2004
El don y la guía
septiembre de 2004


El don y la guía

Crecí en los alrededores de Buenos Aires, Argentina, donde el fútbol es muy popular. A la edad de 10 u 11 años, los muchachos de mi vecindario solían reunirse para jugar en un descampado próximo a una zona de intenso tránsito de camiones y autobuses.

Cierto día estaba yo sentado en mi bicicleta, cerca de la acera, viendo cómo jugaban unos chicos mayores, cuando oí una voz que me decía: “Jorge, hazte a un lado”. Me volví para mirar, pero no había nadie conmigo. Estaba solo.

Sin embargo, obedecí y trasladé la bicicleta, dando vuelta a la esquina del descampado, donde seguí mirando el partido desde el borde de la acera. No había pasado ni un minuto cuando dos camiones chocaron en el cruce y patinaron desviándose hasta donde yo acababa de estar.

Si hubiera permanecido allí, me habrían aplastado, pero alguien me dijo —y sé quién fue— que debía salir de allí y dar vuelta a la esquina.

Los miembros de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días somos bendecidos al contar con el don del Espíritu Santo. Si obedecemos Sus indicaciones, estaremos protegidos, no sólo físicamente, como me sucedió durante el partido de fútbol, sino espiritualmente también. Hacer lo correcto no siempre es tan fácil como pedalear unos cuantos metros, pero el cultivar una relación con el Espíritu Santo para que sea nuestro guía puede al mismo tiempo protegernos y conducirnos a un testimonio de la verdad.

Permanezcamos firmes

De adolescente estudié en una escuela técnica para jóvenes. Era difícil ser miembro de la Iglesia en un entorno donde había otras creencias, o ninguna en absoluto. Era difícil ser el único miembro de la Iglesia en la escuela porque me sentía solo, diferente. Mis compañeros eran relativamente buenos, aunque muchos no compartían mis principios.

Recuerdo bien una ocasión cuando ellos querían que fumara; no lo dijeron directamente, sino que uno encendió un cigarrillo mientras estábamos en el aula aguardando al profesor. Los alumnos no debían fumar dentro del establecimiento.

Yo estaba sentado al fondo del aula. Los chicos de las primeras filas encendieron el cigarrillo, cada uno le dio una fumada y lo pasó a otro compañero. Todos observaban, esperando que llegara a mí. Por fin, el chico que estaba sentado delante de mí le dio una fumada y se volvió.

No tomé el cigarrillo.

Él dijo: “Vamos; hazlo”.

“No, no voy a fumar”.

Tomó el cigarrillo y me lo puso en la boca, así que le golpeé y él me golpeó; casi toda el aula se enzarzó en una pelea, aunque nos calmamos de inmediato antes de que llegara el profesor.

No quiero decirles que ésa fue la mejor manera de reaccionar, pues tenía apenas 13 años y no sabía cómo hacerlo. Sólo sabía que nadie iba a obligarme a fumar.

Después de la clase, busqué al chico al que le había pegado y le pedí perdón. Con cierta emoción me dijo: “No, soy yo el que necesita pedirte perdón”.

Si hubiera rebajado mis normas, ¿habría permanecido conmigo el Espíritu Santo? ¿Habría perdido a mi guía?

Al escoger lo correcto, permití al Espíritu Santo ser mi compañero. Con Él como mi guía, tuve ayuda para tomar decisiones correctas y mi testimonio se fortaleció.

Con la ayuda del Espíritu Santo

Cuando tenía 14 ó 15 años, trabajaba para mi padre en la tintorería de la familia durante mi tiempo libre. Aquel verano hubo poco trabajo, por lo que me dije: “Muy bien, voy a leer el Libro de Mormón, de tapa a tapa”. Lo hice y su lectura me entusiasmó.

En la edición de mi Libro de Mormón, la promesa de Moroni aparecía en una de las primeras páginas. Sus palabras me sorprendieron. Si alguien leía el libro y después le preguntaba a Dios, Él le respondería (véase Moroni 10:3–5). Había oído la promesa con anterioridad, pero en aquel momento, el Espíritu Santo la dejó impresa en mi corazón.

Al concluir la lectura de la última página del libro, me arrodillé en un pequeño cuarto privado que había en el trabajo y oré a mi Padre Celestial. Por medio del Espíritu Santo, recibí el testimonio que buscaba. Sentí de la cabeza a los pies que el Libro de Mormón es la palabra de Dios y que José Smith era un profeta.

Con el paso de los años, he tenido otras experiencias sagradas con el Espíritu Santo, pero siempre he recordado aquellas primeras experiencias. El Espíritu Santo me ha ayudado a tomar buenas decisiones; me ha guiado al esforzarme por vivir de acuerdo con el Evangelio, al igual que en mi decisión de servir en una misión y al buscar un cónyuge maravilloso, una de las decisiones más importantes que se toma en esta vida.

Si se esfuerzan por ser dignos de Su compañía, el Espíritu Santo también los guiará.