A donde me mandes iré
“Amo [al Señor]. Deseo hacer todo lo que esté a mi alcance para servirle como Él desea que le sirva”.
Mis amados hermanos y hermanas, con gran humildad y agradecimiento vengo ante ustedes en este lugar santo. De niño me crié en Raymond, Alberta, Canadá, y me gustaba cantar “A donde me mandes iré, Señor” (véase Himnos, No. 175). Cada vez que cantábamos esas palabras en la reunión sacramental o en la Escuela Dominical, ellas infundían en mi corazón y en mi alma un cometido, de modo tal que siempre deseaba ir a donde el Señor me mandase ir, decir lo que Él me mandase decir y ser “lo que Tú quieras” que sea, Señor. Hoy, me parece adecuado reafirmar una vez más ese cometido.
Estoy agradecido por el voto de sostenimiento recibido ayer y, junto con ustedes, sostengo al presidente Gordon B. Hinckley y a sus consejeros, el presidente Monson y el presidente Faust, y al presidente Packer y a los Doce como profetas, videntes y reveladores. Doy testimonio de que ciertamente son profetas, videntes y reveladores.
Amo al Señor. Amo a esta Iglesia. Amo a los santos fieles y maravillosos de todo el mundo que hacen todo lo que les es posible por cumplir sus responsabilidades y vivir de acuerdo con su religión. Doy testimonio de que Dios vive y de que Jesucristo, Su Hijo, es nuestro Salvador y Redentor. Lo amo. Deseo hacer todo lo que esté a mi alcance para servirle como Él desea que le sirva, y digo estas palabras, dejándoles mi testimonio de la veracidad de estas cosas, en el nombre de Jesucristo. Amén.