Amigos verdaderos
“Todos seremos probados. Todos necesitamos amigos verdaderos que nos amen, nos escuchen, nos muestren el camino y nos testifiquen de la verdad”.
Cientos de miles de hijos de nuestro Padre Celestial se unen cada año a La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. Para la mayoría de ellos, esto requiere que se efectúe un gran cambio en su vida. Todos han hecho un convenio sagrado con grandes promesas y con el compromiso solemne de perseverar. Dicho convenio es tan importante que nuestro Padre Celestial describió al profeta Nefi la bendición y el reto que esto supone:
“Y oí la voz del Padre que decía: Sí, las palabras de mi Amado son verdaderas y fieles. Aquel que persevere hasta el fin, éste será salvo.
“Y ahora bien, amados hermanos míos, por esto sé que a menos que el hombre persevere hasta el fin, siguiendo el ejemplo del Hijo del Dios viviente, no puede ser salvo”1.
El Salvador nos advierte que si entramos en la senda y avanzamos lo suficiente y después fracasamos y lo negamos, hubiera sido mejor que nunca hubiésemos entrado2.
Pienso en ello cada vez que hablo con miembros nuevos de la Iglesia, oportunidad que tengo a menudo por todo el mundo. Veo que en sus rostros reflejan confianza, y a menudo me cuentan de alguna prueba de su fe y luego, con apremio en la voz, me susurran: “Por favor, ore por mí”. En esos momentos, siento nuevamente el peso de la responsabilidad que nos ha encargado el profeta viviente del Señor: guardar la promesa que hicimos en las aguas del bautismo de “llevar las cargas los unos de los otros”3; la responsabilidad de ser un amigo.
Las siguientes palabras del presidente Hinckley me vigorizan:
“Espero, oro, les ruego a cada uno de ustedes que acepten plenamente a cada miembro nuevo de la Iglesia. Hagan de él o ella un amigo. Aférrense a ellos”4.
El presidente Hinckley no puede estar junto a cada miembro nuevo como amigo, pero ustedes pueden estar por lo menos junto a uno. Todo lo que se requiere es sentir un poco de lo que ellos sienten y un poco de lo que el Salvador siente por ellos. Traten de sentir lo que siente el corazón de un joven en África, Nkosiyabo Eddie Lupahla, que escribe sobre su amigo.
“Hace dos años y medio, antes de que me uniera a la Iglesia en 1999, mi buen amigo Mbuti Yona me buscó. Fuimos amigos del quinto al duodécimo año escolar, y después [nos separamos] cuando asistimos a distintas instituciones [académicas].
“Mbuti se bautizó en abril de 1999, y cuatro semanas más tarde me fue a visitar a mi casa y me habló del Evangelio. A pesar de los rumores sobre la Iglesia, quedé impresionado por los ‘conciudadanos de los santos’ que me dieron una afectuosa bienvenida la primera vez que los visité. Ese mismo domingo, mi amigo me presentó a los misioneros; se hicieron planes para que se me enseñara. Mi amigo estuvo presente en cada charla y me continuaba invitando a las actividades. Realmente disfruté estar rodeado de personas que tenían los mismos valores, intereses, normas y metas. Fue en esa época que comencé a asistir a Instituto [de Religión]. Todo parecía tener perfecta naturalidad: los jueves [a las cinco y media de la tarde] recibía las charlas, seguidas por instituto.
“Aprendí mucho en instituto, y en especial disfruté la clase sobre cómo lograr un matrimonio celestial. El primer semestre terminó en mayo, poco después de que comencé a asistir a clases, por lo que sentí como que no había recibido lo suficiente. Pero tuve la fortuna de asistir a la clase del segundo semestre: Enseñanzas de los profetas vivientes. Mientras asistía a Instituto, compré los cuatro libros canónicos y seguí aprendiendo y creciendo en la Iglesia línea por línea, precepto por precepto, un poco aquí y un poco allí. El 17 de septiembre de 1999 me bautizó otro amigo que conocí al asistir a instituto.
“Me siento agradecido por el programa de instituto. No sólo me ha dado forma, sino que también me ha ayudado a capacitarme para ser misionero, para lo cual me empecé a preparar cinco meses después de mi bautismo. He sido bendecido con muchas oportunidades de servir y enseñar, aun antes de salir a la misión.
“Me siento agradecido por mi amigo. Espero que se dé cuenta de lo que ha hecho por mí. Los dos hemos servido en misiones: yo en la misión Sudáfrica Durban; él en la misión Sudáfrica Ciudad de El Cabo. Todo lo que se requiere es tener un amigo para que se efectúe tan potente cambio en la vida de uno”5.
Ahora bien, no parece haber nada milagroso en ese relato, sin embargo hay un milagro de sabiduría que va más allá de la capacidad humana.
Tal vez porque Mbuti mismo había viajado por ese sendero o quizá por revelación, él supo lo que su amigo debía hacer para perseverar. Y de ese modo supo edificar y ayudar.
Le presentó los misioneros a su amigo; se aseguró de que su amigo se bautizara y recibiera el don del Espíritu Santo. Aun antes del bautismo, llevó a su amigo a un lugar donde pudiera estudiar las Escrituras y así ser nutrido por la buena palabra de Dios. Aun antes del bautismo ayudó a su amigo a descubrir esta promesa: “Por tanto, os dije: Deleitaos en las palabras de Cristo; porque he aquí, las palabras de Cristo os dirán todas las cosas que debéis hacer”6. Las palabras le deben haber dicho que comprara ejemplares de la Escrituras, lo cual hizo.
Al bautizarse, el hermano Lupahla recibió el don del Espíritu Santo para que le sirviera como compañero constante siempre y cuando lo invitara y viviera una vida digna de Él. Eso le aseguró otra promesa: “Porque he aquí, os digo otra vez, que si entráis por la senda y recibís el Espíritu Santo, él os mostrará todas las cosas que debéis hacer”7. El Espíritu Santo le debe haber dicho que empezara a prepararse para la misión, lo cual hizo.
No sabemos qué amigos le acompañaron a las reuniones sacramentales, tanto antes como después de su bautismo, pero algunos deben haberle dado un saludo afectuoso, tal como lo hicieron la primera vez que los visitó. Allí renovaba el convenio de siempre recordar al Salvador, de guardar Sus mandamientos y de nuevamente recibir la promesa de la compañía del Espíritu Santo. No sabemos qué papel jugaron sus amigos en sus llamamientos a servir y discursar, pero podemos estar seguros de que le dieron las gracias y le dijeron cuándo sintieron el Espíritu mientras prestaba servicio y enseñaba.
Hay ciertas cosas que podemos saber respecto a su vida privada. Recordemos que escribió que siguió aprendiendo. Escribió que creció “en la Iglesia, línea por línea, precepto por precepto, un poco aquí y un poco allí”. Dijo que sus experiencias en el programa de instituto del Sistema Educativo de la Iglesia le dieron forma. Gracias a las Escrituras, sabemos qué fue lo que dio origen a los cambios que en él se efectuaron. Tuvo que haber estado orando con fe en el Salvador. Mediante el Espíritu estuvo recibiendo testimonio y dirección. Y entonces no sólo estaba haciendo lo que se le inspiró a hacer, sino que le estaba pidiendo a Dios que permitiera que la Expiación obrara en su vida.
Nefi, al describir ese milagroso cambio y lo que lo ocasiona, dijo lo siguiente:
“Y ahora bien, amados hermanos míos, percibo que aún estáis meditando en vuestros corazones; y me duele tener que hablaros concerniente a esto. Porque si escuchaseis al Espíritu que enseña al hombre a orar, sabríais que os es menester orar; porque el espíritu malo no enseña al hombre a orar, sino le enseña que no debe orar.
“Mas he aquí, os digo que debéis orar siempre, y no desmayar; que nada debéis hacer ante el Señor, sin que primero oréis al Padre en el nombre de Cristo, para que él os consagre vuestra acción, a fin de que vuestra obra sea para el beneficio de vuestras almas”8.
El Espíritu Santo es un consolador y un guía, pero también es un agente purificador. Por eso es que el prestar servicio en el reino es tan crucial para poder perseverar. Cuando se nos llama a servir, podemos orar y pedir que el Espíritu Santo sea nuestro compañero, teniendo la certeza de que así será. Cuando pedimos con fe, un cambio puede ocurrir en nuestra naturaleza, tanto para beneficio de nuestras almas como para fortalecernos contra las pruebas que todos debemos enfrentar.
Lo que los amigos pueden hacer para ayudar a quienes deben perseverar tiene limitaciones. Es el miembro nuevo el que debe orar. Es el miembro nuevo el que debe confiar en la fortaleza que recibirá como respuesta a su oración. Debe escoger por sí mismo, con fe, recibir el bautismo, depositando su confianza en el amigo perfecto, el Salvador. Teniendo fe en Él, debe escoger arrepentirse, ser humilde y contrito.
Debe escoger recibir el don del Espíritu Santo. Las palabras que se pronuncian al confirmar a alguien como miembro de la Iglesia son una invitación: “Recibe el Espíritu Santo”. Y esa elección no se debe hacer sólo una vez, sino cada día, cada hora, cada minuto. Incluso cuando el Espíritu Santo viene e indica lo que se debe hacer, el hacerlo o no representa una elección. Incluso cuando leen de forma regular, hay que elegir asistir al festín y “deleita[rse] en las palabras de Cristo”. Y ni siquiera el festín es nutritivo a menos que se elija hacer lo que las palabras de Cristo dicen. Al practicar lo suficiente la fe y la obediencia, el Espíritu Santo se torna en un compañero constante, nuestra naturaleza cambia y la perseverancia se vuelve cierta.
El miembro debe tomar las decisiones, pero el amigo verdadero es esencial. Hay maneras importantes en las que podemos llevar las cargas de los miembros nuevos para que les sean soportables. Podemos amar, escuchar, demostrar y testificar.
Primero, debemos amarlos. Es lo que el Salvador hace. Lo podemos hacer junto a Él y por Él. Él nos indicó el camino durante Su ministerio terrenal. Enseñó mediante el precepto y el ejemplo que debemos amar a Sus discípulos.
“Este es mi mandamiento: Que os améis unos a otros, como yo os he amado.
“Nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos.
“Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando.
“Ya no os llamaré siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor; pero os he llamado amigos, porque todas las cosas que oí de mi Padre, os las he dado a conocer”9.
El Salvador cuida como a un amigo al miembro que trata de esforzarse. Dio Su vida por todos nosotros. Él nos ama y nos otorgará, si somos fieles, el don de sentir parte de Su amor por él. En ocasiones he recibido la bendición de sentir, por medio del Espíritu Santo, el amor que el Señor le tiene al miembro nuevo que se esmera. Sé por mí mismo que esto es posible.
Segundo, debemos escuchar al nuevo miembro con comprensión y empatía, lo que también requerirá dones espirituales ya que nuestras propias experiencias rara vez serán iguales a las de ellos. El decir: “Entiendo, entiendo lo que sientes” no bastará, a menos que sí entendamos. Pero el Señor entiende. Si piden con fe, el Señor está dispuesto a hacer de ustedes amigos comprensivos, incluso cuando recién conocen a la persona. Antes de que Él naciera, los profetas sabían lo que haría para ayudarles a ustedes a ser amigos por Él:
“Y él saldrá, sufriendo dolores, aflicciones y tentaciones de todas clases; y esto para que se cumpla la palabra que dice: Tomará sobre sí los dolores y las enfermedades de su pueblo.
“Y tomará sobre sí la muerte, para soltar las ligaduras de la muerte que sujetan a su pueblo; y sus enfermedades tomará él sobre sí, para que sus entrañas sean llenas de misericordia, según la carne, a fin de que según la carne sepa cómo socorrer a los de su pueblo, de acuerdo con las enfermedades de ellos”10.
Tercero, debemos ser un ejemplo para el miembro nuevo. Podemos deleitarnos en la palabra de Dios. Podemos pedir la compañía del Espíritu Santo y vivir para recibirla. Podemos ser obedientes por la fe que tenemos en Jesucristo. Y con el tiempo podemos llegar a ser un ejemplo de un discípulo que nace de nuevo mediante la Expiación. El proceso puede ser gradual. Puede ser difícil para nosotros discernir el cambio en nosotros mismos, pero será real y le dará esperanza al miembro nuevo y a todos aquellos a quienes extendamos amistad en el sendero a la vida eterna.
Cuarto, debemos testificar de la verdad al miembro nuevo. Tal testimonio debe ser sincero, y es mejor cuando es sencillo. Es más útil cuando es en cuanto a la realidad y la misión del Salvador, el amor de nuestro Padre Celestial y los dones y el compañerismo del Espíritu Santo. Y es siempre esencial testificar que el Padre y el Hijo aparecieron al joven José Smith y que el Evangelio en su plenitud al igual que la Iglesia verdadera han sido restaurados por mensajeros celestiales. El Espíritu Santo confirmará que esas sencillas declaraciones son verdaderas.
El miembro nuevo necesitará dicha confirmación una y otra vez, aun cuando no estemos presentes para testificar. Si él o ella opta por rechazar la compañía del Espíritu Santo, no ha de perseverar. Pero esto se aplica a todos nosotros, sin importar dónde estemos y cuán fieles hayamos sido. Todos seremos probados. Todos necesitamos amigos verdaderos que nos amen, nos escuchen, nos muestren el camino y nos testifiquen de la verdad para que no perdamos el compañerismo del Espíritu Santo. Ustedes deben ser ese tipo de amigos.
Todavía puedo recordar, como si fuera hoy, a los amigos que hace tanto tiempo impactaron mi vida para bien. Ya no están aquí, pero todavía me edifica el recuerdo de su amor, ejemplo, fe y testimonio. Y la amistad que ustedes le extiendan, aunque sea a un solo miembro nuevo, puede hacer que, tanto en esta vida como en la venidera, cientos o tal vez miles de sus antepasados y descendientes les llamen a ustedes bienaventurados.
Ésta es la verdadera Iglesia de Jesucristo. Él vive. Él los ama a ustedes y ama a quienes ustedes deben servir y que se convertirán en sus amigos verdaderos por siempre.
En el sagrado nombre de Jesucristo. Amén.