Hablamos de Cristo
Cómo hallar paz en tiempos difíciles
Tomado de “Descanso para vuestra alma”, Liahona, noviembre de 2010, págs. 101–102.
“Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar” (Mateo 11:28).
En el centro de Gotemburgo, Suecia, hay un ancho bulevar bordeado de árboles hermosos en ambos lados. Un día vi un agujero en el tronco de uno de esos grandes árboles; entonces, por curiosidad, miré adentro y vi que el árbol estaba completamente hueco.
Me sorprendió que el árbol siguiera en pie. Alcé la vista y vi una ancha banda de acero rodeando la parte superior del tronco. Unidos a la banda había varios alambres de acero que a su vez estaban amarrados a edificios cercanos. A la distancia, se parecía a los demás árboles; sólo al mirar en su interior se detectaba que estaba hueco en lugar de tener un tronco sólido y fuerte. Con el tiempo, el árbol no se pudo salvar y tuvieron que derribarlo. Así como un el árbol joven crece poco a poco hasta llegar a ser fuerte, nosotros también podemos crecer paso a paso en nuestra capacidad hasta ser fuertes y sólidos de adentro hacia afuera, en contraste al árbol hueco.
Es a través de la sanadora expiación de Jesucristo que podemos tener la fortaleza para permanecer firmes y fuertes, y para que nuestra alma se llene de luz, comprensión, gozo y amor.
La fe en Jesucristo y el seguir Sus enseñanzas nos dan una esperanza firme, la cual llega a ser un ancla sólida para nuestra alma. Podemos llegar a ser constantes e inmutables; podemos tener paz interior duradera; podemos entrar en el descanso del Señor. Sólo si nos apartamos de la luz y la verdad, una profunda sensación de vacío, como el del árbol, ocupará los recintos más íntimos de nuestra alma.
Enfoquémonos en lo que mantendrá una paz duradera en la mente y el corazón, entonces nuestra “confianza se fortalecerá en la presencia de Dios” (D. y C. 121:45). La promesa de entrar en el descanso del Señor, de recibir el don de la paz, dista mucho de ser una satisfacción mundana y pasajera. Es, en verdad, un don celestial: “La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón ni tenga miedo” (Juan 14:27). Él tiene el poder de sanar y fortalecer el alma; Él es Jesucristo.