Tercera convención
En el siglo XIX y principios del siglo XX, la mayoría de los Santos de los Últimos Días en el mundo estaban organizados bajo el liderazgo de un presidente de misión de los Estados Unidos asignado a su país1. De 1936 a 1946, cerca de un tercio de los Santos de los Últimos Días de México formaban parte de un grupo conocido como la Tercera convención, que enseñaba las doctrinas de la Iglesia pero rechazaba la autoridad de los presidentes de misión asignados a México, quienes no eran de etnia mexicana. En 1946, el Presidente de la Iglesia, George Albert Smith, viajó a México para presidir la conferencia de reunificación, que reinstauró a los miembros de la Tercera convención a la hermandad de los demás miembros de la Iglesia2.
Algunos factores particulares condujeron a la división que duró una década. Mientras que los miembros en todo el mundo a veces experimentaban frustración con los líderes de misión estadounidenses a principios del siglo XX, había condiciones particulares en México que generaron una tensión adicional. Los líderes de la Iglesia habían cerrado completamente la Misión Mexicana desde 1889 hasta 1901 y retirado los misioneros extranjeros de México desde 1912 hasta 1917, durante la Revolución Mexicana3. En 1926, el gobierno de México expulsó al clero extranjero como parte del conflicto con la iglesia católica. Muchos Santos de los Últimos Días se hacían eco de los debates públicos sobre la necesidad de un liderazgo religioso local. Dada la historia de prejuicios raciales contra los pueblos nativos en los Estados Unidos y México, los mexicanos con ascendencia indígena encontraron fortaleza en las enseñanzas del Libro de Mormón acerca de los nativos americanos como un pueblo escogido, y esperaban con ansias la prometida renovación y una función de liderazgo4.
En 1931, luego de la repentina muerte de Rey L. Pratt, un presidente de misión por muchos años que se había ganado el respeto de los miembros mexicanos, fue llamado Antoine R. Ivins para presidir la Misión Mexicana. Durante la Revolución, la misión se había expandido para incluir a hablantes de español en los Estados Unidos, y por casi un año Ivins se centró en esas ramas, sin ponerse en contacto ni visitar a los miembros de México. Durante esta época, los líderes locales, entre otros, Isaías Juárez, Bernabé Parra y Abel Páez, solicitaron dos veces a la Primera Presidencia que llamaran a un presidente de misión mexicano, que pudiera actuar plenamente bajo las leyes locales y que ayudara a los líderes de la Iglesia a entender las necesidades de los miembros mexicanos. Las reuniones en las que bosquejaron estas peticiones llegaron a conocerse como la Primera y Segunda convenciones. En 1932, Ivins reprendió a los participantes por realizar el proceso de petición en un entorno de la Iglesia, pero les aseguró que sus preocupaciones se tratarían en el momento adecuado5.
Algunos miembros mexicanos deseaban que ese momento hubiera llegado en 1936, cuando se creó la Misión Hispanoamericana para las ramas de los Estados Unidos, dejando a la Misión Mexicana centrada solo en México. Cuando Harold W. Pratt, de las colonias Santos de los Últimos Días del norte de México, se mantuvo como presidente de misión, algunos líderes redactaron una tercera petición para que se llamara a un presidente de misión que fuera mexicano por “raza y sangre”. Este esfuerzo dividió a los líderes y miembros locales y llevó a la excomunión de los principales defensores de la petición en 1937. Quienes apoyaban la petición, decidieron reunirse en forma separada del resto de la Iglesia, con Abel Páez como su líder.
En los diez años que siguieron, los adeptos a la Tercera convención sostuvieron reuniones, construyeron capillas, publicaron un periódico, llamaron misioneros y, además, llevaron adelante los programas relacionados con la Iglesia. Páez resistió los esfuerzos por cambiar las normas del grupo, y expulsó a Margarito Bautista, un líder de la Convención, por intentar practicar la poligamia6. A principios de la década de 1940, el presidente de misión Arwell L. Pierce le dio prioridad a la labor de escuchar a los miembros de la Tercera convención, y gradualmente redirigió las conversaciones sobre el liderazgo indígena de la demanda de un presidente de misión mexicano a la perspectiva de futuras estacas en México. Páez se convenció con los argumentos de Pierce. La Primera Presidencia revirtió las acciones disciplinarias emprendidas contra los líderes de la Tercera convención. El 20 de mayo de 1946, el presidente George Albert Smith llegó a la ciudad de México para visitar a los miembros y asistir a una conferencia de reunificación.
Los miembros de la Tercera convención recibieron al presidente Smith cantando el himno “Te damos, Señor, nuestras gracias”. En la conferencia, Smith habló de la necesidad de unidad y armonía. Páez también discursó, y compartió su gozo por regresar a la Iglesia y su emoción por lo que se podría lograr en el futuro. Al finalizar la conferencia, el presidente Smith invitó a los miembros a reunir a sus hijos para poder darles una bendición7.
Luego de la conferencia, Pierce llamó a miembros locales, entre ellos a líderes de la Tercera convención, a integrar un consejo de liderazgo de la misión recientemente formado. Luego de haber ganado experiencia, los líderes de la misión y los miembros encontraron un nuevo sistema para avanzar juntos.
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