2004
El Salvador, maestro ejemplar
septiembre de 2004


El Salvador, maestro ejemplar

El Salvador empleó preguntas que nos hacen recordar, que nos hacen razonar y que van dirigidas al corazón, y eso mismo podemos hacer nosotros.

“…Por lo tanto, ¿qué clase de hombres habéis de ser? En verdad os digo, aun como yo soy” (3 Nefi 27:27). Esta invitación del Salvador para ser como Él es afecta todos los aspectos de nuestra vida, incluso nuestra responsabilidad como maestros del Evangelio. Podemos llegar a ser maestros semejantes a Él no sólo gracias a Sus preceptos, sino también a Su modo de enseñar.

El Salvador empleó diversos métodos para influir en la vida de las personas que le rodeaban. Observen, por ejemplo, en cómo hacía las preguntas. Entre las que formuló, algunas aguzaban la memoria de los que le escuchaban, otras tenían por objeto estimular el razonamiento y otras iban dirigidas a los sentimientos de Sus seguidores.

Preguntas que nos hacen recordar

En cierta ocasión, un abogado, un intérprete de la ley, preguntó al Señor qué debía hacer para heredar la vida eterna, a lo que el Salvador le respondió con otra pregunta, diciendo: “…¿Qué está escrito en la ley? ¿Cómo lees?” (Lucas 10:26).

La respuesta estaba en la memoria del abogado; una vez que respondió correctamente a la pregunta, el Salvador reafirmó la contestación de la persona diciendo: “…Bien has respondido; haz esto, y vivirás” (Lucas 10:28).

En otra ocasión, “iba Jesús por los sembrados en un día de reposo; y sus discípulos tuvieron hambre, y comenzaron a arrancar espigas y a comer” (Mateo 12:1). Los fariseos aprovecharon eso para decir que Sus discípulos estaban quebrantando la ley del día de reposo, a lo que el Salvador respondió con preguntas que tenían por objeto hacer que los fariseos recordaran:

“¿…No habéis leído lo que hizo David, cuando él y los que con él estaban tuvieron hambre;

“cómo entró en la casa de Dios, y comió los panes de la proposición, que no les era lícito comer ni a él ni a los que con él estaban, sino solamente a los sacerdotes?” (Mateo 12:3–4).

Tal vez las preguntas que refrescan la memoria sean las más fáciles de utilizar. Este tipo de preguntas tiende a mostrar lo bien que los alumnos conocen la letra de la ley. Cuando era joven y un miembro nuevo, suponía que éste era el tipo de preguntas que los maestros debían plantear, por lo que traté de obtener cierto conocimiento sobre hechos históricos: nombres, fechas, lugares, etc. Eso estuvo bien ya que la mayoría de las preguntas que se hacían en la escuela y en la Iglesia iban dirigidas a los conocimientos que se guardan en la memoria y pretendían conceder a los alumnos la oportunidad de participar en la lección. Eran buenas preguntas, pero no tuvieron un gran impacto en mi conducta o en mi proceso de llegar a ser más como Él es. Es importante destacar que el Salvador también empleó otra clase de preguntas para ayudar a los que le escuchaban en el cometido de llegar a ser como Él es.

Preguntas que nos hacen razonar

Cuando el abogado preguntó: “…¿Y quién es mi prójimo?”, el Salvador relató la parábola del buen samaritano y después preguntó: “¿Quién, pues, de estos tres te parece que fue el prójimo del que cayó en manos de los ladrones?” (Lucas 10:29, 36).

Esa pregunta hizo que el abogado, así como los demás presentes, tuvieran que razonar para encontrar la respuesta. Ese tipo de pregunta nos conduce a confiar en nuestra capacidad para descubrir el conocimiento. Preguntas tales como “¿Qué piensan de…?”, “¿Qué opinión tienen sobre…?” o “¿Por qué…?” nos ayudan a entendernos unos a otros (véase D. y C. 50:22). Consideren los siguientes ejemplos tomados de las enseñanzas del Salvador:

“¿Qué os parece? Si un hombre tiene cien ovejas, y se descarría una de ellas, ¿no deja las noventa y nueve y va por los montes a buscar la que se había descarriado?” (Mateo 18:12; cursiva agregada).

“Pero ¿qué os parece? Un hombre tenía dos hijos, y acercándose al primero, le dijo: Hijo, ve hoy a trabajar en mi viña” (Mateo 21:28; cursiva agregada).

A veces, las preguntas retóricas —aquellas a las que no se espera que nadie responda— también pueden contribuir al entendimiento entre el que predica y el que escucha. Nuestro Señor dijo durante el Sermón del monte:

“Porque si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa tendréis? ¿No hacen también lo mismo los publicanos?

“Y si saludáis a vuestros hermanos solamente, ¿qué hacéis de más? ¿No hacen también así los gentiles?” (Mateo 5:46–47).

Mi esposa recuerda cómo cambió su vida gracias a una pregunta que le hicieron los misioneros. Ella tenía amplios antecedentes religiosos, por eso un día su hermano la invitó a escuchar a los misioneros. Tras enseñarle la doctrina, los élderes le hicieron una pregunta dirigida a su facultad de razonar: “¿Por qué cree que La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días es la Iglesia verdadera?”. Los pensamientos inspirados por esa pregunta la afectaron de tal modo que a los pocos segundos también se vieron conmovidos sus sentimientos. Mientras respondía a la pregunta, los ojos se le llenaron de lágrimas y el Espíritu le testificó, con lo cual se ahondó el proceso de conversión que experimentaba.

Preguntas que van dirigidas al corazón

A todos se nos han hecho preguntas que nos permiten expresar nuestros sentimientos; también sabemos que no los expresaremos a menos que tengamos la certeza de que no se nos va a criticar. Eso mismo sucedía cuando el Salvador dirigía Sus preguntas al corazón de los que le escuchaban.

Estando en las costas de Cesarea de Filipo, el Salvador preguntó a Sus discípulos: “…¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del Hombre?”. Los discípulos contestaron que algunos decían que era Juan el Bautista, otros que Jeremías o uno de los profetas.

A continuación, el Salvador planteó una pregunta que permitió a los discípulos expresar sus propios sentimientos: “… Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? ”.

Simón Pedro compartió sus sentimientos: “…Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente”.

Nuestro Maestro confirmó la respuesta del apóstol principal al decir: “…Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos” (Mateo 16:13–17; cursiva agregada).

En lo que fue otra ocasión propicia para la enseñanza tras la muerte de Lázaro, el hermano de Marta, el Salvador primero testificó de Sí mismo diciendo: “…Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá. Y todo aquel que vive y cree en mí, no morirá eternamente”.

Entonces dirigió una pregunta al corazón de Marta: “ ¿Crees esto? ”.

Marta pudo expresar sus sentimientos: “…Sí, Señor; yo he creído que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, que has venido al mundo” (Juan 11:25–27; cursiva agregada).

Sabemos que “cuando un hombre habla por el poder del Santo Espíritu, el poder del Espíritu Santo lo lleva al corazón de los hijos de los hombres” (2 Nefi 33:1). Las preguntas apropiadas y dirigidas al corazón pueden invitar al Espíritu en cualquier situación propicia para la enseñanza.

En una reciente reunión familiar, un miembro de la familia habló sobre una pregunta que le había hecho un misionero y que la había conmovido. Tras enseñarle la primera charla, el misionero se limitó a preguntarle: “¿Qué sentimientos ha experimentado con respecto a nuestras enseñanzas?”. La pregunta constituyó una conclusión excelente y edificante para la charla.

Entre las preguntas que permiten a la gente expresar sus sentimientos, podrían encontrarse: “¿Por qué cree…?”, “¿Cómo se siente con respecto a…?” o “¿Alguno de ustedes ha tenido una experiencia con…?”. Todo maestro precisa comprender que cuando se expresan sentimientos, el maestro se halla en terreno sagrado. Los sentimientos siempre se deben respetar y no deben ser objeto de crítica en forma alguna.

Aprendamos de Él

El Salvador es el maestro ejemplar de quien podemos aprender a instruir en nuestros hogares, en la Iglesia y en la comunidad. Tal como dijo a los nefitas: “…He aquí, yo soy la luz; yo os he dado el ejemplo” (3 Nefi 18:16). O como explicó a Sus discípulos: “En verdad, en verdad os digo que éste es mi evangelio; y vosotros sabéis las cosas que debéis hacer en mi iglesia; pues las obras que me habéis visto hacer, ésas también las haréis; porque aquello que me habéis visto hacer, eso haréis vosotros” (3 Nefi 27:21).

Un ejercicio excelente relacionado con nuestro aprendizaje de cómo ser más como Cristo es observar el tipo de preguntas que formulamos en los momentos en los que surge la oportunidad de enseñar. Realizar preguntas para hacer recordar información nos permitirá enterarnos del conocimiento de las demás personas. Las preguntas que hacen que las personas razonen ayudarán a éstas a descubrir verdades. Las preguntas que permiten la expresión de sentimientos nos conducen a un terreno sagrado en la conversión y la edificación de nuestros seres queridos. Al grado que nos esforcemos por enseñar como el Salvador, llegaremos a ser más como Él es.