Hasta la próxima
El canto de un nuevo himno
Un himno conocido al que se le hicieron arreglos con una melodía desconocida me enseñó que podía seguir haciendo y aprendiendo lo que siempre había hecho o que podía progresar en maneras que únicamente el Señor se hubiera imaginado.
Cuando el obispo leyó el nombre de los miembros del barrio a quienes se relevaba de sus llamamientos ese domingo, suspiré y me quedé viéndome las manos. Se me relevaba de ser primera consejera de la presidencia de la Sociedad de Socorro. Era difícil pensar en dejar ese llamamiento que tanto había disfrutado y las amistades con las otras hermanas de la presidencia.
Al oír los nombres de la nueva presidencia, sentí la confirmación del Espíritu que me indicaba que todo era como debía ser; el Señor había seleccionado a esas nuevas hermanas para llevar a cabo esta obra. Al levantar la mano para sostenerlas, supe que lo harían maravillosamente y que habría otras maneras en que yo podría prestar servicio. Llena de agradecimiento, sentí paz.
Llegó el momento de cantar el himno sacramental; el obispo anunció la versión alterna de un himno favorito: “La Santa Cena” (Himnos, Nº 103). Al oír la introducción del organista, sentí que mi paz se esfumaba. “¿Por qué no podemos cantar simplemente la versión conocida?”, me pregunté en silencio, “me gusta mucho más”. Pero al empezar a cantar, la belleza de la melodía desconocida me llegó al alma, y me di cuenta de que era un marco perfecto para la letra. La música me hizo pensar en el significado del himno de manera diferente.
De pronto, el himno y el relevo acudieron a mi mente mediante una potente impresión del Espíritu. La nueva presidencia llevaría a cabo la misma obra que yo había llevado a cabo, pero con diferentes manos y con una nueva perspectiva, al igual que el himno tenía el mismo mensaje, pero música diferente. A mí se me daría un nuevo llamamiento que se acoplara a mi melodía, y ese cambio me ayudaría a progresar en aspectos que nunca me habría imaginado si hubiera permanecido estancada en el mismo lugar.
Siempre había sabido que el Evangelio y la organización de la Iglesia bendicen a todos los miembros de muchas, muchas maneras. Aprendemos a dirigir así como a dar apoyo, y el proceso de este aprendizaje se repite a lo largo de nuestra vida; sin embargo, en esa reunión sacramental me di cuenta de que en tanto demos oído al Espíritu, en cada cambio reconoceremos la maravillosa constancia del plan que nuestro Padre Celestial tiene para nosotros.