Gracias, Srta. Pfeil
Cuando las reuniones de negocios me llevaron a la ciudad de mi infancia en Mansfield, Massachussets, busqué la página web de mi antigua escuela secundaria. Al final de una lista de los miembros del claustro, estaba la Srta. Christine Pfeil, mi maestra de inglés, una persona que influyó mucho en mi vida.
Durante aquel año particular, las dificultades que había en casa me convirtieron en un chico enfadado y distraído de mis tareas escolares. Los demás maestros no prestaron atención a este estado alterado en mi actitud ni al empeoramiento de las notas académicas, pero la Srta. Pfeil demostró un interés personal. Jamás aceptaba nada que no fuera lo mejor de mí mismo. A menudo escribía en mis deberes escolares: “Puedes hacerlo mejor, inténtalo”. A regañadientes, rehacía las tareas pensando: “Muy bien, ¿quiere algo mejor? Pues se lo daré”. En su clase me sentía inteligente y apreciado. Cuando al año siguiente me trasladé a otra escuela supe que podía tener éxito en los estudios porque la Srta. Pfeil había creído en mí.
Cuando aquel día busqué su nombre en la página web, de repente me pareció tremendamente importante decirle cuanto antes lo mucho que había influido en mi vida. Decidí ir a buscarla, así que al mediodía siguiente me excusé de la reunión de negocios y me apresuré a llegar a la escuela.
Apenas había intentado abrir la puerta de su clase cuando vi a la Srta. Pfeil caminando por el pasillo. “¡Carl Nelson!”, exclamó. “¡No te había visto en 25 años! ¿Qué haces aquí?”.
Impelido por el deseo de hacerle saber mi mensaje, dije de repente: “Tengo que decirle personalmente cuán importante fue usted en mi vida. Ese año pasaba por momentos difíciles, pero usted esperaba lo mejor de mí. Pocas personas exigieron tanto de mí en aquel entonces. Lo único que puedo decirle es que la fe que tuvo en mí fue la razón principal de que comenzara a confiar en mis propias habilidades. No sé qué sería de mi vida sin una maestra como usted”.
Mientras le hablaba, los ojos de la Srta. Pfeil se humedecieron. “Tengo algo que contarte”, dijo. “Siempre he querido ser escritora, aun cuando sentía que Dios quería que fuera maestra. Anoche me sentía herida porque nunca había recibido aprecio alguno por mi labor. Le dije a Dios que a menos que recibiera una señal de gratitud al día siguiente, iba a retirarme de la enseñanza y a trabajar como escritora. Y ahora llegas tú, después de todo este tiempo, para darme las gracias en este día particular; ¡ésta es una gran bendición!”
La Srta. Pfeil y yo no pudimos seguir conversando. Sus alumnos empezaban a llegar y yo me fui, lleno de humildad porque mi Padre Celestial me había permitido ayudar a una de Sus hijas. Al reflexionar en mi breve experiencia con la Srta. Pfeil, recibí la impresión de que no importa quiénes seamos ni a qué iglesia pertenezcamos, nuestro amoroso Padre Celestial intercede en nuestra vida para responder a nuestras oraciones.
Carl Nelson es miembro del Barrio Hingham, Estaca Hingham, Massachussets.