El primer misionero Santo de los Últimos Días
El primer misionero Santo de los Últimos Días no lo sabía en ese entonces, pero sus esfuerzos permitieron traer a la Iglesia a dos grandes líderes.
¿Qué pasaría si tuvieras que ir a la misión tú solo, sin compañero, ni preparación en el Centro de Capacitación Misional, ni charlas que enseñar, sólo con tu testimonio, el Espíritu y el Libro de Mormón para ayudarte? ¿Cómo te desenvolverías?
Samuel Smith, el primer misionero oficial de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, hizo eso. Samuel, hermano menor del profeta José, tenía 22 años cuando sirvió en su primera misión. Al ir solo, caminando hasta los pueblos próximos a Palmyra, Nueva York, llevaba únicamente una mochila repleta de ejemplares del recién impreso Libro de Mormón.
Mientras Samuel crecía, la familia Smith estudiaba la Biblia y ofrecían oraciones familiares. En su adolescencia, Samuel sabía que se estaba llevando a cabo la Restauración. Al atardecer se reunía con su familia para oír a José hablarles acerca del plan de salvación y “las grandes y gloriosas cosas que Dios le había manifestado”1.
A la edad de 21 años, Samuel se fue a Harmony, Pensilvania, donde su hermano José y Oliver Cowdery estaban traduciendo el Libro de Mormón. El 15 de mayo de 1829, unos días antes de la llegada de Samuel, José y Oliver habían recibido el Sacerdocio Aarónico de parte de Juan el Bautista, y se habían bautizado el uno al otro con esa autoridad que recientemente se les había conferido.
En Harmony, José le mostró a Samuel parte del Libro de Mormón que había traducido, y “puso todo su empeño en persuadirlo en cuanto al Evangelio de Jesucristo, que ahora estaba a punto de ser revelado en su plenitud”.
José escribió que a Samuel “no se le convencía fácilmente de estas cosas”, por lo que Samuel “se retiró al bosque, para que por medio de la oración secreta y ferviente pudiera recibir sabiduría de un Dios misericordioso, a fin de que le permitiera juzgar por sí mismo. Como consecuencia de ello, él mismo recibió una revelación”2.
El 25 de mayo de 1829 Samuel fue bautizado, siendo la tercera persona de esta dispensación en recibir esa ordenanza, después de José y Oliver. Más tarde, ese mismo año, Samuel fue uno de los Ocho Testigos que tuvieron el privilegio de examinar las planchas de oro. En la primavera siguiente, el 6 de abril de 1830, fue uno de los seis primeros miembros cuando la Iglesia fue formalmente organizada. Había otras personas que trabajaban en la proclamación del Evangelio, pero en junio de 1830 José apartó a Samuel para que fuera el primer misionero de la Iglesia oficialmente llamado.
En el campo misional
En el primer día de su misión, Samuel caminó 40 kilómetros; visitó cuatro casas, pero nadie quiso comprar un ejemplar del Libro de Mormón. Hambriento, cansado y desanimado, se detuvo por la noche en un mesón. Samuel le preguntó al mesonero si le gustaría comprar un ejemplar del Libro de Mormón.
“No sé”, dijo el mesonero. “¿Cómo lo consiguió?”
“Lo tradujo mi hermano de unas planchas de oro que halló enterradas”, le explicó Samuel.
“¡Mentiroso! Fuera de mi casa. No permitiré que esté aquí ni un minuto más con sus libros”, dijo el mesonero. Así que aquella noche, el primer misionero de la Iglesia durmió bajo un manzano, en el suelo frío y húmedo3.
A la mañana siguiente, Samuel le regaló un ejemplar del Libro de Mormón a una viuda pobre que le dio de desayunar. Después caminó 13 kilómetros y compartió el Libro de Mormón con John Greene, un ministro metodista, que lo aceptó sólo para ver si alguno de sus conocidos podría tener interés en comprarlo. Su esposa, Rhoda, era hermana de Brigham Young, aunque Brigham aún no conocía la Iglesia.
Cuando Samuel regresó al hogar de la familia Greene dos semanas más tarde, se enteró de que el señor Greene no había encontrado a nadie que estuviera interesado en el Libro de Mormón, así que Samuel accedió a volver en unos meses. Cuando lo hizo, el señor Greene no estaba en casa, pero la esposa de éste le dijo a Samuel que había leído el libro y que “le había agradado mucho”. El Espíritu impulsó a Samuel a dejar el libro con ella; ésta se sentía tan agradecida que “se echó a llorar”. Samuel le “explicó cómo sacar el máximo provecho de su lectura… para lo cual debía preguntar a Dios, conforme fuera leyendo, a fin de recibir un testimonio de la veracidad de lo que había leído, y que recibiría el Espíritu de Dios, el cual le permitiría discernir las cosas de Dios”4.
Más tarde, la señora Greene instó a su marido a que también leyera el Libro de Mormón. Lo hizo, y al poco tiempo fueron bautizados.
La conversión de un futuro profeta
En 1830, Samuel también vendió un ejemplar del Libro de Mormón a Phinehas (o Phineas) Young, hermano de Brigham Young, un predicador metodista. La primera vez que vio a Samuel, Phinehas regresaba a caballo de sus labores de predicador y se había detenido a cenar en una granja. Mientras conversaba con esa familia, entró en el cuarto un joven algo desarreglado, con un libro en la mano, y le dijo a Phinehas: “Señor, hay un libro que deseo que lea”.
“Y dígame, señor, ¿qué libro es ése?”, preguntó Phinehas.
“El Libro de Mormón, o, como le dicen algunos, la Biblia de Oro”.
“Entonces, ¿pretende ser una revelación?”, preguntó Phinehas.
El joven abrió el libro en la parte del testimonio de los Tres y de los Ocho Testigos, y dijo: “Éste es el testimonio de los testigos sobre la veracidad del Libro”.
Phinehas leyó los testimonios; cuando levantó la vista, el joven le dijo: “Si lee el libro con una oración en el corazón y le pide a Dios que le dé un testimonio, conocerá la veracidad de la obra”.
Phinehas prometió leer el libro y preguntó al joven cómo se llamaba.
“Me llamo Samuel H. Smith”.
¡Phinehas había visto ese nombre! “Usted es uno de los testigos”.
“Sí”, dijo Samuel. “Sé que el libro es una revelación de Dios, traducido por el poder del Espíritu Santo, y que mi hermano, José Smith, hijo, es un profeta, vidente y revelador”.
Al llegar a casa, Phinehas le dijo a su esposa: “Tengo aquí un libro llamado el Libro de Mormón y se dice que es una revelación. Deseo leerlo para familiarizarme con sus errores a fin de darlos a conocer al mundo”.
Fiel a su promesa, leyó el Libro de Mormón dos veces en dos semanas. En vez de detectar algún error, se convenció de que el libro era verdadero. Un domingo, cuando su congregación le preguntó su opinión del libro, “lo defendió durante diez minutos, cuando de pronto, el Espíritu de Dios descendió sobre él con tanta fuerza, que habló asombrosamente y durante buen rato de la importancia del mismo… y concluyó diciendo a las personas que creía en él”5.
Ese verano, la familia Young, entre ellos Brigham, y sus amigos, la familia Kimball, leyeron el Libro de Mormón y creyeron en él.
Llena tu mochila
El primer misionero oficial Santo de los Últimos Días no bautizó a nadie y sólo pudo compartir unos pocos ejemplares del Libro de Mormón. Samuel no sabía en ese entonces que dos de esos ejemplares llevarían a la Iglesia a muchos miembros fieles, incluso a Brigham Young, que presidió la Iglesia desde 1844 hasta 1877, y a Heber C. Kimball, un Apóstol desde 1835 hasta 1868.
Al igual que Samuel, tú puedes llenar tu mochila con ejemplares del Libro de Mormón y luego compartirlos junto con tu testimonio. Como lo demuestra la breve misión de Samuel, quizás no siempre sepas quién será conmovido por la lectura del Libro de Mormón, pero puedes confiar en la promesa de Moroni: si la gente ora sinceramente respecto al Libro de Mormón, Dios les “manifestará la verdad de [estas cosas] por el poder del Espíritu Santo” (Moroni 10:4).
La Conversión Al Libro de Mormón
“La conversión [al Libro de Mormón] es la conversión a Cristo, puesto que este libro contiene las palabras de Cristo…
“Además, la conversión a este libro inspirado es la conversión al Evangelio de Jesucristo, ya que contiene la plenitud del Evangelio de Jesucristo…
“Por último, la conversión al Libro de Mormón es una conversión al llamamiento divino y profético del profeta José Smith. [El Libro de Mormón] es la evidencia divina de la veracidad del llamamiento de José Smith”.
Élder Joseph B. Wirthlin, del Quórum de los Doce Apóstoles, “The Book of Mormon: The Heart of Missionary Proselyting”, Ensign, septiembre de 2002, pág. 14.