“Más poder, más luz”, Santos: La historia de la Iglesia de Jesucristo en los últimos días, tomo III, Valerosa, noble e independiente, 1893–1955, 2022
Capítulo 38: “Más poder, más luz”
Capítulo 38
Más poder, más luz
Un día a mediados de 1954, Jeanne Charrier se dirigía por la carretera que conducía al pueblo de Privas, Francia, el cual yacía en la ladera de una colina. Desde su bautismo hacía tres años, Jeanne había realizado viajes frecuentes a la casa de Eugenie Vivier. Madame Vivier era una viuda cuyos hijos se habían mudado lejos hacía mucho tiempo y había estado estudiando sobre la Iglesia durante casi una década sin comprometerse al bautismo, pero a Jeanne le gustaba visitarla. El tiempo que pasaba con la viuda era más un placer que un deber.
Cuando Jeanne llegó a la casa de Madame Vivier, el rostro de la mujer se iluminó con una sonrisa de bienvenida. Hizo pasar a Jeanne y se sentó junto a una ventana abierta1.
Como de costumbre, Jeanne llegó a la casa con un mensaje preparado. Su mente erudita y su amor por las ideas la habían conducido a estudiar el Evangelio profundamente2. Unos meses antes, había escrito un artículo para la revista de la Iglesia en francés, L’Étoile sobre el lema de la AMM de ese año, Doctrina y Convenios 88:86: “Perseverad en la libertad mediante la cual se os hace libres; no os enredéis en el pecado, sino queden limpias vuestras manos hasta que el Señor venga”3.
“Al obedecer las leyes —había escrito Jeanne—, obtenemos más poder, más luz”. Citó el Nuevo Testamento y a varios pensadores antiguos y modernos para fundamentar sus palabras. “Ser libre es deshacerse del pecado, la ignorancia y el error —continuó—, y vivir en la libertad del evangelio de Jesucristo”4.
Además de servir como presidenta de la AMM en su pequeña rama en Valence, Jeanne enseñaba lecciones de la Escuela Dominical y de la Sociedad de Socorro. Asumía con seriedad sus responsabilidades como maestra. Tenía un testimonio fervoroso del Evangelio restaurado y anhelaba compartirlo5.
Desafortunadamente, muy pocos de los amigos de Jeanne y ninguno de los miembros de su familia estaban interesados en la Iglesia. Jeanne todavía vivía en casa, pero su relación con su familia se había deteriorado desde su bautismo. Sus padres rara vez le hablaban y cuando lo hacían era para expresar su desaprobación o acusarla de traicionar la herencia protestante de su familia6.
Mientras tanto, la mayoría de sus amigos y profesores de la universidad despreciaban todo lo religioso. Si intentaba hablarles de José Smith, se burlaban de la idea de que una persona cualquiera pudiera tener una visión7.
Sin embargo, Jeanne había encontrado un espíritu afín en Madame Vivier. Una de las razones por las que la anciana había postergado su bautismo por tanto tiempo era porque su familia se oponía. Pero a ella, tal como a Jeanne, le gustaba estudiar las Escrituras. Madame Vivier fue también un ejemplo de cómo una persona puede vivir una vida sencilla y feliz. No tenía muchas posesiones materiales más allá de su pequeña casa, algunos árboles frutales y unas pocas gallinas, pero cada vez que Jeanne la visitaba, Madame Vivier sacaba huevos frescos de los bolsillos de su delantal y le insistía a Jeanne para que los aceptara8.
Jeanne sabía que, al igual que Madame Vivier, ella tendría que aprender a ser feliz con una vida más solitaria. Había pocos hombres jóvenes Santos de los Últimos Días en Francia; y Jeanne había decidido que no se casaría con alguien que no fuera miembro de la Iglesia. Tampoco estaba dispuesta a casarse con un miembro de la Iglesia al que no amara o que no la amara a ella. Decidió que aunque se quedara soltera, el Evangelio restaurado valía la pena. Las verdades que estaba aprendiendo —sobre el Plan de Salvación, la restauración del sacerdocio y la realidad de un profeta viviente— llenaban su alma de gozo9.
Después de concluir su mensaje del Evangelio y recordarle a Madame Vivier que leyera el Libro de Mormón, Jeanne terminó su visita mencionando el bautismo, algo de lo que había hablado muchas veces con su amiga. Esta vez, sin embargo, Madame Vivier no se mostró reservada en cuanto al tema y accedió a ser bautizada.
Una marea de felicidad inundó el corazón de Jeanne. Después de casi diez años de estudio, esta fiel mujer estaba lista para unirse a la Iglesia10.
Poco después de recibir la asignación de ayudar a modificar la presentación de la investidura, Gordon B. Hinckley reunió a un equipo de profesionales para producir una película para los templos europeos. Pero en la primavera de 1955, todavía faltaba bastante para terminar la película; y la dedicación del Templo de Berna, Suiza, estaba a solo unos meses de ocurrir11.
Sensible a la naturaleza sagrada de la investidura, el presidente McKay autorizó a Gordon a filmar la película en el gran Salón de Asambleas del Templo de Salt Lake, el mismo lugar donde, más de sesenta años antes, Wilford Woodruff había dedicado el edificio12.
Aunque los obreros del templo normalmente realizaban la sesión de investidura vestidos con ropa blanca, Gordon recibió permiso para filmar la ceremonia con actores y vestuario. El comité colgó un enorme telón gris de fondo en el Salón de Asambleas e instalaron luces para iluminar la escenografía, donde se habían colocado rocas artificiales en medio de árboles grandes que habían sido introducidos con poleas a través de las ventanas del templo. Con el fin de ayudar a visualizar la creación del mundo, Gordon recibió permiso de la compañía Walt Disney para incluir un breve clip de la película Fantasía dentro de la producción13.
Todos los involucrados en la película del templo, desde los actores y el personal técnico hasta el editor y el propio Gordon, trabajaron en el proyecto en adición a sus trabajos regulares de tiempo completo, dedicando noches y fines de semana. A fines de mayo de 1955, Gordon y el equipo de producción habían logrado una versión inicial de la película, pero Gordon no estaba satisfecho con lo que vio. El flujo de la película parecía abrupto y entrecortado; y parte de la actuación y el vestuario necesitaban arreglos14.
Se acercó a Winnifred Bowers, la encargada de vestuario que había estado trabajando en la película, para pedirle consejos sobre cómo mejorar la producción. Ella sugirió formas de mejorar las transiciones y recomendó hacer pequeños cambios en el vestuario. Además estaba segura de que el director, Harold Hansen, podría ayudar a los actores a modificar sus actuaciones después de ver cómo lucían en la pantalla. “Con todo esto, hermano Hinckley”, señaló Winnifred, “creo que ha logrado plasmar la película mejor de lo que pensaba”15.
Gordon y su equipo trabajaron durante varias semanas más para pulir la película. El 23 de junio la presentaron a las Autoridades Generales y el presidente McKay quedó satisfecho con la labor. “Hicieron un excelente trabajo —le dijo a Gordon y su equipo—. Creo que es así como debemos proceder”16.
Pero su labor aún no había terminado. Dado que la Iglesia no tenía el equipo necesario para doblar películas en otros idiomas, Gordon y su equipo decidieron volver a filmar la película en alemán, francés, danés, holandés, noruego y sueco. Afortunadamente, las traducciones ya se habían hecho, pero realizar seis versiones más de la película llevaría meses, incluso para un director experimentado17.
Gordon no tenía mucho tiempo. El presidente McKay y todos los santos que esperaban recibir las bendiciones del templo en Suiza dependían de él. No podía descansar hasta que todas las películas se terminaran y llegaran a salvo a Europa18.
En la República Democrática Alemana, mientras tanto, Helga Meyer tocaba himnos en un pequeño órgano en su sala de estar para dar la bienvenida a familiares y amigos a la Escuela Dominical. Habían pasado nueve años desde que se había ido de Berlín para vivir con su esposo, Kurt, al pequeño pueblo de Cammin. A pesar de los desafíos de vivir en la RDA, los Meyer habían creado un hogar cómodo para sus tres pequeños hijos. Su puerta siempre estaba abierta para quien quisiera visitarlos19.
Muchos de los vecinos de Helga habían asistido con entusiasmo a las reuniones de la Escuela Dominical. Después de un himno de apertura y una oración, Kurt llevaba a los adultos a un lado para una lección mientras que Helga cantaba himnos y compartía historias bíblicas con docenas de niños entusiasmados20.
Pero estas grandes reuniones se habían reducido en número de participantes últimamente, debido a que un pastor luterano se había enterado de la Escuela Dominical de los Meyer y le prohibió a sus feligreses que asistieran. Ahora solo un puñado de Santos de los Últimos Días que vivían en Cammin y sus alrededores asistían los domingos por la mañana; una clase mucho más pequeña que la clase a la que Helga había concurrido cuando era niña en la Escuela Dominical de la Rama Tilsit. Sin embargo, Helga siempre podía contar con Elise Kuhn, una viuda de un pueblo cercano, quien recorría el largo camino hasta la casa de los Meyer, incluso bajo la lluvia o la nieve. La familia de Edith Tietz, una buena amiga de Helga que se había unido a la Iglesia unos años antes, también asistía fielmente21.
En la clase, Helga y Kurt solían enseñar directamente de las Escrituras, ya que tenían pocos materiales didácticos adicionales como referencia22. Para las partes del mundo de habla inglesa, la revista de la Iglesia para las Escuelas Dominicales, el Instructor, proporcionaba una gran cantidad de recursos para los maestros, desde artículos sobre el uso eficaz de pizarras de franela hasta mapas, gráficos e ilustraciones. Una publicación reciente incluía reproducciones a color de algunas de las pinturas más recientes de Arnold Friberg sobre el Libro de Mormón, Abinadí ante el rey Noé y Alma bautiza en las aguas de Mormón23.
Los materiales de las lecciones en alemán, por el contrario, habían escaseado después de la guerra, y la estricta censura en la RDA había hecho que fuera casi imposible adquirirlos24. Para los santos de Alemania Oriental, las Oficinas Generales de la Iglesia parecían ahora más distantes que nunca25. Helga todavía deseaba emigrar a los Estados Unidos, como lo habían hecho su tía Lusche y otros seres queridos desde el final de la guerra. Pero sabía lo peligroso que sería para toda una familia intentar salir de la RDA. Además del peligro, ella nunca se iría sin sus padres. La salud de su madre, que nunca había sido buena, había empeorado aún más después de años de esperar en vano a que Henry, el hermano de Helga, regresara de la guerra26.
En tiempos difíciles a lo largo de sus vidas, Helga y su familia habían encontrado fuerza y consuelo en la Iglesia. Después de la Escuela Dominical, ellos y un puñado de santos de Cammin tomaban el tren para asistir a la reunión sacramental con la rama de Neubrandenburg, a poco más de dieciséis kilómetros de distancia. A veces llegaban extraños a la reunión, y Helga temía que fueran espías que habían venido a escuchar sus discursos y testimonios.
Los santos de Neubrandenburg hicieron todo lo posible por ignorar tales amenazas y continuaron enseñándose unos a otros usando las Escrituras y cantando los himnos de Sion27.
A principios de septiembre de 1955, aproximadamente una semana antes de la dedicación del Templo de Berna, Suiza, Gordon B. Hinckley entregó cuidadosamente dos maletas en manos de empleados de la aerolínea en el aeropuerto de Salt Lake City. El equipaje contenía la película del templo terminada en los siete idiomas. Temía perder de vista los más de nueve mil metros de película, pero las maletas eran demasiado grandes para llevarlas en la cabina del avión donde él y su esposa, Marjorie, viajaban durante la primera etapa de su viaje a Suiza. Al menos las grabaciones de audio, guardadas por separado en dos contenedores compactos, eran lo suficientemente pequeñas como para llevarlas consigo28.
Gordon había estado ansioso por proteger el contenido sagrado de la película desde el momento en que la envió a un laboratorio en California para su procesamiento final. Le había pedido a un amigo cercano que trabajaba en Hollywood que llevara la película al laboratorio y que permaneciera allí para asegurar su privacidad mientras se procesaba. Gordon ahora necesitaba transportar la película de manera segura a través de los aeropuertos de Nueva York y Londres antes de entregarla personalmente al templo en Suiza29.
William Perschon, el nuevo presidente de la Misión Suizo-Austriaca, recibió a los Hinckley cuando bajaron del avión en Basilea. Recogieron la película y Gordon llenó un formulario de declaración de aduanas, declarando los materiales de la película entre sus posesiones. Un funcionario de aduanas miró el formulario y dijo: “No puedo dejar entrar esto. No permitimos el ingreso de películas a Suiza sin la autorización de la junta federal de cinematografía”.
—Tengo que ingresarla de alguna manera —dijo Gordon—. Permiten el ingreso de películas a Suiza, ¿verdad?
—Con la autorización adecuada, sí —respondió el funcionario. Entonces le explicó que la junta de cinematografía suiza necesitaba revisar y aprobar la película antes de devolvérsela a Gordon. Mientras tanto, el funcionario enviaría la película a la oficina de aduanas en Berna. Como era sábado, Gordon no podría buscar la película en la aduana hasta que la oficina abriera el lunes por la mañana30.
Gordon pensó en tratar de convencer al funcionario para que simplemente dejara que él mismo llevara la película a Berna, pero temía que una discusión empeorara la situación. Así que él y Marjorie se fueron con el presidente Perschon a la casa de la misión, profundamente preocupados por la seguridad de la película del templo. Al día siguiente, ayunaron y oraron para que la película no cayera en las manos equivocadas31.
El lunes temprano, Gordon y el presidente Perschon recogieron los carretes de la película en la oficina de aduanas y los llevaron directamente al consejo de cinematografía. Allí, un hombre condujo a Gordon a un salón privado. “¿Cuál es el título de esta película?”, preguntó.
“No tiene título —respondió Gordon—. Es solo música e instrucción para utilizarse en el templo aquí en Suiza”. Se ofreció a dejar que el hombre escuchara la pista de audio. Como precaución, él había colocado una grabación larga de música de órgano al comienzo de la película para evitar que cualquier persona no autorizada accediera a su contenido sagrado32.
El hombre escuchó la música por un tiempo. “Bueno —dijo finalmente—, ¿qué es esto?”.
—Es solo instrucción de la Iglesia —repitió Gordon—. Es música de iglesia, música de órgano aburrida.
De repente, el hombre dejó entrever una mirada amistosa de simpatía. “Está bien”, dijo. Sin pedir oír ni ver más nada, sacó un sello y aprobó la película33.