La visita del Salvador al mundo de los espíritus
Lo que Jesús hizo durante las horas que transcurrieron entre Su muerte y Su resurrección constituye el cimiento doctrinal de la edificación de los templos.
Padre, en tus manos encomiendo mi Espíritu” (Lucas 23:46). Después de que Jesús pronunció estas palabras desde la cruz, Su espíritu inmortal abandonó Su cuerpo físico; Su carne inerte se depositó en un sepulcro, cuya entrada fue sellada con una piedra.
Poco tiempo después, unos ángeles declararon a un grupo de mujeres congregadas en Su tumba: “No está aquí, sino que ha resucitado” (Lucas 24:6). El espíritu de Jesús había entrado de nuevo en Su cuerpo, formando una gloriosa unión de espíritu y carne que nunca más sería dividida.
Los hechos de la muerte y resurrección de Jesús son aclamados por los cristianos de diferentes denominaciones como creencias fundamentales; sin embargo, lo que el espíritu inmortal de Jesús hizo después de Su muerte física y antes de Su resurrección es un misterio para todos, excepto para los Santos de los Últimos Días. La importancia de lo que hizo durante esas horas constituye el cimiento doctrinal de la edificación de los templos en toda la tierra. Es más, el testimonio de lo que Él hizo puede consolar enormemente a los que lloran la muerte de un ser querido.
El requisito del bautismo
Para entender por qué visitó Jesús el mundo de los espíritus después de Su muerte, debemos volver a la noche después de Su primera purificación del Templo de Jerusalén. Nicodemo, debido a su prominencia como “un principal entre los judíos”, acudió al Salvador para hablar sobre cuestiones de gran importancia. Nicodemo reconoció al Salvador como “venido de Dios como maestro”, y Jesús le enseñó: “El que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios” (Juan 3:1–2, 5).
Por tanto, si deseamos ser admitidos en el reino de Dios es necesario que seamos bautizados. Aun Jesucristo, el único hombre sin pecado que ha caminado por esta tierra, se sometió a este requisito universal (véase 2 Nefi 31:5–7)1.
Misericordia y justicia para los que no han sido bautizados
El plan de salvación del Señor se conoce por muchos nombres; uno de ellos es “el plan de la misericordia” (Alma 42:15). La misericordia implica compasión y perdón, mientras que la justicia se puede referir al castigo y la retribución. Pero la justicia divina tiene también otras cualidades, como lo son la equidad y la imparcialidad.
¿Cómo puede ser Su plan misericordioso o justo si requiere que cada persona responsable se bautice cuando hay billones de personas que han fallecido sin la oportunidad de escuchar el Evangelio y optar por el bautismo? El apóstol Pedro describió las previsiones que Dios ha hecho: “Porque también Cristo padeció una sola vez por los pecados, el justo [es decir, Jesucristo] por los injustos [es decir, ustedes y yo], para llevarnos a Dios, siendo a la verdad muerto en la carne, pero vivificado en espíritu” (1 Pedro 3:18). Cristo hizo esto para concedernos a todos el don de la vida eterna.
El apóstol Pedro prosiguió: “en el cual [Jesucristo] también fue y predicó a los espíritus encarcelados” (1 Pedro 3:19).
¿Quiénes eran esas personas en el mundo de los espíritus? Eran los justos y los injustos que habían fallecido. Algunos habían sido desobedientes y rechazaron el Evangelio en los días de Noé (véase TJS—1 Pedro 3:20). ¡Algunos llevaban miles de años en el mundo de los espíritus!
¿Por qué se predicó el Evangelio en el mundo de los espíritus? Para que los muertos pudieran arrepentirse y vivir de acuerdo con la voluntad de Dios (véase TJS—1 Pedro 4:6). La misericordia y la justicia requieren que los que han fallecido sin tener la oportunidad de oír el Evangelio en esta vida, reciban esa oportunidad en el mundo de los espíritus. La misericordia y la justicia requieren también que los que lo hayan rechazado en esta vida tengan otra oportunidad de volverlo a oír.
¿Qué sucede con los obedientes? Las personas que han aceptado y vivido de acuerdo con el Evangelio de Jesucristo también habitan en el mundo de los espíritus. El profeta Enoc previó la crucifixión del Salvador del mundo cuando “la tierra gimió; y se hicieron pedazos los peñascos”. Vio que en el tiempo de la resurrección de Jesucristo, “se levantaron los santos y fueron coronados a la diestra del Hijo del Hombre”. También vio a los obedientes en el mundo de los espíritus levantarse con sus cuerpos resucitados y glorificados, mientras que “el resto [los inicuos] quedó en cadenas de tinieblas hasta el juicio del gran día” (Moisés 7:56–57). Por consiguiente, los obedientes entran en el mundo de los espíritus para aguardar el día de su resurrección.
El profeta Alma enseñó que mientras los obedientes esperan, moran en “un estado de felicidad que se llama paraíso: un estado de descanso, un estado de paz, donde descansarán de todas sus aflicciones, y de todo cuidado y pena” (Alma 40:12).
Su visita produjo cambios importantes
El presidente Joseph F. Smith (1838–1918) vio en una visión los magníficos beneficios que recibieron los obedientes debido a la visita del Salvador al mundo de los espíritus. Vio el mundo de los espíritus poco antes de la llegada del Salvador. Los espíritus obedientes “se [hallaban reunidos] en un lugar” y “estaban llenos de gozo y de alegría, y se regocijaban juntamente porque estaba próximo el día de su liberación” (D. y C. 138:12, 15).
Se les apareció el Salvador y les declaró que el día de su gloriosa resurrección había llegado. Les habló del “evangelio sempiterno, la doctrina de la resurrección y la redención del género humano de la caída, y de los pecados individuales, con la condición de que se arrepintieran” (D. y C. 138:19).
Entre los que se encontraban allí congregados estaban Adán y Eva, Noé y Abraham. Los profetas del Libro de Mormón también estaban entre los presentes. “A éstos el Señor instruyó, y les dio poder para levantarse, después que él resucitara de los muertos, y entrar en el reino de su Padre, y ser coronados allí con inmortalidad y vida eterna” (D. y C. 138:51).
El presidente Joseph F. Smith se preguntaba cómo habría podido el Salvador predicar a todas las personas del mundo de los espíritus en el breve periodo de tiempo que transcurrió entre Su muerte y resurrección; pero el presidente Smith percibió que “a los inicuos no fue, ni se oyó su voz entre los impíos y los impenitentes…
“mas he aquí, organizó sus fuerzas y nombró mensajeros… [para] proclamar la libertad a los cautivos que se hallaban encarcelados; sí, a todos los que estaban dispuestos a arrepentirse de sus pecados y a recibir el evangelio.
“Así se predicó el evangelio a los que habían muerto en sus pecados, sin el conocimiento de la verdad, o en trasgresión por haber rechazado a los profetas” (D. y C. 138:20, 30–32).
La labor de predicar el Evangelio a los que han muerto sin el bautismo continúa en la actualidad. Entre los mensajeros que el Salvador envía hoy día a los que han muerto sin ser bautizados se encuentran los fieles miembros de la Iglesia de esta dispensación que han fallecido, pues cuando los fieles “salen de la vida terrenal, continúan sus obras en la predicación del evangelio de arrepentimiento y redención, mediante el sacrificio del Unigénito Hijo de Dios, entre aquellos que están en tinieblas y bajo la servidumbre del pecado en el gran mundo de los espíritus de los muertos” (D. y C. 138:57).
La obra por los muertos
Sin embargo, una pregunta crucial sigue sin respuesta a fin de cumplir el misericordioso y justo plan de Dios. ¿Cómo se puede bautizar una persona que ha muerto? El dilema se soluciona mediante la ordenanza del bautismo por los muertos, la cual se efectúa únicamente en los sagrados templos. Si somos dignos, tanto ustedes como yo podemos ir a un templo y recibir la ordenanza del bautismo a favor de las personas que hayan fallecido.
El bautismo por los muertos se practicaba entre los santos de los días de Pedro y Pablo. Mientras enseñaba a los corintios sobre Jesucristo y la resurrección de los muertos, el apóstol Pablo preguntó: “De otro modo, ¿qué harán los que se bautizan por los muertos, si en ninguna manera los muertos resucitan? ¿Por qué, pues, se bautizan por los muertos?” (1 Corintios 15:29).
El bautismo por los muertos y otras ordenanzas sagradas que se efectuaban por las personas fallecidas se restauraron a la tierra por conducto del profeta José Smith y hoy día se efectúan en más de 100 templos diseminados por toda la tierra. Esos templos son una manifestación externa de nuestro testimonio de la realidad de la obra que se lleva a cabo a favor de los muertos, tanto aquí como en el mundo de los espíritus, una obra que se inició con la visita del Salvador a los muertos justos.
Preguntas frecuentes
Esta doctrina de la obra de las ordenanzas por los muertos hace surgir preguntas entre los que no son de nuestra fe, y a veces incluso entre los Santos de los Últimos Días. Las siguientes son respuestas a algunas de esas preguntas frecuentes.
¿Qué sucede si la persona fallecida no quiere arrepentirse o no desea las bendiciones del bautismo? Creemos que todos tienen la libertad de escoger, tanto en esta vida como en el mundo de los espíritus. Esa libertad es esencial para el plan de nuestro Padre Celestial; a nadie se le obligará aceptar las ordenanzas realizadas a su favor por otra persona. El bautismo por los muertos ofrece una oportunidad, pero no anula el albedrío de la persona; mas si esta ordenanza no se efectúa por los que han muerto, se les priva de la opción de aceptar o rechazar el bautismo.
¿Por qué efectúan bautismos por personas que han fallecido cuya vida en la tierra indicaba una escasa inclinación a guardar los mandamientos de Dios? Creemos que muchas personas son como Amulek, que una vez dijo: “Endurecí mi corazón, porque fui llamado muchas veces, y no quise oír; de modo que sabía concerniente [al Evangelio de Jesucristo], mas no quería saber” (Alma 10:6). Posteriormente, Amulek llegó a ser un gran misionero y maestro para su pueblo.
Hubo además una época en el Libro de Mormón en la que los lamanitas más justos persiguieron a los extremadamente endurecidos ladrones de Gadiantón y “predicaron la palabra de Dios entre la parte más inicua de ellos, de modo que esta banda de ladrones quedó enteramente destruida entre los lamanitas” (Helamán 6:37).
Sencillamente, desconocemos quiénes de entre los muertos tornarán sus corazones al Señor y se arrepentirán. No nos hayamos en posición de juzgar; debemos efectuar la obra y dejar esa cuestión en manos de la persona fallecida y del Señor.
Para los que lloran
El Salvador mismo esperó con gran anhelo Su visita a los obedientes que se hallaban en el mundo de los espíritus: “Viene la hora, y ahora es, cuando los muertos oirán la voz del Hijo de Dios; y los que la oyeren vivirán” (Juan 5:25).
Su visita organizó la predicación del Evangelio a los que están en el mundo de los espíritus. Mientras se hallan en un estado de felicidad y paz llamado paraíso, los muertos que han sido obedientes aguardan recibir una “plenitud de gozo” (D. y C. 138:17; véase también alma 40:12). Se encuentran activamente ocupados en el llamado de predicar el Evangelio.
Los muertos que no han oído el Evangelio o que lo rechazaron en esta vida se hallan en tinieblas, en un estado de miseria (véase D. y C. 138:2; Alma 40:14). No obstante, debido a Su visita, tenemos esperanza en su salvación. Podemos ir al templo y hacer girar la llave y abrir las puertas de los cielos para ellos y, mediante nuestro servicio, hacerlo por nosotros mismos, pues sabemos “que ellos sin nosotros no pueden ser perfeccionados, ni tampoco podemos nosotros ser perfeccionados sin nuestros muertos”(D. y C. 128:15). La misericordia y la justicia se combinan para dar a todos los hijos de nuestro Padre Celestial la oportunidad de regresar a Él.
Hablemos de Ello
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Muestre una lámina del Salvador y pregunte adónde fue Jesús y qué hizo entre el periodo que transcurrió entre Su muerte y resurrección. Busquen las respuestas mientras leen juntos este artículo. Comenten la sección “Preguntas frecuentes”.
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Pida a los miembros de la familia que hablen de cómo la visita de Jesucristo cambió el mundo de los espíritus. ¿Cómo podemos ayudar a los que están en la prisión espiritual? Lea “Para los que lloran” y testifique de la obra que se está realizando hoy día en el mundo de los espíritus.