Las heridas que curaron las mías
En andar en bicicleta me dejó una herida, pero el pecado y la negligencia me dejaron heridas de otra clase: de la clase que se puede curar mediante la expiación de Jesucristo.
Durante mi adolescencia, una amiga y yo solíamos comparar nuestras cicatrices. Ambos éramos jóvenes muy activos, por lo que teníamos bastantes heridas que habían terminado por convertirse en cicatrices. Teníamos una en concreto que era del mismo tamaño y de la misma forma, y estaba exactamente en el mismo lugar. Teníamos las cicatrices similares en la rodilla izquierda y nos las habíamos hecho al andar en bicicleta.
Una fresca noche de julio, esa amiga fue a mi casa en Honduras, acompañada de su hermana y de dos jóvenes que eran representantes de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. Los misioneros nos enseñaron el Evangelio a mi familia y a mí, y nos bautizamos cuatro semanas después.
Luego de encontrar el Evangelio, llegué a darme cuenta de que todos tenemos heridas espirituales, causadas, al igual que las heridas físicas, por nuestra negligencia o como resultado del quebrantar normas de seguridad: en este caso, los mandamientos de Dios. Son heridas que ninguna crema ni cirugía puede mejorar. Sólo la expiación de Jesucristo puede sanarnos; únicamente el arrepentimiento y la fe en Él pueden aliviarnos el dolor. Él es el único Médico que puede darnos paz.
Cuando ahora observo mis cicatrices, recuerdo otras heridas: las heridas en las manos, los pies y el costado del Maestro. Sus heridas son las que pueden curar las mías.
Elvin Mencía sirve como misionero regular en la Misión Nicaragua Managua.