Ocho hermanos japoneses
Gracias a la fe de nuestra madre en el mensaje de los misioneros, el Evangelio se ha convertido en una bendición para nuestra familia y para muchas otras personas del Japón.
Mis padres tuvieron nueve hijos: ocho niños y una niña. La niña murió cuando era pequeña durante la batalla de Okinawa, en la Segunda Guerra Mundial. Después de la guerra, mi padre abrió un próspero taller de automóviles en Nago, ciudad situada al norte de la isla principal, Okinawa. En 1954, cuando mi hermano menor tenía 2 años y mi hermano mayor tenía 17, murió nuestro padre, así que mi madre se quedó viuda a los 40 años. A ella le fue difícil aceptar su muerte, y en su tristeza a veces deseaba reunirse con él, pero tenía ocho hijos a los que no podía abandonar.
Hasta ese momento, mi madre, Haru, había dependido de nuestro padre para que proveyera para la familia; pero al haberlo perdido, se vio obligada a trabajar. Intentó olvidar su pena trabajando; después volvía a casa y cuidaba a sus hijos. Criar sola a sus ocho hijos revoltosos fue un desafío. Cuando crecí lo suficiente para comprenderlo, me di cuenta de que nunca supe cuándo se levantaba ni cuándo se acostaba mi madre.
Enseñen a mis hijos acerca de Dios
Diez años después de la muerte de mi padre, como si fuese guiada por el Espíritu y en medio de la oposición de amigos y familiares, mi madre se trasladó de Nago a Naha, la capital de Okinawa. Unos años más tarde, alrededor de 1967, los misioneros llamaron a nuestra puerta. En esa época nuestra casa estaba aislada y rodeada por campos de caña de azúcar y un cementerio. El camino que conducía a la casa se encontraba en malas condiciones y recibíamos muy pocas visitas. Los misioneros eran el élder Jackson y el élder Fuchigami, que venía de Hawai, pero sus abuelos eran japoneses. Los misioneros preguntaron: “¿Podemos hablar de Dios con ustedes?”. Mi madre se inquietaba por la educación de sus hijos y pensó que quizá aprenderíamos algo bueno de los misioneros, así que invitó a los élderes a entrar y les dijo: “Por favor, enseñen a mis hijos acerca de Dios”.
Mi madre halló paz a medida que aprendía acerca del Evangelio. Le impresionó que los misioneros se pagaran sus propios gastos y que el élder Jackson estuviera sirviendo en una misión, aunque había perdido a sus padres en un accidente automovilístico cuando era más joven y había pasado tiempos difíciles junto con su hermana mayor. Mientras escuchaba a los misioneros, mi madre lloró por primera vez desde la muerte de mi padre. Sintió el amor del Señor y el Espíritu a lo largo de las charlas. Supo que ésta era la Iglesia que nuestra familia había estado buscando.
Mi madre fue la primera en bautizarse, para dar el ejemplo a sus hijos. El mensaje de los misioneros le conmovió, así como su actitud afectuosa y amable. Comenzó a pensar que la mejor educación que podría dar a sus hijos consistiría en que aprendiéramos el Evangelio y llegáramos a ser misioneros. Ella siempre les decía a los misioneros: “Hay ocho varones en nuestra familia. Vengan a nuestra casa y enséñenles el Evangelio, por favor. Cuando se conviertan todos, habrá ocho poseedores del sacerdocio más en la Iglesia, y quizá sean misioneros en el futuro”.
Servir en una misión
Debido a la influencia de mi madre, la mayoría de mis hermanos y yo, uno tras otro, nos unimos a la Iglesia. A medida que asistíamos a las reuniones, nuestra vida cambiaba mediante el Evangelio y la ayuda que nos ofrecían los hermanos y las hermanas de la Iglesia. Nos convertimos en mejores hijos y hermanos. Comenzamos a ayudarnos más unos a otros y disfrutábamos de la vida. Más adelante, cuatro de nosotros predicamos el Evangelio como misioneros en diversas partes del Japón. Cuando uno de mis hermanos mayores que se había mudado de Okinawa vio la compostura de uno de sus hermanos pequeños que estaba sirviendo en una misión, dijo: “No puedo creer que éste sea mi hermano menor, el que era tan tremendo”. Entonces, por su propia iniciativa, buscó la Iglesia y no tardó en recibir el bautismo y la confirmación.
Otro de mis hermanos mayores, antes de su bautismo a la edad de 27 años, andaba muy desorientado en la vida; estaba muy inquieto y bebía y salía de fiesta. Fue motivo de mucha tristeza para su familia y para las personas que le rodeaban. Cuando este hermano aprendió acerca del propósito de la vida mediante el Evangelio, se bautizó y recibió la confirmación, y llegó a casarse con una maravillosa hermana de la Iglesia. Encontró gozo en la vida y comenzó a comprender que la vida tiene un propósito. Compartió el Evangelio con sus amigos y fue una buena influencia para muchas personas. Mis hermanos que estaban en la misión apenas podían creerlo cuando oyeron que este hermano se había unido a la Iglesia.
Como misioneros, mis hermanos y yo recibimos ayuda de nuestros respectivos presidentes de misión y compañeros, así como de los miembros de la Iglesia y del Señor. Trabajamos mucho, y con la guía del Espíritu logramos bautizar y confirmar a muchas personas. Entre esos conversos, uno está prestando servicio actualmente como presidente de estaca, algunos son miembros del sumo consejo y hay otros que son obispos. Esas familias se han sellado en el templo y sus hijos están sirviendo como misioneros. Mediante el servicio que prestamos, se plantaron semillas del Evangelio por todo el Japón y ahora están empezando a florecer. El sueño de mi madre de que sus hijos fueran misioneros se hizo realidad.
Edificando el reino
Mediante el servicio que prestamos en nuestros llamamientos, mis hermanos y yo hemos crecido espiritualmente. Cada hermano que se ha unido a la Iglesia se ha sellado en el templo y está sacando adelante a una familia feliz. Mi madre se selló en el Templo de Laie, Hawai, con mi padre, mi hermana y aquellos de nosotros que nos convertimos. De ese modo logró alcanzar la plenitud del Evangelio restaurado de Jesucristo al recibir las bendiciones del templo. Más adelante visitó a sus familiares para buscar diligentemente información que le ayudara en la obra de historia familiar. Mi madre ha servido en los programas de la Sociedad de Socorro y de las Mujeres Jóvenes, y también ha sido maestra de seminario.
La familia Kina cuenta ahora con nueras, nietos y bisnietos: sesenta y seis miembros de la familia en total. De ellos, cincuenta y uno son miembros de la Iglesia y hay diez ex misioneros. Los nietos y bisnietos también servirán en una misión cuando les llegue el momento. Creemos que el hacerlo es el deber de toda persona que ha recibido las bendiciones del Evangelio.
Los miembros de la familia Kina han servido o están sirviendo en los siguientes llamamientos: dos de ellos en la presidencia de estaca (o de distrito), tres como miembros del sumo consejo, siete en obispados (o presidencias de rama), cuatro como líderes de grupo de sumos sacerdotes, ocho en presidencias de quórum de élderes, seis como líderes misionales y siete en presidencias de la Sociedad de Socorro. Nos sentimos bendecidos por las oportunidades de servir a los demás.
El testimonio de mi madre
Mi madre recibió un firme testimonio al ver cómo cambiaba la vida de sus hijos para bien mediante el Evangelio de Jesucristo. Deseaba compartir el Evangelio con sus seres queridos y presentó a sus amigos y familiares a los misioneros, llevando a cabo frecuentes reuniones familiares en el hogar. Gracias a ello, fue un instrumento para traer a muchas personas a la Iglesia, incluso a cincuenta de sus parientes.
Mi madre, que ahora tiene noventa años, compartió una vez el siguiente testimonio: “Como madre, me sacrificaría gustosamente para que mis hijos regresaran a su Padre Celestial. ¿Cómo puede uno dejar a cualquiera de sus hijos que tanto ama y aún así ir al Padre Celestial? Mi misión más importante aquí en la tierra, como madre, es devolver al Padre Celestial a los hijos que recibí de Él”.
Sus hijos tenemos ya nuestros propios hijos y nietos, y alcanzamos a comprender y apreciar el testimonio de mi madre.
El Evangelio es verdadero y la verdad cambia a las personas. Mediante el Evangelio hemos llegado a conocer el amor y la misericordia de Dios. Hemos entablado muchas amistades entre los maravillosos hermanos y hermanas de la Iglesia, y nos sentimos agradecidos por los cambios que hemos experimentado gracias a su ejemplo. Saldremos adelante como instrumentos en la mano de Dios aquí en Okinawa y predicaremos el Evangelio restaurado, edificaremos iglesias y templos y colaboraremos en el establecimiento de Sión.