De la oscuridad a Su luz maravillosa
“Los emblemas de la expiación del Salvador nos recuerdan que no tenemos que tropezar en la oscuridad; podemos tener la compañía constante de Su luz”.
Isaías, un gran profeta del Antiguo Testamento, profetizó: “Acontecerá en lo postrero de los tiempos, que será confirmado el monte de la casa de Jehová como cabeza de los montes,… y correrán a él todas las naciones”1. En referencia a los ciudadanos de todas esas naciones, el presidente John Taylor dijo: “Vendrán diciendo: No sabemos nada de los principios de su religión, pero nos damos cuenta de que son una comunidad honrada; administran la justicia y la rectitud”2.
Hacerla salir “de la oscuridad”
Al ser Salt Lake City la sede de las Olimpiadas de Invierno y de los Juegos Paralímpicos de 2002, hemos visto el cumplimiento de muchas profecías. Han venido las naciones de la tierra y muchos de sus líderes. Nos han visto servir al lado de nuestros amigos y vecinos de otras religiones. Han visto la luz en nuestros ojos y han sentido el apretón de nuestras manos. Tres mil quinientos millones de personas alrededor del mundo han visto “El monte de la casa de Jehová”3, con sus resplandecientes agujas de luces. Las naciones han escuchado el glorioso canto del Coro del Tabernáculo. Cientos de miles han asistido a la producción en vivo en este auditorio titulada La Luz del Mundo: Una celebración de la vida—El espíritu del hombre, la gloria de Dios, que incluía una declaración de nuestra creencia en Jesucristo. Expreso humildemente mi agradecimiento a esos y a muchos otros medios por los cuales La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días continúa “saliendo de la oscuridad y de las tinieblas”4.
Durante todas las Olimpiadas, ha habido muchas expresiones de luz, como la llama olímpica; el niño de luz; y el tema, “Enciende la Luz Interior”5. Quizás la luz más memorable fue la que se encontró en los ojos de los propios competidores. Pero lo que nos conmovió más, no fue la competencia ni el espectáculo, sino la profunda verdad que esas cosas simbolizan, la fuente de la luz que hay dentro de cada uno de nosotros.
Esta mañana les hablo a aquellos que preguntaron “¿Qué fue esa luz que vi y sentí? ¿De dónde vino? ¿Y cómo puedo tenerla siempre para mí y para mis seres queridos?”
La Luz de Cristo y el don del Espíritu Santo
Cada uno de nosotros trae una luz al mundo, la Luz de Cristo. “Yo soy la luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene al mundo”6, dijo el Salvador.
“La luz que existe en todas las cosas, que da vida a todas las cosas”7.
Esa luz que “invita e induce a hacer lo bueno continuamente”8, a “todo hombre se da… para que sepa discernir el bien del mal”9.
Al usar la Luz de Cristo para discernir y elegir lo que es correcto, podemos ser guiados a una luz aún más brillante: el don del Espíritu Santo. Testifico que por medio de la restauración del Evangelio y del sagrado sacerdocio de Dios, los discípulos de Jesucristo en estos últimos días tienen el poder de conferir el don del Espíritu Santo. Se otorga por la imposición de manos por aquellos que tienen la autoridad del sacerdocio y lo reciben aquellos que han seguido los principios de fe y arrepentimiento, y que han recibido la ordenanza del bautismo por inmersión para la remisión de los pecados.
El Espíritu Santo es el tercer miembro de la Trinidad, un personaje de espíritu10. Es el Consolador, el Espíritu de Dios, el Santo Espíritu de la Promesa. Testifica de Jesucristo, de Su obra y de la obra de Sus siervos sobre la tierra. Actúa como un agente limpiador para purificarnos y santificarnos del pecado11. Él consuela y da paz a nuestra alma. El derecho a tener Su compañía constante es uno de los dones más grandes que podemos recibir en la vida mortal, porque por medio de la luz de Sus susurros y de Su poder purificador, podemos ser guiados de regreso a la presencia de Dios12.
Oscuridad y luz
De niños aprendimos cómo alejar la oscuridad al encender la luz. A veces, cuando oscurecía y nuestros padres habían salido, ¡encendíamos todas las luces de la casa! Entendíamos la ley física que también es espiritual: La luz y la oscuridad no pueden ocupar el mismo espacio al mismo tiempo.
La luz hace desvanecer la oscuridad. Cuando está presente, la oscuridad es derrotada y debe retirarse. Y lo que es más, la oscuridad no puede conquistar la luz a menos que ésta disminuya o desaparezca. Cuando está presente la luz del Espíritu Santo, la oscuridad de Satanás se aleja.
Amados jóvenes y jovencitas de la Iglesia, estamos embarcados en una batalla entre las fuerzas de la luz y de las tinieblas. Si no fuera por la Luz de Jesucristo y de Su Evangelio, estaríamos destinados a la destrucción. Pero el Señor dijo: “Yo, la luz, he venido al mundo”13. “El que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida”14.
El Señor es nuestra luz, y es literalmente nuestra salvación15. Al igual que el fuego sagrado que rodeó a los niños en 3 Nefi16, Su luz forma un escudo protector entre ustedes y la oscuridad del adversario a medida que vivan dignos de ella. Ustedes necesitan esa luz; nosotros necesitamos esa luz. Estudien cuidadosamente las Escrituras y Para la fortaleza de la juventud y presten atención a las enseñanzas de sus padres y líderes. Luego, al ser obedientes a los consejos prudentes, aprendan a tener el derecho a la luz protectora del Evangelio en sus propias vidas.
Quizás se pregunten: “¿Cómo puedo hacerlo?” Hay solamente una manera: deben aprender a generar esa luz, cada día, al creer en Jesucristo y seguir Sus mandamientos.
El generar la luz
Este invierno pasado tuve la oportunidad de aprender más acerca de mis pulmones. Pude saber a ciencia cierta que no podemos almacenar oxígeno. No importa con cuánto ahínco lo intentemos, no podemos guardar el aire que necesitamos para respirar. Momento a momento, aliento tras aliento, se nos da y se nos renueva la vida. Igual sucede con la luz espiritual; se debe renovar en nosotros en forma regular. Debemos generarla día tras día, pensamiento tras pensamiento y con actos rectos a diario si vamos a mantener alejada la oscuridad del adversario.
Cuando yo era un muchacho, acostumbraba regresar a casa de noche en bicicleta, después de mi entrenamiento de básquetbol. Conectaba un pequeño dinamo en forma de pera al neumático de la bicicleta y mientras pedaleaba, y la rueda daba vueltas, hacía funcionar el rotor que producía electricidad que encendía una simple y bienvenida luz. Era un mecanismo simple pero eficaz, ¡pero yo tenía que pedalear para que funcionara! Rápidamente aprendí que si dejaba de pedalear mi bicicleta, la luz se apagaba. También aprendí que cuando estaba “anhelosamente consagrado”17 a pedalear, la luz se ponía más brillante y la oscuridad enfrente de mí desparecía.
El generar luz espiritual es el resultado de pedalear espiritualmente a diario. Es el resultado de orar, de estudiar las Escrituras, de ayunar y servir, de vivir el Evangelio y de obedecer los mandamientos. “El que guarda sus mandamientos recibe verdad y luz”18, dijo el Señor, “y el que recibe luz y persevera en Dios, recibe más luz, y esa luz se hace más y más resplandeciente hasta el día perfecto”19. Mis hermanos y hermanas, ese día perfecto será cuando estemos en la presencia de Dios el Padre y de Jesucristo.
A veces la gente se pregunta: “¿Por qué tengo que ir a la reunión sacramental?” o, “¿Por qué tengo que vivir la Palabra de Sabiduría y pagar diezmos?” “¿Por qué no puedo tener un pie en Babilonia?” Permítanme decirles por qué. ¡Porque para pedalear espiritualmente se requieren ambos pies! A menos que ustedes estén anhelosamente consagrados a vivir el Evangelio —vivirlo con todo “vuestro corazón, alma, mente y fuerza”20— no pueden generar la luz espiritual suficiente para hacer retroceder la oscuridad.
Y en este mundo, la oscuridad nunca está lejos; de hecho, siempre está a la vuelta de la esquina, a la espera de una oportunidad para entrar. “Si no hicieres bien” dijo el Señor, “el pecado está a la puerta”21.
Es tan predecible como cualquier ley física: Si dejamos parpadear o disminuir la luz del Espíritu, al dejar de cumplir los mandamientos o al no participar de la Santa Cena, orar y estudiar las Escrituras, la oscuridad del adversario entrará con toda seguridad. “Y aquel inicuo viene y despoja a los hijos de los hombres de la luz y la verdad, por medio de la desobediencia”22.
Leemos en las Escrituras que algunas personas “van a tientas, como en tinieblas y sin luz” y “[yerran] como borrachos”23. Andando a tropezones, podemos llegar a acostumbrarnos a la penumbra de nuestro entorno y olvidar cuán glorioso es caminar en la luz.
El camino a la luz
Hay una forma de salir de los “vapores de tinieblas”24 hacia el sendero que lleva a la felicidad en esta vida y a la vida eterna en el mundo venidero. El Señor le dijo a Isaías: “Guiaré a los ciegos por camino que no sabían, les haré andar por sendas que no habían conocido; delante de ellos cambiaré las tinieblas en luz”25.
El profeta Nefi indicó el sendero: “Por tanto, amados hermanos míos, sé que si seguís al Hijo con íntegro propósito de corazón, sin acción hipócrita y sin engaño ante Dios, sino con verdadera intención, arrepintiéndoos de vuestros pecados, testificando al Padre que estáis dispuestos a tomar sobre vosotros el nombre de Cristo por medio del bautismo… he aquí, entonces recibiréis el Espíritu Santo; sí, entonces viene el bautismo de fuego y del Espíritu Santo”26.
El convenio que hacemos en el bautismo y que renovamos al participar de la Santa Cena —tomar sobre nosotros el nombre de Cristo, recordarle siempre y guardar Sus mandamientos— trae consigo la promesa de que siempre tendremos Su espíritu con nosotros27. Los emblemas de la expiación del Salvador nos recuerdan que no tenemos que tropezar en la oscuridad; podemos tener la compañía constante de Su luz.
“Así alumbre vuestra luz”
Yo crecí en Long Island, Nueva York, donde entendí cuán vital es la luz para aquellos que viajan mar abierto en la oscuridad. ¡Cuán peligroso es un faro que falla! ¡Cuán devastador es un faro cuya luz no funciona!
Nosotros que tenemos el don del Espíritu Santo debemos ser fieles a Sus susurros para que seamos una luz a los demás.
“Así alumbre vuestra luz delante de los hombres”, dijo el Señor, “para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos”28.
Nunca sabemos quiénes puedan estar dependiendo de nosotros, y, como dijo el Salvador, no sabemos “si tal vez vuelvan, y se arrepientan, y vengan a mí con íntegro propósito de corazón, y yo los sane; y vosotros seréis el medio de traerles la salvación”29.
Testigo especial de su luz
Ahora bien, hermanos y hermanas, en éste, el último gran conflicto entre la luz y la oscuridad, estoy agradecido por la oportunidad de sufrir “penalidades como… [discípulo] de Jesucristo”30. Con Pablo, declaro: “La noche está avanzada y se acerca el día. Desechemos, pues, las obras de las tinieblas, y vistámonos las armas de la luz”31.
Doy mi testimonio especial de que Jesucristo “es la luz y la vida del mundo; sí, una luz que es infinita, que nunca se puede extinguir”32.
Él es la Luz de Belén, nacido de María, Su madre mortal, y de Su Padre, el Dios Todopoderoso.
Él es la Luz que Juan el Bautista bautizó y a quien el Espíritu Santo se manifestó en el Espíritu como una paloma que descendía.
Él es la Luz en quien Su Padre tenía complacencia.
Él es la Luz a la cabeza de la antigua Iglesia, organizada con Doce Apóstoles, profetas y setentas.
Él es la Luz de la Expiación, que se cumplió en el Jardín de Getsemaní y del Gólgota, y que tomó sobre Sí los pecados del mundo para que todo el género humano pudiera obtener la salvación eterna.
Él es la Luz del sepulcro vacío, el Señor resucitado con un cuerpo glorificado de carne y huesos, que rompió las ataduras de la muerte y logró una victoria eterna sobre el sepulcro.
Él es la Luz que ascendió al cielo ante la vista de Sus discípulos, con la promesa de que de igual manera regresaría.
Él es la Luz que se apareció con Su Padre y que, por medio del profeta José Smith, restauró la misma Iglesia que había establecido durante Su ministerio en la tierra.
Él es la Luz que guía y dirige esta Iglesia hoy día por medio de la revelación a un profeta, a sus consejeros y a los Doce Apóstoles.
Él es mi Luz, mi Redentor, mi Salvador, y el de ustedes.
Sé que Dios vive. Sé que nos ha llamado “de las tinieblas a su luz admirable”33. Ruego que la luz de Su Evangelio restaurado continúe esparciéndose por todo el mundo para que todos tengan la oportunidad de escuchar y elegir, y para que Su Iglesia “salga del desierto de las tinieblas, y resplandezca hermosa como la luna, esclarecida como el sol”, para que Su “gloria llene la tierra”34.
En el nombre de Jesucristo. Amén.