plan de convencer a los paiutes para que atacaran la compañía27.
Otros integrantes del consejo pidieron precaución, y pronto más hombres expresaron sus reservas acerca del plan28. Frustrado, Isaac se levantó rápidamente de su asiento y salió furioso de la habitación. El consejo, mientras tanto, propuso enviar un jinete con un mensaje urgente a Brigham Young a fin de pedirle consejo29; pero para el mediodía del lunes no se había enviado ningún jinete.
Ese mismo día, el 7 de septiembre, Isaac recibió un mensaje de John D. Lee. Esa mañana, John y un grupo de paiutes habían atacado a los emigrantes en Mountain Meadows. Aunque los paiutes al principio se habían mostrado reacios a participar, John y otros líderes locales habían prometido recompensarlos con el botín si se unían al ataque30.
Isaac se impresionó ante la noticia. Según el plan, el ataque debería haber ocurrido después de que la compañía de Arkansas hubiera abandonado esas praderas, no antes. John ahora informaba que siete emigrantes habían sido asesinados y otros dieciséis se encontraban heridos. Los emigrantes habían puesto sus carromatos en círculo, se habían defendido y habían matado al menos a un paiute31.
Con el asedio en curso en Mountain Meadows, Isaac le escribió a Brigham Young para pedirle consejo. Le informó que los paiutes habían atacado a una caravana de carromatos. Señaló que los emigrantes habían amenazado a los santos de Cedar City, pero omitió mencionar el papel que habían desempeñado los colonos en la conspiración y la realización del ataque32.
Isaac le entregó la carta a James Haslam, un joven miembro de la milicia, y le ordenó que fuera a caballo a Salt Lake City lo más rápido posible33. Luego le escribió a John. “Harás todo lo posible por mantener a los indios alejados de los emigrantes”, escribió, “y por protegerlos de cualquier daño hasta que recibas más órdenes”34.
Esa noche, Isaac se enteró que, después de que John y los paiutes atacaron la compañía, algunos Santos de los Últimos Días armados habían buscado en el área a dos de los miembros de la compañía que habían abandonado Mountain Meadows a principios de la semana para reunir ganado que se había descarriado. Los hombres habían encontrado a los emigrantes y le habían disparado a uno de ellos. El otro emigrante había escapado y regresado al campamento de la compañía, sabiendo que dos hombres blancos lo habían atacado.
Si los emigrantes no sabían previamente que los Santos de los Últimos Días estaban involucrados en el ataque a su campamento, lo sabían ahora35.
Dos días después, el 9 de septiembre, Isaac se reunió con el alguacil John Higbee, que acababa de regresar del asedio36. Desde los asesinatos iniciales, John D. Lee había dirigido ataques menores contra la compañía37. Higbee sabía que los emigrantes a la larga se quedarían sin agua y sin suministros, pero más caravanas pasarían por la zona, tal vez en los días siguientes, y podrían descubrir el papel que habían desempeñado los santos en el ataque38.
Para ocultar la participación de los colonos, Isaac y Higbee decidieron que la milicia local debía poner fin al asedio. Matarían a todos los miembros de la compañía que pudieran identificar a los atacantes39.
Después de la reunión, Isaac fue a Parowan para obtener el permiso de William Dame para ordenar a la milicia que atacara a los emigrantes. Creyendo todavía que los emigrantes habían sido víctimas de un ataque de los indios, William y su consejo querían enviar a la milicia a Mountain Meadows para proteger a la compañía y ayudarles a continuar su camino40.
Sin embargo, en una reunión privada con William, Isaac admitió que algunos Santos de los Últimos Días habían estado involucrados en los ataques y que los emigrantes lo sabían. Él dijo que su única opción ahora era matar a cualquier sobreviviente que tuviera edad suficiente como para testificar contra los colonos41.
Sopesando esas palabras, William dejó de lado la decisión de su consejo y autorizó un ataque42.
Al día siguiente, el 10 de septiembre, Brigham Young se reunió con Jacob Hamblin en Salt Lake City para saber cómo hacían los paiutes para conservar los alimentos. Si los santos tenían que huir a las montañas cuando llegara el ejército, Brigham quería saber cómo sobrevivir en un terreno escabroso43.
Sin embargo, el ejército ya parecía una amenaza menor de lo que los santos habían imaginado al comienzo. Un representante del ejército había llegado recientemente a la ciudad y había dicho que los soldados no tenían intenciones de dañar a los santos. También parecía poco probable que la mayor parte del ejército llegara a la zona antes del invierno44.
Mientras Brigham y Jacob hablaban, el mensajero de Cedar City, James Haslam, interrumpió la reunión con su mensaje sobre el asedio en Mountain Meadows45. Brigham leyó la nota y luego miró al mensajero. James había recorrido 400 kilómetros en tres días, prácticamente sin dormir. Al darse cuenta de que había poco tiempo que perder, Brigham le preguntó si podía llevar su respuesta a Cedar City, y él le respondió que sí podía46.
Brigham le dijo que durmiera un poco y regresara por su respuesta47. James se fue y Brigham escribió su contestación. “En lo relativo a las caravanas de emigrantes que pasan por nuestros asentamientos, no debemos interferir con ellos sino hasta haberles indicado primeramente que se mantengan alejados”, instruyó. “No deben entrometerse con ellos. En lo que respecta a los indios, que actúen como deseen, pero ustedes deben procurar preservar los buenos sentimientos con ellos”.
“Déjenlos ir en paz”, insistió Brigham48.
Una hora después, Brigham le entregó la carta a James y caminó con él hasta el poste de amarre fuera de su oficina. “Hermano Haslam”, le dijo, “quiero que monte como si su vida dependiera de ello”49.
Aunque los santos de Salt Lake City ya no esperaban que los soldados invadieran sus calles en esa temporada, los santos del sur de Utah seguían sin conocer las declaraciones de paz que había manifestado el ejército y las instrucciones de Brigham de no interferir con las caravanas de emigrantes. Los santos de Cedar City todavía creían que el ejército tenía la intención de destruirlos.
Durante más de una semana, las mujeres de la ciudad habían observado cómo los hombres de sus familias se sentían cada vez más inquietos debido a los emigrantes de Arkansas. Los hombres se quedaban fuera hasta tarde, llevaban a cabo consejos y planeaban maneras de manejar la situación. Ahora la milicia marchaba hacia Mountain Meadows59.
En la tarde del 10 de septiembre, las mujeres se juntaron para su reunión mensual de la Sociedad de Socorro. Algunas de las mujeres se habían sentido amenazadas cuando los emigrantes pasaron por Cedar City. Algunas de ellas, como Annabella Haight y Hanna Klingensmith, eran esposas de los líderes que habían participado en los acontecimientos de la semana anterior51.
“Estos son tiempos tempestuosos”, dijo Annabella a las mujeres, “y deberíamos ocuparnos en oraciones privadas a favor de nuestros esposos, hijos, padres y hermanos”.
“Seamos constantes en pedir en las oraciones personales a favor de los hermanos que están actuando en nuestra defensa”, coincidió Lydia Hopkins, la presidenta de la Sociedad de Socorro. Luego, ella y sus consejeras dieron instrucciones a las mujeres y designaron a varias miembros para que visitaran a otras mujeres en toda la ciudad.
Antes de terminar la reunión, ellas cantaron un himno.
Arrepentíos y sed lavados del pecado,
y luego la corona de vida ganaréis;
porque el día que esperamos está cerca, está a las puertas52.
Mientras tanto, en Mountain Meadows, entre sesenta y setenta milicianos de Cedar City y de otros asentamientos vecinos se unieron a John D. Lee en la hacienda de Jacob Hamblin, quien aún no había regresado de Salt Lake City53. Varios de los milicianos eran adolescentes, pero la mayoría tenía entre veinte y cuarenta años54. Algunos de ellos llegaron pensando que habían venido a enterrar a los muertos55.
Por la noche, John Higbee, John D. Lee, Philip Klingensmith y otros líderes repasaron el plan de ataque con los milicianos. Uno por uno, los hombres aceptaron el plan, convencidos de que, si liberaban a la compañía de Arkansas, los enemigos de la Iglesia conocerían la verdad sobre el asedio56.
A la mañana siguiente, el 11 de septiembre, Nephi Johnson, de veintitrés años, estaba en una colina con vistas a Mountain Meadows. Dado que hablaba el idioma paiute con fluidez, se le ordenó dirigir a los indios en el ataque. Nephi quería esperar hasta después de recibir una respuesta de Brigham Young, pero la milicia insistió en atacar en ese momento. Nephi creyó que no tenía más remedio que cooperar57.
Vio cómo un sargento de la milicia, que llevaba una bandera blanca de tregua, se encontraba con uno de los emigrantes fuera de la barricada de la compañía y se ofrecía a ayudar a los sobrevivientes. Después de que los emigrantes aceptaron la oferta, John D. Lee se acercó a la barricada para negociar el rescate. Dio instrucciones a la compañía de que escondieran sus armas en los carromatos y dejaran su ganado y bienes como regalos para los paiutes58.
John ordenó a los emigrantes que lo siguieran. Dos carromatos con los enfermos, los heridos y los niños pequeños avanzaron primero, seguidos por una fila de mujeres y niños más grandes. Los jóvenes y los hombres caminaban detrás a cierta distancia, cada uno con un miliciano armado a su lado. Algunos de los hombres y mujeres llevaban niños pequeños en sus brazos59.
Nephi sabía lo que pasaría a continuación. Los emigrantes se dirigirían hacia la hacienda de Hamblin. En algún momento, Higbee haría una señal para que cada miliciano se volviera y le disparara al emigrante que estaba a su lado. Luego, Nephi les ordenaría a los paiutes que atacaran60.
Pronto, John D. Lee y los emigrantes pasaron por debajo de donde Nephi se escondía con los paiutes. Nephi esperó la señal de Higbee, pero esta no llegó. Confundidos, los paiutes se esforzaron por mantenerse escondidos mientras se apresuraban por seguirle el paso a la procesión61. Finalmente, Higbee giró su caballo para ponerse de cara a la milicia.
“¡Alto!”, gritó62.
Cuando los milicianos escucharon la señal de Higbee, la mayoría de ellos apuntaron a los hombres y los jóvenes y los mataron instantáneamente. El eco de lo que pareció un fuerte disparo resonó a través de la pradera mientras el humo de las armas envolvía a los emigrantes63. Nephi dio la señal a los paiutes para que atacaran y estos saltaron de sus posiciones y dispararon contra los emigrantes más cercanos64.
Los emigrantes que sobrevivieron a la primera descarga de disparos huyeron para salvar sus vidas. Higbee y los otros hombres a caballo les cortaron el paso mientras los atacantes de a pie los perseguían y mataban, solo perdonándoles la vida a algunos de los niños más pequeños65. En los carromatos con los enfermos y heridos, John D. Lee se encargó de que no sobreviviera nadie que pudiera contar la historia66.
Después de eso, el hedor de la sangre y la pólvora se cernió sobre Mountain Meadows. Más de 120 emigrantes habían sido asesinados desde el primer ataque, ocurrido cuatro días antes. Mientras algunos atacantes desvalijaban los cuerpos, Philip Klingensmith juntó a diecisiete niños pequeños y los transportó a la hacienda de Hamblin. Cuando la esposa de Jacob Hamblin, Rachel, vio a los niños, la mayoría de ellos llorando y cubiertos de sangre, se le rompió el corazón. Una de las niñas más pequeñas, de un año de edad, había recibido un disparo en el brazo67.
John D. Lee quería separar a la niña herida de sus dos hermanas, pero Rachel lo convenció para mantenerlas juntas68. Esa noche, mientras Rachel cuidaba a los angustiados niños, John preparó una cama improvisada fuera de la casa y se fue a dormir69.
Temprano a la mañana siguiente, Isaac Haight y William Dame llegaron a la hacienda de Hamblin. Desde que había comenzado el asedio, ninguno de ellos había ido a Mountain Meadows70. Cuando William se enteró de cuántas personas habían sido muertas, quedó conmocionado. “Debo informar de este asunto a las autoridades”, dijo.
“¿E implicarte junto con el resto?”, dijo Isaac. “Nada se ha hecho sino bajo tus órdenes”71.
Más tarde, John D. Lee llevó a ambos hombres al lugar de la masacre. Había señales de la matanza por todas partes, y algunos hombres estaban enterrando los cuerpos en tumbas poco profundas72.
“No pensé que había tantas mujeres y niños”, dijo William, con el rostro pálido73.
“El coronel Dame deliberó y me ordenó que hiciera esto, y ahora quiere echarse atrás y no respaldarme más”, le dijo Isaac a John, con la voz llena de cólera. “Él tiene que hacer frente a lo que hizo, como un hombrecito”.
“Isaac”, dijo William, “no sabía que había tantos de ellos”.
“Eso no hace ninguna diferencia”, dijo Isaac74.
Más tarde, después de que se enterró a los muertos, Philip Klingensmith e Isaac dijeron a los milicianos que mantuvieran en secreto el papel que habían desempeñado en la masacre75. James Haslam, el mensajero enviado a Salt Lake City, llegó poco después con las instrucciones de Brigham Young de dejar ir a la compañía de carromatos en paz.
Isaac comenzó a llorar76. “Demasiado tarde”, dijo. “Demasiado tarde”77.