2008
Los tres puentes
Abril de 2008


Ven y escucha la voz de un profeta

Los tres puentes

Tomado de un discurso de la conferencia general de octubre de 2003

President Thomas S. Monson

Hace muchos años leí un libro titulado The Way to the Western Sea [“La ruta hacia el mar occidental”], por David S. Lavender, que presenta un relato fascinante del viaje de Meriwether Lewis y William Clark [exploradores estadounidenses] cuando condujeron su expedición a través del continente [por Estados Unidos] en busca de una ruta por tierra hasta el Océano Pacífico.

Su expedición fue una pesadilla de penosos esfuerzos, profundos precipicios que tuvieron que cruzar y largas distancias que tuvieron que recorrer a pie, cargando los botes llenos de suministros de una corriente de agua a otra para encontrar el camino.

Al leer sobre sus experiencias, pensé: “¡Ah, si hubieran existido puentes modernos para atravesar los desfiladeros o las aguas turbulentas!”. Me vinieron a la memoria los magníficos puentes de nuestra época que facilitan tanto esa tarea: el hermoso “Golden Gate” [“Puerta dorada”] de San Francisco; el puente “Harbour” de Sydney, Australia, y otros en muchas otras tierras.

En realidad, todos somos viajeros, exploradores de la vida terrenal. No tenemos el beneficio de una experiencia personal anterior, pero debemos atravesar precipicios profundos y aguas turbulentas en nuestra propia jornada por la tierra.

Nuestro Señor y Salvador, Jesucristo, fue el supremo constructor de puentes para ustedes, para mí, para toda la humanidad. Él ha edificado puentes por los cuales debemos pasar si queremos llegar a nuestro hogar celestial.

Jesús nos dio el Puente de la Obediencia. Él mismo fue un ejemplo infalible de obediencia al guardar los mandamientos de Su Padre.

El segundo puente que el Maestro nos proporcionó y que debemos cruzar es el del Servicio. El Salvador es nuestro ejemplo de servicio. Aunque vino a la tierra como el Hijo de Dios, sirvió humildemente a todos los que lo rodeaban; bendijo a los enfermos e hizo que el cojo caminara, que el ciego viera y que el sordo oyera; hasta levantó a los muertos para que volvieran a vivir.

Y por último, el Señor nos proveyó el Puente de la Oración, y mandó: “Ora siempre, y derramaré mi Espíritu sobre ti, y grande será tu bendición…” (D. y C. 19:38).

Jesús, el Constructor de puentes, tendió uno sobre el vasto abismo al que llamamos muerte. “Porque así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos serán vivificados” (1 Corintios 15:22). Él hizo lo que nosotros no podíamos hacer por nosotros mismos; por consiguiente, el género humano puede cruzar los puentes que Él construyó hacia la vida eterna.