La caridad: amor perfecto y eterno
“A medida que pensemos y actuemos más y más como Él, los atributos del hombre natural se irán desvaneciendo y en su lugar surgirán el corazón y la mente de Cristo”.
Mis queridos hermanos y hermanas, deseo en este momento, más que cualquier otra cosa, dar testimonio, un testimonio personal, del amor que Dios tiene por mí, por ustedes y por toda la humanidad. ¿Qué hombre es competente de tal manera que pueda expresar la inmensidad de su gratitud en reconocimiento al amor de Dios? ¡Cuán bendecido he sido al estar con ustedes por tantos años y encontrar el amor puro de Cristo que de ustedes emana! Grande es mi deuda con ustedes y con Dios.
La definición de la caridad
El Señor dijo que la caridad es “el amor puro de Cristo”1, la cosa que es “de mayor gozo para el alma”2, “el más grande de todos los dones de Dios”3, “perfecto” y “eterno”4.
A pesar de ser tan difícil de describir, la caridad se reconoce con facilidad en la vida de quienes la poseen.
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Se reconoce en una abuela anciana y lisiada que se subscribe al periódico de la tarde porque sabe que su nieto repartidor de diarios lo trae todos los días a su casa, donde él se sienta junto a ella y ella le enseña a orar.
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Se reconoce en una madre que durante una época de dificultades económicas deja los mejores alimentos a su familia y, para sorpresa de todos, disfruta de lo que queda.
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Se reconoce en un hombre que recibe una reprimenda pública sin merecerla, pero con humildad la recibe de todos modos.
¿No es acaso caridad lo que tienen en común todos estos ejemplos, ese desinterés, el no procurar recibir algo a cambio? Todos nuestros atributos divinos parecen surgir y ser parte de éste5. Todos los hombres pueden tener el don del amor, pero la caridad se otorga sólo a los que son discípulos verdaderos de Cristo6.
El poder mismo de Dios se encuentra en Sus atributos divinos7. El poder del sacerdocio se mantiene mediante dichos atributos8. Procuramos desarrollar esos atributos, en particular la caridad, el amor puro de Cristo9.
Destructores del amor y de la paz
No obstante, el diablo, el destructor de este amor, intenta substituirlo con ira y hostilidad10. Mi amigo William se sentía de esa manera: hostil. A su modo de ver, sin importar lo que ocurriese —una enfermedad, una muerte, un hijo rebelde, una debilidad personal, una oración “sin contestar”— la culpa era del Señor, lo que le endureció el corazón. Su ira interior, que por la más mínima razón salía a la superficie, estaba dirigida a Dios, al prójimo y a sí mismo. De su corazón emanaban la falta de fe, la obstinación, el orgullo, la contención, la pérdida de esperanza, de amor y de dirección. ¡Se sentía abatido!
Esos destructores de la paz11 no le permitieron sentir a William los sentimientos que Dios tiene por él; no podía ni descubrir ni sentir el amor de Dios. No se dio cuenta, especialmente en esos momentos difíciles, que Dios lo bendecía y que aún lo bendice abundantemente. Por el contrario, correspondió al amor con ira. ¿No nos hemos sentido todos así a veces? Aun cuando no nos merecimos amor, Él nos amó más que nadie. Ciertamente, Él nos ama primero12.
Sufrir con un propósito: la caridad da poder
Ahora bien, mi amiga cristiana Betty era todo lo contrario. Ella enfrentó muchas de las mismas dificultades que enfrentó William, pero debido a que ella sintió el amor de Dios, padeció las tribulaciones en el nombre del Salvador13, participó de Su naturaleza divina14, y así obtuvo una mayor fe en Dios y un amor mayor por Él, así como la fortaleza para lidiar con lo que tuviera que afrontar.
Su amor por los demás aumentó; parecía incluso perdonar a las personas de antemano. Aprendió a hacer que sintieran su amor; aprendió que el amor que se comparte, se multiplica.
Finalmente, aprendió a amarse más a sí misma, mostrando más amabilidad, dulzura y longanimidad. Dejó de tener poca autoestima y comenzó a amarse a sí misma de la manera en que Dios la ama. La imagen que ella tenía de sí misma se convirtió en la imagen que Él tenía de ella.
Reconocer, recibir y comunicar el amor de dios
Entonces, ¿cómo podemos vestirnos más plenamente “con el vínculo de la caridad… de la perfección y de la paz”?15. Permítanme darles tres sugerencias:
1. Reconocer Su amor. Pidan, “con toda la energía de [sus] corazones”16, recibir este don. Háganlo con mansedumbre, con un corazón quebrantado, y serán llenos de la esperanza y del amor del Espíritu Santo mismo. Él les revelará a Cristo17.
Parte del don de la caridad es poder reconocer la mano del Señor y sentir Su amor en todo lo que nos rodea. En ocasiones, no nos resultará fácil descubrir en todo lo que experimentemos el amor del Señor por nosotros, porque Él es un dador perfecto y anónimo. Durante toda la vida procurarán descubrir Su mano y los dones que ha conferido sobre ustedes debido a la forma íntima, modesta y humilde que tiene de otorgar esos maravillosos dones.
Por un momento, reflexionen conmigo en cuanto a los siguientes dones majestuosos: la gloria de toda la creación18, la tierra, los cielos; los sentimientos de amor y gozo que experimentan; Sus respuestas de misericordia y perdón, y las innumerables contestaciones a las oraciones; el don de los seres queridos; y, finalmente, el don más grande de todos: el don que el Padre nos dio en Su Hijo Expiador, el Perfecto en caridad, sí, el Dios de amor.19
2. Recibir Su amor con humildad. Sean agradecidos por el don y, en especial, por el Dador del don20. La gratitud verdadera es la capacidad de ver, sentir e incluso recibir el amor con humildad21. La gratitud es una manera de devolver amor a Dios. Reconozcan Su mano, díganselo, exprésenle el amor que le tienen22. A medida que realmente lleguen a conocer al Señor, desarrollarán una relación íntima y sagrada que se basa en la confianza. Llegarán a saber que Él entiende sus aflicciones23 y que siempre les responderá, mediante la compasión, con amor.
Recíbanlo. Siéntanlo. No basta con simplemente saber que Dios los ama. El don se debe sentir de forma continua cada día24. Entonces, les servirá de motivación divina a lo largo de su vida. Arrepiéntanse. Aparten de su vida las cosas del mundo25, entre ellas el enojo. Reciban la continua remisión de sus pecados26 y refrenarán todas sus pasiones y estarán llenos de amor27.
3. Comunicar Su amor. La respuesta que el Señor nos da siempre está llena de amor. ¿No debemos, acaso, responder al Señor del mismo modo, con sentimientos reales de amor? Él otorga gracia (o bondad) sobre gracia, atributo sobre atributo. A medida que nuestra obediencia aumenta, recibimos más gracia (o bondad) por la gracia que le devolvemos a Él28. Ofrézcanle el refinamiento de sus atributos, para que cuando él se manifieste, sean semejantes a Él29.
Cuando la persona sumerge en amor sus pensamientos por primera vez y comunica esos sentimientos a Dios, al hombre o a sí mismo, el Espíritu ciertamente otorgará una porción magnificada de ese atributo. Eso es verdad con respecto a todos los atributos divinos. Los sentimientos rectos que una persona genera parecen preceder a un incremento de esos sentimientos por el Espíritu. A menos que se sienta amor, no se puede comunicar amor verdadero a los demás. El Señor nos ha dicho que debemos amarnos unos a otros como Él nos ha amado30, por lo que recuerden: para ser amado, hay que amar realmente31.
Los frutos del don de la caridad
Hermanos y hermanas, como testigo especial de Cristo, una vez más les doy testimonio del amor asombroso que Dios tiene por cada uno en forma individual. El magnificar ese don de Dios resultará en un corazón nuevo, un corazón puro, y un amor y una paz que siempre estarán en aumento. A medida que pensemos y actuemos más y más como Él, los atributos del hombre natural se irán desvaneciendo y, en su lugar, surgirán el corazón y la mente de Cristo32. Nos volveremos semejantes a Él y, entonces, verdaderamente le recibiremos33.
El profeta del Señor los ama, al igual que todas las Autoridades Generales aquí presentes. Que el Señor nos bendiga para que en todo momento “los afectos de [nuestros corazones] se funden en [Él] para siempre”34. “Que sean ligeras [nuestras] cargas mediante el gozo de su Hijo”35, es mi ruego en el nombre de Jesucristo. Amén.