Historia de la Iglesia
Capítulo 10: Dame fuerzas


“Dame fuerzas”, capítulo 10 de Santos: La historia de la Iglesia de Jesucristo en los últimos días, tomo III, Valerosa, noble e independiente, 1893–1955 (2021)

Capítulo 10: “Dame fuerzas”

Capítulo 10

Dame fuerzas

persona participando en una competición de salto alto

En el otoño de 1911, Alma Richards regresó a la Universidad Brigham Young con el objetivo de asistir a los Juegos Olímpicos de 1912 en Estocolmo, Suecia. Alma era un atleta de salto de altura, de veintiún años, proveniente de Parowan, una pequeña ciudad en el sur de Utah. Él no había oído casi nada sobre los Juegos Olímpicos hasta el año anterior, cuando ingresó en BYU. Su entrenador, entonces, le dijo que tenía la oportunidad de competir en los juegos.

—Si entrenas consistentemente durante un año y medio —dijo—, formarás parte del equipo1.

Al principio, Alma pensó que su entrenador estaba bromeando. Él era atlético por naturaleza, pero era más alto y más pesado que la mayoría de los atletas de salto de altura. Y no tenía mucha experiencia ni entrenamiento en esa disciplina. En lugar de hacer la patada en tijera o hacer rodar su cuerpo horizontalmente sobre la barra de salto en alto, como hacían la mayoría de los saltadores, se lanzaba torpemente al aire, acurrucándose como una pelota mientras volaba.

Pero puso a prueba las palabras de su entrenador. Entrenó regularmente y comenzó a sobresalir en competencias atléticas locales. Pronto se convirtió en campeón en todo el estado de Utah2.

Los eventos deportivos se estaban volviendo populares entre los jóvenes de todo el mundo, y muchas escuelas secundarias y universidades de Utah patrocinaban equipos deportivos tanto para chicos como para chicas. Sin embargo, durante muchos años, las Asociaciones de Mejoramiento Mutuo no incluyeron el deporte en sus actividades. La AMM de los Hombres Jóvenes, de hecho, normalmente centraba sus reuniones en el estudio de temas religiosos o académicos de un manual, para la decepción de muchos hombres jóvenes3.

Mientras tanto, las agrupaciones protestantes de Salt Lake City habían comenzado a utilizar un popular gimnasio dirigido por la Asociación Cristiana de Jóvenes, o YMCA (por sus siglas en inglés), para atraer a los jóvenes Santos de los Últimos Días a sus escuelas dominicales. Alarmados, los líderes de la Iglesia decidieron brindar oportunidades similares. Comenzaron a realizar competencias deportivas durante las conferencias anuales conjuntas de la AMM y alentaron a los líderes de estaca y de barrio a que permitieran que los jóvenes usaran los salones culturales de los centros de reuniones para realizar “ligeros ejercicios de gimnasio”. En 1910, el año en que Alma ingresó a BYU, la Iglesia abrió el Gimnasio Deseret, una instalación recreativa de tres pisos a una cuadra al este de la Manzana del Templo4.

Dado que la asistencia de la AMM de las Mujeres Jóvenes aún superaba a la asistencia de la MMHJ, los líderes de la Iglesia también reconocieron que el programa actual no llegaba a los hombres jóvenes. La comprensión se produjo en medio de los esfuerzos por definir y aclarar los deberes de los cuórums del sacerdocio y las organizaciones auxiliares de la Iglesia. En 1906, un “comité de correlación” recién formado, compuesto por representantes de las organizaciones auxiliares de la Iglesia, determinó que las reuniones del Sacerdocio Aarónico debían incluir instrucción doctrinal para los hombres jóvenes. Las reuniones de AMMHJ, por otro lado, ejercitarían la mente y el cuerpo de los jóvenes. Esto significó iniciar a muchos de los jóvenes en el atletismo y las actividades al aire libre5.

Eugene Roberts, entrenador de Alma y director de entrenamiento físico en BYU, era un respetado defensor de los deportes en la Iglesia. Como muchos otros en su época, creía que la tecnología y la vida de ciudad habían avanzado demasiado rápido en el siglo XIX, apartando a los jóvenes de la influencia refinadora de la actividad física y del mundo natural. Idealizando la vida de los pioneros Santos de los Últimos Días, animaba a los hombres jóvenes a emular su ética de trabajo y su fervor religioso.

“Nadie puede leer sobre sus dificultades físicas y sus pruebas religiosas sin ser inspirado con admiración” escribió en una edición de 1911 de la revista Improvement Era. “El niño pálido, criado en la ciudad, que nunca ha acampado en el desierto, ni ha visto lo agreste, o nunca ha caminado pesadamente por las colinas, ni ha vivido en condiciones precarias, puede realmente comprender las luchas de su padre”6.

Eugene y los líderes de la AMMHJ instaron a la Iglesia a adoptar un programa inspirado en el recién creado movimiento Boy Scout, que enseñaba a los jóvenes a desarrollar altos estándares morales y los fortalecía física y espiritualmente a través de campamentos, caminatas y otras actividades al aire libre. Otro defensor del escultismo, Lyman Martineau, miembro de la junta de la AMMHJ, animó a los líderes de los jóvenes a iniciar a los chicos en la recreación física. “Si se organizan y controlan adecuadamente —declaró—, estas actividades brindan una recreación saludable y promueven el valor, el coraje, el entusiasmo, el propósito espiritual y moral y los hábitos moderados”7.

El propio Alma Richards fue una demostración de estas palabras. Su deseo de sobresalir en su deporte lo llevó a guardar la Palabra de Sabiduría en un tiempo en que el principio era alentado, pero no estrictamente requerido, en la Iglesia. Al abstenerse del alcohol y el tabaco, confió en la promesa del Señor de que los que guarden la Palabra de Sabiduría “correrán sin fatigarse” y “andarán sin desmayar”8.

En la primavera de 1912, Eugene le dijo a Alma que estaba listo para las pruebas Olímpicas. “Eres uno de los quince mejores atletas de salto de altura del mundo —dijo—, y uno de los siete mejores de Estados Unidos”. Para cubrir el viaje de Alma a las pruebas, convenció a BYU de que le otorgara al joven atleta un generoso aporte. Él mismo quería acompañar a Alma, pero no tenía suficiente dinero para el viaje.

Incluso antes de irse de Utah, Alma se sentía ansioso y solo. Eugene vino a despedirlo con palabras de aliento y apoyo. Antes de que Alma subiera al tren, Eugene le entregó un poema inspirador para darle fuerza y fe en tiempos difíciles9.

Unas semanas más tarde, llegó la noticia a Utah: Alma había entrado al equipo Olímpico. Iba rumbo a Suecia10.


A mediados de 1912, más de cuatro mil colonos Santos de los Últimos Días en el norte de México se vieron en medio de una revolución. El año anterior, las fuerzas rebeldes habían derrocado a Porfirio Díaz, presidente de México por largo tiempo. Pero desde entonces había estallado otro levantamiento contra los rebeldes vencedores11.

El presidente de estaca en el norte de México, Junius Romney, de treinta y cuatro años, declaró que los santos no abandonarían sus hogares, a pesar del conflicto. Desde que se habían refugiado en México durante las redadas contra la poligamia de la década de 1880, los santos generalmente se habían mantenido al margen de la política mexicana. Pero ahora, muchos rebeldes los veían como invasores extranjeros y frecuentemente atacaban sus prósperos ranchos ganaderos12.

Con la esperanza de debilitar a los rebeldes, Estados Unidos prohibió la venta de armas y municiones a México. Sin embargo, el senador Reed Smoot convenció al presidente de los Estados Unidos, William Howard Taft, de enviar armas adicionales a los santos en el norte de México para ayudarlos a proteger sus asentamientos. Pero los líderes rebeldes pronto se enteraron del envío y exigieron que los santos entregaran sus armas de fuego.

Sabiendo que la Primera Presidencia quería evitar que los santos sufrieran algún daño, Junius y otros líderes de la Iglesia de la región, negociaron con los rebeldes para que los santos se quedaran con sus armas de fuego para su propia defensa. Los líderes rebeldes también prometieron no perturbar los asentamientos13.

El 27 de julio, sin embargo, un general rebelde llamado José Inés Salazar convocó a Junius a su cuartel general junto con Henry Bowman, un empresario y líder local de la Iglesia. Les dijo a Junius y a Henry que ya no podía impedir que las fuerzas rebeldes atacaran a los santos. Alarmado, Junius le recordó al general que él había dado garantías tanto verbales como escritas de que los rebeldes no dañarían los asentamientos.

—Esas son meras palabras —dijo el general—, y el viento se lleva las palabras. Luego informó a Junius y a Henry que las colonias tendrían que entregar sus armas.

—No vemos razones que justifiquen que entreguemos nuestras armas —dijo Junius. Había unos dos mil rebeldes en la zona con cinco o seis cañones que podían utilizar contra las colonias. Si los santos entregaban sus armas, estarían indefensos14.

El general no se inmutó, por lo que Junius explicó que no tenía autoridad para ordenar a los santos que entregaran su propiedad privada. Al escuchar esto, el general Salazar salió de la habitación para discutir el asunto con uno de sus oficiales, el coronel Demetrio Ponce.

Una vez que estuvieron solos, Henry dijo: “Hermano Romney, creo que no es prudente hacer enojar al general”. Podía ver que Junius estaba furioso y no quería que el conflicto se intensificara.

—He tomado una determinación—dijo Junius—: ¡Cuando vuelva Salazar, le diré lo que pienso de él aunque sea el último acto de mi vida!”.

Pronto el general Salazar regresó a la habitación con el coronel Ponce. “Evidentemente el general no ha logrado dejar claro lo que quería transmitir —dijo el coronel, frotándose las manos—. ¡Lo que el general desea que hagan es que simplemente les sugieran tal acción y ellos lo harán!”.

—No haré tal sugerencia —dijo Junius. Él sabía que los santos se sentirían traicionados si les pedía que entregaran su único medio de defensa.

—A menos que me entreguen aquí sus armas y municiones antes de las 10 de la mañana de mañana —advirtió el general Salazar—, marcharemos contra ustedes.

—¿Es ese su ultimátum? —preguntó Junius.

—¡Ese es mi ultimátum! —dijo el general—. Vendré a recoger las armas sin importar a dónde tenga que ir a buscarlas.

Junius se sorprendió de que el general estuviera dispuesto a atacar los asentamientos sin reserva. “¿Invadirían nuestras casas y tomarían nuestras armas por la fuerza?”, le preguntó.

—Los consideraremos como nuestros enemigos —dijo el general Salazar—, y les declararemos la guerra de inmediato15.


Esa noche en Colonia Juárez, uno de los asentamientos más grandes de Santos de los Últimos Días en el norte de México, Camilla Eyring, de diecisiete años, escuchó a su padre describir el peligro que se cernía sobre su familia.

Los rebeldes estaban apoderándose de las armas de los santos, dejándolos indefensos, dijo, por lo que los líderes de la Iglesia habían decidido evacuar a las mujeres, los niños y los ancianos de los asentamientos. Viajarían 240 kilómetros hasta El Paso, Texas, justo al norte de la frontera con Estados Unidos. Los hombres se quedarían para proteger las casas y el ganado16.

Colonia Juárez era el único hogar que Camilla había conocido. Tres generaciones de su familia habían vivido en las colonias de México después de que sus abuelos se mudaran allí para escapar de la persecución por practicar el matrimonio plural. Desde entonces, Colonia Juárez se había convertido en una comunidad de decenas de familias Santos de los Últimos Días, con hermosos huertos de manzanos y construcciones de finos ladrillos.

Camilla era la mayor de once hermanos. Su padre, casado con dos esposas, trabajaba un gran rancho de ganado donde ella a veces ayudaba a hacer queso. Él empleaba a mexicanos nativos, y ella había llegado a amar a esas familias. Ella estudiaba con sus amigos en la gran escuela de la Academia Juárez, donde aprendió tanto inglés, como español. En días cálidos, se ponía uno de sus viejos vestidos y se iba a nadar con sus amigas en un pozo natural, que se había formado en el río Piedras Verdes. Ahora, que se preparaba para dejar su casa, no estaba segura de cuándo regresaría, o de si regresaría17.

Cada miembro de la familia empacó solo lo que se podía llevar en un único baúl compartido. El resto lo tuvieron que esconder de los rebeldes. Camilla guardó sus papeles de la escuela y otros recuerdos en lugares difíciles de encontrar en la casa. Su padre, mientras tanto, levantaba las tablas del suelo del porche delantero y ocultaba cien litros de moras, que Camilla y sus hermanos habían ayudado a su madre a embotellar ese mismo día. Los cubiertos finos, las telas de lino y las vajillas de la familia, se pusieron en el ático18.

A la mañana siguiente, 28 de julio, la familia cargó su baúl en una carreta y viajó diez y seis kilómetros hasta la estación de trenes más cercana. Docenas de otras familias esperaban fuera de la estación, con los brazos cargados de bultos y maletas. Cerca, un grupo de rebeldes a caballo se alinearon en formación, con sus armas y bayonetas desenfundadas.

Cuando llegó el tren, los santos se agolparon en los vagones. Una empresa de ferrocarriles había enviado todos los vagones disponibles para ayudar con la evacuación. Algunos vagones eran furgones sin ventanas o vagones de ganado sucios. Camilla, su madre y sus hermanos fueron colocados en un vagón para pasajeros de tercera clase. Tomando sus bultos y ropa de cama, se acurrucaron juntos sobre los duros bancos. Era un día caluroso de verano y las moscas zumbaban a su alrededor. Camilla se sintió como una sardina en lata19.

El tren pronto salió de la estación y se dirigió al norte hacia Colonia Dublán, el asentamiento de santos más grande de la zona, para recoger más pasajeros. Cuando los santos de Dublán abordaron el tren, había cerca de mil pasajeros. El equipaje se apilaba a lo largo de los vagones.

El tren viajó hacia el noreste todo el día y toda la noche. Algunas de las vías del tren habían sido dañadas durante la revolución, lo que obligó al tren a desplazarse lentamente. Camilla estaba aterrorizada de que los rebeldes detuvieran el tren y robaran a los pasajeros.

El tren llegó sano y salvo a El Paso justo a la salida del sol. En la estación de trenes, los residentes de la ciudad recibieron a los santos con automóviles y camiones y los transportaron al otro lado de la ciudad, hasta un almacén de madera vacío reservado para los refugiados. Camilla y su familia fueron llevados a un corral grande y polvoriento con varios compartimientos donde las familias podían instalar un campamento. La familia de Camilla se amontonó en un compartimiento y colgó mantas para tener mayor privacidad. Un hedor nauseabundo se cernía sobre el lugar. Había enjambres de moscas por todas partes.

La gente de los asentamientos continuó llegando al almacén de madera durante todo el día, y reporteros y fotógrafos vinieron a entrevistarlos y tomarles fotografías. Los lugareños también vinieron de la ciudad al depósito. Algunos ofrecieron ayuda, mientras que otros se asomaron a los campamentos para ver a los santos.

Camilla sentía vergüenza. “Solo somos monos en una jaula”, pensó20.


A Alma Richards le dolieron los ojos mientras miraba la barra de salto de altura. Era el tercer día de los Juegos Olímpicos de 1912. El sol sobre el nuevo estadio de ladrillo marrón de Estocolmo era insoportablemente brillante, irritando una infección ocular que había afectado a Alma durante semanas. Cuando no estaba saltando, usaba un sombrero viejo y caído para protegerse los ojos. Pero ahora que había vuelto a ser su turno, se hizo a un lado del campo y arrojó su sombrero a la hierba21.

La competencia de salto de altura había comenzado con casi sesenta atletas de docenas de países. Solo quedaban él y un saltador alemán llamado Hans Liesche. Hans era el mejor saltador que Alma había visto en su vida. Se había desempeñado sin esfuerzo, logrando cada uno de sus saltos en el primer intento. Alma, por otro lado, había luchado todo el día para superar la barra. Ahora la barra estaba fijada a ciento noventa y tres centímetros, más alto de lo que nadie había saltado en una competencia olímpica. Nadie, ni siquiera los compañeros de equipo de Alma, esperaba que él superara la barra22.

Mientras Alma se preparaba para saltar, su mente se aceleró. Allí estaba, representando a su país en la mayor competición atlética del mundo. Sin embargo, se sentía débil, como si el mundo entero descansara sobre sus hombros. Pensó en Utah, en su familia y en su ciudad natal. Pensó en BYU y en los santos. Inclinando la cabeza, silenciosamente le pidió a Dios que le diera fuerzas. “Si es correcto que gane —rogó—, haré todo lo posible para dar un buen ejemplo todos los días de mi vida”23.

Levantando la cabeza, sintió que su debilidad desaparecía. Echó los hombros hacia atrás, caminó hasta la línea de salida y se agachó en posición. Luego arrancó hacia adelante en un estallido de energía y saltó en el aire, metiendo las rodillas debajo de la barbilla. Su cuerpo se lanzó hacia adelante y pasó por encima de la barra con centímetros de sobra.

A un costado, Hans Liesche de repente parecía nervioso mientras se calentaba para su salto. Alma corrió en círculos para mantener las piernas flexibles. Si Hans pasaba la barra, tal como Alma estaba seguro de que pasaría, la barra se elevaría aún más y Alma tendría que saltar de nuevo.

Cuando Hans hizo su primer salto, cayó sobre la barra y la envió al suelo. Frustrado, regresó al campo e hizo un segundo salto. Una vez más, derribó la barra de sus clavijas.

Alma pudo ver que su competidor estaba perdiendo la compostura. Justo cuando Hans se preparó para su último intento, una pistola disparó cerca, señalando el comienzo de una carrera. Hans esperó a que los corredores cruzaran la línea de meta y luego se preparó para saltar. Sin embargo, antes de que pudiera hacerlo, una banda empezó a tocar y él se negó a empezar. Finalmente, después de nueve minutos, un funcionario lo instó a que se apresurara. No habiendo nada más que pudiera hacer, Hans saltó hacia adelante y se elevó en el aire.

Una vez más, no logró pasar la barra24.

La alegría se apoderó de Alma. La competencia había terminado. Había ganado la medalla de oro y establecido un récord Olímpico. Hans se acercó y lo felicitó de todo corazón. Otros pronto se unieron a los elogios. “Usted ha puesto a Utah en el mapa”, le dijo un hombre.

James Sullivan, un funcionario del equipo olímpico estadounidense, quedó especialmente impresionado con la compostura de Alma bajo presión y con su estilo de vida saludable. “Ojalá tuviéramos cien chicos limpios como tú en nuestro equipo”, le dijo25.

En cuestión de días, los periódicos por todos los Estados Unidos elogiaron la victoria de Alma y atribuyeron su éxito, en parte, a su religión. “Llaman al ganador del gran salto ‘el gigante mormón’ y se merece el título —escribió un periodista—. Es un atleta que se hizo a sí mismo, y su reconocimiento mundial se produce después de años de esfuerzo y una determinación heredada de los hombres que establecieron la religión mormona e hicieron florecer el desierto”26.

Uno de los amigos de Alma, mientras tanto, se burlaba de él por orar antes de su salto ganador. “Ojalá no te rieras—, respondió Alma apaciblemente—. Le pedí al Señor que me diera fuerzas para pasar por encima de esa barra, y la pasé”27.


El 15 de agosto de 1912, las hermanas Jovita y Lupe Monroy atendían su tienda familiar en San Marcos, Hidalgo, México. La pequeña ciudad estaba enclavada en el corazón del país, lejos de la violencia revolucionaria en el norte. Ese día, dos jóvenes norteamericanos bien vestidos entraron a la tienda, pidieron un refresco y cortésmente preguntaron a las hermanas si sabían dónde vivía el señor Jesús Sánchez.

Las hermanas conocían bien al anciano y dieron a los visitantes las indicaciones para llegar a su casa. Como el señor Sánchez no era católico, algunas personas en la ciudad desconfiaban de él. Pero él era amigo de Rafael, el hermano mayor de Jovita y Lupe.

Más tarde, cuando las hermanas tuvieron la oportunidad de hablar con el señor Sánchez, le preguntaron quiénes eran los jóvenes.

—Son misioneros —respondió. Unos treinta años antes, él se había unido a La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. Pero la misión de la Iglesia en el centro de México no había echado raíces, a pesar de su comienzo prometedor, y había cerrado menos de una década después de su bautismo. Ahora, la misión había sido abierta de nuevo y más de mil seiscientos santos mexicanos vivían en la región. Los misioneros se desplazaban por el campo en busca de miembros de la Iglesia de toda la vida, como él28.

—Cuando vuelvan los misioneros —le dijeron las hermanas al señor Sánchez—, tráigalos a nuestra casa para que podamos hacerles preguntas.

Unos meses después, el señor Sánchez vino a la tienda y les presentó dos misioneros a Jovita y a Lupe: Walter Ernest Young y Seth Sirrine. Siendo católicas, las hermanas tenían muchas preguntas sobre cómo las creencias de los élderes diferían de las suyas. Especialmente querían saber por qué los misioneros no creían en el bautismo de los niños. El señor Sánchez permitió que las hermanas tomaran prestada su Biblia para que pudieran leer más sobre los principios que los misioneros enseñaron. Posteriormente, siempre que Jovita y Lupe podían dedicar un minuto, estudiaban sus páginas29.

En marzo de 1913, el señor Sánchez enfermó. Las hermanas Monroy ayudaron a su familia a cuidarlo. A medida que su condición empeoraba, Jovita y Lupe llamaron a los misioneros para que le dieran una bendición, pero estaban trabajando en otro pueblo y no pudieron venir de inmediato. Cuando llegaron, el señor Sánchez había muerto. Los élderes llevaron a cabo un funeral y predicaron un sermón sobre la resurrección. Alrededor de una docena de personas asistieron al servicio, incluida la madre de Jovita y de Lupe, Jesusita Mera de Monroy, que era viuda, quien invitó a los misioneros a cenar con la familia esa noche.

Jesusita no estaba contenta de que sus hijas hubieran continuado hablando con los misioneros, especialmente después de que Jovita y Lupe dejaron de asistir a misa. Por la noche, le pedía a Dios que impidiera que los misioneros vinieran a San Marcos para que no desviasen a sus hijas. Pero en la cena, trató a los misioneros con amabilidad. Antes de comer, uno de los misioneros preguntó si podía ofrecer la oración para bendecir los alimentos. Jesusita estuvo de acuerdo, y su oración la conmovió. Después de la comida, los élderes cantaron el himno “Oh mi Padre”, que la conmovió aún más30.

Dos meses después, Lupe llevó a sus hermanos mayores, Rafael y Natalia, a una conferencia de santos cerca de la Ciudad de México, donde la Iglesia estaba más establecida. Alrededor de un centenar de personas asistieron a la conferencia.

Los hermanos Monroy escucharon discursos sobre la paz y la hermandad, el Espíritu Santo, la apostasía y la Restauración. También conocieron al presidente de misión, Rey L. Pratt, quien había crecido en los asentamientos Santos de los Últimos Días en el norte de México. La conferencia impresionó a los Monroy. Antes de regresar a San Marcos, Rafael tuvo un sueño en el que estaba predicando todo lo que había aprendido en la reunión.

Unas semanas después de la conferencia, el presidente Pratt y el élder Young visitaron a los Monroy en San Marcos. Pasaron un día con la familia, relajándose en su casa y escuchando a las hermanas tocar música. Por la noche, el élder Young predicó sobre el bautismo y el presidente Pratt habló sobre los primeros principios y ordenanzas del Evangelio.

Al día siguiente, 11 de junio de 1913, Jovita, Lupe y Rafael aceptaron ser bautizados. Para evitar llamar la atención de vecinos suspicaces, los hermanos llevaron al presidente Pratt y al élder Young a una arboleda aislada, adyacente a un río cercano. Allí encontraron un lugar en el río en donde el agua daba a la altura de los hombros y pudieron realizar la ordenanza.

Después de los bautismos, el presidente Pratt y el élder Young confirmaron a los hermanos a la orilla del agua. El presidente Pratt tomó fotografías del grupo con el élder Young y todos regresaron a la ciudad para cenar.

¡Ése fue un día muy feliz!31.

  1. Alma Richards, Statement, 14 de octubre de 1954, Alma Richards Papers, BYU; Alma Richards, “Alma W. Richards, Olympic Champion”, Salt Lake Herald-Republican, 25 de agosto de 1912, sección de deportes, pág. [1]; Eugene L. Roberts, “Something about Utah’s Great Athlete”, Salt Lake Evening Telegram, 13 de julio 1912, pág. 16. Cita editada para facilitar la lectura; la fuente original dice: “Le prometí que si entrenaba de manera constante durante un año y medio, entraría en el equipo”. Tema: Suecia

  2. Alma Richards, Statement, 14 de octubre de 1954, Alma Richards Papers, BYU; Alma Richards, “Alma W. Richards, Olympic Champion”, Salt Lake Herald-Republican, 25 de agosto de 1912, sección de deportes, pág. [1]; Eugene L. Roberts, “Something about Utah’s Great Athlete”, Salt Lake Evening Telegram, 13 de julio de 1912, pág. 16, Gerlach, Alma Richards, págs. 32–38.

  3. Szymanski, “Theory of the Evolution of Modern Sport”, págs. 1–32; Young Men’s Mutual Improvement Association, Board Minutes, 30 de enero, 20 de febrero, 20 de marzo, 17 y 24 de abril, 1 de mayo de 1907.

  4. Mead, “Denominationalism”, pág. 305; Young Men’s Mutual Improvement Association, Board Minutes, 18 de diciembre de 1907; 26 de febrero de 1908; 10 y 30 de marzo de 1910; 7 y 21 de septiembre de 1910; Kimball, Sports in Zion, págs. 58–63, 66–68, 101. El Gimnasio Deseret fue trasladado posteriormente a la cuadra al norte de la Manzana del Templo.

  5. Young Men’s Mutual Improvement Association, Board Minutes, 30 de enero, 29 de julio de 1907; 2 de diciembre de 1908. Temas: Organizaciones de los Hombres Jóvenes; Organizaciones de las Mujeres Jóvenes; Correlación

  6. Eugene L. Roberts, “The Boy Pioneers of Utah”, Improvement Era, octubre de 1911, tomo XIV, págs. 1084–1092; Lears, No Place of Grace, págs. 66–83; Putney, Muscular Christianity, págs. 1–10.

  7. Young Men’s Mutual Improvement Association, Board Minutes, 29 de noviembre de 1911; Eugene L. Roberts, “The Boy Pioneers of Utah”, Improvement Era, octubre de 1911, tomo XIV, págs. 1090–1092; Lyman R. Martineau, “Athletics”, Improvement Era, septiembre de 1911, tomo XIV, págs. 1014–1016; Lyman R. Martineau, “M. I. A. ScoutsImprovement Era, marzo de 1912, tomo XV, págs. 354–361; véase también Kimball, Sports in Zion, págs. 125–145. Cita editada para facilitar la lectura; último “y” añadido.

  8. Alexander, Mormonism in Transition, págs. 273–276; “Alma Richards—His Record and Testimony,” Improvement Era, noviembre de 1942, tomo XLV, pág. 731; “‘Mormon Giant’ Writes to E. L. Roberts”, Provo (UT) Herald, 26 de julio de 1912, pág. 1; Doctrina y Convenios 89:18–21; Kimball, Sports in Zion, págs. 115–116. Tema: La Palabra de Sabiduría

  9. Alma Richards, Statement, 14 de octubre de 1954, Alma Richards Papers, BYU; Eugene L. Roberts, “Something about Utah’s Great Athlete”, Salt Lake Evening Telegram, 13 de julio de 1912, pág. 16. Cita editada para facilitar la lectura; “El señor Roberts me dijo en la primavera de 1912 que yo era uno de los 15 mejores” en el original fue cambiado a: “Eres uno de los quince mejores”.

  10. “B.Y.U. Athlete Member of American Team”, Provo (UT) Herald, 12 de junio de 1912, pág. 1; “Beaver Boy on American Team”, Salt Lake Tribune,11 de junio de 1912, pág. 9; “Utah Boy on Olympic Team”, Evening Standard (Ogden, UT), 11 de junio de 1912, pág. 6.

  11. Tullis, Mormons in Mexico, págs. 87–91; Garner, Porfirio Díaz, págs. 218–220; Gonzales, Mexican Revolution, págs. 73–111.

  12. Primera Presidencia a Reed Smoot, 27 de febrero de 1912; Primera Presidencia a Junius Romney, 13 de marzo de 1912, First Presidency Letterpress Copybooks, volumen XLIX; Junius Romney a la Primera Presidencia, 6 de febrero de 1912, First Presidency, Joseph F. Smith Stake Correspondence, BHI; Hardy y Seymour,“Importation of Arms and the 1912 Mormon ‘Exodus’ from Mexico”, págs. 297, 299–300.

  13. Hardy y Seymour, “Importation of Arms and the 1912 Mormon ‘Exodus’ from Mexico”, págs. 298–306; Romney, “Junius Romney and the 1912 Mormon Exodus”, págs. 231–242; Stover, “Exodus of 1912”, págs. 45–69; Primera Presidencia a Junius Romney, 13 de marzo de 1912, First Presidency Letterpress Copybooks, volumen XLIX.

  14. Romney, Affidavit, págs. 28–29. Cita editada para facilitar la lectura; “No nos sentíamos justificados” en el original cambió a “no nos sentimos justificados”.

  15. Romney, Affidavit, págs.28–31; Romney, Special Tributes, págs. 12–14. Temas: México; Colonias en México

  16. Junius Romney a Joseph F. Smith, Telegrama, 7 de agosto de 1912, First Presidency, Joseph F. Smith Stake Correspondence, BHI; Kimball, entrevista de historia oral, pág. 22; Kimball, Autobiography, pág. 10; Miner y Kimball, Camilla, págs. 1, 28, 30; Mexico Northwestern Railway Company, Road to Wealth, pág. [2].

  17. Miner y Kimball, Camilla, págs. 1–3, 15–17, 21, 25, 28; Hatch, Colonia Juárez, págs. 44–45, 159–60, 243–51; Romney, Mormon Colonies in Mexico, págs. 93–94, 142–43.

  18. Kimball, entrevista de historia oral, pág. 22; Kimball, Autobiography, pág. 10; Miner y Kimball, Camilla, págs. 6, 12–13, 28; Eyring, Autobiography, pág. 23.

  19. Kimball, Autobiography, pág. 10; Kimball, entrevista de historia oral, pág. 22; Miner y Kimball, Camilla, págs. 28–30; Brown, “1910 Mexican Revolution”, págs. 28–29.

  20. Kimball, Autobiography, págs. 10–11; Kimball, entrevista de historia oral, págs. 22–23; Miner y Kimball, Camilla, págs. 30–31; Kimball, Writings of Camilla Eyring Kimball, pág. 38; “Collection of Stories and Events in the Life of Anson Bowen Call”, pág. 13.

  21. “‘Mormon Giant’ Writes to E. L. Roberts”, Provo (UT) Herald, 26 de julio de 1912, pág. 1; Statement, Alma Richards, 14 de octubre de 1954, Alma Richards Papers, BYU; “Memories of the Last Olympic Games”, Literary Digest, 3 de julio de 1920, tomo LXVI, pág. 98; “Horine Can’t Jump”, Salt Lake Evening Telegram, 19 de agosto de 1912, pág. 10; Bergvall, Fifth Olympiad, págs. 178–187, 392–393; Gerlach, Alma Richards, págs. 56, 140.

  22. “‘Mormon Giant’ Writes to E. L. Roberts”, Provo (UT) Herald, 26 de julio de 1912, pág. 1; Statement, Alma Richards, 14 de octubre de 1954, Alma Richards Papers, BYU; “Memories of the Last Olympic Games”, Literary Digest, 3 de julio de 1920, tomo LXVI, pág. 98; Sullivan, “What Happened at Stockholm”, pág. 30; “Horine Can’t Jump”, Salt Lake Evening Telegram, 19 de agosto de 1912, pág. 10; Paul Ray, “Utah’s Big Athlete Talks of Olympiad”, Salt Lake Tribune, 20 de agosto de 1912, pág. 9; Bergvall, Fifth Olympiad, págs. 392-394.

  23. Alma Richards, Statement, 14 de octubre de 1954, Alma Richards Papers, BYU; “Memories of the Last Olympic Games”, Literary Digest, 3 de julio de 1920, tomo LXVI, pág. 98 Cita editada para mayor claridad; “Era” y “haría” en el original cambiado a “es” y “haré”.

  24. Alma Richards, Statement, 14 de octubre de 1954, Alma Richards Papers, BYU; “Memories of the Last Olympic Games”, Literary Digest, 3 de julio de 1920, tomo LXVI, pág. 98 Sullivan, “What Happened at Stockholm”, pág. 30; Bergvall, Fifth Olympiad, pág. 394.

  25. Bergvall, Fifth Olympiad, pág. 393; Alma Richards, Statement, 14 de octubre de 1954, Alma Richards Papers, BYU; “‘Mormon Giant’ Writes to E. L. Roberts”, Provo (UT) Herald, 26 de julio de 1912, pág. 1; Paul Ray, “Utah’s Big Athlete Talks of Olympiad”, Salt Lake Tribune, 20 de agosto de 1912, pág. 9.

  26. “Puny Lad Becomes World’s Best Jumper”, Pittsburgh Press, 12 de julio de 1912, pág. 23; “Puny Lad Becomes World’s Best Jumper”, Wichita (KS) Beacon, 12 de julio de 1912, pág. 4; “Something about the Unknown Who Won the Olympic High Jump”, Sacramento Star, 13 de julio de 1912, pág. 9.

  27. Paul Ray, “Utah’s Big Athlete Talks of Olympiad”, Salt Lake Tribune, 20 de agosto de 1912, pág. 9; “‘Mormon Giant’ Writes to E. L. Roberts”, Provo (UT) Herald, 26 de julio de 1912, pág. 1; “Memories of the Last Olympic Games”, Literary Digest, 3 de julio de 1920, tomo LXVI, pág. 98.

  28. Monroy, History of the San Marcos Branch, 7–[7b]; Tullis, Martyrs in Mexico, pág. 91; Tullis, “Reopening the Mexican Mission in 1901”, págs. 441–453. Cita editada para mayor claridad; “Eran” en el original cambiado a “Son”.

  29. Monroy, History of the San Marcos Branch, 7–[7b]; Villalobos, entrevista de historia oral, pág. 2; Tullis, Martyrs in Mexico, págs. 20–21. Cita traducida editada para facilitar la lectura; “volvieran” en el original cambió a “vuelvan”, “su casa” cambió a “nuestra casa” y “pudieran” cambió a “podamos”.

  30. Monroy, History of the San Marcos Branch, 8–[9b]; Villalobos, entrevista de historia oral, págs. 2–3; Tullis, Martyrs in Mexico, págs. 22–25; Walter Young, Diario, 30 de marzo de 1913.

  31. Monroy, History of the San Marcos Branch, [9b]–[10b]; Villalobos, entrevista de historia oral, pág. 3; Tullis, Martyrs in Mexico, págs. 25–32; Walter Young, Diary, 24 de mayo de 1913 y 10–11 de junio de 1913; Diary of W. Ernest Young, págs. 98–99.