Historia de la Iglesia
31 Por buen camino


Capítulo 31

Por buen camino

antigua pirámide mesoamericana

El Tabernáculo de Salt Lake estaba en silencio en la tarde del 7 de octubre de 1945, cuando George Albert Smith se paró para dirigirse a los santos en la conferencia general. Había hablado muchas veces en el Tabernáculo durante sus cuatro décadas como apóstol, pero esta conferencia era la primera vez que hablaría a la Iglesia entera en calidad de profeta del Señor.

Acababa de volver de dedicar el Templo de Idaho Falls, en el sudeste de Idaho: un recordatorio de que la obra de los últimos días estaba avanzando. Pero sabía que los santos en todo el mundo estaban sufriendo luego de años de carencias y de guerra. Y ahora tenían la vista puesta en él para obtener guía y consuelo.

“Este mundo podría haber sido liberado de sus aflicciones hace mucho tiempo —dijo el presidente Smith a su audiencia—, si los hijos de los hombres hubieran aceptado el consejo de Aquel que lo dio todo”. Les recordó a los santos sobre la invitación del Salvador de amar al prójimo y perdonar a los enemigos. “Tal es el espíritu del Redentor —declaró—, y tal es el espíritu que deben procurar los Santos de los Últimos Días si esperan algún día permanecer en Su presencia y recibir de Sus manos una gloriosa bienvenida”1.

Entre los miembros de la Iglesia, el presidente Smith era conocido como un líder afectuoso y amante de la paz. Cuando era más joven, había escrito un credo personal para dirigir su vida. “No trataré de obligar a las personas a vivir de acuerdo con mis ideales, sino que trataré de instarlas amorosamente a hacer lo correcto —escribió—. No heriré deliberadamente los sentimientos de nadie, ni siquiera del que me haya ofendido, sino que trataré de hacerle un bien y de ganarme su amistad”2.

Ahora, al mirar al futuro, el presidente Smith estaba especialmente preocupado por ayudar a los santos cuyas vidas se habían hecho añicos con la guerra. A principios de ese año, le había pedido al Comité General de Bienestar de la Iglesia crear un plan para enviar alimentos y ropa a Europa. Poco después de la conferencia de octubre, se reunió con varios Apóstoles para analizar el envío de los bienes al extranjero lo antes posible3.

Enviar ayuda a Europa no era una tarea sencilla y directa. La Iglesia necesitaba ayuda del gobierno de los Estados Unidos para coordinar las labores de ayuda con tantos países. Para resolver los detalles, el presidente Smith viajó a Washington D. C., con un pequeño grupo de líderes de la Iglesia4.

Llegaron a la capital de la nación en una mañana nublada de principios de noviembre. Entre las muchas reuniones con funcionarios del gobierno y embajadores europeos hubo una cita con Harry S. Truman, el presidente de los Estados Unidos. El presidente Truman recibió a los líderes de la Iglesia amablemente, pero les advirtió que desde el punto de vista económico no convenía enviar alimentos y ropa a Europa, siendo tan mala la economía y poco fiables las monedas. “El dinero de ellos no vale nada”, le dijo al presidente Smith5.

El profeta explicó que la Iglesia no esperaba que se le pagara. “Nuestra gente por allá necesita alimentos y provisiones —dijo—. Queremos ayudarles antes de que comience el invierno”6.

“¿Cuánto tiempo les tomará tener todo preparado?”, preguntó el presidente Truman.

“Estamos listos ahora mismo”, dijo el profeta. Describió las existencias de alimentos y provisiones que los santos habían recolectado, así como los más de dos mil edredones que habían cosido las Sociedades de Socorro durante la guerra. La Iglesia simplemente necesitaba ayuda para transportar estos bienes a Europa.

“Ustedes van por buen camino”, dijo el presidente Truman, sorprendido por la preparación de los santos. “Nos dará mucho gusto ayudarles en cualquier forma posible”7.

Antes de irse, el presidente Smith le dijo al presidente Truman que los Santos de los Últimos Días estaban orando por él. El profeta le dio una copia forrada en cuero de Una voz de amonestación, un folleto misional escrito por el apóstol Parley P. Pratt en 1837.

Al presidente Smith le conmovió que durante la vida del élder Pratt, los santos apenas lograran sobrevivir. Nunca hubieran podido enviar ayuda a través del océano a miles de personas con dificultades. Pero durante el siglo pasado, el Señor les había enseñado a los santos cómo prepararse para tiempos de aflicción, y el presidente Smith estaba feliz de que ahora pudieran actuar con rapidez8.


Mientras la Iglesia se preparaba para enviar la ayuda por barco a Europa, Helga Birth continuaba con su servicio como misionera en Berlín. En los meses posteriores a la guerra, Alemania seguía colapsada. Tanto la ciudad de Berlín como el país completo habían sido divididos en cuatro zonas, cada una controlada por una nación ocupante diferente. Como la guerra había dejado a la mayoría de los santos alemanes sin hogar, a menudo buscaban la ayuda de Helga y los otros misioneros de la casa de la misión. Herbert Klopfer, el presidente de misión interino de Alemania del este, había muerto en un campo de prisioneros soviético, por lo que sus consejeros, Paul Langheinrich y Richard Ranglack, dirigían los esfuerzos por ministrar a los refugiados.

Como necesitaban más espacio para alojar a estos santos, los dos hombres recibieron permiso de los líderes militares para mudar la casa de la misión a una mansión abandonada en la zona de control estadounidense en Berlín occidental. Mientras tanto, Tilsit, la ciudad natal de Helga, estaba en una parte de Alemania bajo el control soviético, y ella no tenía idea de cómo encontrar a su padre, a su madre ni a su hermano Henry, quien había desaparecido en combate. Tampoco podía averiguar fácilmente el paradero de amigos y antiguos miembros de la rama9.

En otoño de 1945, Helga recibió una carta de su tía Lusche. Había pasado más de un año desde que ambas habían sobrevivido a un ataque aéreo en el que murieron los abuelos de Helga y su tía Nita. Ahora, Helga se enteraba, que el ejército soviético estaba reteniendo a Lusche y otros refugiados alemanes en un castillo abandonado, cerca de la frontera entre Alemania y Polonia. Las autoridades soviéticas habían decidido liberarlos, pero solo si tenían familiares que los pudieran alojar. Helga le escribió enseguida, e invitó a su tía a venir a vivir en la casa de la misión.

Lusche llegó a Berlín poco tiempo después junto con una mujer llamada Eva, una familiar lejana que se hallaba prisionera igual que ella. Las dos mujeres estaban demacradas y esqueléticas. Helga había experimentado mucho hambre y sufrimiento durante la guerra, pero las historias de su tía de las torturas y la escasez estremecieron su alma. La hija de Eva había muerto de frío y hambre, y Lusche había considerado quitarse la vida10.

Otros refugiados Santos de los Últimos Días también llegaron a la casa de la misión, y Paul Langheinrich encontró lugares para que se alojaran. En poco tiempo, más de cien personas estaban siendo alojadas y alimentadas bajo el mismo techo. Pero el padre, la madre y el hermano de Helga no se encontraban por ninguna parte.

Los soldados estadounidenses que habían sido misioneros en Alemania visitaban asiduamente la casa de la misión. Un soldado llevó sándwiches para compartir, con pan blanco y esponjoso de los Estados Unidos. Helga devoró ansiosamente un sándwich, pero apenas alivió el implacable hambre que la acosaba a ella y a los demás habitantes de la casa. En ocasiones, pasaban días sin comer. Cuando Helga lograba comprar o rebuscar comida, las papas viejas y la leche rebajada proporcionaban una nutrición pobre. Ella estaba tan débil que algunos días no podía levantarse de la cama11.

En enero de 1946 hubo buenas noticias, cuando llegó una carta de su padre, Martin Meiszus. Había perdido el ojo izquierdo durante un ataque aéreo cerca del final de la guerra, y pasó un tiempo en un campo de refugiados en Dinamarca. Ahora estaba de vuelta en Alemania, viviendo en la ciudad de Schwerin, a unos doscientos diez kilómetros de Berlín12. Paul y otros líderes de la misión habían estado viajando por Alemania por varios meses, buscando santos que hubieran sido desplazados y ayudándolos a juntarse para sobrevivir. Como ya estaban planeando visitar Schwerin, invitaron a Helga a unírseles13.

En el abarrotado tren, Helga luchó por mantenerse abrigada, ya que por las ventanas rotas entraban ráfagas de helado aire invernal. En sus manos llevaba una pequeña caja con unos pocos chocolates estadounidenses. Las golosinas escaseaban, por eso decidió guardarlas para su padre, aunque a veces acercaba el chocolate a su nariz para inhalar su delicioso aroma.

En Schwerin, Helga estaba exultante de gozo por ver nuevamente a su padre. Él estaba sorprendido de que ella le hubiera dado el chocolate, e intentó compartirlo con ella. “Kindchen”, dijo él. Niña querida.

—No, papá —dijo Helga—. He tenido tanto para comer. Y era verdad: ya no sentía hambre. Estaba demasiado llena de felicidad14.


En el otro lado del mundo, la división de Neal Maxwell en el ejército de los Estados Unidos era parte de las fuerzas de ocupación en la isla principal de Japón. Durante la guerra, el país había sido devastado por miles de ataques aéreos y las bombas atómicas arrojadas en Hiroshima y Nagasaki. Neal esperaba que los japoneses lo recibieran como un héroe vencedor. Pero más de trescientos mil civiles japoneses habían muerto, y su alma estaba adolorida al ver lo que la guerra había ocasionado a las personas15.

Neal ahora estaba sirviendo como sargento primero de una compañía de cerca de trescientos hombres rebeldes y desmoralizados, muchos de los cuales no querían otra cosa sino irse a casa. Aunque Neal solo tenía diecinueve años, sus superiores habían decidido que era el hombre correcto para poner orden en el grupo. Neal no estaba tan seguro16.

“Hago tantas cosas aquí que requieren un criterio tan maduro, que tiemblo cuando pienso en la responsabilidad —escribió en una carta a sus padres—. En realidad soy un niño, tan nostálgico y joven que no sabe qué hacer”17.

Aun así, encontró maneras de tener éxito como líder y ganarse el respeto de algunos de los hombres. A menudo acudía a su Padre Celestial buscando ayuda. Muchas noches solía salir a caminar afuera para orar, ya que bajo el cielo estrellado hallaba una mayor comunión con Dios18.

También encontraba fortaleza entre otros soldados Santos de los Últimos Días. Durante toda la guerra, los líderes de la Iglesia habían alentado a los santos en el servicio militar a reunirse, tomar la Santa Cena y brindarse apoyo espiritual unos a otros. En el Japón de posguerra, así como en Guam, las Filipinas y otros lugares en el mundo, se reunían cientos de militares Santos de los Últimos Días.

Estos grupos a menudo tenían inesperadas experiencias misionales. Poco después del final de la guerra, a los militares Santos de los Últimos Días en Italia se les concedió una audiencia con el papa Pío XII en la sede la Iglesia católica. Le contaron al papa sobre la visita del Salvador al hemisferio occidental y le obsequiaron una copia del Libro de Mormón19.

Mientras tanto, en Japón los santos locales que no habían asistido a la Iglesia por años buscaron a los grupos de militares y participaron en sus reuniones. Bajo el nuevo gobierno de ocupación, los japoneses eran libres de explorar sus creencias espirituales, y algunos soldados Santos de los Últimos Días invitaron a sus amigos japoneses a aprender acerca de la Iglesia. En poco tiempo, soldados estadounidenses como Neal se sentaban lado a lado con sus antiguos enemigos, participando de la Santa Cena y aprendiendo juntos acerca del evangelio de Jesucristo20.

Neal aún debía cumplir muchos meses de servicio militar antes de poder regresar a casa. Pero sus experiencias en Okinawa, y ahora en la isla principal de Japón, consolidaron su deseo de servir en una misión tan pronto como le fuera posible21.

“Hay un campo de hombres maduros para el Evangelio, que son tan cristianos como nosotros —le escribió a su familia en casa—, pero que tienen una gran necesidad del Evangelio que los guíe”22.


Entretanto en Alemania, Paul Langheinrich se contactó con el jefe de las fuerzas soviéticas en Berlín. Miles de refugiados Santos de los Últimos Días estaban viviendo en áreas ocupadas por los soviéticos, y Paul estaba preocupado por su bienestar. “Debido a las acciones indescriptibles de Hitler —escribió—, muchos de nuestros miembros ahora están en las carreteras, sin hogar ni patria, desterrados y expulsados”.

Paul le pidió al comandante permiso para comprar alimentos y llevárselos a estos santos. Como él había sido un antiguo investigador genealógico para el gobierno alemán, también sintió la inspiración de preguntarle si podía buscar los depósitos de registros importantes que los nazis habían escondido en regiones remotas del país para protegerlos del daño y los robos. Como los santos alemanes algún día necesitarían estos registros para hacer la obra del templo por sus antepasados, Paul quería preservarlos.

“Estos registros no tienen ningún valor para usted —le escribió al comandante—. Para nosotros, son invaluables”23.

Una semana más tarde, Paul recibió el permiso para comprar toda la comida que necesitaran los miembros de la Iglesia. Y en cuanto a los registros genealógicos, si los santos pudieran encontrarlos, serían libres de conservarlos24.

Un tiempo después, Paul se enteró de un conjunto de documentos en el castillo de Rothenburg, al sudoeste de Berlín. En un frío día de febrero de 1946, él y dieciséis misioneros locales subieron por la helada carretera que llevaba al viejo castillo, que estaba en la cima de un empinado cerro. Una vez dentro, los hombres encontraron pilas de registros parroquiales, microfilmes y libros que contenían genealogía alemana25.

Algunos de los registros eran de siglos de antigüedad y contenían miles de nombres y datos, algunos escritos con una hermosa caligrafía alemana. Largos rollos representaban árboles familiares ilustrados en vivos colores. Muchos de los documentos estaban en buenas condiciones, aunque algunos registros estaban cubiertos de hielo y nieve, y no parecían salvables26.

Una vez que Paul y los misioneros hubieron asegurado los registros, todo lo que quedaba era transportarlos de manera segura cerro abajo. Paul había rentado un camión con remolque para que recogiera los registros y los llevara a un vagón de tren en su camino a Berlín. Pero al pasar el tiempo, el camión no llegaba27.

Finalmente apareció un misionero, caminando fatigosamente cerro arriba. El camión estaba varado a mitad de camino, porque las ruedas resbalaban en el hielo de la carretera28.

Paul decidió que era el momento de orar. Les pidió a tres misioneros que caminaran con él al bosque, y suplicaron la ayuda del Señor. Al momento en que dijeron “amén”, escucharon el sonido de un motor y vieron que el camión estaba girando en la curva.

El conductor le dijo a Paul que había desenganchado el remolque, para poder llegar hasta el castillo. Intentaba girar con el camión e irse, pero Paul lo convenció de que se quedara y los ayudara a transportar tantos registros como pudiera por la resbaladiza carretera. Sin embargo, sin el remolque, el camión no era lo suficientemente grande como para transportar todos los registros. Si querían sacar todo a tiempo para llegar hasta el vagón de carga al siguiente día, el hielo de la carretera debía derretirse. Una vez más, Paul y los misioneros acudieron a Dios en oración29.

Esa noche cayó una lluvia tibia. Cuando Paul se despertó a la mañana siguiente, las carreteras estaban sin hielo. También se enteró de que el tren de carga se había demorado por unos días, lo que les daba a los misioneros el tiempo que necesitaban para cargar todos los artículos salvables. Paul no podía negar la función de Dios en la maravillosa manifestación, y estaba agradecido de ser un instrumento en Sus manos.

Una vez que la última carga hubo llegado a la estación de tren, Paul y los hombres dijeron una oración final. “Hemos hecho nuestra parte —oraron—. Ahora, querido Dios, te necesitamos para llevar este tren de carga a Berlín30.


El 22 de mayo de 1946, Arwell Pierce, presidente de la Misión Mexicana, estaba de pie con el presidente George Albert Smith en la parte superior de la Pirámide del Sol, un popular sitio histórico al noreste de la Ciudad de México. La pirámide de piedra, que una vez había sido el centro de una antigua ciudad conocida como Teotihuacán, se erguía más de sesenta metros y ofrecía una vista espectacular del paisaje circundante. Aunque el presidente Smith en ese momento tenía casi ochenta años, había subido los numerosos escalones de la pirámide con relativa facilidad, bromeando con Arwell y los misioneros que estaban con ellos31.

Arwell estaba feliz de que el profeta hubiera ido a México. Era la primera vez que un Presidente de la Iglesia recorría la misión, y la visita significaba mucho para los santos locales. En la última década, la Iglesia en México se había dividido entre el cuerpo principal de santos y las mil doscientas personas que se habían unido a la Tercera convención. La visita del presidente Smith ofreció una oportunidad real de reconciliación —algo que Arwell había estado buscando diligentemente por los últimos cuatro años32.

Cuando Arwell llegó a ser presidente de la Misión Mexicana en 1942, la división entre los adeptos a la Tercera convención y los otros santos en México era muy profunda. Cuando Arwell fue apartado por la Primera Presidencia, J. Reuben Clark le había encargado que tratara de cerrar la brecha33.

Al principio, los convencionistas sospechaban del nuevo presidente de misión. Como sus predecesores, Arwell era un ciudadano de los Estados Unidos, y los convencionistas no lo recibieron amablemente. En lugar de intentar forzarlos a ver el error de sus caminos, Arwell decidió ganarse su confianza y amistad.

Empezó a asistir a las reuniones de la Tercera convención y desarrolló una amistad con Abel Páez, el líder de la organización, así como con otros adeptos a la Tercera Convención. Cuanto más tiempo pasaba con ellos, más pensaba que era posible la reunificación. Los convencionistas aun conservaban su fe en la doctrina central del Evangelio restaurado. Continuaban administrando los programas de la Iglesia y creían en el Libro de Mormón. Si pudiera hacerles ver todo lo que se estaban perdiendo por estar separados del cuerpo de los santos, creía que ellos volverían. Pero tendría que proceder con cuidado.

—No hemos hecho mucho bien en el pasado con métodos duros —le informó a la Primera Presidencia—. Esperemos que la amabilidad y el razonamiento sano y paciente hagan algo bueno34.

Bajo la dirección de la Primera Presidencia, Arwell lideró los esfuerzos para construir o remodelar varias capillas en México, abordando la escasez que había preocupado a los convencionistas cuando recién se separaron de la Iglesia. También se reunió a menudo con Abel para instarlo a buscar una reconciliación. “Lo que necesitan realmente aquí en México es la organización de una estaca —le dijo a Abel y a los convencionistas—. No podemos tener una estaca en México hasta que estemos más unidos”35.

Le recordó a Abel que los convencionistas se estaban privando de las bendiciones del templo. En 1945, tuvieron lugar las primeras investiduras en español en el templo en Mesa, Arizona. Aunque muchos santos mexicanos no podían costear el viaje a Mesa, Arwell dijo que creía que un día habría templos en México a los que Abel y tantos otros convencionistas podrían entrar36.

Un día Arwell recibió una llamada telefónica de Abel; él y otros líderes de la Tercera convención querían encontrarse con él para analizar una reconciliación. Los hombres hablaron por cerca de seis horas. Finalmente, luego de reconocer los caminos en los que habían errado, Abel y los demás decidieron apelar ante la Primera Presidencia para ser readmitidos como miembros de la Iglesia. El presidente Smith y sus consejeros revisaron la solicitud y decidieron que si los convencionistas estaban dispuestos a cortar su relación con el grupo y a sostener al presidente de la Misión Mexicana, de nuevo podrían ser miembros de la Iglesia de Jesucristo37.

Ahora, mientras Arwell recorría la misión con el presidente Smith, conversaban con los convencionistas que deseaban regresar. “Aquí no ha habido rebelión —observó el presidente Smith—, solo un malentendido”38.

El 25 de mayo de 1946, Arwell llevó al presidente Smith a la Rama Ermita, en la Ciudad de México. Más de mil personas, muchos de ellos de la Tercera convención, se apiñaron en la pequeña capilla y un pabellón adyacente para escuchar hablar al profeta. Algunos convencionistas se preocupaban de que el presidente Smith los condenara, pero en lugar de ello, él habló de la armonía y la reunión. Luego de ello, la mayoría de los convencionistas se comprometieron a regresar plenamente a la Iglesia39.

Unos pocos días después, en una reunión de aproximadamente quinientos santos en la ciudad de Tecalco, Abel le agradeció al presidente Smith por ir a México. “Nuestro propósito es seguir el liderazgo y las instrucciones de las Autoridades Generales de nuestra Iglesia y del presidente de la Misión Mexicana —le dijo a la congregación—. Estamos siguiendo a un profeta del Señor”40.

  1. George Albert Smith, en One Hundred Sixteenth Semi-annual Conference, págs. 169–170; “Pres. Smith Gives Keynote to Sessions”, Deseret News, 29 de septiembre de 1945, sección de la Iglesia, pág. [1]. Tema: George Albert Smith

  2. Bryant S. Hinckley, “Greatness in Men”, Improvement Era, marzo de 1932, tomo XXXV, págs. 269–272295–296; Whitney, Through Memory’s Halls, pág. 309; Preston Nibley, “President George Albert Smith”, Relief Society Magazine, julio de 1945, tomo XXXII, págs. 390–391.

  3. First Presidency a Marion G. Romney, 12 de julio de 1945, First Presidency Letterpress Copybooks, tomo CXXXI; George Albert Smith, Journal, 18 de octubre de 1945; Widtsoe, Diary, 18 de octubre de 1945; Gibbons, George Albert Smith, pág. 296.

  4. “Pres. Smith in East on Mission of Mercy”, Deseret News, 10 de noviembre de 1945, sección de la Iglesia, pág. [1].

  5. George Albert Smith, Journal, 2 a 7 de noviembre de 1945; Widtsoe, Diary, 2 a 7 de noviembre de 1945; George Albert Smith, en One Hundred Eighteenth Semi-annual Conference, págs. 5–6; Gibbons, George Albert Smith, pág. 298.

  6. Gibbons, George Albert Smith, pág. 298; George Albert Smith, en One Hundred Eighteenth Semi-annual Conference, pág. 6.

  7. George Albert Smith, en One Hundred Eighteenth Semi-annual Conference, pág. 6; “Pres. Smith Returns from Successful Trip to Capital”, Deseret News, 17 de noviembre de 1945, sección de la Iglesia, págs. [1], 7; “Trademarks of Elder Anderson”, Deseret News, 25 de abril de 1970, sección de la Iglesia, pág. 3; Anderson, Prophets I Have Known, pág. 103.

  8. George Albert Smith, Journal, 2 y 3 de noviembre de 1945; George Albert Smith, en One Hundred Eighteenth Semi-annual Conference, pág. 6.

  9. Meyer y Galli, Under a Leafless Tree, págs. 108, 113, 117, 118, 123, 139; Minert, In Harm’s Way, págs. 523–525; Minert, Under the Gun, págs. 495, 503–504; Scharffs, Mormonism in Germany, pág. 117; Minert, “Succession in German Mission Leadership”, págs. 556, 558–561; Paul Langheinrich, Statement, 21 de febrero de 1971, en la Misión Alemania Hamburgo, Manuscript History and Historical Reports, tomo I, 20 de febrero de 1943; Slaveski, Soviet Occupation of Germany, pág. 151; Gross, Myth and Reality of German Warfare, págs. 19–20. Tema: Alemania

  10. Meyer y Galli, Under a Leafless Tree, págs. 101–103, 123.

  11. Meyer y Galli, Under a Leafless Tree, págs. 113, 115–116, 117; Paul Langheinrich, Statement, 21 de febrero de 1971, en la Misión Alemania Hamburgo, Manuscript History and Historical Reports, tomo I, 20 de febrero de 1943.

  12. Birth, Mission Journal, 14 y 21 de enero de 1946; Meyer y Galli, Under a Leafless Tree, pág. 118; Kuehne, Mormons as Citizens of a Communist State, pág. 365.

  13. Ranglack, Langheinrich y Neuman, “First Trip thru the Mission”, págs. 1–3; Ranglack, Langheinrich y Neuman, “Second Trip thru the Mission”, págs. 1–4; “Report on the East German Mission as of 10 August 1945”, págs. 1–4; Kuehne, Mormons as Citizens of a Communist State, págs. 360–366; Birth, Mission Journal, 22 de enero de 1946.

  14. Meyer y Galli, Under a Leafless Tree, pág. 120; Birth, Mission Journal, 26 de enero de 1946; Kuehne, Mormons as Citizens of a Communist State, pág. 365.

  15. Maxwell, Personal History, caja 1, carpeta 3, pág. 14; Takagi, Trek East, pág. 292; Clapson, Blitz Companion, págs. 97–118; Maxwell, Oral History Interview [1999–2000], pág. 32.

  16. Maxwell, Personal History, caja 1, carpeta 3, pág. 14; Maxwell, Oral History Interview [1999–2000], págs. 32–34.

  17. Neal A. Maxwell a Clarence Maxwell y Emma Ash Maxwell, 2 de mayo de 1946, Neal A. Maxwell World War II Correspondence, BHI.

  18. Maxwell, Oral History Interview [1999–2000], págs. 33–34; de Neal A. Maxwell a “Dearest Family”, 27 de marzo de 1946, Neal A. Maxwell World War II Correspondence, BHI.

  19. Takagi, Trek East, págs. 294–295; Boone, “Roles of The Church of Jesus Christ of Latter-day Saints in Relation to the United States Military”, págs. 655–665; “Reunions Slated during Conference”, Deseret News, 2 de octubre de 1946, pág. 12; “Okinawa Gathering in Castle”, Deseret News, 21 de julio de 1945, sección de la Iglesia, pág. 1; William Mulder, “Okinawa Conference”, Improvement Era, diciembre de 1945, 48:734769; “Servicemen Report Okinawa Activities”, Deseret News, 16 de febrero de 1946, sección de la Iglesia, pág. 9; Maxwell, Oral History Interview [1999–2000], pág. 32; Ricks, “Chaplain’s Diary”, págs. 461–465.

  20. Takagi, Trek East, pág. 293; Britsch, From the East, págs. 82–85; Allred, “Missionary Role of LDS Servicemen in Occupied Japan”, págs. 63–65; Maxwell, Oral History Interview [1999–2000], págs. 31–32. Temas: Japón; Ramas para miembros en servicio militar activo

  21. Maxwell, Oral History Interview [1999–2000], págs. 31, 35; Maxwell, Personal History, caja 1, carpeta 3, págs. 12–13; Hafen, Disciple’s Life, pág. 125.

  22. Neal A. Maxwell a “Dearest Ones”, 31 de octubre de 1945, Neal A. Maxwell World War II Correspondence, BHI.

  23. Slaveski, Soviet Occupation of Germany, págs. xii, 37; [Paul Langheinrich] a Georgy K. Zhukov, 9 de agosto de 1945, copia, en la Misión Alemania Hamburgo, Manuscript History and Historical Reports, tomo I, 9 de agosto de 1945; “Report on the East German Mission as of 10 August 1945”, pág. 1; Kuehne, Mormons as Citizens of a Communist State, pág. 384; Allen, Embry y Mehr, Hearts Turned to the Fathers, pág. 225; Paul Langheinrich, “Yesterday and Today”, Improvement Era, septiembre de 1946, tomo XLIX, pág. 569.

  24. Vasily D. Sokolovsky a Richard Ranglack, 16 de agosto de 1945, en la Misión Alemania Hamburgo, Manuscript History and Historical Reports, tomo I, 16 de agosto de 1945.

  25. Paul Langheinrich, “Report of Procurement of Church Records, Films and Photocopies”, Misión Alemania Hamburgo, Manuscript History and Historical Reports, tomo I, 16 de agosto de 1945; Kahlile Mehr, “Langheinrich Legacy”, Ensign, junio de 1981, págs. 23–24; Allen, Embry y Mehr, Hearts Turned to the Fathers, pág. 226; Kuehne, Mormons as Citizens of a Communist State, pág. 386.

  26. Paul Langheinrich, “Report of Procurement of Church Records, Films and Photocopies”, Misión Alemania Hamburgo, Manuscript History and Historical Reports, tomo I, 16 de agosto de 1945; Corbett, “Records from the Ruins”, págs. 12–13.

  27. Allen, Embry y Mehr, Hearts Turned to the Fathers, págs. 226–227.

  28. Paul Langheinrich, “Report of Procurement of Church Records, Films and Photocopies”, Misión Alemania Hamburgo, Manuscript History and Historical Reports, tomo I, 16 de agosto de 1945; Allen, Embry y Mehr, Hearts Turned to the Fathers, pág. 226.

  29. Paul Langheinrich, “Report of Procurement of Church Records, Films and Photocopies”, Misión Alemania Hamburgo, Manuscript History and Historical Reports, tomo I, 16 de agosto de 1945; Kuehne, Mormons as Citizens of a Communist State, págs. 385–387; Kahlile Mehr, “Langheinrich Legacy”, Ensign, junio de 1981, pág. 23.

  30. Corbett, “Records from the Ruins”, pág. 16; Paul Langheinrich, “Report of Procurement of Church Records, Films and Photocopies”, Misión Alemania Hamburgo, Manuscript History and Historical Reports, tomo I, 16 de agosto de 1945. Tema Historia familiar y genealogía.

  31. George Albert Smith, Journal, 22 de mayo de 1946; Pierce, “Story of the Third Convention”, págs. 4–5; Pérez de Lara, “Temple of the Sun”, págs. 36–41; “An American Pyramid”, Brooklyn (NY) Daily Eagle, 25 de agosto de 1935, pág. B11.

  32. Pierce, “Story of the Third Convention”, pág. 5; Carmen Richardson, “1,200 Mexican Members Return to Church during Pres. Smith’s Visit”, Deseret News, 15 de junio de 1946, sección de la Iglesia, pág. [1]; “La vida y el ministerio de George Albert Smith”, en Enseñanzas de los Presidentes de la Iglesia: George Albert Smith, págs. XXXVII–XXXVIII; Tullis, Mormons in Mexico, págs. 139, 145, 150–151, 157. Temas: Tercera convención

  33. Pierce, “Story of the Third Convention”, pág. [1]; Arwell L. Pierce, Blessing, 13 de agosto de 1942, First Presidency Mission Files, BHI.

  34. Pulido, “Solving Schism in Nepantla”, págs. 92, 95–96; Tullis, Mormons in Mexico, págs. 148, 150–152; Arwell L. Pierce a First Presidency, 9 de noviembre de 1942, First Presidency Mission Files, BHI.

  35. Arwell L. Pierce a First Presidency, 8 de marzo de 1943–A; 8 de marzo de 1943–B; 9 de abril de 1945; 10 de octubre de 1945; First Presidency a Arwell L. Pierce, 19 de abril de 1943–A; 19 de abril de 1943–B; 29 de noviembre de 1943, First Presidency Mission Files, BHI; Pulido, “Solving Schism in Nepantla”, pág. 97; Mexican Mission Manuscript History, 31 de marzo de 1943.

  36. Pulido, “Solving Schism in Nepantla”, págs. 96–97.

  37. Arwell L. Pierce a First Presidency, 10 de abril de 1946; First Presidency a Abel Páez, 9 de mayo de 1946, First Presidency Mission Files, BHI; Tullis, “Shepherd to Mexico’s Saints”, págs. 139–146.

  38. George Albert Smith, Journal, 21 y 22 de mayo de 1946; Pierce, “Story of the Third Convention”, pág. 5; Herrera, Historia del Mormonismo en Mexico, págs. 80–81.

  39. Arwell L. Pierce a J. Reuben Clark y David O. McKay, 6 de junio de 1946, First Presidency Mission Files, BHI; Bravo, Oral History Interview, pág. 28; George Albert Smith, Journal, 25 de mayo de 1946; Carmen Richardson, “1,200 Mexican Members Return to Church during Pres. Smith’s Visit”, Deseret News, 15 de junio de 1946, sección de la Iglesia, pág. [1].

  40. Arwell L. Pierce a J. Reuben Clark y David O. McKay, 6 de junio de 1946, First Presidency Mission Files, BHI.