¡Corta la cuerda!
Gerald G. Hodson, Utah, EE. UU.
Un frío sábado por la mañana, cuando tenía doce años, papá me pidió que arrancara el tractor para que lleváramos heno a unos caballos que tenían hambre. Hacía tanto frío que, en cuestión de unos instantes, la batería dejó de funcionar. Cuando se lo dije a mi padre, me pidió que le colocara la montura a Blue y que atara nuestro trineo a la montura para que pudiéramos transportar un par de fardos de heno a los caballos para que tuvieran algo de comer hasta que consiguiéramos hacer arrancar el tractor.
Blue, nuestro caballo purasangre, estaba en la flor de la vida y era un animal hermoso y fuerte. Recuerdo cómo se encabritaba aquella mañana para dar un buen paseo.
Colocamos dos fardos de 41 kg de heno en el trineo, papá se subió a Blue y salimos. Yo iba caminando detrás del trineo para equilibrarlo y pronto llegamos al camino que nos llevaría al potrero.
Todo iba bien hasta que recorrimos un tercio del camino. La nieve era profunda y comenzaba a acumularse delante del trineo. Al continuar por la nieve, la cincha comenzó a apretar el pecho de Blue y le cortó la respiración, así que reaccionó de repente.
Blue intentó salir dos o tres veces para aliviar la presión sobre su pecho y papá procuró bajarse con rapidez pero, al hacerlo, quedó colgando al costado del caballo en el intento. Para colmo de males, Blue perdió el equilibrio sobre el hielo que había debajo de la nieve, y cayó sobre mi padre.
Papá empezó a perder el conocimiento y me gritó que corriera a casa del tío Carl a pedir ayuda. Eso significaría que tendría que cruzar dos cercas y correr a lo largo de un gran pastizal antes de poder pedir ayuda.
Cuando me dirigía para hacer eso, escuché una voz que me dijo: “No vayas. ¡Corta la cuerda!”
Obedecí inmediatamente y saqué mi navaja de escultismo del bolsillo. Me puse a cortar el lazo y de repente Blue se tambaleó hasta ponerse de pie y se puso en marcha. La cuerda se rompió y mi padre pudo salir, lo que posiblemente evitó que muriera arrastrado. Corrí hasta llegar a su lado.
Papá volvió en sí y me aseguró que todo estaba bien. Entonces fuimos a buscar a Blue, limpiamos la nieve de delante del trineo, volvimos a atar la cuerda y reanudamos el trayecto hacia el potrero. Finalmente, logramos darle de comer a los caballos y regresamos a casa.
Por lo general, yo obedecía a mi padre sin dudarlo, así que me disponía a correr durante diez minutos para llegar a casa de mi tío y pedirle ayuda; pero esa ayuda habría llegado demasiado tarde. Sin embargo, lo que sí llegó justo a tiempo aquel día fue la voz del Espíritu.