El vestido nuevo de María
“…[adorad] a Dios, en cualquier lugar en que estuviereis, en espíritu y en verdad” (Alma 34:38).
María se dio vuelta con el nuevo vestido de domingo que su abuelita le había hecho; era color rosa con cintas blancas; era el más hermoso que había tenido, y se sentía muy hermosa al llevarlo puesto. Sonrió frente al espejo y volvió a darse vuelta para que la falda se extendiera; se sentía muy emocionada por ir a la iglesia el domingo para mostrarles a sus amigas el nuevo vestido.
En la iglesia, a María le gustó oír a sus amigas decir cosas lindas acerca de su vestido. En la Primaria, jugó con las cintas del vestido en vez de escuchar la lección de la hermana Sánchez.
Tampoco puso atención a los testimonios que la gente dio en la reunión sacramental; se encontraba ocupada atando y desatando cada uno de los lazos del vestido, una y otra vez.
Al terminarse la reunión, se fijó que algunas personas tenían lágrimas en los ojos al salir de la capilla.
“¿Por qué están llorando esas personas, mamá?”, preguntó.
“Hoy sintieron el Espíritu”, le dijo su mamá, mientras se limpiaba ella misma una lágrima. “Y a veces eso hace que se nos salgan las lágrimas. Los testimonios fueron maravillosos, ¿verdad?”
María no respondió; no podía recordar nada de lo que habían dicho.
Esa noche, cuando su mamá la ayudaba a acostarse, María preguntó: “¿Por qué hoy no sentí el Espíritu en la Iglesia, mamá?”
“El Espíritu se comunica con un voz suave y apacible”, dijo la mamá. “Debemos poner atención para percibirla. Cuando vamos a la iglesia, debemos concentrarnos en nuestro Padre Celestial y en Jesucristo, y de ese modo sentir el Espíritu”.
María pensó en lo que había estado pensando en la iglesia ese día; había estado pensando en su nuevo vestido, y no en nuestro Padre Celestial y en Jesucristo.
La semana siguiente María volvió a ponerse el vestido rosa para ir a la iglesia, pero escuchó con atención a la hermana Sánchez en la Primaria, y en la reunión sacramental trató de pensar en nuestro Padre Celestial y en Jesucristo. Al salir de la iglesia, sentía el Espíritu en su corazón y se sentía feliz por haber ido a la iglesia y no sólo por ir a lucir el vestido nuevo.