Mi meta futbolística
Deseaba jugar en un equipo competitivo, pero quizá el precio para hacerlo era demasiado elevado.
Me encanta jugar al fútbol americano. Tengo catorce años y llevo jugando desde que tenía cinco. Los deportes me han enseñado a aferrarme a las normas y a los valores elevados que me he fijado, incluso cuando las decisiones son difíciles. Una de esas decisiones difíciles fue la de jugar o no al fútbol los domingos.
Cuando tenía nueve años, apreciaba y respetaba a mi entrenador, el señor Hashem. No obstante, deseaba jugar en el mismo equipo que un amigo de la escuela, así que fui a pasar las pruebas para entrar en él. Era un equipo muy competitivo, y yo sabía que si me aceptaban tendría que dedicarme y esforzarme mucho. Muchos chicos querían formar parte de ese equipo, pero yo tuve la suerte de pasar varias eliminatorias.
Llegó el día de la prueba final, así que jugué lo mejor que pude, y sentí que me fue bien. Después, el entrenador se acercó a mi madre y a mí y nos dijo que le gustaría mucho contar conmigo en el equipo. Me sentí entusiasmado, pero después añadió: “¿Puedes jugar los domingos? Tengo que formar un equipo para participar en torneos, lo que significa que a veces se jugará en domingo”.
Mamá me dejó contestar la pregunta.
“No, señor, yo no juego los domingos”. Sabía que ésa era la respuesta correcta, pero probablemente significaba que no podría entrar en su equipo.
Aquella noche, la llamada para anunciarme que había sido seleccionado para el equipo nunca llegó, y me sentí muy decepcionado.
En vez de ello, me uní a un equipo del vecindario con muchos amigos. El primer año nos divertimos mucho y tuvimos mucho éxito, pero el segundo tuvimos problemas y a veces perdimos la concentración en el juego. Me sentía frustrado, ya que me esforzaba al máximo en cada partido pero casi siempre perdíamos.
Después de un partido muy malo, el señor Hashem, cuyo equipo estaba logrando buenos resultados, se me acercó en el campo de fútbol. Me preguntó cómo me iban las cosas y le dije: “No muy bien”. Le expliqué que echaba de menos a mis antiguos compañeros de equipo. Hashem era un entrenador con mucho talento y parecía que siempre parecía sacar lo mejor de sus jugadores.
“¿Te gustaría participar en el próximo torneo como jugador invitado en nuestro equipo?”, me preguntó.
“¡Me encantaría!”, le respondí entusiasmado.
“¡Perfecto!”, dijo él, sonriendo. “Eso sí, tengo que hacerte una pregunta. ¿Puedes jugar los domingos?”. Los músculos del estómago se me encogieron y me sentí muy mal. Me acordaba de lo que había sucedido la última vez que me habían hecho esa pregunta.
Miré a mi padre y a mi madre, que también estaban aguardando mi respuesta. Entonces miré a Hashem.
“No, lo siento. No juego los domingos”, le dije. “¿Cambia esto las cosas?”
Hashem permaneció allí durante un momento. Había observado cómo se desvaneció rápidamente de mi cara la esperanza al contestar su pregunta.
“No, no pasa nada”, me contestó. “Probablemente no llegaremos a las finales del domingo. Nos encantaría que jugaras con nosotros”.
Pronto empecé a entrenarme con el equipo de Hashem. Jugaban con mucha intensidad y se alegraron de tenerme de vuelta. Me encantaba jugar con ellos.
No ganamos todos los partidos del torneo, pero todos nos esforzamos al máximo y nos lo pasamos muy bien. No tardé en convertirme en un miembro permanente del equipo de Hashem. Aunque ellos sabían que no jugaba los domingos, apreciaban lo que yo aportaba al equipo los otros días de partido.
Ahora soy maestro en el Sacerdocio Aarónico. Sigo jugando al fútbol de competición y todavía prefiero no jugar los domingos. Esto no me ha presentado problemas ni a mí ni a los equipos en los que he jugado. Creo en honrar el día de reposo y santificarlo. Para mí, esto significa no jugar deportes los domingos.