“¿Por qué eres tan diferente?”
Me convertí al Evangelio siendo muy joven. En mi juventud tuve diferentes llamamientos en la Iglesia y me resulta imposible describir el gozo que recibí de ellos; pero una de las experiencias más destacables que tuve siendo joven ocurrió la semana anterior a mi misión.
Envié los papeles del llamamiento misional en enero de 1976, y luego de un breve periodo —que a mí me pareció muy largo— recibí la carta en la que se me llamaba a servir en la Misión México Monterrey.
Dado que mi presidente de estaca estaba a punto de ser relevado, él me apartó una semana antes de tener que partir para la misión. Me advirtió sobre cómo debía vivir una vez que fuese apartada, aunque acordamos que yo seguiría con mi empleo durante una semana más, tal y como tenía planeado. Deseaba seguir trabajando lo máximo posible para tener más dinero para la misión y para ayudar a mi familia. Al salir de la casa del presidente de estaca la tarde del domingo que fui apartada, sentí una agradable calidez por todo mi cuerpo.
A la mañana siguiente me levanté para ir a trabajar como de costumbre. Al entrar en el edificio de oficinas donde trabajaba, saludé al operario del ascensor y le dije a qué piso quería ir; sin embargo, él no me respondió sino que se me quedó mirando. También entraron los dueños de la empresa y todos nos saludamos. Una vez cerradas las puertas del ascensor, me percaté de que también los dueños me miraban. Me preguntaron qué me había pasado y yo les dije que nada.
Al entrar en el departamento en el que trabajaba, mis compañeros dejaron de hablar y me miraron, y yo seguía sin saber por qué.
Ese mismo día, mis jefes me llamaron a su despacho y me pidieron que recomendara a alguien responsable para ocupar mi puesto, y luego me preguntaron por qué parecía tan diferente. Les hablé sobre mi religión y la misión, después de lo cual me felicitaron y se negaron a aceptar mi dimisión. Dijeron que, en cambio, aceptarían extenderme un permiso de año y medio para que no perdiera mis prestaciones laborales, y me pidieron que volviera al trabajo tan pronto como terminara la misión.
Al observar a mis compañeros durante mi último día de trabajo, me di cuenta de lo mucho que los amaba, aun cuando sus normas fueran muy diferentes de las mías. María, que trabajaba cerca de mí, preguntó: “¿Qué te sucede? ¿Por qué eres tan diferente?”. Dijo que podía ver una luz en mi rostro. “¿Por qué?”, quiso saber.
Al fin empecé a entender la importancia de la obra misional desde una nueva perspectiva. Había sido llamada como sierva del Señor y la influencia del Espíritu Santo brillaba a través de mí.
Me siento agradecida a nuestro Padre Celestial por aquella semana de preparación antes de la misión y por mis compañeros de trabajo, pues fortalecieron mi testimonio del Evangelio al dejarme ver a través de sus ojos la importancia de mi llamamiento.
Juana Rivero de González es miembro del Barrio Juárez, Estaca Arbolillo, Ciudad de México, México.